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lunes, 30 de noviembre de 2009

LA MEDICINA DE LA ENERGIA: La era de Acuario: poder simbólico


Al igual que la mentalidad tribal no ha desaparecido por completo en la era de Piscis, la mentalidad pisciana seguirá manifestándose en la era de Acuario. No obstante, a fines de los años cincuenta y principios de los años sesenta ocurrieron dos hechos que representaron un cambio en la mentalidad global y concedieron a millones de personas la autorización divina para recorrer sendas espirituales que con anterioridad les habían estado vedadas. En 1959, la invasión del Tíbet por parte de los comunistas chinos obligó al Dalai Lama a huir de su país natal y afincarse en la India, donde sigue viviendo (aunque se ha convertí do en una figura activa por todo el mundo). Tres años más tarde, el papa Juan XXIII convocó un sínodo de obispos en el Concilio Vaticano II, durante el cual los dirigentes eclesiásticos se afanaron en poner a la Iglesia católica a la altura de la era moderna. Sí se contemplan esos hechos por separado, no se descubre un paralelismo inmediato entre ellos. Pero observados conjuntamente, y desde un punto de vista simbólico, esos dos hechos representan una infusión cié espiritualidad mística en la vida moderna y marcaron el comienzo de la fusión de las tradiciones espirituales de Oriente y Occidente.
Cuando miles de monjes budistas del Tíbet tuvieron que recurrir al mundo exterior en busca de apoyo, muchos ofrecieron a cambio el extraordinario tesoro de escritos y enseñanzas que conservaban en sus monasterios. Asimismo, una de las inesperadas consecuencias del Concilio Vaticano II fue que un gran número de religiosos católicos, tai vez desilusionados con la liberalización de las normas llevada a cabo por el concilio, abandonaron sus órdenes religiosas y regresaron a la vida laica. Muchos de esos sacerdotes, monjes y monjas habían cursado estudios avanzados en teología y habían tenido acceso a las obras y enseñanzas de las grandes místicos cristianos, desde los Padres del Desiervo hasta Hildegard von Bingen, Meister Eckhart, Teresa de Avila y san Juan de la Cruz. Al reinsertarse en la vida de la sociedad occidental llevaron consigo esas enseñanzas, las cuales di fundieron hasta un extremo que quizás habría sido impensable de haber permanecido esos sacerdotes y monjas enclaustrados en sus monasterios.
Como consecuencia de esos hechos al parecer independientes entre sí, la gente tuvo acceso a las doctrinas místicas de las tradiciones espirituales de Oriente y Occidente. A mediados de los años sesenta, este proceso se aceleró cuando Estados Unidos decidió suprimir las barreras a la inmigración que había erigido en 1917. Una oleada de maestros hindúes llegó a nuestras costas al mismo tiempo que el espíritu de liberación invadía el país y volvía la mente de los norteamericanos más receptiva al poder de sus enseñanzas. Asimismo, las iglesias cristianas experimentaron una revolución interna cuando las mujeres comenzaron a reclamar el derecho de ser ordenadas sacerdotes y ministros, y los laicos a exigir una mayor participación en los ritos y toma de decisiones de la iglesia. Esta apertura en la estructura de la autoridad clerical había comenzada hacía siglos con la Reforma protestante; poco después, el movimiento de reforma dentro del judaismo tuvo un efecto análogo sobre un gran número de judíos. Sin embargo, en Occidente, el misticismo había permanecido por lo general apartado de la conciencia popular. Esa situación cambió de forma radical.
Puede que la religión siga siendo esencialmente tri-hal, pero en la transición de la era de Piséis a la de Acuario comienza a funcionar de forma mucho más consciente y con una libertad individual sin precedentes. La espiritualidad moderna, con su conexión más íntima con Dios, ha inspirado una pasión interna que va más allá de los límites de la religión ortodoxa. A medida que la religión institucional pierde terreno, la espiritualidad se acrecienta; una espiritualidad más universalista en su orientación que las doctrinas que la precedieron. La Nueva Era ha demostrado estar abierta a multitud de tradiciones y prácticas espirituales, e, incluso dentro de las religiones ortodoxas, se ha acelerado la tendencia hacia el ecumenismo, la aceptación de otros caminos y otras tradiciones igualmente válidas y dignas de respeto.
Mediante este cambio de orientación, la palabra conciencia ha adquirido el significado de búsqueda de unos profundos conocimientos místicos, combinados con la racionalidad y la libertad. Armada con un vocabulario que antes estaba reservado a los monjes y a los místicos, la cultura occidental ha derribado las fronteras de la religión y se ha lanzado de lleno a los dominios de lo sagrado. No sólo queremos saber sobre la doctrina Kundalmi, la reencarnación, la meditación y el éxtasis espiritual, sino que queremos vivir esas experiencias. Queremos que el poder de esas doctrinas espirituales activen nuestro tejido celular; queremos sentir la presencia de Dios en nuestro cuerpo y en nuestra mente. Queremos tener contacto físico con la Divino, y alcanzar el mismo nivel de proximidad que antaño habían gozada los santas y los místicos de las grandes tradiciones.
Al tiempo que se producían esos cambios en la espiritualidad y la religión, nosotros experimentamos lo que yo llamo un implante de mente global. Una nueva percepción se había impuesto en la conciencia humana, una percepción característica de la energía de Acuario: la idea de que podemos crear nuestra realidad. Esta noción inspiró una nueva visión de la capacidad del poder humano que afectó a todas las facetas de la vida. Tal como hemos visto en el capítulo 1, el corolario de esa idea es la creencia de que podemos crear nuestra salud y propiciar nuestra curación. Esta percepción es característica de la energía de Acuario porque Acuario es un signo de aire, y el aire es el elemento astrológico asociado con la mente: una renovación de ideas y pensamiento.

Si la energía pisciana, simbolizada por dos peces que nadan en sentido opuesto, representa la separación de fuerzas, la energía de Acuario se halla en la base del holismo, la necesidad de unir a grupos de personas además de a grupos de pensamiento. La conciencia de Acuario es holista por naturaleza, esto es, hace que la gente contemple la vida a través de la lente de la unidad en lugar de la lente de la diversidad y la división. El holismo, una palabra acuñada por el estadista surafricano Jan Christian Smuts en 1926, refleja el antiguo principio de que «todo es uno», y nos enseña que no podemos regenerar una parte del organismo sin tratarlo en su totalidad. Así, el movimiento holista intenta curar la enfermedad, no tratando los síntomas, sino todo el organismo, con dieta, ejercicio y muchos otros tratamientos complementarios. A medida que nos aproximamos ala era de Acuario, esos principios han comenzado a penetrar en la medicina ortodoxa.
La energía de Acuario nos lleva a modificar cada aspecto de nuestra vida, en especial si hemos desarrollado una excesiva dependencia de lo que nos resulta conocido y familiar, y a investigar cada lugar inexplorado que hallemos, sobre todo en nuestro interior. La energía de Acuario nos impulsa a explorar nuestro ser “superior”, la parte de nosotros que está más allá de los límites de nuestro cuerpo y del ritmo cotidiano de la vida. Representa una energía capaz de elevar la percepción humana y convertirla en una visión simbólica. Esta energía nos llena de la sensación de que somos unos seres exquisitamente creativos, dotados de unos recursos internos lo bastante potentes para curar enfermedades que, hasta ahora, se consideraban incurables y a desafiar la velocidad a la que envejecemos.
A medida que la energía de Acuario empezó a dejarse sentir en los años sesenta, inspiró una revolución social masiva. Puesto que no sabíamos cómo utilizar este poder internamente, lo utilizamos externamente, en forma de la revolución sexual, el movimiento feminista, los moví» míenlos de los derechos civiles y anti-bélicos, la cernirá» cultura, la cultura de las drogas, etc., y se desarrolló muí voz que, en última instancia, se convirtió en la revolución psico-espiritual. La gente ansiaba romper con todo lo convencional, con todo cuanto mantuviera las viejas atadura* en corno a la mente y el corazón. Era el inicio de una transición del Homo sapiens al Homo noeticus, de seres cuyas percepciones están controladas por los cinco sentidos a seres cuyas percepciones se basan en el conocimiento y !¡i visión espiritual.
Así como durante las eras astrológicas de Aries y Piscis cada «na introdujo una nueva fase de conciencia en la experiencia humana (tribal e individual), la era de Acuario está introduciendo un sistema de creencias esencialmente holista, basado en la unidad de las interpretaciones físicas, emocionales, psicológicas y simbólicas. Más allá de su capacidad de inspirarnos a enfocar la solución de problemas de modo distinto, la conciencia holista activa nuestra capacidad de contemplar los hechos en términos simbólicos, en lugar de verlos de forma personal. La energía de Acuario es más lógica y sistemática que el poder emocional pisciano. Esto no significa que no sea emocional, sino que aborda la resolución de problemas de forma práctica. Como su naturaleza está orientada hada la búsqueda de soluciones, la energía de Acuario se siente atraída hacia las causas humanitarias y las crisis de [os desfavorecidos. Las numerosas cansas que han aparecido en aras de grupos sociales que carecen de igualdad de derechos durante los últimos treinta años demuestran que la energía de Acuario ha penetrado en todas las capas de la sociedad.
Acuario es el signo que rige la electricidad, y la electricidad es energía. El símbolo de Acuario es el aguador, y el agua es un conductor natural de la energía eléctrica. Simbólicamente, los impulsos de Acuario nos están haciendo comprender el papel que la energía desempeña en nuestra vida: cómo colabora con nuestra anatomía física, que qué forma su carencia puede causarnos enfermedad y cómo puede curarnos.
Estamos empezando a vernos como sistemas energéticos, y deseamos comprender cómo estos sistemas están relacionados con todas las oirás formas de vida.
El próximo milenio ha sido etiquetado como «la era de la información» debido a nuestra creciente dependencia de la transmisión de ésta. Pero información, en el sentido de transmisión de datos, no es sino otra palabra convencional que significa energía. El Internet, el correo electrónico, el fax, la televisión por cable y por satélite contribuyen a la auténtica unificación de nuestra comunidad global, según la frase feli?, de Marshall McLuhan, «la aldea global». Es perfectamente lógico que una de las primeras prioridades del Gobierno chino, en su intento de controlar la población, sea restringir el acceso a la World Wide Web. No es preciso que uno crea en la Nueva era para comprobar que el poder está pasando de ser una fuerza física a ser poder de pensamiento y energía, la esencia de una sociedad computerizada.
Durante las sesiones de lecturas intuitivas que realizaba a finales de los años ochenta, noté que percibía información de una naturaleza más simbólica que la de la información que estaba acostumbrada a evaluar. Al cabo de un tiempo, me percaté de que había tomado contacto con un octavo chackra, el cual trascendía el cuerpo propiamente dicho. El octavo chackra contiene el perfil de las influencias arquetípicas que forma parte de la evolución espiritual de una persona y de sus experiencias cotidianas. (Véase el capítulo 7.)
A medida que trabajaba con esa información arquetípica, comprendí que la visión simbólica constituye la esencia, la energía de Acuario. Nuestra dimensión inconsciente parecía desear salir y mostrarse. Los pactos arquetípicos a los que nos comprometemos antes de encaramos —a los que Hamo nuestros Contratos Sagrados— nos situaban, al parecer, en una posición que nos permitía sanar más rápidamente que con cualquier otro instrumento con el que me hubiera encontrado hasta entonces. Esto contribuía a explicar por qué, durante los últimos treinta años, numerosos psicólogos, muchos de ellos inspirándose en la obra de Carl Jung, han llevado a cabo importantes investigaciones sobre arquetipos. Al tomar contacto con la región arquetipica, habíamos adquirido el lenguaje mediante el cual podíamos llevar hasta la conciencia psíquica esa región del inconsciente que está entrelazada en los patrones cotidianos de nuestra vida. El «niño», el «sanador herido», el «guerrero», la «¡mujer salvaje» y el «héroe», por ejemplo, son irnos pocos de los numerosos arquetipos que hemos introducido en el área terapéutica para usar como «voces» que ayudan a comprender la coreografía simbólica que se oculta tras los problemas tísicos.
Las percepciones simbólicas nos permiten darnos cuenta de que el auténtico significado de una crisis reside en mostrarnos lo que debemos aprender sobre nosotros mismos. Culpar a los otros participantes en nuestro drama por enseñarnos lo que debemos aprender es el colmo de la estupidez. Si, por ejemplo, debo aprender cómo me sentiría si alguien me robara el bolso, cualquiera que sea capaz de robármelo actúa como mi maestro. Pasarse la vida odiando a un determinado «maestro» —esperando el momento en que yo pueda castigar al ladrón o hacer que se sienta culpable por los años de angustia que me ha hecho pasar— interferirá con mi proceso de aprendizaje. Nadie ha comprendido este principio mejor que el Dalai Lama, quien ha dicho reiteradamente que está agradecido a los chinos por obligarle a exiliarse, pues esa experiencia le ha enseñado el valor de la compasión. (Dado que la diáspora tibetana ha enriquecido a Occidente con una extraordinaria afluencia de magníficos maestros dispuestos a compartir sus conocimientos místicos, nosotros también deberíamos sentirnos agradecidos.) El Dalai Lama nunca (dijo que China tuviera razón al hacer lo que hizo, y nunca ha dejado de luchar denodadamente en favor de la liberación del Tíbet del gobierno comunista. Ambas actitudes —la gratitud y la lucha contra la injusticia— no son mutuamente excluyentes.
El trabajar con la visión simbólica es una de las técnicas más eficaces que podemos desarrollar, pues nos proporciona «fuerza perceptual». Nos adentramos en un estado de conciencia más objetivo, que nos permite interpretar los acontecimientos de nuestra vida como desafíos espirituales que potenciarán nuestro desarrollo. Esto es especialmente cierto de las enfermedades, tal como veremos en el capítulo 6. Aunque muchas de las lecciones de la vida son tremendamente dolorosas, básicamente son positivas. La capacidad de contemplar una crisis al margen de sus detalles físicos requiere aceptar los acontecimientos y estar dispuesto a «¡agarrar nuestras cosas y marcharnos». Cuantío uno comienza a caminar de nuevo, concretamente a rravés de la región simbólica, está más cerca de curarse y no vuelve a utilizar técnicas perceptual es ordinarias.
Bajo la influencia de la energía de Acuario, construimos un nuevo modelo de salud. Lo ampliamos más allá de la definición pisciana de «ausencia de enfermedad física», pues comprendemos que la salud incluye nuestros pensamientos, ocupaciones, relaciones, filosofía de la vida, prácticas espirituales y mucho más. El modelo que propone Acuario no mide la salud tan sólo por el nivel al que funciona nuestro cuerpo, sino según la manera en que gestionamos toda nuestra energía. Desde esa perspectiva, uno puede estar físicamente limitado pero muy sano, como el actor Christopher Reeve, quien al aceptar su tragedia física ha conseguido liberar su espíritu y convertirse en fuente de inspiración para mucha gente.
En línea con el holismo de Acuario, hemos constatado que no somos la única forma de vida consciente que existe en este planeta. En unos aspectos que aún no comprendemos del todo, estamos vinculados energéticamente a todas las otras formas de vida, ya sea animal, insecto, planta o microbio. A medida que ampliamos nuestras investigaciones en los dominios de la energía, descubrimos que nuestra salud personal se ve influida por las ondas vibratorias que emite nuestra sociedad global y su medio. Lamentablemente, hace tiempo que desaprovechamos la oportunidad de tomar «el camino de la sabiduría» a la hora de resolver los problemas medioambientales. Estamos destinados, en cuanto comunidad global, a tomar «el camino de la amargura», en el que nos veremos obligados a modificar muchos de nuestros hábitos a fin de prevenir desastres globales del medio ambiente, la economía y la salud.
Desde una perspectiva simbólica, estas crisis y los cambios a los que nos obligarán marcarán el final del actual patrón pisciano de padre e hijo y la aparición del sistema de cooperación acuariano. Asistimos al final de la dependencia del gobierno por parte del individuo, tipificado por nuestros nuevos criterios sobre el sistema estadounidense de subsidios, seguridad social y programas de atención sanitaria. Incluso comenzamos a vislumbrar unos indicios halagüeños de que la fascinación pisciana por los medicamentos químicos —que generó el mito de que la ciencia posee las claves de todos los misterios físicos— también ha llegado a su fin. En su lugar ha aparecido un modelo acuariano que contempla la salud y la curación como un estilo de vida en el que el tratamiento de las enfermedades comprende todas las facetas de la vida.
Al mismo tiempo, sin embargo, se están introduciendo algunos mitos acuarianos a propósito de la salud que inducen a engaño, entre ellos la creencia de que podemos curar una enfermedad tan sólo con el poder de la mente y que un espíritu sereno es capaz de frenar el envejecimiento. La mente, sin la ayuda del espíritu y las emociones, tiene una influencia limitada sobre el cuerpo. Y aunque la unidad del cuerpo, mente y espíritu puede efectivamente retrasar el deterioro del cuerpo, no se ha demostrado que podamos prevenir unos cambios drásticos en nuestro aspecto físico o su desintegración final.
Al hablar por separado de las eras astrológicas de Aries, Piséis y Acuario e identificar cada una de ellas con una ampliación del alcance de la conciencia humana, es fácil interpretar equivocadamente el desarrollo humano como un proceso estrictamente lineal. La verdad, en especial la verdad espiritual, rara vez es tan sencilla. En ciertos aspectos, las eras poseen una característica cíclica que hace que su curso se asemeje más a una espiral que a una línea recta. La unidad global de la era de Acuario, por ejemplo, refleja la unidad tribal de la era de Aries, si bien con unas consecuencias más positivas. Y esas dos eras reflejan la unidad de la legendaria cultura de la Edad de Oro de la Diosa; cuando la civilización adoraba esencialmente una deidad femenina bajo múltiples manifestaciones, cuando ninguno de los dos sexos ocupaba un lugar dominante, cuando el sistema imperante de interacción social era la asociación y la cooperación. Por motivos que no están claros, esta cultura aparentemente idílica no pudo sobrevivir. Es posible que la humanidad debiera progresar a través de unos ciclos de creación, destrucción y recreación, análogos a los de la cosmología hindú, para llegar a donde hemos llegado hoy.
Sin duda, la humanidad ha cometido numerosos errores a lo largo de este camino, pero no existe error alguno en el esquema general de nuestro desarrollo, Estamos aquí por una razón, y debemos aprender de nuestro pasado colectivo. Una de las cosas más importantes que debemos aprender es a reconocer y trabajar con el poder individual y el simbólico, y dominar el lenguaje de la energía, esto es, hablar en términos de chackras. Asimismo, debemos ser capaces de integrar las tres formas de poder—tribal, individual y simbólico—que se han desarrollado duran telas eras de Aries, Piscis y Acuario, puesto que las tres operan de forma simultánea en nuestro interior. En el próximo capítulo, comentaremos la transición del poder tribal al individual y, por último, al poder simbólico, e identificaremos algunos de los signos mediante los cuales podrá reconocer esta transformación en usted mismo.

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