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lunes, 30 de noviembre de 2009

LA MEDICINA DE LA ENERGIA: La era de Piséis: el poder individual


Piscis es un signo de agua, y el agua es el elemento astrológico asociado con las emociones y la introspección. Las características de la era astrológica de Piscis, que comenzó hace unos dos mil años, son la conciencia emocional, el pensamiento intuitivo y el dualismo. El símbolo de Piscis —dos peces que nadan en sentido opuesto— representa elecciones y procesos mentales complejos. Bajo la conciencia tribal, los individuos dejaban, y siguen haciéndolo, que la tribu tomara importantes decisiones en su lugar, desde la elección del cónyuge hasta el trabajo. La capacidad de decisión individual, que comenzó a ser relevante durante la era de Piscis, marcó un nuevo paradigma, y con ella apareció un nuevo sistema perceptual: el poder individual.
A fin de gestionar esto nuevo poder individual bajo Piscis, los límittís que determinan la vida emocional y mental del individuo fueron establecidos con una precisión sin precedentes. La cultura global asumió esos limites y definiciones de los papeles individuales y colectivos. Hoy en día, muchos de nosotros consideramos esas definiciones meros estereotipos, pero siguen siendo potentes, tanto individual como globalmente. Algunos de esos límites se resumen en !as dos columnas siguientes:

                   ENERGÍA .MASCULINA                    ENERGÍA FEMENINA

                      Cultura occidental                                    Cultura oriental
                      Poder del Estado                                     Poder de la Iglesia
                      Ciencia                                                    Religión
                      Progenitor                                                Hijo
                      Razón                                                      Intuición
                      Mente                                                      Corazón
                      Cuerpo                                                    Alma
                      Agresividad                                             Pasividad
                      Control externo                                       Control interno
                      Independencia                                         Dependencia


Durante la era de Piscis, la evolución humana inició un largo trayecto desde la mentalidad tribal hacia el desarrollo del yo, que permitió a los individuos formarse una identidad propia mientras que, hasta cierto punto, se mantenía la influencia tribal. La cultura de la era de Piscis también potenció el desarrollo de todo cuanto el yo era capaz de descubrir, concretamente la ciencia y la medicina. El énfasis en el desarrollo de la inteligencia se convirtió en el arma principal contra el núcleo supersticioso de la visión tribal y, finalmente, condujo a la Ilustración y a la presente cultura secular. Gracias a la energía de la era de Piscis, la razón y la energía emocional tuvieron mayores posibilidades de desarrollarse.
El concepto de amor occidental también nació bajo Piséis: desde el amor cortesano hasta la noción de que la gente es libre para casarse con la persona que ama en lugar de someterse a un matrimonio concertado por las autoridades tribales, (Incluso hoy en día, sin embargo, en muchas culturas tribales, se da por sentado que la tribu elige al compañero o compañera de sus miembros.) La historia de Romeo y Julieta se convirtió en el drama arquetípico del deseo del individuo de satisfacer sus necesidades emocionales aun contra los usos y costumbres tribales y familiares. Sobre todo durante los últimos siglos, la era de Piséis ha traspasado la autoridad que detentaba la tribu a la mente y el corazón de la humanidad.
La historia de la cultura occidental bajo Piscis simboliza el desarrollo paso a paso del poder de la decisión individual, la cual dio el salto más espectacular durante el Renacimiento, cuando el talento de los artistas individuales fue más allá de las «escuelas tribales», o talleres de los maestros. Los precursores de este salto fueron Miguel Ángel, Rafael y Leonardo da Vinci, quienes representaron un cambio en el poder, ya que el artista firmaba su obra con su nombre en vez de hacerlo con el nombre de la escuela para la que pintaba o de dejarla sin firmar en un gesto de inmersión en las aguas del talento tribal. Había nacido el yo en tanto que artista, autor o músico, o las tres cosas.
La cultura oriental se inició en este nuevo tipo de energía a partir del nacimiento de Gautama Buda. Buda nació hacia el 500 a. C., cuando había transcurrido aproximadamente tres cuartas partes de la era de Aries, pero el desarrollo del budismo se produjo en tres períodos distintos, de los cuales sólo el primero compartía ciertas características con la energía de Aries. La primera época, o «vuelta de la rueda» según la jerga budista, se conoce como budismo Theravada o Hinayana. y dominó los primeros quinientos años de budismo. La doctrina budista Theravada se caracterizaba por la renunciación a todos los bienes materiales y una vida de estricta separación de todo lazo humano. Esta estricta disciplina, que reflejaba los elementos de fuego de Aries, y la ley y el orden de la época, sólo reconocía las necesidades emocionales como obstáculos contra el estar en el presente.
Al inicio de la era de Piscis, la tradición budista experimentó una gran revolución -—podríamos llamarla una revolución pisciana— y dio paso a la segunda vuelta de la rueda, conocida como la tradición Mahayana. El budismo comenzó a centrarse en la compasión desarrollando el concepto de budhisuttva, el individuo iluminado que se promete no descansar hasta que todos los otros seres hayan alcanzado también la iluminación. Aunque la doctrina Theravada insistía en que sólo los monjes varones podían alcanzar la iluminación y el nirvana, la Mahayana admitía que los laicas y las mujeres también podía llegar a esos niveles. La tercera vuelta de la rueda, conocida como Vajrayana, ampliaba la orientación compasiva de Mahayana, añadiendo unas técnicas espirituales más avanzadas y complejas con el fin de acelerar el proceso hacia la iluminación de todos los seres. De todas las tradiciones budistas, la Mahayana es la más difundida en la actualidad.
Las enseñanzas de Ruda socavaron la mentalidad de supervivencia tribal de la era de Aries al hacer hincapié en que el intento de proteger el yo mediante la violencia, y la acumulación de bienes materiales conduce al sufrimiento. Antes de la era de Piscis, la humanidad no se había preocupado emociona I mente de otros individuos que no fueran miembros de sangro de la tribu, y la supervivencia física constituía el principal objetivo. Buda aportó a la humanidad unas lecciones más elaboradas de desarrollo personal o poder individual. Esto representó el siguiente paso de la evolución espiritual, aunque las enseñanzas budistas tuvieran que aguardar hasta la segunda vuelta de la rueda, al comienzo de la era de Piscis, para alcanzar su total orientación hacia los demás. Desde el punto de vista de la conciencia humana, el desarrollo de la compasión hacia seres que no fueran miembros de sangre de la tribu marcó un incremento del valor global de la vida.
La era cristiana abrió el corazón de la humanidad. A tal fin, Jesús de Nazaret procuró un nuevo vocabulario emocional al hablar de amor, fraternidad, bondad y perdón; unas lecciones del corazón que todo individuo debe aprender. La relación eme mantenía Jesús con su «Padre» en el cielo introdujo en la cultura israelita un nivel de intimidad con Dios sin precedentes. Bajo la conciencia tribal, uno jamás se hubiera atrevido a dirigirse a Dios por el apelativo de «Padre», y mucho menos «Papá», como cabe traducir el término arameo de “Abbá” que utilizaba Jesús. Dando por descontado que Dios se ocupaba amorosamente de todos los aspectos de la vida personal del individuo, Jesús inició la relación de padre a hijo entre la humanidad y el cielo, y proporcionó a los individuos el medio de establecer una unión más estrecha con lo Divino. Con el tiempo, María, la Madre de Dios, se convirtió en la versión cristiana de la «Diosa Madre Divina».
La crucifixión y muerte de Jesús introdujo dos temas importantes de la era de Piscis: la compasión hacia todos los seres, incluso hacia los que no pertenezcan a la tribu, y el perdón. Uno de los mayores esfuerzos que deben realizarse durante el proceso de curación es el de perdonarse a uno mismo y a los demás, y dejar de malgastar una preciosa energía en males pasados. Más que ningún otro maestro, Jesús sintetiza el progreso espiritual por medio de las palabras que dijo en la cruz refiriéndose a sus asesinos: «Perdónalos, Padre, pues no saben lo que hacen.»
No obstante, aunque el cristianismo forma parte de la conciencia humana desde hace siglos, todavía no hornos aprendido a perdonar. En parte el motivo de esta incapacidad reside en que, aunque aceptamos el concepto de perdón intelectualmente, nuestra naturaleza emocional lo rechaza porque se halla en clara contradicción con nuestra conciencia tribal residual. En cierto sentido, d perdón parece ¡r contra nuestro sentido de justicia, como si dijéramos a alguien que nos ha lastimado: «No te preocupes, lo que me has hecho no tiene importancia.» Creemos que cualquier delito cometido contra nuestra persona debe ser castigado, o que nosotros mismos debemos ser castigados por nuestras faltas, malos pensamientos o actitudes negativas. Este sentimiento de ofensa no sólo demuestra que no hemos comprendido el significado fiel perdón y su importancia en nuestra evolución espiritual, sino que tampoco hemos entendido su importancia a la hora de sanar.
El otro tema es la elección, posiblemente el único poder que realmente tenemos. Las elecciones que hacernos durante nuestra vida constituyen nuestras marcas características, tanto en la dimensión física como energética. Bajo la conciencia tribal, nuestro poder de elegir está controlado por las percepciones del grupo. Vemos lo que ve el grupo, creemos lo que cree el grupo, amamos lo que ama el grupo y odiamos lo que odia el grupo. Aunque eso nos procura una sensación de seguridad, inhibe el desarrollo de nuestra capacidad de pensar por nosotros mismos.
Jesús, durante su vida, encarnó el poder de la elección, tal como nos muestra el Nuevo Testamento, al desafiar a los mayores tribales de su fe y ofrecer a la gente un enfoque alternativo de Dios, de el la misma y de las crisis que se producen en la vida. La víspera de su muerte, Jesús se dirigió al huerto de Getsemaní para orar con sus discípulos. Cuando sus discípulos cayeron en un sueño profundo, Jesús rogó a Dios: “Abbá” ¡Padre, todo te es posible: aparta de mí este cáliz! Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú» (Marcos, 14: 36).
En esa profunda plegaria, Jesús eligió conscientemente aceptar su destino. Renunció a ejercer su voluntad, sometiéndose no a la tribu sino a la voluntad de Dios en un acto que simboliza la confianza absoluta en la razón divina. Al aceptar su muerte, la decisión de crucificarlo, que al día siguiente tomarían las autoridades, fue tomada en aquellos momentos entre Jesús y Dios. La mentalidad tribal no participó en esa decisión, aunque quienes asistieran a su crucifixión creyeran que las tribus romana y palestina eran las responsables de la muerte de Jesús.
Cuando Judas vendió la información sobre el paradero de Jesús por treinta monedas de plata —la traición más célebre de la cultura occidental—, ese acto simbolizó el poder tribal: la utilización de dinero y fuerza física. Durante el juicio que se celebró posteriormente, ni Herodes ni Poncio Pilato lograron que Jesús se comportara conforme a los cánones tribales. Jesús se negó a defenderse, a proclamar su inocencia y a pactar. Y, lo que resulta aún más significativo, no se mostró atemorizado ni desorientado; eran los otros quienes estaban perplejos. Jesús informó a los mayores tribales que no tenían poder alguno sobre los hechos que se desarrollaban. En cada detalle de su juicio, Jesús respondió de forma que dejó perpleja a la tribu, demostrando que todos tenemos la opción de elegir, incluso en las circunstancias más adversas.
Todos los hechos que condujeron a la muerte de Jesús constituyen una celebración del poder de elección, representado por toda su trayectoria vital y, en particular, por su elección de perdonar a sus verdugos en lugar de vengarse de ellos. Su elección más importante se produjo poco después, cuando eligió el momento de su muerte al decir: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.»
La vida de Jesús, y la de Buda, significa que debemos evolucionar inevitablemente más allá del nivel de conciencia tribal. Desde la perspectiva de la cultura de Piscis, el acto de Judas representa no una traición sino el fin de una relación con un nivel de conciencia anterior, que a Jesús le es ajeno. Una parte del mensaje de Jesús nos muestra cómo responder a la señal de que debemos buscar un nivel de conciencia superior: sometiéndonos a la voluntad de Dios.
En nuestra vida, cuando llega el momento en que debemos superar viejos conceptos y renunciar a unas percepciones que impiden nuestro desarrollo, con frecuencia interpretamos la señal cíe «recoger nuestras cosas y marcharnos» como una traición: e! beso de Judas. Podemos trabajar durante años para una empresa, convencidos de que ésta nos proporcionará una pensión de jubilación, y encontrarnos de pronto de patitas en la calle debido a un recorte de personal. Podemos casarnos, convencidos de que pasaremos el resto de nuestra vida con nuestro cónyuge, y descubrir al cabo de veinte años que éste o ésta se ha enamorado de otra persona.
Desde el punto de vista tribal, esos actos son traiciones. Mientras los consideremos traiciones, tardaremos años en recuperarnos y habremos malgastado una gran cantidad de energía. Pero si aprendemos a contemplarlos simbólicamente (como en los capítulos siguientes), veremos que constituyen la señal de que debemos desprendernos de las creencias pertenecientes a la mentalidad tribal y evolucionar hacia el próximo estadio de conciencia.
Cuando dejamos atrás la conciencia tribal, en muchos casos, por no decir siempre, podemos elegir tomar «el camino de la sabiduría». Todas las señales nos indican que ha llegado el momento de desprendernos de viejos conceptos y avanzar. Quienes presten atención a esas señales deberán hacer frente a sus propios desafíos, pero, con frecuencia, debido al temor que nos infunde el cambio, la mayoría de nosotros permanecemos aferrados a situaciones y relaciones que, esencialmente, han concluido. Es posible que usted experimente el deseo de abandonar su trabajo, pero aunque ese deseo se intensifique, prefiere hacer caso omiso de él porque sólo estaría dispuesto a realizar el cambio si supiera que le aguarda un trabajo más satisfactorio y mejor remunerado. A medida que se acumula la tensión en su interior, usted lucha contra ese deseo oponiendo toda una serie de excusas. «No es el momento adecuado», se dice, o «con el tiempo mi situación laboral mejorará». Pero transcurren los meses y lo único que cambia es su humor, que se va agriando, no sólo debido a su trabajo, sino a la rabia que siente hacia sí mismo por no haber tenido el valor de remediar la situación.
Entonces, la siguiente fase de su vida no tiene otra alternativa que manifestarse en «el camino de la amargura». Es comparable a las consecuencias de no acudir al dentista cuando nos duele una muela porque no queremos soportar un pequeño dolor y e] coste de resolver una caries: acabamos teniendo que someternos a! proceso más doloroso y costoso cié reemplazar la muela. Cuando el asunto es dejar su trabajo, es probable que las consecuencias se manifiesten como una enfermedad (por lo general una dolencia crónica, como jaquecas persistentes o unaúl-cera) o como lo que percibimos como una traición, es decir, que nos despidan de la empresa.
El temor de abandonar un trabajo o afrontar un matrimonio en crisis es, en realidad, miedo a hacernos cargo de nuestra vida. En lugar cié comprender que ha llegado el momento de plantarle cara al temor y dejar nuestro trabajo, la mayoría de nosotros evitamos enfrentarnos al temor hasta que una experiencia nos obliga a mirarnos cara a cara a nosotros mismos. Es posible que usted, por ejemplo, se resista a abandonar un matrimonio que se ha convertido en algo contraproducente y espiritual mente nocivo, para acabar descubriendo que su cónyuge ha hecho algo—como tener una aventura sentimental—que precipita el divorcio, pese a todos los esfuerzos que haga usted por evitarlo. En caso de que el estrés se agrave, corre usted el riesgo de contraer una enfermedad debilitante o mortal. O quizá tenga peor suerte y siga envejeciendo en medio de lo que Thoreau denominaba «una vida de silenciosa desesperación», sin llevar a cabo las tareas difíciles ni dejar que se cumpla su propósito espiritual.
Cuando se sienta traicionado, examine la cuestión con detenimiento para ver si no se trata de una «invitación divina» a desprenderse de su viejo bagaje y descubrir nuevos horizontes.' lodos hemos sufrido traiciones, pero, contempladas a través de la lente de una conciencia superior, las vemos como potentes puntos de infk'xión en nuestra vida que nos permiten alcanzar nuevas formas de poder: el poder del individuo. Desde esa óptica, las palabras de Jesús,” perdónalos porque no saben lo que hacen”, adquieren un significado especial. Reflexione sobre la posibilidad de que usted ya haya decidido, en su huerto de Getsemani persona], que debe avanzar, pero necesita un pequeño impulso inicial. Las personas que usted cree, desde un punto de vista tribal, que han cometido una traición, en realidad están poniendo en marcha un pacto que usted ya ha hecho con Dios. ¿Cómo puede usted enfurecerse con unos mensajeros del Señor? Usted no tiene nada que perdonarles, pues no le han perjudicado en absoluto.
Tanto Jesús como Buda desempeñaron un papel decisivo a la hora de dar forma a la faz pisciana de Dios, permitiendo a la humanidad contemplara un ser muy superior al burdo Señor que habían conocido bajo Aries. El budismo convirtió la compasión en una extensión de lo Divino que anida en nosotros, y nos ofreció un camino medíante el cual podíamos llegar a formar parte cié la apacible naturaleza del universo. Jesús introdujo una figura paterna cuya «personalidad», amable, compasiva y solícita, representa la esencia del cuarto chackra, el centro y corazón del cuerpo.
El que emprendamos nuestro viaje personal en el budismo, el cristianismo, otra religión o ninguna carece de importancia. Al final todos seremos conducidos a lo largo de un sendero de evolución interna que nos haga percatarnos de nuestros errores y nos ofrezca la oportunidad de utilizar el poder individual cíe la elección. Tenga presente que este despertarse hallará en conflicto con el poder de la mentalidad tribal, tanto dentro como en derredor suyo, puesto que la tribu no fomenta la independencia y la conciencia individual.
Si los peces nadando en sentidos opuestos, que simbolizan el signo de Piscis, representan opciones y elección, también representan polaridad y confrontación. Cuando Piscis adquirió pujanza, durante la última parte del segundo milenio, una gigantesca ola de revoluciones se extendió por el planeta. Aquellos que se pronunciaban a favor del derecho de los individuos desafiaron la autoridad tribal. Emergieron naciones enteras, entre ellas Estados Unidos, que aspiraban a convertirse en puertos seguros para los individuos que buscaran la libertad de expresión política y religiosa. Cuando Piscis entró en sus dos últimos siglos, comenzó la revolución industrial y, con ésta, la creencia de que cualquier «ser» individual podía hacerse rico, desmintiendo la antigua creencia tribal de que uno «nacía» rico y poderoso.
La influencia de Piscis ha impulsado a la humanidad a desarrollar el poder asociado con el cuarto, quinto, sexto y séptimo chakras. Si el poder de Aries es tribal y se orienta hacia el exterior, alineado con la energía de nuestros tres primeros chakras, la energía de Piscis se dirige hacia nuestro ser interior. Los chakras situados entre el cuarto y el séptimo lugar se equiparan a la energía de Piscis: el corazón, la voluntad y la elección, la mente y la vida espiritual. Con anterioridad a la era pisciana, las energías asociadas con los cuatro chakras superiores estaban dominadas por el poder de los tres chakras interiores. Ahora, cuando la era de Piscis está a punto de concluir, los chakras superiores funcionan como un sistema perceptual independiente de la mentalidad tribal. En última instancia, nuestras capacidades perceptuales tribales e individuales deben trabajar en armonía. Con todo, cuando las necesidades del corarán van en contra de las necesidades de un grupo al que estamos vinculados, el conflicto puede provocar grandes sufrimientos.

Muchas personas han compartido conmigo su angustia de tener que abandonar la religión en la que había sido educadas para seguir un camino espiritual más satisfactorio. La reacción de sus familias casi siempre es de crítica y temor, a menudo acompañada por la advertencia de que esa persona ha caído bajo la influencia de una secta. Una mujer me explicó que cuando se enamoró de un hombre de otra raza y se fue a vivir con él su familia cortó con ella. Se sentían tan avergonzados de que mi cliente hubiera elegido a un compañero de otra raza que no querían que sus amistades lo averiguaran; les resultaba más fácil romper todo lazo con ella que explicar a la tribu lo que había hecho.
Si esa mujer hubiera escuchado a las autoridades de la tribu, las consecuencias para su yo podrían haber sido desastrosas: desde una depresión a cualquier enfermedad grave. Las formas de angustia emocional y mental que se corresponden con los patrones de estrés de los cuatro chakras superiores comprenden la depresión y la esquizofrenia, la incapacidad de perdonarse uno mismo y a los demás, el sentimiento de culpabilidad por haber «traicionado» a la tribu y una serie de crisis espirituales causadas por la ruptura con las tradiciones tribales, y entre ellas la religión tribal.
La localización física de una enfermedad no indica necesariamente el chakra a través del cual el cuerpo pierde energía; el cáncer de mama, por ejemplo, no siempre indica un trastorno del cuarto chakra. En la mayoría de enfermedades, la pérdida de energía comienza «por debajo de la cintura», en el área tribal; esa pérdida de energía inicia! puede entonces desencadenar unos trastornos personales y emocionales que se alinean con el cuarto chakra.
Un excelente ejemplo de la transición irrevocable de poder tribal a poder individual es lo que ocurrió en Estados Unidos durante la guerra de Vietnam. Cuando una nación declara la guerra a otra, la suposición tribal es que la nación está de acuerdo con esa declaración de guerra y que, con la excepción de unos pocos, la apoyará con todas sus fuerzas. Las autoridades tribales confían en esta lealtad, y, cuando se les da, resulta impresionante, como demostraron las iniciativas de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Pero cuando el conflicto bélico de Vietnam se convirtió en un tema que acaparaba la atención de toda la nación, la energía de Piscis había alcanzado su cenit, líe! mismo modo que el resplandor de una bombilla se intensifica poco antes de agotarse, había llegado el momento cíe que se produjera la última expresión de poder individual antes de ser superado por el poder simbólico.
Durante los años sesenta, el poder del individuo se activó como nunca antes, con decenas de miles de personas que se oponían a la guerra tribal y, lo que es más importante, se negaban a reconocer a los nor.-vietnamitas como enemigos. Esa acción hizo que disminuyera sensiblemente el poder tribal; a partir de entonces esta nación no ha vuelto a pisar un terreno tribal cómodo y seguro con respecto a la guerra. Cuando estalló la guerra del Golfo, el Gobierno estadounidense tuvo que asegurar a la opinión pública que su participación en la guerra casi no supondría la pérdida de vidas norteamericanas y que apenas tendría impacto en la economía, es decir, que no se necesitaría un «sacrificio» para ganar. Hoy en día, nuestras autoridades tribales están más ocupadas en mantener la paz que en enviar a los jóvenes al frente. Lejos de tener un valor político para nuestros líderes, la guerra se ha convertido en una baza negativa. Sin embargo, otras naciones se hallan aún divididas internamente por guerras tribales, y se usa la brutal supresión de los derechos civiles y religiosos del individuo para batallar contra la energía democratiza dora de Piscis.

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