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domingo, 29 de noviembre de 2009

Los intelectuales frente al poder 6- DAVID VIÑAS: LAS ASTUCIAS DE LA SERVIDUMBRE



"Temen perder espacios, aparecer como excesivos, dejar de ser
intelectuales televisivos y más o menos mimados. Se trata de
convertirse en un buen producto en el mercado".             


Quizá alguien piense (y tenga razón) que David Viñas es una de las últimas encarnaciones del modelo sartreano que van quedando. "Intelectual comprometido", se decía en los tiempos en que ese sustantivo y ese adjetivo, juntos, diseñaban un lugar de prestigio, de representación social, de crítica o de misión. Años '50, '60 y primeros 70. Y Jean Paul Sartre como el modelo más intenso. Pero ya antes, Emile Zola y el caso Dreyffus. La figura del hombre de ideas conectando su saber con el discurso político, con la búsqueda de la verdad o la justicia, pon la intervención en lds asuntos públicos.
    Quizá alguien piense (y no se equivoque) que ocupar ese espacio que hoy ha sido vaciado de sentido determine, para quien se haga cargo, un destino de soledad. "Y... sí", medita Viñas, que se hace cargo. "Pero para un hombre como yo no queda otra", dice. Y aclara que no es voluntarismo ni demagogia,, sino más bien "una tensión", el resultado de una vida, de un itinerario intelectual que no se puede abandonar, así nomás, aunque el precio sea fantasear, de vez en cuando,con la idea del suicidio. Pero de eso hablará mucho después, cuando la noche proponga un abismo más allá del balcón.
    Ahora es de tarde, sábado a la tarde, y en ese departamento de Córdoba y Montevideo —un amasijo de libros y de plantas y recortes y papeles; una trinchera o guarida— el frío de julio ni se siente. Sobre el escritorio —nada de computadoras ni pantallas—reina impávida la Lettera 22, entre lapiceras, lápices y gomas de borrar. Como el frío, el mundo de la razón tecnológica transcurre afuera, lejos de Viñas.
    Por alguna razón (¿la profusión de gestos, la desmesura, el tono huracanado de la voz?) se empieza a sospechar que debe haber sido el más parricida de aquellos "parricidas" que nombró, etiquetando, Rodríguez Monogal, cuando en los años 50 irrumpió Contorno, revista, cenáculo y polvorín de la refriega cultural contra el populismo peronista y el liberalismo de Sur. Por entonces, el hombre que ahora cubre en tres zancadas el pequeño living del piso trece apenas rondaría los veinte años, y ya tenía (y no sabía) el ángel de la muerte posado en los hombros. El pelo no era blanco, pero la mirada debe haber sido ésta, de aguilucho, suspicaz. No habían pasado los libros, ni las mujeres, ni los viajes. No había hecho los hijos. No se los habían deshecho. Todavía.        
    Eso vendría después, cuando supiera —tiempo de dictaduras y de exilio y de muertos cercanos— que el cuerpo "es el lugar donde se verifica la sanción". Mientras tanto, el joven Viñas empezaba a vislumbrar lo que sería la médula de su propuesta literaria: "pasar de la cultura entendida como eternidad a la convicción de que es historia". Un derrotero del inconformismo que va desde la denuncia constante del proyecto liberal —Un Dios cotidiano, Los dueños de la tierra, Dar la cara, Hombres de a caballo— hasta el enfrentamiento total con el poder en Cuerpo a cuerpo, novela escrita en 1979 y, en el exilio, cuando ya a Viñas le habían asesinado a sus dos hijos. Libro amasado con la pasión, el horror, la ira del exilio. Y que no por azar está dedicado a Haroldo Conti, Francisco Urondo y Rodolfo Walsh. Más que un homenaje, un reconocimiento en la hermandad de la tragedia.
    Un sobreviviente en más de un sentido, un espejo, un testigo, una presencia que incomoda. Todo eso es —ha ido siendo— Viñas. Razones para que su rostro no asome en la pantalla del televisor ni su nombre frecuente los suplementos culturales de los diarios. Encima rechazó la beca Guggenheim (¿la impugnación del ácrata?, ¿la negación como punto de resistencia?), no se adapta a las exigencias del mercado, y se llena la boca con Sartre. Demasiado para una época que ha decretado la caducidad del pensamiento crítico, de la acción y de la confrontación.
    Sartre. ¿Por qué no? Empezar por ese lado. Preguntarle:

—¿Qué pasa con Sartre? En un tiempo fue el modelo de intelectual por excelencia, el que articulaba un discurso acerca de la realidad social y política y cuestionaba al poder. ¿Ese modelo ya no tiene cabida en el mundo de hoy? Parecería que son los propios intelectuales quienes lo han sacado de en medio.
—Algunos de ellos, sin duda. Sin duda porque les da vergüenza. En última instancia sienten una gran incomodidad. Evidentemente, la simple reminiscencia de Sartre les provoca escozor. Digo, porque las corrientes de pensamiento sustitutivas de lo que fue el pensamiento crítico de Sartre en los años '60 no tienen —de hecho ninguna lo tiene— la densidad, la intensidad que alcanzó Sartre. Desde Barthes hasta Derrida y quién te dé la gana. Son postulaciones parciales, sutiles, ingeniosas, pero ninguna de estas figuras tiene la capacidad crítica, el volumen intelectual del pensamiento sartreano. ¡Por favor! Incluso muchos de ellos son secuelas de aquel pensamiento, como el Barthes de El grado cero de la escritura. Lamentablemente se ha producido este agujero, esta carencia de postulaciones totalizadoras, de síntesis. Individual o grupalmente ¿no? Aquí no se trata de hacer un culto a la personalidad de Sartre, no estamos en la comunión de los santos, ¿eh?
                             
—Hace poco, en una entrevista, Carlos Altamirano afirmó que la extinción del modelo sartreano se debe, entre otras cosas, a la división incesante del trabajo intelectual y que la especialización impide un saber global, una mirada totalizadora sobre el mundo.
—¡Ah, no, no! ¡Qué no vengan con ésas! Yo leí la entrevista que publicó Clarín y la discutimos con los alumnos en mi cátedra de Literatura. Lo que pasa es que Sartre intentaba conjurar y denunciar, precisamente, la división del campo intelectual como resultado de la división del trabajo y de lo que esto implica como fragmentación. Y la fragmentación se verifica incluso en el discurso de Altamirano, un hombre que viene de la izquierda y que ahora propicia como excelsitud intelectual la especialización. O sea, el discurso fragmentado. Como la fragmentación es inherente a la producción capitalista, vamos a elegir un fragmento de eso y vamos a convertirnos en un especialista. Esta es la madre del borrego ¿no? Ya en los años veintitantos, Ortega y Gasset llamaba a eso "la barbarie de los especialismos". En cambio, el señor Altamirano convierte en una ideología lo que no es más que un resultarlo. ¡Joder! ¿Qué pasa?

—Hoy, dentro del campo intelectual, parecería que  la cobrada relieve la figura del experto, ¿no?, del que maneja saberes específicos.
—¡Y claro! Se trata de reconvertirse en un buen producto en el mercado. Está bien, Altamirano. Usted ha mandado a guardar su antigua militancia y se ha replegado. Desde ya. Ahora su postulación es ésa: hagamos un producto que sea eficaz, adecuémonos a las exigencias del mercado. Está bien. Uno se resiente y anda con la boca ladeada cada vez que tiene que adaptarse a las exigencias del mercado. Usted, Altamirano, yo le diría, es mucho más sagaz que uno. En términos mercantiles. Desde ya. ¡Dejémonos de pamplinas! Usted se ha amansado. Nos conocemos desde  hace muchos años como para no saber de qué se está hablando. ¿O no?

—"Hoy ya no queda nada por develar porque todo se expone y la crítica ideológica es un trabajo de develamiento", sostiene Altamirano. Entonces —dice— a los intelectuales sólo les queda el lugar riesgoso del discurso moralista, y ése es un lugar que la crítica ideológica no quiere tener.
—Eso se llama "hacer de la necesidad, virtud". Y además es muy curioso, porque en una época Altamirano cuestionaba a otros intelectuales de izquierda, que eran independientes, desde la perspectiva del militante. Yo le diría: y esa perspectiva del militante, Altamirano, ¿hoy qué pasa? Usted se ha resignado, hace de la necesidad, virtud. Como no podemos alterar la fragmentación del trabajo en tanto no podemos modificar el horizonte que nos ofrecen el mercado y el capitalismo, resignémonos. Es una filosofía de la resignación. Más o menos sagaz, En el caso de él, creo que es sagaz, efectivamente. No estamos hablando de Juan Lanas. ¿Qué está postulando? Algo más o menos así: como yo soy  inoperante por las opciones que he hecho frente a la posibilidad de cambiar determinado horizonte social me tengo que conformar con una especie de acción de benedictino. Soy un escoliasta. Pues bien. A mí no me conforma esto. Es una típica filosofía universitaria norteamericana. Como en los Estados Unidos, los intelectuales, salvo excepciones, han advertido que están prácticamente inhibidos frente al poder de las grandes corporaciones postulan eso, el benedictivismo. Ser una especie de monje del siglo XX, que hace una honorable y considerable tarea de escoliasta, reconociendo desde el comienzo de su faena la imposibilidad de incidir realmente en su propio destino

—Esa filosofía, de la resignación ¿ha uniformado el discurso intelectual en la Argentina de hoy?                                                              t
—Yo creo que sí, Pero la cosa se está agravando. Y si no, fíjate lo qué pasa con Altamirano. Que un hombre lúcido, con una formación y con considerables componentes personales, esté en el campo de la resignación... ¡hummm!... muestra que la cosa se agrava. Digo, en última instancia yo leo eso, ¿no? Pero más allá de eso, aparece el cinismo. Y como modelo de cínico un señor O’Donnell que se postula como el intelectual adecuado al pasaje del alfonsinismo al menemismo, con todo lo que eso implica.                                            

—¿Pacho O’Donnell, el que fue secretario de Cultura, de Buenos Aires en la época de Alfonsín?
—Sí, ése. Y que ahora es embajador en no sé dónde. Bueno, este, señor (no es el caso de Altamirano que se repliega ¿no?) este señor se propone a sí mismo como modelo. "Imítenme", viene a decir en una entrevista de media página en un diario que se llamaba Extra y que ya no sale más. De esto hará unos meses. "Tómenme como modelo, déjense, de pamplinas, muchachos, acá no hay más nada que discutir". Pará la mano, viejo. ¿Qué es esto? Prácticamente, el señor O’Donnell está reproduciendo el discurso de Menem. Es decir, Estados Unidos es la hegemonía, tenemos que adecuarnos y ver qué espacio de tolerancia podemos lograr. Eso es todo. Digo: un intelectual englutido, ¿no?

—¿Si se compara a los intelectuales de los años '60 y '70 con los de hoy, ¿qué conclusiones pueden sacarse en cuanto a sus vinculaciones con el poder? ¿Cómo se piensan ahora en esa relación?  
—Sin duda que hubo sectores críticos en los años '60 y '70, que se enfrentaron con lo que globalmente podría denominarse las clases dominantes. Parecería que, en ese momento, los intelectuales progresistas, de izquierda, etc., se habían encabalgado en una ola favorable a una postulación de cambio. Como ese proyecto de cambio fracasó, en algunos casos de manera ignominiosa, en otros de modo trágico y dramático, pasemos a otra cosa.

—En los años '80 y lo que va del '90 parece haberse operado un corrimiento en el campo intelectual: de acusadores del Príncipe a consejeros del Príncipe.
—En muchos sectores es así. Efectivamente. Lo que pasa es que, en la mayoría de los casos, los consejeros de los príncipes ya venían de antes, entendámonos. Nadie proveniente de la izquierda ha ocupado un lugar análogo al que puede tener el señor Grondona, digamos, como arquetipo de intelectual institucional. Ninguno ha ocupado ese lugar. Desde ya. Probablemente lo hayan querido tener o se hayan esforzado por lograrlo. No sé. Digo. Pero el sistema, en su continuidad, tiene mucha más confianza en el señor Grondona, que fue asesor del general Onganía en los años '60, que en un recién llegado, llámese Altamirano, llámese Horacio Verbitsky, llámese como se llame. Lo prefieren a aquel caballero, ¿no?, les ofrece más garantía. Esta gente; en cambio, no ha logrado eso. Nada parecido a eso. Algunos... bueno... han obtenido pequeñas canonjías, como puede ser el desdichado caso del señor O’Donnell, al que aludíamos, el pintoresco ejemplo del señor Jorge Asís, y así siguiendo. Pero que un hombre proveniente de la izquierda se haya instalado en la oreja del Poder... ¡hummm!... para nada. Y eso que algunos hacen buena letra. Digo, ¿no?

Domesticación o barbarie 

—¡En una época —pienso en Contorno, para poner un ejemplo—hubo grandes polémicas culturales en la Argentina. ¿Qué pasa ahora? Da la sensación de que ya no hay debate, de que circula una especie de cortesía en el mundo intelectual, de que nadie quiere irritar a los otros.
—¡Ah, eso! La cautela, la cautela! Parecería que cierta cosa polémica (y esto ya lo verifiqué en España) es algo así como barbarie. ¿Qué es lo que se ha postulado y logrado aquí? Una especie de domesticación del intelectual. Ya no es civilización o barbarie; es ser domesticado o ser bárbaro. ¿Está claro? Si de eso se trata, postulo una especie de barbarización del espacio intelectual. Digo, ¿no? Lo que subyace es temor a las secuelas, a...

—... ¿perder espacios?
—... Puede ser, desde ya... perder espacios... aparecer como excesivo, perder la calidad de intelectual televisivo, de intelectual más o menos mimado. Y esto quiere decir privilegios. Privilegios indudables, ¿no? Entonces, es mejor entrar en el juego presuntamente irónico...

—... elegante.
—Por un lado. Y por otro, quizá, considerablemente, un miedo a que la cosa se exacerbe y que de la simple polémica intelectual se vaya al reconocimiento de, digamos, la guerra civil permanente. Es decir, en última instancia, no llevemos esto a zonas más graves. Yo creo que tenes razón vos: ahí aparece la cortesía. Paremos la mano, porque esto es empezar a tirar pálidas, es exacerbar la discusión, es hablar de cosas que, mejor, dejémoslas para más adelante. Ya. Está bien: enfriemos la cosa, seamos lo suficientemente educados y civilizados como para que esto no parezca algo de mal gusto.

—El mal gusto es una categoría que hoy también se maneja con frecuencia ¿no?
—¡Ah... y cómo! Un periodista que asistió a un debate del que yo participé y que se hizo posteriormente a la representación teatral de Angelito, la obra de Cossa, después escribió en su diario: "David Viñas, enojado...". ¿Cuál era el enojo, a ver? ¿Hablar en tono alto? Y, mira, viejo, yo tengo esta voz, qué le voy a hacer. ¿O decir que, bueno, que efectivamente, la izquierda argentina es inepta y todo lo que quieras, pero es capaz de tomarse el pelo a sí misma en una obra de teatro? Que yo sepa, eso no lo hicieron los radicales. Ni, mucho menos, los peronistas. Ahí está: ése era el enojo. Está enojado, dicen, tiene mal gusto, está fuera de lugar. Cuando yo creo que, precisamente, el lugar del intelectual crítico... es estar fuera de lugar. Decir las cosas que no se dicen. ¿De qué estamos hablando aquí? ¿Qué es Menem? ¿A quién representa, concretamente? Porque él es mucho más explícito cuando va, por ejemplo, a la Sociedad Rural. En los años '60, hubiéramos dicho: es un funcionario que está al servicio de la Sociedad Rural y de las otras corporaciones. Hoy no. ¿Qué es lo que hay que decir? Por ahí aparece, pero siempre en paños tibios ¿no? Hablan, a lo sumo, de escandaletes. Una crítica en estado coloidal. Como leche cortada. Lógicamente, cómo vamos a pasar a paños calientes. Desde ya. Paños calientes: nos quemamos. Pues bien, así como hay que postular que el intelectual crítico está fuera de lugar, hay que postular que el intelectual crítico se quema. ¿Ante quiénes se quema?, habría que preguntar. Ahí aparecen el cinismo, las racionalizaciones fraudulentas, toda esta especie de idelogía del light ¿no?

—¿Qué pasa con el intelectual que se quema? ¿Hay riesgo de sanción?
—Inevitable, hermana. Entonces no te invitan más porque, lógicamente, sos alquien que tiene mal gusto. Creo que es un poco esto. Y cautela en función de la defensa de determinado tipo de cosas. Porque, se sabe, acá tenemos modelos, sin necesidad de echar mano de Sartre. A mayor heterodoxia crítica, mayor riesgo de sanción. Eso es Rodolfo Walsh. Está claro.

—Que no tiene prolongaciones hoy. Digo: Rodolfo Walsh.
—Y claro... porque aparece la muerte ¿eh? Y de eso la gente no quiere hablar. Desde ya. Aparece esa zona inquietante en la que Rodolfo Walsh metió la mano. Muy simple. En lo esencial es esto. Cómo operan los intelectuales críticos argentinos en su relación con la muerte. A eso me refiero cuando hablo de la falta de tragicidad. Parecería que hoy la consigna es: calmémonos. Un enfriamiento respecto de la pasión, de la exasperación, de la dramaticidad que predominó en el espacio social, en general, y en el campo cultural durante los años setenta. Hay todo un proceso de folklorización, de trivialización, un corrimiento nítido, ¿no?, de aquello que evidentemente, puede ser inquietante e incómodo. Parecería que este procedimiento es casi paradigmático. Cuando las papas queman, cuando las cosas se ponen calientes, es decir, cuando hablar de determinados temas te puede sacar llagas en el paladar, mejor optar por eso, ¿no? Calmémonos. Tengamos sentido del humor. Lo light. Pero, ¿qué es esto? ¿De qué están hablando? Una parodia. Que, además, me aburre mucho.

—¿Parodia de qué?
—En vez de pensamiento crítico, lo que hay es una postulación de etiqueta. Ya. Seamos educados. Está bien. No hablemos de la muerte.

—¿Por qué hay tanto temor, entre los intelectuales, a caer en el discurso moral? Parecería que ponerse en ese lugar es descalificante.
—¡Ah, bueno, ya!, porque es un discurso que trae aparejadas decisiones, tomas de posición y rupturas. Hasta en la facultad, cuando defienden una tesis, he escuchado decir: "Yo de esto no afirmo si está bien o está mal"... Viejo, jugate, decí. ¿A ver?.¿O vos, a la salida del cine no decís "esta película es un desastre" o "qué bien está"? Ahí emitís juicio de valor, ¿no?, pero cuando se trata de juzgar la cotidianeidad de la política y de la cultura de este país ¿ahí te inhibís? No entiendo por qué esa escisión. Para mí, siempre los dualismos fueron sospechosos. Emito juicios de valor al salir del cine, pero cuando tengo que decir que el señor Menem me parece un miserable opto por ser cuidadosísimo. Y ya. Está bueno. Parecería que el moralismo trae aparejado riesgo, ¿no?, por lo menos de Giordano Bruno para acá, o de Tupac Amaru para acá. "Este es un moralista", dicen. ¡Joder! También ése es un juicio. Yo leo en el revés de la trama, ¿no? Todo juicio, de hecho, es un test proyectivo. ¿Usted desde dónde habla? ¿Desde la amoralidad? Es decir, usted no tiene juicios de valor, usted come mierda o come babas, lo mismo le da, digo, para hacer juicios de valor sobre los temas: ¡Por favor! Al que denuncia que el general Harguindeguy apañaba a los verdugos, hay que decirle: "Pero usted es un moralista". ¡Hola! parecería una especie de corroboración de una práctica neutral, ¿no? Mejor me dedico a describir. Describo infinitamente la descomposición, lo que está mal, las infracciones, de la A a la Zeta. Y paro ahí. No hago juicios de valor. Infracciones. Toda una colección. Pero, ¿y qué? ¿Qué se infiere de todo eso? ¿Dónde se inscribe? ¿Cuál es el contexto? Digo: no hay capacidad de reflexión. De reflexión crítica, entendámonos. ¿Para qué sirve toda esa montaña de datos sobre la corrupción? Empirismo, anecdotismo: hasta ahí llega la cosa. ¿En qué estamos? No hay capacidad de abstraer, de teorizar. Se anecdotiza la corrupción. Puro folklore. El problema no es el señor... ¿cómo se llamaba?... Vicco. Ni los ilícitos de Zutano o Perengano. El problema es plantear una hipótesis de trabajo. Porque, ¿cuáles son los ejes de todo eso, la estructura que lo hace posible?                        

—El descripcionismo en lugar de la crítica. Esto abre una polémica ¿no?
—Sí, desde ya. Ahí aparecen Horacio Verbitsky y otros que intentan imitarlo. Yo creo que es saludable lo que él hace, pero se queda a medio tiro. Además, su modelo es precisamente Rodolfo Walsh, tanto que tiene un ensayo escrito sobre él. Lo que pasa es que Verbitsky es muy cauteloso. Tendrá que aparecer un grupo de gente del campo intelectual que utilice el material de él con vistas a hacer lo que él no termina de hacer. Digo, ¿no? El problema es hasta dónde quiere ser Walsh y hasta dónde no quiere reproducir la situación de Walsh... 
          
—... ¿poner el cuerpo, hacer escritura con el cuerpo?                
Precisamente. Está claro. Allí, está eso que parece que también ha caído en descrédito: poner el cuerpo. Ahí aparece la tragedia. ¡Y cómo! Es decir, que el criticismo se verifique en tu cuerpo, que los textos sean, prácticamente, la prolongación del cuerpo. Y, bueno... eso es otra cosa. Digo, ¿no?, porque el cuerpo es el lugar de la muerte. Cuando te pones más crítico frente al sistema, no la anécdota de la corruptela, no el folklore, sino la mirada global sobre las causas... y, por ahí, viene la parca ¿eh?, corres el riesgo de que te maten. Me parece bien, Horacio —yo le diría—, usted ha llegado hasta ahí. Lo otro es peligroso. Ya. Pero hay que ver hasta dónde le van a tolerar incluso lo que él hace. Es decir, que más allá de su proyecto de ser cauteloso y llegar hasta ahí... no sé si me explico. Digo: en el momento en que esta precaria estabilidad que está viviendo la Argentina se tambalee un poco, el sistema no va a tolerar ni siquiera eso. Digo: la colección de datos, de infracciones, el descripcionismo. ¿Estamos?       

—¿Se puede hablar, hoy de un modelo cultural que enganche con las propuestas del menemismo?              
—El titileo. Creo que pasa por ese lado. La imagen de la cultura menemista es como una exacerbación de las luces del centro. Lucecitas ¿no?, como la de los árboles de Navidad. Colecciones de lamparitas que emiten series de flashes. ¿Cómo decirte?... efímeros. Y que producen un efecto... ¿cómo se llama cuando a una liebre, en el campo, le tiras los focos?...

—La encandilás.,
—Eso: como un encandilamiento. La cultura hegemónica hoy es la cultura de Hollywood, Disneylandia, Las Vegas... Una cultura de fachada, ¿no? Prácticamente sin competencia. Las luces del centro, el prestigio, el éxito: creo que la referencia es ésa. La culminación convencional que, en este país, tiene ejemplos memorables, de Gardel para acá, y para no abundar. Habría que ver hasta dónde ha proliferado todo esto: la trivialización, la fugacidad...                 

—¿La ilusión de pertenecer a un primer mundo?
—... de participar. Ahí está.     

—¿Esa ilusión ha impregnado el campo intelectual?
—Y, sí. También. Desde ya. Todo esto ha seducido. Está claro. Lo vemos a cada rato. ¿Entonces? Quizá la mejor forma de conjurar esa seducción sea detenerse, tratar de no entrar en los ritmos que propone el carnaval. Digo, ¿no?. Porque detrás del carnaval, está la favela. Como en Brasil, para poner un ejemplo clarito. Y ahí no te podes hacer el distraído. Si sos un intelectual, ni te cuento. ¿Eh? ¿Qué pasa? Esto es un tópico.

—Pero si el signo de la época es la domesticación de los intelectuales, como vos decías, la falta de crítica... ¿entonces qué?
—¡Ah, bueno! Es que ésta es una situación que se ha reiterado a lo largo de la historia. ¿O vos creés que es una novedad esto de los intelectuales englutidos? ¿A ver? Hagamos un repaso. Digo: para no caer en una sensación milenarista, ¿no? En este país, para no abundar, podríamos hablar de Lugones. ¿Sí? También era un intelectual proveniente de la izquierda que fue englutido por el sistema, con el señor Quintana o con el señor Uriburu. Quiero decir: ni tanto ni tan poco. ¿Y Sarmiento? Hablemos de Sarmiento, el intelectual crítico de 1840 y 1845 que en el año 1879, se convierte en un defensor de los aspectos más reaccionarios del sistema instaurado, con motivo de la campaña del desierto. ¿Eh? ¿Qué tal? Y en ese momento, no nos olvidemos qué significó el pasaje de la Revolución Francesa a la Restauración. Cómo fue vivido eso por los intelectuales críticos franceses. ¡Otra que la Unión Soviética! Para seguir con el recorte argentino: ¿y Marechal? ¿Cómo era visto Leopoldo Marechal en el año 1946, cuando estaba al frente de... creo que era la subsecretaría de Cultura... por gente que había sido amiga de él antes del '45?. Digo, para relativizar ¿no? Hablar de esa época. Ahí hubo intelectuales como José Gabriel, César Tiempo y otros más, que se pasaron con armas y bagajes al peronismo institucional, no al peronismo aguerrido, ¿eh? No, no, no: a ocupar ciertos lugares muy jodidos, muy represivas. ¿Quién se acuerda de la etapa represiva de Marechal y de los profesoras que fueron echados de la universidad cuando él era subsecretario de Cultura? Ahora es una especie de santo. No sé de qué. ¿Quién se acuerda de cuando escribía en Sol y Luna, una revista de ultraderecha, y de sus manifestaciones fascistas en esos años? ¡Ja! Estas cosas hay que tenerlas en cuenta: Abdicación de intelectuales críticos ha habido siempre. Digo, para no perder el tino, ¿no? A Marechal, finalmente, yo lo conocí en Cuba. Las vueltas del mundo... ¡Joder!

—¿Y qué pasó ahí?
—Me acuerdo que le dije: "Pero aquí hay una dictadura del proletariado, Leopoldo". Me contestó: "¿Cómo?", medio desconcertado. "Y, sí, esto es una dictadura. ¿O no se enteró, usted? Esto se declara como una dictadura de las clases populares, desde ya con las contradicciones que tiene. Ahora, si usted cree que esto es el paraíso del liberalismo Victoriano, está borracho". ¡Inenarrable, hermana! Ahí estaba la mujer de él, que es una joya, no sé si alguna vez te la ligaste!         

    Dice, pregunta Viñas. "Las vueltas de la vida", murmura, mientras va hasta la biblioteca y saca un ejemplar de Sol y Luna, donde enseguida podrá verse que, entre artículos de elogio a Mussolini, hay una nota firmada por Leopoldo Marechal. "Yo me pondría bueno y diría: un hombre confundido", exculpará después, cuando se le señale que todo eso parece dibujar la trayectoría de un oportunista: "Un hombre confundido. Quiero decir, idas y vueltas, ¿no?" Ahora se va a acordar de otras desolaciones, de la década infame, del general Justo y la corruptela de esos años. "Que era como la de ahora. Desde ya: parecidos y diferencias, ¿no?, porque entonces estaba Lisandro de la Torre en el Parlamento, y ahora ¿a quién tenemos? Quiero decir, ¿quién ocupa ese lugar?  ¡Pavada de diferencia! Y no era un revolucionario, ¿eh?, era un hombre que venía del conservadurismo, socio del Jockey. Club y. toda la historia...! ¡Imagínate! Pero armó, otra que escandalete, un escándalo bíblico en el Parlamento. Y cuando le ofrecieron la presidencia de la República, se plantó y dijo: No, viejo, no".

La solitudine

    Ya es de noche. Afuera, detrás del ventanal del piso 13, la ciudad es casi una abstracción.. En el  mundo, encerrado ahora en el departamento de Córdoba y Montevideo, sólo parece existir la voz de Viñas, sus manos que van y vienen por el aire, cortando palabras, anticipándolas. Se podría hablar largamente del espectáculo de esas manos que no descansan nunca. Pero ya Viñas se ha internado en otra zona, en otras rugosidades de la historia. Pliegues oscuros donde caben la dictadura y el exilio. Y todavía locura y el dolor. Ahora Viñas se está acordando de los hijos, de sus muertos: María Adelaida y Lorenzo Ismael. "Los chicos..." —dice, y no puede seguir, y yo tampoco quiero seguir. Y apago el grabador.
    Después, mucho después, me va a contar que a María Adelaida la secuestraron a fines del '76, y que al varón se lo llevaron en el '79, cuando él, Viñas, estaba exiliado en España, en un pueblito llamado El Escorial, donde caía la nieve y en donde él, Viñas, se daba la cabeza contra el muro tratando de entender. "¡Qué ferocidad, hermana! Me llamó una mujer desde la Argentina, una tipa infernal de la que prefiero olvidarme, y me tiró por teléfono: 'Mataron a tu hijo'. ¡Imaginate! Pero, pará, ¿quién sos vos? ¿Qué me estás diciendo? ¡Vaya a saber qué desquite o qué desplazamiento había ahí... cómo alguien puede! Eso fue bestial... Y de ahí todas las locuras, vieja, todas las locuras de las cuales vos habrás ligado algún fleco, presumo... Ya antes había sido lo del Mundial, ¿no? Esa fue otra que para qué te voy a contar. Mirame a los compatriotas en la Plaza Mayor de Madrid, los exiliados, eufóricos con el campeonato de fútbol en la Argentina. ¡Joder! Ahí había que tener una capacidad muy fuerte para no tirarte al Manzanares o al río más próximo. O pegarte un tiro. Qué sé yo... Ahí estás en una perspectiva crítica, minoritaria, marginal. Desde ya. ¿Qué vas a hacer, no? Y después vino lo de la guerra de Malvinas. ¡Otra! En ésa, la izquierda también se metió. Yo estaba en México, entonces, y lo viví muy intensamente.¡Paaaa!...Te encontrabas con sociólogos de izquierda, como Pepe Nun, que me dijo en su casa: 'David, no pierdas el tren'. Yo le contesté: 'Pepe, ¿y vos tomás el tren para dónde?' Mira, viejo, esto se cae de la mata, es una manipulación escandalosa y tan evidente. Pero, ¿de qué me estás hablando?'
    Años vertiginosos, dice. "Despiadados" Y viene en su recuerdo un libro de Alberto Girri: El tiempo que destruye. O que pone a prueba, reflexiona… "Sobreviví, dice, como concluyendo" Antes, mucho antes, ha hablado de los días en que no quería irse, de la gente que lo eludía por la calle, que se cambiaba de vereda; de voces anónimas que insultaban por teléfono 'judío de mierda'; de amigos que aconsejaban: 'Andate, viejo, no queda otra. ¿O te creés que se van a olvidar de que fuiste asesor de La Patagonia Rebelde? Andate.Ya.' Se fue. Julio de 1976. En España y en México, un cuerpo desmaterializado, distanciado. "Como el de las putas, ¿no?, que se distancian de su cuerpo". Las manos,  nerviosas, trazan un círculo en el aire. Lo cierran. "No hablemos más" Dice que de eso no hablemos más.

—¿Qué pasó cuando volviste del exilio?
—Eso fue en el '83. Y... al volver tenés que dar examen de ingreso, ganarte espacios, toda esa putada. Desde ya. Tenés un capital simbólico, que es más simbólico que capital. Digo, ¿no? Y en el otro extremo, Grondona. Imaginate. Grondona en la televisión, donde no hay nadie no digamos crítico, sino levemente rezongón. Hace poco me invitó un muchacho que está en radio, al mediodía, y tiene un apellido portugués. Me empezó a hacer preguntas, pobrecito;  yo me daba cuenta. Él creyó que iba... que iba de peteneras el asunto. Y empecé a hablar; pero, simplemente como hablás en un café con un minimun de... qué sé yo... de estilos tuyos. Pobrecito. Prácticamente decía "ajá, ajá"... y miraba todo el tiempo el reloj como pensando"saquémonos  de encima este señor". Y bueno: ahí me las den todas... Desde ya, hay desplazamientos, hay nuevas solicitudes, gente que viene y que por ahí reemplaza a los auditorios consabidos. Elegís tu público. Está claro. El estilo es el hombre al cual uno se dirige ¿no?, la mujer a la cual uno quiere seducir. Ese es tu estilo ¿sí? Y optás. Digo, en función del campo de posibilidades que  tenés a partir de una determinada práctica, muy concreta, la práctica crítica. Ese lugar, ¿no? No sé si todos los días, pero con mucha frecuencia existe la tentación o la propuesta de reconversión, de instalarte en el sistema. Y... si se trata de acomodarse, por ahí alguna cosita podes ligar. Te jugás a esa mano. Ya. Perfecto. Un mes, dos meses. Al tercer mes, te decís: ¿qué carajo estoy haciendo yo acá?     
 
    Al tercer mes. O al cuarto. ¿Se habría hecho esa pregunta Viñas si no hubiera renunciado a la Guggenheim? Se presentó a la beca, se la dieron y después la rechazó. Alboroto en el avispero cultural y chismorreo en los cafés. "Che ¿y a Viñas qué le pasa? ¿Se volvió loco?" Muy pocos aplaudieron el gesto. Ahora, cuando recuerda el episodio, su voz se va instalando en la cólera: 
    —Mirá, vino a verme un periodista de un diario y me dijo que no entendía. ¡Inolvidable! Estaba ahí, sentado en ese sillón ¡Qué no entendía! Le dije: "escuchá; es un acto simbólico, yo no tengo otra posibilidad, yo no estoy diciendo que todos los tipos que recibieron una beca son unos perversos. Desde ya que no. Además, me seduce. ¡Hola!, son 25 mil dólares. ¿Sabes lo que eso significa para alguien que ni siquiera es dueño del departamento en que vive?" El fulano siguió. "Pero vos, qué? ¿Te consideras un héroe?", me preguntó. Y yo ahí le digo: "No, mira, vos me confundís con Garibaldi, yo no juego al héroe. Simplemente es una actitud de un intelectual crítico. ¿Entendés eso?". ¡Qué iba a entender! No era un hecho aislado, no era que de pronto me había picado una... una tarántula y resolví tirar 25 mil dólares por la ventana. ¡Nooo! —dice Viñas, truena, y es un león enjaulado caminando de un lado al otro, topando el aire— ¡Nooo!... "Y si me apurás un poco, mirá fue un homenaje a mis hijos, se me cantó renunciar porque mataron a mis hijos. Y sí. ¿Querés que me ponga en esos términos? ¿Sabes lo que es que te hayan matado a dos hijos?", le dije al tipo que me vino a ver. ¿Sabes qué significa eso? Hay gente que no entiende, viejo. Ahora, si no entendés, querido, qué sé yo, que Dios te ayude. Un homenaje a mis hijos. Me costó 25 mil dólares. Punto. ¿Querés que te muestre las fotos de mis hijos para ver por qué? —grita Viñas, se ahoga y manotea el aire, las venas del cuello a punto de estallar.
    Ha pasado el vértigo. Hay un clima raro ahora, una densidad, un cansancio infinito. Viñas ha vuelto a sentarse, se ha hundido en el sillón, la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados, la boca amarga. Hay algo frágil en ese rostro habitualmente poderoso. Algo desamparado. Por un largo rato nadie habla. Al fin le pregunto en qué momento decidió renunciar, si hubo un hecho puntual y él contesta que sí, que en el momento en que le otorgaron la Guggenheim salió un artículo de Petras sobre la capitulación de los intelectuales críticos y el papel que habían jugado, en este repliegue, las grandes becas. "Y ahí, no. Me pasé la película de Rodolfo Walsh y dije: no. Fue una réplica, si querés, a lo que decía Petras. Cuando me invitaron a presentarme, por sugerencia de Ricardo Piglia, yo había dudado bastante. Lo fui a ver a Ramón Alcalde, el tipo que intelectualmente respetaba más, y le pregunté: Ramón, ¿qué hago?, ¿acepto o no acepto? Él me respondió: Mirá, dentro de las becas internacionales, ésta es la más irreprochable. No te van a exigir ningún condicionamiento y a vos, que no tenés un mango, te va a venir muy bien". ¿Sabes para qué quería yo la beca? Para terminar un libro que estoy haciendo hace como cinco años y que se llama Erdosain o los intelectuales argentinos. Ese era el proyecto. Desde Lavardén, que fue el primero, hasta Walsh, con una modulación hacia el presente. Grondona y eso. Bueno. Ya. Alguna vez lo terminaré. Ahora, hermana, decime: ¿yo estaba loco, no? ¿Cómo iban a entender mi renuncia cuando las conciencias críticas de este país se habían mandado a guardar? Digo, ¿no?, para ponerla cosa en foco.
    Para poner la cosa en foco, traigo de vuelta el tema de la domesticación intelectual y le pregunto por los escritores jóvenes:

—¿Qué pasa con los nuevos, David? ¿Cuál es la marca?
—Y... ahí te encontrás con la trivialidad más absoluta. Lo que hablábamos, ¿no? de las luces del centro, la fugacidad del clip, de la historieta. La movida española y toda esa pavada. Desde ya. Yo no he leído los libros de éstos que han aparecido ahora, pero a veces leo lo que escriben en la contratapa de algún diario. Y bueno. ¡Pobrecitos! Yo diría: está bien, querido, viví tu vida, qué se yo, ¿cuál es tu delirio? ¡La movida española! Déle usted. Pero esto pasó siempre, ¿no?, este tipo de gilada, por lo menos. Para no hablar de Aristófanes para acá, o de Moliere para acá, decís 'yo a esto me lo sé de memoria'. Está bien, viva usted su vida, señor, estamos en otra, usted tiene espacio, accede a la corte, yo no tengo espacio, no accedo a la corte, yo soy un anarco que anda por el mundo. Déle. Yo estoy en otra. Lo que pasa es que... menos mal que no estamos en el siglo XVII, ¿no?, estamos en el XX y quizá sea más complejo el asunto. Pero por lo menos no me van a quemar, por ahora, como a una...vieja loca y más o menos bruja. Por ahora. Corros otros riesgos. Desde ya.

    Dice Viñas y propone un salto en el tiempo, como para comparar pasados y presentes. Década del '50, años de Contorno, de aquella revista y de aquel grupo.

—Los parricidas —digo, cazo al vuelo—. La transgresión ¿no? y por dónde pasaba...
—Sí, sí, hermanita. Pero pongamos en foco. Cuando estábamos los parricidas era la época de Perón. ¿Vos crees que teníamos...? No nos daban ni la hora. Nosotros nos tirábamos contra el peronato del señor Ivanicevich en la Universidad, contra La Nación, contra lo que era entonces y sigue siendo ahora; con Sur, que hoy no existe... Pero no salíamos por las calles y la gente venía con laureles a...

—No, claro, pero así y todo había una producción cultural concreta.
—Ya, pero estaba tapadita. Año '53, querida. Perón cumple, Evita dignifica, la ciudad llena de carteles por donde rumbearas, las estampillas ni te cuento. Y así siguiendo. ¡Ja! 1953. Pensá vos: esta revistita de morondanga hecha por siete tipos vinculados más o menos a la Facultad de Filosofía y Letras. Ya te digo: ni la hora. En ese momento el descubrimiento vino por parte de un señor oriental que se llamaba Rodríguez Monegal, que escribió unas cosas en Marcha, y ya. Pero todo esto era ¿... secreto... ¡hummm!... grupal, espacio de secta, te diría. ¿O vamos a creer que Martín Fierro, cuando salía, provocaba temblores de tierra en Buenos Aires? ¡Por favor! Era una cosa de cuatro cafés, aún teniendo en cuenta las dimensiones de la ciudad. ¡Hola! Era un secreto que funcionaba en Paraguay y Florida y terminaba allí. Punto. Claro, ya sé, vos me vas a decir que ahora no hay ni siquiera eso. Pero algo hay, algo hay... La gente de El ojo mocho. Y bueno, esos muchachos están haciendo cosas, ¿no?, trabajo de catacumbas. Porque el espacio, los medios, los manejan los otros, los que se han pasado al campo de la domesticación. ¿Alora? Ya. Perfecto. Siempre la misma historia.

—Que ahora es algo distinta, ¿no?, porque en el medio se cayó un mundo —digo, y le hablo de Europa del Este y del colapso del socialismo.
—Sin duda —acuerda Viñas— sin duda. Ese es un componente para tener en cuenta. ¡Y cómo! Ha sido un patadón, sobre todo para la gente de la mayor ortodoxia. ¡Joder! Como si a un católico se le viniera abajo el Vaticano o descubriera que el Papa es... una especie de rufián de cuarta, bah. Todo eso sería análogo a lo que pasó en la Unión Soviética. Pero no lo querían ver, no lo querían ver... Yo me acuerdo del año '59, cuando fui a Europa, invitado a integrar un jurado de cine. Viena. 1959. Allí vi por primera vez a los rusos en su salsa. ¡Y no lo podía creer! Estaban todos con uniforme: una especie de ropa gris y unos zapatos con agujeritos. Me acuerdo que le decía al bolchaje: "Che, ¿pero esto es el resultado de la revolución? ¡No puede ser! Yo he visto a tipos ahí que me parecen una cuerda de imbéciles colosales. ¡Los nietos del gran Lenin! ¡Uhhh!... Me miraban como si yo fuera un provocador, qué se yo. No, no, viejo. Yo no me engaño. Los vi allí y era lamentable. Su estilo, su forma... Inenarrable. Y bueno, fracasaron. Mal manejo, burocratización, todo lo que vos quieras. Desde ya. Tenes razón vos. Efectivamente, creo que ha sido un golpe en la nuca para la ortodoxia. Algunos se están reponiendo un poco, ¿no?, porque en el fondo nunca creyeron demasiado. Ahora, lógicamente, son más antisoviéticos que nadie. Desde ya. En esa zona, ¿eh? Y entonces aparece el escepticismo, la deserción y todo lo que te dé la gana. Este vacío.

—Hay como una pérdida de sentido, ¿no?, una sensación de inutilidad.. Digo, para el que postula una reflexión crítica en una época como ésta.
—¡Pero cómo! Desánimos, interrogaciones sobre para qué corno el esfuerzo intelectual. Desde ya, todo eso está ahí. El sentido te lo tienen que otorgar los otros, no hay vuelta de hoja. Ahí está la dimensión comunitaria, el punto de partida para la reflexión. No sé de otra. Lógicamente si sos ateo, ¿no? Ahí está la única recuperación posible del sentido. Los otros. Es decir, cómo te manejás en la dimensión personal. Cómo te sostenés, exigís, recomponés, en la relación con otra gente. Es una práctica intelectual que no es fácil. Desde ya. ¡Y cómo! Digo, ¿no?, porque cuestiona, precisamente, la fragmentación y el borramiento de esa dimensión comunitaria. Y ahí las tenes todas en contra. ¡Joder! Porque la mano, del otro lado, viene muy fuerte. Bueno. Ya. Pero imaginate lo que son las modas. Cuánto duran. Habrá que ver...

    Dice, y clava los ojos en la noche, más allá del balcón, donde se abre la ciudad y empieza el mundo; donde están los otros. "No es fácil", repite, con la voz ausente. "Pero hay que hacerse cargo, ¿no?, hacerse cargo".

—¿Y eso qué significa?—pregunto, y por alguna razón intuyo que éste será el final del reportaje—. ¿Qué quiere decir hacerse cargo?
— La solitudine, hermana. Estar solo. Y pensar de vez en cuando en el suicidio. Si un intelectual crítico no piensa en el suicidio, por lo menos una vez al año, entonces no es un intelectual crítico. ¿Está claro?.

Dice Viñas. Y es el final.


















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