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lunes, 30 de noviembre de 2009

LA MEDICINA DE LA ENERGIA: LA HERIDA SOCIAL


Los casos como el de esta mujer y el de Jane no son raros. La heridalogía se ha convertido en un fenómeno social que se extiende por todo el mundo, y representa un cambio en la conciencia global. Durante las cuatro últimas décadas, la sociedad americana se ha afanado en sensibilizarse ante la necesidad que tiene la gente de resolver sus traumas, pérdidas y violaciones personales. Nuestra cultura es más consciente délos trastornos emocionales pos-traumáticos, y del impacto de unas
violaciones emocionales y sexuales que, con anterioridad a los años sesenta, eran prácticamente invisibles. La revolución sexual, el movimiento holista y la cultura Terapéutica han logrado que la mente tribal reconozca la magnitud criminal de esas violaciones personales, anteriormente consideradas menos traumáticas que los daños físicos.
Una vez que la mente tribal —el nivel de conciencia social más primitivo, orientado hacia la supervivencia, identificado con la etnicidad, la nacionalidad y la realidad consensual— hubo reconocido las consecuencias psicológicas y emocionales de esas violaciones, reaccionó con la formación de grupos de apoyo para ayudar a las personas heridas emocionalmente con la promulgación de leyes que criminalizaban las violaciones psicológicas y emocionales. Estas y otras medidas terapéuticas eran correctas y muy necesarias.
Pero, seguramente debido a que las heridas emocionales son muy poderosas, las actitudes culturales han ido más allá de la adopción de medidas terapéuticas adecuadas hasta llegar a una híper sensibilización ante las demandas y reivindicaciones de las víctimas. Maestros, médicos, sacerdotes, empresarios e incluso miembros de la familia se ven, de pronto, obligados a andarse con extrema cautela a la hora de tratar con niños o miembros del sexo opuesto, por temor a ser acusados de conducta «impropia».
Yo misma, como organizadora de talleres terapéuticos, recibí un contrata que contenía una cláusula sobre «una nueva política de acoso» en la que se identificaban nueve métodos de conducta reconocidos oficialmente como ofensivos (esto es, causantes de heridas). Esas conductas eran «sutiles y menos sutiles, y van desde contar chistes hasta tocar a otra persona, pasando por una conducta verbal ofensiva y por no informar sobre la conducta ofensiva de otra persona».
Evidentemente, las personas que fueron objeto de abusos sexuales y traumas en su juventud necesitan ayuda para hacer frente a su pasado y valorar sus actos. Pero estos adultos tienen otras alternativas, aparte de asesinar a sus violadores. Este tipo de medidas, aunque bien intencionadas, animan a “buscar” la herida en encuentros sociales y «buscar» la conducta ofensiva en circunstancias totalmente inocentes. Una sacerdote episcopaliana me explicó hace poco que se había llevado un gran disgusto al enterarse de las nuevas medidas adoptadas por su iglesia, que prohíben a los miembros de la parroquia abrazarse.
—Como directora espiritual, con frecuencia toco a mis clientes para infundirles ánimo —dijo—. Ahora no sólo me prohíben tocarlos sino que debo dejar la puerta abierta durante las sesiones de dirección espiritual o confesión, que son totalmente privadas.
Su reacción ante esas medidas fue sacarse el titulo de masajista terapéutica para estar autorizada, por así decirlo, a tocar a sus clientes.
El poder de la herida ha alcanzado también a nuestros tribunales, tal como demostró la incapacidad del ¡lirado para alcanzar un veredicto en el juicio inicial de 1995 contra los hermanos Menéndez. En nuestro afán por crear una sociedad más consciente de los sentimientos de sus miembros, ahora debemos preguntarnos si no habremos animado en exceso a respetar las heridas de los demás. Es frecuente ver a ahogados en televisión excitando a la gente a querellarse contra otros por «daños personales», lo que significa ganar dinero explotando nuestras heridas y nuestra rabia. El mensaje social es que las heridas representan una fuente de ingresos; sanarlas no te reporta ninguna ventaja.
En nuestra cultura mediática, las normas que rigen nuestra vida cambian a gran velocidad. La respuesta cultural a la nueva toma de conciencia sobre las heridas emocionales ha consistido en sensibilizarse hacia ellas, pues toda curación —en el caso de un individuo o de una sociedad— empieza por la identificación de las heridas. Pero esta identificación constituye tan sólo la primera parte de la curación: el proceso de sanar requiere superar el dolor.
No pretendo decir que debamos pasar por alto los efectos de nuestras heridas en nuestra conducta cotidiana. Pero sí debemos evitar recrearnos en traumas pasados, hasta el extremo de agotar las reservas energéticas que posee nuestro cuerpo al utilizar la energía que deberíamos invertir en el presente. El propósito de una «toma de conciencia», según el significado que damos a ese término, es ser conscientes de los sutiles desarrollos energéticos que se producen en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, y obrar en consecuencia.
El desarrollo de esta conciencia psíquica conlleva implicaciones muy variadas con respecto a la manera en que vivimos. El intercambio de ondas vibratorias o energéticas que se produce cuando nos hallamos en el exterior, por ejemplo, es distinto del que se produce cuando estamos dentro de un edificio, o cuando estamos al sol en vez de alejados del sol. Cuando estamos al sol, no sólo sentimos calor y nos bronceamos, sino que un campo de ondas vibratorias se une al nuestro y potencia la calidad de la energía que fluye a través de nuestro cuerpo. Dicho de otro modo, el efecto del sol sobre nuestro sistema energético es semejante a cargar una batería. Desarrollar la conciencia psíquica significa asimilar unos comportamientos que cargan nuestras células energéticas y mantienen nuestra vitalidad.
Por el contrario, citando nos despreocupamos o abusamos de la energía y de la vida, pagamos una deuda energética. Tomar en cuenta un trauma o una tragedia que afecta a otra persona exige de nosotros una respuesta compasiva, puesto que la compasión es una carga de energía que ayuda a la persona que sufre. Si respondemos sin compasión, o nos mostramos indiferentes, contraemos una deuda kármica. Cuando nos percatemos del poder de la energía—constituye el núcleo de la vida, no sólo una medida de vigor— descubriremos el poder contenido en nuestros pensamientos, no sólo con respecto a nosotros mismos sino a los demás.
Una de las historias más impresionantes que he oído jamás en un taller fue relatada poruña mujer que bahía resultado gravemente herida en un accidente de carretera había tenido una experiencia cercana a la muerte. La llamaré Maggie. Maggie sufrió una conmoción tan brutal que abandonó su cuerpo y, mientras flotaba sobre la escena del accidente, oyó las distintas reacciones de los conductores de los coches que iban detrás de ella. Algunos se mostraban profundamente impresionados por el accidente, mientras que otros protestaban, pensando tan sólo en el retraso que e! atasco les iba a causar.
Pero del quinto coche detrás del suyo, Maggie vio brotar un maravilloso remolino de luz que se alzó hacia el éter y luego penetró en su cuerpo. « ¿Qué ocurre?», se preguntó Maggie. Y en aquel instante se encontró sentada jumo a la conductora del quinto coche, que estaba rezando una oración por Maggie. En aquel estado energético, en aquella experiencia cercana a la muerte, Maggie se fijó en la matrícula del coche y la grabó en su memoria. Al cabo de unos momentos penetró de nuevo en su cuerpo y la trasladaron al hospital. Cuando se hubo recuperado del accidente, Maggie localizó a la mujer que había rezado por ella y se presentó en su casa con un ramo de flores para darle las gracias.

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