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lunes, 30 de noviembre de 2009

LA MEDICINA DE LA ENERGIA: Tratamientos complementados


Cuando nos diagnostican una enfermedad, es lógico que nos sintamos confundidos. Al igual que si nos despertáramos en un país extraño al que no recordamos haber viajado, no sabemos qué hacer ni a quién recurrir en busca de ayuda. Una mente receptiva es un factor muy útil. Investigue todas las opciones que puedan ayudarle. Desde la aparición del enfoque holista, en algunos círculos terapéuticos se ha puesto de moda rechazar de plano la medicina alopática. De hecho, muchas personas que participan en programas de tratamientos alternativos se muestran hostiles hacia cualquier tratamiento médico convencional de apoyo. Ala larga, es una actitud contraproducente. Los sentimientos negativos o temores sobre la medicina alopática no son un motivo justificado para descartarla. Sus esfuerzos por curarse pueden terminar en meros intentos de huir de la medicina convencional en lugar de tratar de mejorar su salud. Si decide seguir un tratamiento holista, es aconsejable que investigue a fondo las numerosas opciones que tiene a su disposición en ambos terrenos médicos. 'lenga presente que, en muchos casos, el programa más eficaz consiste en combinar lo mejor de ambos mundos.
En cualquier caso la imagen de la medicina alopática como enemiga ya no es válida ni útil. Aunque al principio la colectividad médica rechazó las turmas de medicina alternativa, de un tiempo a esta parte ha revisado su actitud y en la actualidad acepta la reflexología, la quiropráctica, el masaje y la acupuntura; la utilización de vitaminas, enzimas, aminoácidos y otros suplementos vitales; la utilización de tratamientos nutricionales para combatir los radicales libres —los elementos en el cuerpo que propician el desarrollo de enfermedades—. Por fortuna, la medicina alopática y la medicina complementaria han comenzado a unir fuerzas de una forma que refleja la unión de puntos de vista opuestos característica de la era de Acuario. E] estar abiertos a ambas posibilidades médicas nos ofrece la ventaja de poder elegir entre una más amplia gama de tratamientos que potenciarán nuestra energía sanadora.
La decisión más sabia que usted puede tomar, después de recibir un diagnóstico inicial, es pedir una segunda e incluso una tercera opinión. Tenga presente que cada médico se ha encontrado con diferentes casos al tratar una determinada enfermedad, por lo que, posiblemente, cada uno le haga recomendaciones diferentes hasta cierto punto. Aunque, al principio, esta variedad puede confundirle, a la larga resulta beneficiosa, porque disponer de numerosas opciones fomenta la esperanza. En mi caso, cuando busqué ayuda para curar mis intensos dolores de cabeza y migrañas, acudí a un médico que era «experto» en el tratamiento de la sinusitis. Después de examinarme, dijo textualmente:
—No puedo hacer nada por usted. Resígnese a vivir con esos dolores.
De haberle hecho caso, me habría sentido hundida, sin contar con que sus palabras habrían grabado un pensamiento extremadamente negativo en mi conciencia.
En vez de eso, decidí consultar a otros profesionales, tanto alopáticos como holistas, y elegir un tratamiento que combinara lo mejor de ambos campos. Por fin, tras seguir las recomendaciones de un magnífico médico y un dotado quiropráctico, conseguí curarme de una dolencia que me había causado intensos dolores durante años. Pero tuve que ir mas allá del diagnóstico del primer médico al que acudí. Esa experiencia me enseñó lo susceptibles que somos a las opiniones de los llamados «expertos»; una opinión es tan sólo la percepción de una persona y no debemos interpretarla como «la última palabra» en ninguna situación.
Cuando se enfrentan a un diagnóstico de cáncer de mama o de ovarios, muchas mujeres no quieren someterse a una intervención quirúrgica para evitar que les «amputen» una parte de su cuerpo. Cindy, una mujer que conocí hace unos años, decidió tratar su cáncer de mama haciendo uso de todas las alternativas médicas que tenía a su disposición. Padecía un tumor maligno particularmente brutal que le había penetrado en la piel, y le provocaba constantes hemorragias y un dolor insoportable. Cuando todas las opciones fracasaron, Cindy acudió a un médico que se especializaba en quimioterapia de baja intensidad combinada con diversos tratamientos energéticos. Su tumor disminuyó en un cincuenta por ciento, pero al cabo de dos meses se reprodujo y aparecieron otros tumores.
Cindy acudió de nuevo al médico que la había ayudado a que se redujera su tumor, y aunque éste volvió a someterla a tratamiento, le aconsejó que se hiciera extirpar los tumores. Cindy se negó a considerar esa opción. Estalla convencida de que poseía una mente y un espíritu lo suficientemente fuerces para vencer su enfermedad, y le repugnaba la idea de que introdujeran en su cuerpo una gran cantidad de sustancias químicas. Cuan cío tuve oportunidad de trabajar con ella, me dio la impresión de que buena parte de su energía no residía en su cuerpo sino en su matrimonio, pero éste había empezado a deteriorase. Cindy me explicó que su marido y la familia de éste habían criticado su afán de desarrollar sus facultades interiores. El ambiente en su casa se había vuelto insostenible y ella se había marchado. Durante el año siguiente, sus esfuerzos para ver a su marido con la esperanza de reconciliarse habían fracasado. Cindy tenía la impresión de que su marido había deseado separarse de ella mucho antes pero le había faltado valor para decírselo, por lo que le había hecho la vida imposible para forzarle a tomar ella esa decisión. Puesto que había sido Cindy quien había abandonado el domicilio conyugal, parecía ser ella quien deseaba divorciarse.
Expliqué a Cindy que la energía que necesitaba para curarse la estaba empleando en intentar sanar su matrimonio. Su cuerpo no respondía a sus esfuerzos por curarse porque la escasa energía que le quedaba no era suficiente para potenciar los tratamientos naturales. Le aconsejé que consultara a un terapeuta que la ayudara a liberar la ira que había acumulado contra su marido y su «tribu», y seguir adelante con su vida. En vista de que la rabia que sentía y la situación de su matrimonio consumían rada su fuerza vital, era preciso que siguiera de nuevo un tratamiento alopático. Comprendí que era una decisión difícil para ella, ya que equivalía a reconocer que su marido y su «tribu» habían estado en lo cierto al tacharla de «loca» por su empeño en desarrollar sus facultades interiores. No obstante, no tenía más remedio que hacerlo.

Al efectuar una transición en nuestra vida, debemos liberar algo de nuestro pasado con el fin de potenciar nuestra energía. En el caso de Cindy, la liberación de su pasado significaba abandonar auna tribu que se negaba a apoyar a la persona en quien ella deseaba convertirse. Guarido se lo expliqué, Cindy lo comprendió simbólicamente, pero no consiguió tomar un contacto emocional con esa imagen. Aunque su mente hallaba gran consuelo en la idea de asumir un poder individual, su energía no lograba realizar la transición. Al cabo de un tiempo, el cáncer se extendió por todo su cuerpo y Cindy falleció un año después de que le hubieran diagnosticado la enfermedad.
En un taller que dirigí hace dos años, una mujer llamada Mary Ellen nos explicó su proceso de curación. Cuando le diagnosticaron cáncer de tiroides, su médico le recomendó que se sometiera a un tratamiento de radiación. Mary Ellen contestó que lo pensaría.
—Al principio, todo me aterrorizaba -—nos contó—. No me imaginaba sometiéndome a una terapia de radiación. Temía que me quemara la piel. Yo había oído hablar de tratamientos alternativos, pero no de un programa específico para combatir el cáncer de tiroides. De modo que acudí a varios terapeutas holistas para informarme sobre las posibilidades de éxito en personas con mi enfermedad. Ellos me relataron varios casos en que sus pacientes habían logrado curarse y otros en que el tumor se había extendido. El número de éxitos y fracasos era equiparable. Me sentí muy decepcionada, pues había confiado en que nie dijeran que todos los pacientes a quienes habían tratado habían conseguido sanar, aunque reconozco que era poco realista por mi parte.
»Cuanto más reflexionaba sobre mi situación, más convencida estaba de que lo mejor era seguir el consejo de mi médico y de un terapeuta holista, y combinar ambos tipos de tratamiento, y eso es lo que hice. Seguí un tratamiento de radiación, junto con unas sesiones de acupuntura, terapia psicológica, cambios nutrí dónales, yoga y demás tratamientos alternativos. Al cabo de seis meses, mi médico me informó de que mi cáncer había remitido. Yo le dije que prefería la palabra «curado», a lo que él respondió:
—Yo también la preferiría.
En última instancia, el camino más sabio es estar abierto a cualquier método eficaz de curación, al margen de su carácter alopático u holista. Cualquier tratamiento capaz de potenciar su curación, devolverle la esperanza y hacer que su cuerpo recupere la salud merece tenerse en cuenta.
Utilice la visualización como medio para reunir todos los elementos que conforman su programa terapéutico. E) método de visualización más eficaz con el que yo trabajo en este contexto comienza por imaginarse a uno mismo en el centro de una rueda provista de numerosos radios. Visualice cada uno de esos radios como si representara una de las opciones de curación que usted ha elegido. Por ejemplo, un radio puede ser la «oración», otro la «terapia de conversación», otro la «acupuntura», el «apoyo de grupo», el «toque terapéutico», la «habilidad del médico»y así sucesivamente. Puede visualizar esas palabras en cada radio, o bien una imagen que represente esa modalidad curativa.
Luego imagínese que está tendido o sentado en el centro de esta rueda. Deje que la rueda comience a girar lentamente. Visualice la energía de esas técnicas terapéuticas penetrando en su organismo, no como unas disciplinas aisladas sino como una inmensa estructura integrada que irradia su poder colectivo al interior de su organismo. Un poco de música de fondo le ayudará a evocar el movimiento de esta rueda. Abandónese a la fuerza del viento que genera el movimiento de la rueda, un viento que hace que su cuerpo se funda y se convierta en un fluido, al mismo tiempo que elimina de su organismo todas las toxinas y los elementos que han provocado su enfermedad. Visualizar una rueda que gira es un método muy eficaz porque genera calor en el cuerpo, creando una manifestación tangible de la energía sanadora.

EVITE LA TENTACIÓN DE CAER EN LA HERIDALOGÍA

Antes de pasar a comentar las metodologías que le ayudarán a sanar, quisiera regresar al tema inicial de este libro: los peligros de caer en la herida logia. Pocas situaciones en la vi da hacen que nos sintamos más solos que el terror nocturno que nos asalta diariamente cuando el sol se pone sobre nuestra mente y nuestro cuerpo enfermos. Como respuesta a esa situación, muchas personas asumen el arquetipo de «mártir» o «víctima»; la tentación de convertirnos en adictos de nuestro sistema de apoyo no es menos poderosa.
Conocí a una mujer llamada Belle a través de su marido, quien se puso en contacto conmigo porque estaba desesperado. Belle se había roto la pierna hacía tres meses y, según él, ya debía estar recuperada. Antes de romperse la pierna, Belle había anunciado a su esposo e hijos que no estaba dispuesta a seguir cuidando de ellos. Había decidido dejar de cocinar, limpiar y realizar otras tareas domésticas para su marido y sus cuatro hijos, dos adolescentes y dos niños de corta edad. Después de partirse la pierna, la rutina cotidiana de Belle consistía en vestirse por la mañana, sentarse en un sillón en el cuarto de estar y dedicarse a leer o ver la televisión. Ella se reía de su situación, y decía a su familia que «Dios quiere que me tome las cosas con calina. Está de acuerdo con la decisión que he tornado, y el accidente que he sufrido es prueba de ello».
El marido de Belle trató de razonar con ella, pero fue inútil. Le prometió llevarla a pasar unas vacaciones maravillosas, ío cual representaba para él un enorme sacrificio económico, pero ni aun así logró arrancarla, ni literal ni figurativamente, de su sillón en el cuarto de estar.
El marido de Bello ordenó a sus hijos que dejaran de limpiar y cocinar para ver si eso motivaba a su madre a reanudar sus labores domésticas. Lo único que consiguió fue que la casa se sumiera en el caos y hartarse de llevar a los niños a comer a restaurantes de comida rápida. 'Iodo fue inútil. El marido de Belle me dijo que incluso había pensado en marcharse de casa y llevarse a sus hijos, pero había descartado esa idea porque no podía mantener dos domicilios.
Yo ofrecí a ese hombre una perspectiva simbólica de su esposa. No pensé que le ayudaría gran cosa, pero no sabía qué más decirle. Como mínimo, pensé, pondría un toque de humor a una situación lamentable. Dije al marido de Belle que se ¡a imaginara como una reina perezosa y le aconsejé que en lugar de centrar coda su atención en ella, él y sus hijos se ocuparan de sus propias cosas y procuraran divertirse juntos, dejando a la «reina» sola en su trono. Quizá si se sentía marginada de las diversiones familiares trataría de integrarse en la familia, dado que el sentido de responsabilidad no la hacía reaccionar. El hombre se rió ante la idea de visualizar a su mujer como una reina perezosa y dijo que era una imagen que la describía a la perfección. Pero añadió que dudaba de que participar en las actividades familiares la atrajera más que sus libros y la televisión.
—Entonces saque el televisor de la casa —-le sugerí—. Restrinja el tamaño de la «corte» de su esposa, así limitará su placer. Si la opción de participar en las diversiones familiares no la motiva, quizá lo haga el aburrimiento.
Después de reflexionar unos momentos, el marido de Belle dijo que trasladaría e¡ televisor al sótano. De ese modo los niños podían seguir utilizándolo, y si Belle que
ría verla, tendría, como mínimo que bajar al sótano. Ese fue el fin de nuestra conversación.
Supongo que esa medida funcionó, porque el hombre no volvió a visitarme, pero el resultado de la historia es menos importante que el mensaje que transmite sobre el poder de la herida logia para controlar a los demás.
En otro taller, un hombre llamado Julio nos relató su lucha contra la depresión, y cómo los esfuerzos de su esposa por ayudarle finalmente dieron resultado. Julio padecía frecuentes episodios depresivos, pero su trastorno se agravaba durante el invierno. Cuando estaba deprimido, pasaba el fin de semana en la cama. Se levantaba sólo para comer y cenar, cosa que hacía sentado ante el televisor, contemplando la pantalla con mirada ausente. Su esposa lo había intentado todo para ayudarle a curarse de su depresión. Le proponía salir a cenar o ir al cine, o pasar el fin de semana fuera, pero él siempre se negaba.
—Por fin —dijo Julio—, mi esposa perdió la paciencia. Me dijo que me había convertido en un hombre aburrido y egocéntrico, y que estaba harta de mi depresión. Añadió que deseaba disfrutar de la vida, con o sin mí. Empezó a salir con sus amigas, no sólo los fines de semana, sino también durante la semana. La mayoría de las veces ni se molestaba en decirme adonde iba.
»Cuando regresaba a casa, me contaba que lo había pasado en grande y me preguntaba si me había divertido viendo la televisión. Al poco tiempo, recogió sus cosas de nuestro dormitorio y se trasladó a otra habitación, diciendo que ya no tenía ganas de dormir conmigo. Me dijo que me había convertido en un pelmazo que le amargaba las veinticuatro horas del día. Yo protesté que necesitaba más tiempo para airarme, a lo que ella replicó: "Y yo debo evitar caer enferma, lo que significa que debo evitar tu compañía. Así que puedes tomarte todo el tiempo que necesites, porque yo ya he llenado esos vacíos que compartía contigo, he rehecho mi vida y ya no me apetece seguir contigo." «Sus comentarios me dolieron, y luego me asusté. No soportaba la idea de perderla, de modo que decidí curarme cié mi depresión. Empecé a forzarme a salir con ella y a hacer cosas juntos. Al principio me costó mucho, porque debía fingir que no estaba deprimido, pero no tuve más remedio, A la larga, gracias a mis esfuerzos, logré curarme. Por fin era yo quien controlaba la situación en lugar de dejar que la depresión me controlara a mí. Ahora, cuando noto que voy a caer de nuevo en la depresión, tengo recursos para combatirla. Y se lo debo a mi mujer.
Cuando las personas permiten que les controle una «víctima», debido a un accidente o una enfermedad, o cuando las «víctimas» unen su sufrimiento personal a una causa ajena, no hacen sino potenciar el poder tribal negativo. Este poder afecta no sólo a la víctima sino a la mayoría de las personas que creen que la ayudan pero en realidad fomentan su negatividad, o, según el lenguaje de los programas de doce pasos, la «permiten».
Hace unos años, conocía un hombre llamado Tyrone que sufría el síndrome de la guerra del Golfo. Su cuerpo estaba muy debilitado. Había perdido buena parte del pelo y padecía unos dolores crónicos en todo el cuerpo, principalmente en las piernas, que le impedían caminar con normalidad. Tyrone me explicó que sus dolencias habían comenzado unos seis meses después de regresar de la guerra.
—La culpa la tiene el ejército —dijo Tyrone—, aunque esos cabrones se nieguen a reconocerlo. No sólo deberían haberme compensado económicamente por no poder seguir trabajando, sino que debían haberse disculpado públicamente por lo que me han hecho a mí y a muchos otros que están en mi situación. Yo no soy el único que padece este trastorno. Cuando fui al hospital de veteranos para recibir tratamiento, los médicos me dijeron que muchos otros soldados sufrían el síndrome de la guerra del Golfo, pero que en realidad esa enfermedad no existía. ¿Se da usted cuenta? Como si eso fuera cosa de mi imaginación. Yo repliqué indignado; «Pues si no existe el síndrome de la guerra del Golfo, ¿cómo diablos se llama esta enfermedad?» Los médicos respondieron que no lo sabían con certeza, pero me recomendaron que tomara muchas vitaminas, que me alimentara mejor y que visitara a un psicólogo. O sea, insinuaron que yo estaba chalado.
Dije a Tyrone que, en mi opinión, el problema no residía en la ofensa que le habían infligido sino en su ira y en el hecho de que su dolencia se hubiera convertido en la expresión del sentimiento de haber sido traicionado por el ejército, el poder tribal con el que él se identificaba. Tyrone confesó que se sentía traicionado y abandonado por el ejército, y creía que las autoridades militares estaban obligadas a reconocer públicamente haber utilizado armas químicas que habían causado graves trastornos a sus propios soldados. Tyrone había recogido las firmas de varios hombres y mujeres que padecían la misma enfermedad que él, con el fin de conseguir entre todos el apoyo de los medios de comunicación, los cuales presionarían a las autoridades militares para que confesaran la verdad. Tyrone me aseguró que contaba con el apoyo de su esposa, quien le ayudaba en sus intentos de hacer pública la verdad sobre la guerra del Golfo.
Pregunté a Tyrone qué deseo era más fuerte: el de curarse o el de demostrar que el ejército había traicionado a sus soldados. Tyrone respondió que deseaba conseguir ambos objetivos, pero que hasta la fecha había fracasado.
Le expliqué que, para conseguir esos objetivos, tenía que cambiar de actitud, dejar de librar su particular «guerra tribal» y hacer cuanto estuviera en su mano para curarse. Le dije que hallaría más apoyo entre quienes padecían su misma enfermedad si se convertía en una persona que había logrado curarse de la dolencia. Una vez que se hubiera curado, todos querrían saber cómo lo había conseguido.
Tyrone repuso que, aunque esa opción era lógica, si sanaba ya no tendría una prueba tangible de lo que había padecido; nadie le creería, y menos aún las autoridades militares.
Le hice notar que, si estaba empeñado en sanar al ritmo que sus «cantaradas tribales heridos», estaba identificando la velocidad y el nivel de éxito de su recuperación con el de su tribu. La decisión de sanar a la velocidad de un determinado grupo siempre es arriesgada, porque constituye un camino difícil de recorrer desde el punto de vista mental y energético. Y si no lograba recuperarse, a la larga, ¿de qué servirían sus esfuerzos?
Supe que mis palabras habían llegado a la mente de Tyrone, pero que su corazón seguía entregado a sus camaradas tribales heridos. Estaba convencida de que Tyrone seguiría tratando de demostrar la realidad de su enfermedad a las autoridades militares en lugar de emplear su energía en sanar su cuerpo. Como estaba dispuesto a morir por su causa, típico del arquetipo de «mártir», un cambio de actitud representaba para él una traición a su tribu herida.
Quiero recalcar de nuevo que el apoyo de un grupo es esencial en cualquier proceso de curación, pero debe ser un apoyo que estimule el movimiento en la dirección adecuada. Dedique unos minutos al día o un día a la semana para abandonarse a las abrumadoras emociones de tristeza y depresión que le provoca su enfermedad, pero luego entréguese de nuevo a la energía de la esperanza. De este modo potenciará la eficacia del apoyo de sus amigos y familiares, ¡unto a la intervención profesional; un sistema mediante el cual el proceso de curación puede ser menos difícil y que le ayudará a recuperar el camino hacia la luz.
Teniendo esto presente, exploremos las numerosas opciones de que disponemos para ayudarnos a sanar.

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