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lunes, 30 de noviembre de 2009

LA MEDICINA DE LA ENERGIA: Sanar no es un proceso encaminado a resolver sus misterios, sino a aprender a vivir con ellos


La vida está llena de misterios. De hecho, la vida misma es un misterio, un viaje plagado de brumas inesperadas y desvíos hacia mágicos jardines que no sabíamos que cultivaban para nosotros. Preguntarse por qué ocurren los acontecimientos dolorosos o maravillosos de nuestra vida es malgastar energía. Nunca sabremos qué elementos participaron en la creación de esos momentos. En lenguaje psicológico —y divino—, esos acontecimientos están «sobredeterminados»: participan tantos factores, incidentes, fuerzas y energías que es imposible determinar una causa concreta.
Las enfermedades constituyen uno de los misterios más insondables de la vida. ¿Por qué enfermamos? « ¿Porqué me ha ocurrido a mí? ¿Qué he hecho para merecerlo? ¿Lograré salvarme?» Quizá se pregunte usted si la enfermedad está relacionada con una experiencia traumática que sufrió en su infancia o a las toxinas que contaminan el medio ambiente. No pierda el tiempo haciéndose esas preguntas. De momento, concéntrese en recuperar la salud.
Su búsqueda de una razón que explique su enfermedad o su tragedia, será infructuosa. Consuélese depositando su fe en la guía divina. Quizás el propósito de los misterios de nuestra vida sea apartarnos de nuestra dependencia de la razón humana y su limitada capacidad de explicar por qué las cosas son como son, y hacerle aceptar que es la inteligencia divina quien controla nuestra vida. La inteligencia divina opera de formas que no podemos comprender, pero sí podemos entender que no podemos confiar totalmente en nada más. lenga siempre presente que usted está destinado a vivir un misterio, no a resolverlo. Viva con las preguntas que se plantea, pero no permita que éstas dominen su vida, sus pensamientos o sus actos.
Intente renunciar a sus preguntas y deposítelas en manos de lo Divino. Visualice a Dios, a Buda, a María, a Jesús o a Tao sacándole las preguntas de su interior, incorporándolas a su ilimitada energía, alejándolas de usted y de su energía. Siéntase libre de toda preocupación, inundado por un suave resplandor curativo que alcanza cada rincón de su cuerpo y de su mente. Dése cuenta de que puede ver y sentir esta energía y ese resplandor en cualquier momento, que siempre estará a su disposición.
No siempre es fácil conservar la fe. En cierta ocasión, un sacerdote, un hombre inteligente y bondadoso, me confesó que le resultaba más fácil ofrecer consuelo a las muchas personas por las que se preocupaba que resolver la pugna interna con su fe. Su solución consistía en «rezar a un Dios en el que no estoy seguro de creer, porque no tengo más remedio». A los parroquianos que acudían a él con una crisis semejante, les daba el mismo consejo. Dios escucha todas las plegarias, al margen de que creamos en El o no cuando recemos. El Dios o lo Divino que buscamos desea que conozcamos la angustia de las tinieblas para que, cuando alcancemos la luz, podamos explicarles a los demás el verdadero significado de escás palabras: «No temáis, pues estaré siempre con vosotros, hasta el fin de los tiempos.»

Cultive la gracia
Las enseñanzas de todas las tradiciones espirituales ofrecen esperanza. Al mismo tiempo, nos permiten vislumbrar el poder y la compasión de Dios y la dimensión de los milagros. Las verdades universales pueden ayudarle a contemplar la vida como un río eterno y un poder infinito.
Cuando tratamos de tocar la energía de lo Divino, ascendemos simbólicamente a la cima de una montaña, como Abraham cuando llevó a Isaac a la cima del monte Moriah, Moisés en el monte Sinaí, o Jesús durante su Transfiguración en el monte Tabor. El significado simbólico de ascender por una montaña es el de emprender un viaje con el fin de contemplar un mundo mayor que nosotros, ver nías allá de lo eme nunca antes hemos visto. Al llegar a la cima de la montaña, preguntamos: « ¿Puedo recibir la plena magnitud del poder que llevo dentro? ¿Podré conservar la intensidad de mi concentración y mi visión de la curación una vez que haya abandonado la cima de la montaña, desde la que distingo el paisaje del alma y la eternidad?»
El espíritu necesita alimento para regenerarse, al igual que la mente y el cuerpo. Reúna el valor necesario para actuar inspirándose con las historias de sabiduría de quienes modificaron sus vidas para siempre por medio de la acción, penetrando sin miedo en la noche oscura il el alma. Deléitese con la sabiduría de las tradiciones que no le son familiares: lea las leyendas del budismo o explore la cabala; entreténgase con las parábolas sufí o la poesía de Rumi; estudie los sermones de Buda o las sencillas enseñanzas de Tliich Nhat Hahn; examine los escritos de místicos, desde los Padres Cristianos del Desierto hasta los textos de Upanisad, muchos de los cuales están disponibles.
Estas historias no siempre tienen un sentido lógico; es más, probablemente son más eficaces debido a ello, porque poseen una belleza y un poder interior que trasciende el pensamiento racional. Según la tradición budista, Bodhidharma llevó los principios del budismo zen de la India a China. Cuenta la leyenda que se sentó a meditar ante un muro y permaneció en esa posición nueve años, negándose a moverse. «No me volveré hasta que aparezca alguien que desee sinceramente aprender mis enseñanzas», dijo. Un día un erudito llamado Hui-K'e se aproximó a Bodhidharma y, lamentándose de que no conocía la paz de espíritu, le preguntó cómo podía alcanzarla. El maestro le rechazó respondiendo que esa tarea requería una ardua disciplina y no estaba hecha para los débiles de carácter. Hui-K'e, que había permanecido de pie en la nieve durante horas, imploró de nuevo a Bodhidhanna que ¡e ayudara y éste volvió a rechazarle. Desesperado, el erudito se cortó la mano izquierda y la arrojó a los pies de Bodhidharma, diciendo: «Si no te vuelves, me cortaré la cabeza.» Bodhidharma contestó: «Tú eres la persona quu estaba esperando», y lo aceptó como alumno.
A medida que usted asimila verdades e historias que alimentan el espíritu, sentirá que en su interior se libera una energía. Es una energía que resuena con la verdatl universal y le guiará hacia la unidad con su mundo. Esta energía sólo puede llamarse «gracia». Es una fuerza vibratoria de tal potencia que es capaz de, en un instante, arrancarle de sus presentes circunstancias. Le transmitirá la percepción de que no existe nada que usted no sea capaz de afrontar y que todo se resolverá favorablemente, al margen de resultados particulares. El Yehudi, un rabino hasídico que murió en el siglo XIX, relató la historia de un ladrón que al hacerse viejo y no poder seguir practicando su «profesión» se moría de hambre. Un hombre rico supo de sus cuitas y le envió comida. Tanto el hombre rico como el ladrón fallecieron el mismo día. En la corte celestial juzgaron en primer lugar al hombre rico, quien fue considerado culpable de numerosas faltas y enviado al purgatorio. Pero cuando se disponía a entrar en él. apareció un ángel y le llevó de nuevo ante el tribunal, el cual informó al hombre rico que su sentencia había sido revisada. El ladrón a quien él había ayudado en la Tierra había robado la lista de sus pecados.
Por supuesto, la gracia no siempre es una fuerza obvia. Se presenta de muchas formas, algunas sutiles y mundanas, otras poderosas y transfigura doras. En ocasiones la gracia se manifiesta como sincronía: su energía une a la gente o a los acontecimientos de una forma tranquilizadora, eficaz o espectacular cuando más se necesita y menos se espera. En otras, la gracia es la energía que de pronto nos ilumina, dotándonos de comprensión y permitiendo que vislumbremos lo que antes no habíamos percibido. La gracia también puede transportarnos a un estado de conciencia alterada en la que nos sentimos llenos de una insólita energía: una combinación indescriptible de amor, esperanza y valor. La gracia, que también es protectora, puede convertirse en un escudo que nos rodea en ciertas situaciones peligrosas: nos permite sobrevivir a un accidente de carretera en el que pudimos habernos matado; nos conmina a regresar apresuradamente a casa para descubrir que nos habíamos dejado la estufa encendida; nos hace encontrarnos con un «extraño» que nos ofrece ayuda en el momento que más la necesitamos. La gracia no opera según las leyes del tiempo lineal; por este motivo una enfermedad o una crisis vital que llevaría años curar o resolver sana en un tiempo extraordinariamente breve.
Si cree usted que los milagros no les ocurren a las personas comunes y corrientes, o que estas historias son exageradas, permita que le relate un caso que me ocurrió a mí. Satya Sai Baba es un santo viviente de la India que, según dicen, es capaz, entre muchas otras cosas, de hacer que se materialicen objetos, desde cenizas sagradas hasta piedras preciosas, de forma inesperada y misteriosa. Esta facultad se conoce con el término sánscrito de vibhuti, que significa «revelación»o «poder». Hace unos años, en Findhorn, comprobé que me costaba mantener el equilibrio. La situación empeoró hasta el extremo de que, un día, desesperada, recé antes de acostarme una oración a Sai Baba: «Necesito vibhuti, urgentemente. Tengo un problema grave.» A la mañana siguiente, recibí un paquete de una persona en Copenhague a la que había conocido hacía cinco años y de quien no había vuelto a tener noticias; el paquete contenía un tubito lleno de cenizas, con una etiqueta que decía: «Para Caroline Myss de Satya Sai Baba.» Dado que el correo desde Dinamarca hasta Escocia suele tardar varios días, la respuesta a mi oración debía estar de camino antes de que yo pronunciara la oración. Yo no sabía qué hacer con las cenizas, de modo que saqué una pizca y, como soy ex católica, me la apliqué en la frente. Al cabo de unas horas de haber recibido el vibhuti, recuperé el equilibrio y no he vuelto a tener ese problema. Desde entonces llevo siempre conmigo el tubo de vibbuti.
A menudo la gente me pregunta si creo que la gracia puede salvar la vida de una persona. Es imposible demostrarlo, pero yo he llegado a convencerme de ello debido a los numerosos relatos de personas que han presenciado la intervención de la energía divina en sus vidas. Uno de esos relatos se refiere a un hombre llamado Steven. Habí a con traído un caso agudo de urticaria interna y externa debido a una medicación que había usado sin saber que era alérgico. La urticaria comenzó como una pequeña irritación cutánea y se extendió por todo su cuerpo. Al cabo de unos días. Steven sospechó que era alérgico a algún producto, pero no se le ocurrió pensar que fuera la medicación. Revisó la comida, el jabón que utilizaba y los tejidos desús prendas. Mientras la urticaria seguía extendiéndose por su cuerpo, Steven desarrolló otros síntomas. Cada noche le subía la fiebre y, durante el día, se sentía muy débil. Estaba hinchado, debido a la retención de líquidos. Unos días más tarde la fiebre persistía y Steven se sentía tan postrado que no podía caminar. Los pies se le hincharon hasta el punto de no poder calzarse.
Una mañana, durante la fase más aguda de su dolencia, Steven oyó una voz, que le despertó y le dijo que acudiera al hospital porque se moría. Luego la voz le dijo que respirara lenta y profundamente, llenándose los pulmones de aire. Steven visualizó ¡a imagen de un maestro de yoga dirigiéndole durante un ejercicio. Steven era cristiano, y aunque sabía lo que era el yoga, nunca había aprendido ni practicado esa disciplina. Llamó a un amigo y le pidió que lo llevara al hospital de inmediato. Durante el camino, Steven siguió respirando como le había ordenado la voz y cada vez que cerraba los ojos visualizaba al maestro de yoga.
Steven llegó al hospital semiconsciente. Lo trasladaron a la sala de urgencias, donde le administraron una inyección de esferoides. El médico le dijo que había contraído un caso casi terminal de urticaria interna y externa, y que todos los órganos de su cuerpo y la piel estaban hinchados. También \n informó de que si no hubiera acudido al hospital, a las pocas horas probablemente habría muerto.
—Yo nunca me había interesado por el yoga, ni por ninguna enseñanza o práctica de la tradición hindú —me explicó Steven posteriormente—. Yo creía que el yoga era un ejercicio físico, no una práctica espiritual. Y jamás pensé que la respiración fuera otra cosa que un medio para mantenernos vivos. Ahora practico el yoga de forma regular, aunque ya no veo al maestro cuando cierro los ojos. Tengo un maestro «normal», pero todos los días me pregunto: « ¿Por qué vi a un yoghi? Yo ni siquiera creía en esa tradición. ¿Cómo es posible? Jamás olvidaré esa experiencia. Cambió mi vida, más que esto, me la salvó.»
Comprendo que muchas personas se muestren un tanto escépticas ante historias como la de Steven; durante un tiempo ni yo misma las creía. Pero me han ocurrido tantas cosas inexplicables, que mi escepticismo se ha desvanecido. Uno de los hechos más inverosímiles tuvo como protagonista a una mujer llamada Jenny, déla que yo era amiga desde la escuela. Jenny mantenía una relación tormentosa con Mark, un hombre paranoico y peligroso que a la menor contrariedad se ponía a gritar como un poseso. Era guardia en una prisión local y tenía varias armas de fuego en casa. Aunque nunca llegó a amenazar a Jenny con una pistola, cada vez que estallaba una pelea entre ellos Mark miraba fijamente su colección de armas. Por fin, Jenny decidió romper con él, pero le aterrorizaba tanto la reacción de Mark que no fue capaz de llevar a cabo su propósito.
Cuando Jenny me invitó a su casa para que conociera a Mark, yo no sabía nada de él, sólo que vivía con ella. Casi desde el momento en que llegué, Mark y yo sentimos una profunda antipatía mutua. Al principio, me lo tomé con sentido del humor, pues jamás me había encontrado con una reacción tan hostil por parte de alguien que no conocía. Jenny había invitado también a otra amiga suya, una mujer llamada Barbara, que era policía. Barbara y yo hicimos muy buenas migas, y al despedirme de ella le pedí su dirección y número de teléfono, aunque no tenía una idea concreta de ponerme en contacto con ella. Al marcharme, abracé a Jenny y le murmuré al oído:
—Las dos debemos rezar para alejarte de este tipo.
Mark me dio la impresión de ser un individuo tan perturbado que a los pocos días llamé a Jenny y para rogarle que le dejara. De paso, le dije que había cumplido mi promesa de rezar por ella, y que estaba convencida de que recibiría la «gracia» necesaria para romper con Mark. Al cabo de cinco días, cuando me disponía a acostarme, tuve una intensa imagen visual de Jenny, muerta de un disparo. Le telefoneé de inmediato y cuando Jenny atendió la llamada oí al fondo la voz de Mark gritando desaforadamente e insistiendo en que colgara el teléfono. Antes de colgar, Jenny consiguió decir; «Ayúdame.»
Yo saqué enseguida el número de teléfono de Barbara y la llamé. Barbara transmitió una llamada de emergencia a sus compañeros policías y juntos fueron a casa de Jenny. Al llamar a la puerta y comprobar que nadie abría, la derribaron. Encentaron a Jenny en un rincón, pertrechada detrás de una silla. Mark empuñaba una pistola y amenazaba con matarla. Por fortuna, los policías lograron reducir a Mark, que fue arrestado y encarcelado. Jenny recogió sus cosas y se instaló unos días en mi casa. Al cabo de un tiempo, conoció a otra persona con quien comparte una relación de amor y respeto.

Podría decirse que los detalles de esta experiencia —el momento en que conocí a Mark, mi afán de obtener el número de teléfono de Barbara y la promesa que hice a Jenny de rezar para que recibiera la gracia necesaria a fin de resolver esa situación—son meras coincidencias. ¿Pero cuáles son los ingredientes de una coincidencia? Personalmente creo que detrás de esta historia está la energía de la gracia, en particular por el hecho de que aquella noche visualicé la imagen de mi querida amiga asesinada de un disparo. En aquel instante, recibí instrucciones de salvar a Jenny, y ahora puedo afirmar que conozco la sensación y el poder de la energía de la gracia.
La gracia también puede considerarse como una energía que nos envuelve como una suave manta cuando necesitamos consuelo, y nos infunde la sensación de que sean cuales fueren los obstáculos que las rodean, éstos desaparecerán en el momento preciso. La gracia es una fuerza irrazonable; no tiene en cuenta lo que nosotros consideramos dificultades. Tiene el poder de transportarnos más allá de nuestras facultades y ofrecernos apoyo en el momento en que lo precisamos. Cuando se produzcan esos momentos, pregúntese, mientras da gracias por lo que ha recibido, si el poder que propicia la aparición de las personas idóneas o las fuerzas idóneas es la energía de la gracia. Yo creo que sí.
Cada situación en su vida ha sido creada con la energía de la gracia. Preste atención, no sólo a los momentos extraordinarios sino también a los ordinarios, y reconozca que detrás de esos acontecimientos se encuentra la energía divina. A menudo nos resulta tan difícil tener fe en lo que experimentamos como creer en una fuerza invisible.
Utilice imágenes sagradas
Varios alumnos me han dicho que aprender a visualizar la estructura interna de sus cuerpos físicos no les resultaba tan difícil como aprender a visualizar sus cuerpos energéticos. Si usted utiliza las imágenes sagradas de los chakras, el Árbol de la Vida, y los siete sacramentos, sus visualizaciones de energía espiritual le parecerán más tangibles y eficaces. Debido a que el proceso de visualizarlos chakras es muy complejo y valioso, he dedicado los capítulos 7 y 8 a los chakras, y a la conexión entre ellos y los sacramentos cristianos.
Pero existen muchas formas de utilizar imágenes sagradas. Un alcohólico en vías de recuperación llamado Gary vino a verme para confesarme que había vuelto a beber. Era conductor de camiones y, pese a las muchas horas que pasaba al volante, disponía de tiempo suficiente para irse de copas. «No dejan de crucificarme», se lamentó, mientras me explicaba que las críticas de los demás por adicción a la bebida le llevaban a beber más. Se me ocurrió proponerle que utilizara unas imágenes sagradas. Le pregunté si se identificaba con la crucifixión, pero él insistió en que era simplemente una forma de expresarse. Yo le comenté el significado arquetípico de la crucifixión: chivo expiatorio de los pecados de los demás, como sin duda se consideraba él. Luego le pedí que imaginara la cruz con los chakras dispuestos de arriba abajo sobre el madero vertical, y le expliqué que se podía combatir su adicción abandonando la cruz y dejando que crucificaran a su alcoholismo en lugar de a él.
Gary respondió a mis propuestas de forma muy positiva. No sólo visualizó la cruz con los chakras, sino que en un crucifijo dibujó siete marcas que representaban los chakras. Llevaba el crucifijo debajo de la ropa, pero a veces lo sacaba y tocaba, por ejemplo, el primer chakra al mismo tiempo que decía: «Ésta es la energía del primer chakra. Deseo renovar mi vida. Quiero volverme a bautizar y deshacerme del poder del alcohol.» Cuando tocaba el segundo chakra, se imaginaba comulgando con Dios y aceptando su gracia para abandonar la cruz. En términos del Árbol de la Vida, Gary consideraba la comunión como el elemento que le devolvía el poder masculino y la sensación de virilidad que había perdido debido a su adicción a la bebida.
Gary necesitaba un objeto físico que pudiera tocar, la visualización no habría bastado. Cada vez que se sentía tentado de tomarse una copa, sostenía el crucifijo en sus manos y rezaba para que le diera fuerzas.
Tanto si usted utiliza la visualización u objetos tangibles, las imágenes sagradas constituyen una forma de sentirse vinculado al cielo. La historia de la espiritualidad humana está repleta de imágenes de lo Divino y numerosos santos, ángeles y espíritus. Muchos católicos creen que san Judas es el santo patrón de «los imposibles y le rezan cuando atraviesan circunstancias críticas, como una enfermedad física aparentemente incurable. Los milagros atribuidos a la fe en un santo no son simples leyendas populares; muchos han sido confirmados por los doctores de la Iglesia más escépticos.
Debemos considerar las imágenes sagradas como un medio por el cual nuestros cinco sentidos establecen un vínculo tangible con lo Divino. El ver o visualizar constituye una necesidad humana básica, puesto que nos resulta difícil tomar conciencia de algo que no percibimos. Esa conexión física no es tanto una cuestión de fe sino un modo de sentir un vínculo íntimo con Dios. Muchos budistas, que no creen en un Ser Supremo como tal, veneran imágenes no sólo de Buda sino de centenares de bodhisattvas celestiales y terrenales, y de espíritus femeninos llamados dakinis. Los judíos y los musulmanes, cuya religión les prohíbe utilizar imágenes de Dios, utilizan representaciones caligráficas de sílabas sagradas y testos para estimular su devoción. Dada la inmensidad del universo, usted puede obtener un gran consuelo de ese vínculo personal con Dios, que le recuerda que cada oración es atendida y cada pensamiento registrado.
Si usted tiene una imagen favorita de Dios, un santo personal o un maestro espiritual a quien reverencia, como Ramana MaharsM, Peina Chodron o el Dalai Lama, llévela siempre consigo. Aunque no puede transportar su altar o espacio sagrado, puede portar una pequeña imagen que le recuerde que jamás está solo. Necesitamos ese nivel de consuelo y confianza, no sólo para sanar el cuerpo sino para conservar mies tro autodominio cuando temamos ser presa de los temores y las angustias de la vida cotí diana.


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