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lunes, 30 de noviembre de 2009

LA MEDICINA DE LA ENERGIA: La era de Aries: el poder tribal


Los doce signos del zodíaco se asocian con uno de los principales elementos: niego, tierra, aire o agua. Aries es un signo de fuego, y el fuego es el elemento que corres­ponde a la acción. Las características de Aries son creati­vidad, liderazgo, lealtad, motivación y la facultad de pro­piciar nuevos comienzos. Las personas nacidas bajo el signo de Aries poseen, por naturaleza, una actitud que in­dica su capacidad de alcanzar sus objetivos. Durante la era de Aries, se organizó la cultura tribal, en la cual el foco de la conciencia humana se orientaba hacia la creación de comunidades tribales unificadas que garantizaran la su­pervivencia tísica. La meta era alcanzar el poder de gru­po y la resistencia tísica, y controlar los elementos exter­nos de la vida. No fue una era de introspección emocional o psicológica, sino de aprender a afrontar los problemas externos.
Las nuevas conciencias que se originan al inicio de cada era astrológica constituyen las regias básicas de esa era. La era de Tauro, el período de dos mil años que pre­cedió a la era de Aries, representó una forma de cultura tribal mucho más tosca, y en numerosas partes del mun­do y en particular en la partí; donde se originó el legado espiritual cíe Occidente, desprovista de la fuerza orga­nizativa de unas leyes articuladas. Durante la era de Tau­ro, el sacrificio, incluido el sacrificio humano, era consi­derado un medio de aplacar la cólera de Dios. Pero en el amanecer de la era de Aries, según el Génesis en la Bi­blia, Abraham recibió instrucciones de Yahvé de fundar la nación de Israel, constituyéndose el patriarcado del pue­blo judío. Con anterioridad a la formación de la nación de Israel, los hebreos itinerantes habían vivido de modo semejante a los cananeos y realizaban sacrificios animales y humanos.

Teniendo en cuenta que el sacrificio humano era una práctica habitual en aquella época, no es de extrañar que Yahvé ordenara a Abraham sacrificar a su único hijo Isaac. Mientras Abraham e Isaac preparaban el altar del sacrificio, Isaac se sentía perplejo, incapaz de comprender qué estaban ofreciendo a Dios con su muerte. Abraham dijo a su hijo: «Dios proveerá el cordera para el holo­causto, hijo mío.» Cuando estuvo preparado el altar, Abra­ham ató a su hijo, lo puso sobre el altar y empuñó el cu­chillo para degollarlo. En ese momento, apareció un ángel y dijo a Abraham: «No extiendas tu brazo sobre el niño, ni le hagas nada, porque ahora sé que eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único hijo.» Abraham alzó los ojos y vio a un carnero enredado por los cuernos en la maleza, y se lo ofreció a Dios en lugar de su hijo (Gé­nesis, 22).

En las clases de religión, se cita este célebre episodio como muestra de la sumisión de Abraham a la voluntad de Dios, pero su significado simbólico es mucho mayor. En términos metafóricos, esa historia nos dice que la hu­manidad había evolucionado hasta ocupar un lugar de ma­yor autoridad con respecto a Dios, de modo que el sacri­ficio humano ya no era necesario para complacer a Dios ni conseguir su perdón. A otro nivel, la desaparición de la «conciencia de sacrificio*' indica que la conciencia hu­mana se había desarrollado lo suficiente como para que la humanidad diera un valor nuevo y mayor a la vida huma­na. Nuestros antepasados se dieron cuenta de que Dios no exigía sacrificios humanos; esa práctica reflejaba el ínfimo valor que los seres humanos concedían a la vida en tanto que súbditos de un dios externo al que debían aplacar.

"Iras el sacrificio, Dios dijo a Abraham que de sus des­cendientes se formaría Ja nación de Israel. El sacrificio había pasado de ser un acto destinado a aplacar la ira di­vina a ser un pacto con Dios y una expresión de gratitud hacia Él. Pero la ¡dea del sacrificio como medio para el per­dón de la culpa y la restauración del carácter sagrado de la naturaleza humana sigue firmemente enraizada en la conciencia humana, aun hoy en día. Seguimos influidos por la creencia de que el sacrificio incide en la voluntad de Dios.

Abraham vivió hacia el 2000 a. C., en los albores de la era de Aries y de un nuevo orden de poder para el pue­blo hebreo. Su nieto Jacob tuvo doce hijos, cié tos cuales derivaron las doce tribus de Israel (que se corresponden con los doce signos del zodíaco). A mediados de la era de Aries, probablemente hacia el 1200a. C., Moisés condu­jo a los judíos desde Egipto hasta la Tierra Prometida, en un viaje que simboliza la unidad del pueblo hebreo en su fe en un solo Dios. Posteriormente surgieron los Diez Mandamientos y otras leyes tribal es que formaron la base de lo que significaba ser judío: la «conciencia tribal» dio paso a un sentimiento de genuina identidad y orden. Las escrituras hebreas también provienen de la era de Aries, y en ellas existen frecuentes referencias a los pactos con Dios y los corderos que se sacrificaban para sellar esos pactos.

Bajo Aries, no sólo los judíos desarrollaron una con­ciencia tribal más compleja, sino también los griegos, los romanos, los egipcios y otras culturas de la época. La iden­tidad tribal y el sentido de la nacionalidad —el pertene­cer a una nación en lugar de un clan o una tribu— se im­puso. El tema de la era de Aries y la cultura tribal era el dominio y la autoridad sobre el medio externo. Las cien­cias naturales, las leyes e incluso las calzadas romanas fue­ron fruto de la conciencia tribal.

Las religiones tribales primitivas adoraban a dio­ses que se identificaban más o menos con la naturaleza, de ahí que la mayoría de las supersticiones tribales es­tuvieran destinadas a controlar el temperamento de los dioses y a evitar su enojo. Por otra parte, los sistemas de creencias y temores inherentes a la conciencia tribal siguen ejerciendo un poderoso influjo. U no de los motivos cabe atribuirlo al hecho de que son tan antiguas que están prác­ticamente programadas genéticamente en la conciencia humana.

Las leyes tribales de esa era pretendían controlar el comportamiento de los individuos con el fin de facilitar la supervivencia física. Las leyes entregadas a Moisés en el Éxodo definían las responsabilidades tribales, desde la die­ta hasta la conducta sexual pasando por la responsabilidad hacia la familia. Estas responsabilidades se corresponden con las formas de conciencia del primero, segundo y tercer chakras, los cuales están estrechamente relacionados con la fa­milia, el dinero, el poder, el sexo y la autoestima. Incluso hoy día, las culturas tribales de Oriente Medio y la cuenca del Mediterráneo siguen haciendo hincapié en los códigos de honor y deshonor.

La personalidad atribuida a Yahvé en esa época esta­ba configurada por características humanas basadas en unos ideales sublimes, que la ley hebrea pretendía fo­mentar y emular. La personalidad de Dios era una exten­sión de la naturaleza humana. Si amamos a nuestros se­mejantes, Dios debe amarnos a todos. Si somos gente de honor y justicia, Dios debe encamar la justicia. En el Exodo, Yahvé es descrito como un Dios de justicia, ley y or­den, un Dios celoso y vengativo. Exige lealtad y recono­ce que utiliza un sistema material de castigo y recompen­sa- La ley hebrea pretendía regular la envidia, el afán de venganza y la necesidad de justicia, las cuales están rela­cionadas con los tres primeros chakras. Muchas personas signen creyendo —no de forma racional, sino visceral y «tribal»— que Dios premia el buen comportamiento con bienes materiales y castiga la conducta negativa del mis­mo modo.

A medida que la humanidad ha ido adquiriendo una mayor conciencia de nuestras capacidades espirituales, he­mos ido elevando nuestro concepto espiritual de Dios. La expansión de nuestra conciencia nos ha llevado a ampliar la perspectiva de nuestra propia posible divinidad, poder y humanidad. Pero aún no somos capaces de superarla con­ciencia tribal: esas partes de nosotros que responden de for­ma instintiva en lugar de razonable a simbólicamente- Esas tendencias ejercen unos efectos perniciosos sobre nuestra salud. La envidia, la codicia, el afán de venganza y otros rasgos correspondientes a los cháfelas inferiores siguen sien­do algunos de los factores emocionales que más contribu­yen a la pérdida de nuestra salud y capacidad de curarnos. Aunque sabemos que no debemos envidiar a los demás, no podemos contener las sensaciones viscerales generadas por los celos. La razón —una capacidad regida por el sexto chakra— no puede competir con el funcionamiento de la con­ciencia tribal.

Asimismo, seguimos profundamente aferrados a la creencia de que, para hablar con Dios y ser oídos por El, debemos mantener un diálogo basado en el sacrificio. Una mujer que asistía a mis talleres me reveló que, al averi­guar que su hija padecía cáncer, renunció a comer carne y otros productos, confiando en que ese gesto «inspiraría» a Dios a curar a su hija. Hasta mujer creía que los rezos de intercesión no bastaban para conseguir sus propósitos, sino que debía tomar medidas tangibles para reforzar sus plegarias. La conciencia tribal requiere un acto tangible, y la identidad de esta mujer se basaba en su papel de matriarca. Oraba públicamente, representando a toda la fa­milia, «convirtiéndose», como líder tribal, en su «voz» reconociendo incluso que había sido ella quien se había sacrificado, puesto que ningún otro miembro de la fami­lia era lo bastante fuerte para mantener esa disciplina.

Los deberes de una tribu biológica incluyen aceptar a todos los nuevos miembros e instruirlos en los métodos de supervivencia de acuerdo con las normas y leyes de la tribu. Es preciso que la tribu ejerza un control sobre su me­dio externo a fin de sobrevivir física y económicamente. Las lecciones sobre responsabilidad constituyen una parte esencial de la preparación para la vida adulta. Pero debe­mos distinguir entre lo bueno y lo malo de nuestro legado tribal. El proceso de desarrollo espiritual exige que con­servemos las influencias tribales positivas}' descartemos las que no lo son.Todo tipo de tribus, inclusive las organizaciones co­merciales y sociales, se rigen por unas normas básicas de educación destinadas a facilitar la supervivencia. A dife­rencia de las tribus biológicas, los grupos sociales no es­tán obligados a aceptar a nuevos miembros incondicionalmente, pero tienen el deber ético de enseñar a los nuevos miembros las normas y los métodos esenciales para la supervivencia de ese grupo, y para la superviven­cia dentro del grupo. Esos métodos incluyen una norma­tiva sobre el vestir, el comportamiento y el respeto por la jerarquía. Si un nuevo miembro se niega a adoptar una conducta adecuada, se convierte en un marginado y aca­ba marchándose en busca de otra tribu en la que integrarse y compartir el poder.
Existen varios aspectos positivos del poder tribal apar­te de la supervivencia básica. El poder tribal cultiva la le­altad, la ética y un código de honor, y la carencia de estos principios pone en peligro a nuestra sociedad. Hoy en día existen muchos niños disfuncionales porque su familia no posee algún tipo de código de honor y una fuerza ética. En muchos casos, estos niños no saben a quién recurrir y se unen a pandillas, porque, al menos, éstas les ofrecen unos ritos y cierto código de honor. El peligro de la lealtad tri­bal reside en que ésta se debe siempre y en todo momen­to a la tribu; la lealtad hacia uno mismo ocupa un lugar muy bajo en la lista de prioridades tribal.

Por más que tratemos de convencernos de que he­mos evolucionado más allá de la conciencia tribal, en to­dos nosotros siguen actuando poderosos elementos de ésta. Yo misma he pronunciado numerosas veces, al igual que la mayoría de la gente, la siguiente frase: «Juro que jamás seré como tú...» En mi caso, se trataba de tú abue­la. Era el tipo de persona que, cuando comías en su casa, no permitía que te sirvieras tu mismo; siempre lo hacía ella y, por lo general, unas porciones descomunales. Después de comportarte y comértelo todo, mi abuela te servía otra montaña de comida. Cuando todos empezábamos a que­jarnos, a desabrocharnos el cinturón y a protestar que íba­mos a reventar, mi abuela replicaba invariablemente:

— ¿Después de haberme pasado toda la mañana en la cocina?

De modo que me juré que jamás sería como ella. Pero hace unos años, cuando vivía en New Hampshire, invité una noche a unos amigos a cenar en mi casa. Mediada la cena, dije sin pensar;

— ¡Si casi no habéis probado bocado! ¡Después de que me he pasado toda la tarde en la cocina!

Apenas había pronunciado esas palabras cuando me disculpé, entré en la cocina y llamé a mí madre.

—Estoy poseída —le dije, y le conté lo ocurrido.

Después de escucharme, mi madre preguntó:

•— ¿Les serviste otra ración?
•—No —repuse—, no lo hice.



—Entonces no estás poseída —declaró mi madre—. Sólo tienes a la abuela en la cocina.

No debemos subestimar las consecuencias que tiene sobre nuestra salud mantener una conciencia tribal. Sim­bólicamente, el sistema inmunológico hace por el cuer­po lo mismo que el poder tribal hace por el grupo: lo pro­tege de posibles influencias nocivas externas.. Comoquiera que el tribalismo está relacionado con nuestros primer, segundo y tercer chakras, el estrés que sufre nuestro or­ganismo debida a esas creencias de temor supersticioso ata­ca a los sistemas que están conectados con esos tres cha­kras: el sistema inmunológico, los órganos sexuales, el páncreas, la vesícula, el hígado, las piernas y los muslos. Con todo, una identificación y relación saludable con nuestra familia biológica constituye una fuente de fuerza emocional y psíquica, y una base sólida para el siguiente nivel de poder e identificación personal.



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