CAPITULO XXVII.
No comais como los paganos que se hartan apresuradamente manchando sus cuerpos con toda clase de abominaciones. Porque el poder de los ángeles de Dios entra en vos con el alimento vivo que el Señor os da en su Mesa Real.
Y cuando comais, tened sobre vos el Angel del Aire y debajo, el Angel del Agua. Respirad largo y profundamente en todas vuestras comidas, para que el Angel del Aire bendiga vuestra comida. Masticad perfectamente bien vuestros alimentos, con los dientes, para que se licuen, para que el Angel del Agua los transforme en sangre en vuestro cuerpo. Y comed muy despacio como si fuera una oración hecha al Señor.
Porque en verdad os digo, el poder de Dios penetra en vos, si comeis de esta manera en su mesa. Pero satanás vuelve el cuerpo –de aquel a quien el Angel del Aire y el Angel del Agua no defienden en sus comidas, en vapor fangoso.
Y al que devora precipitadamente sus alimentos, el Señor no lo soporta más en su mesa. Porque la mesa del Señor es un altar y el que come en la mesa de Dios, está en su templo. Porque en verdad os digo, el cuerpo de los Hijos de los Hombres es transformado en un templo y su interior en un altar, si es que cumplen los mandamientos de Dios.
Por lo tanto, no pongais nada en el altar de Dios cuando vuestro espíritu esté perplejo, ni cuando penseis de alguien con enojo. Y entrad solo en el santuario del Señor cuando sintais en vos el llamado de sus ángeles. Porque todo lo que comiereis con espíritu contricto, enojado o sin deseos, llega a ser tóxico en vuestro cuerpo, porque el aliento de satán profana todo ésto.
Así, colocad con gozo vuestras ofrendas sobre el altar de vuestro cuerpo. Y que todos vuestros malos pensamientos se alejen de vos cuando recibais el poder de Dios en su mesa. Y no os senteis nunca a la mesa de Dios, antes de que El os llame por el Angel del Apetito.
No comais como los paganos que se hartan apresuradamente manchando sus cuerpos con toda clase de abominaciones. Porque el poder de los ángeles de Dios entra en vos con el alimento vivo que el Señor os da en su Mesa Real.
Y cuando comais, tened sobre vos el Angel del Aire y debajo, el Angel del Agua. Respirad largo y profundamente en todas vuestras comidas, para que el Angel del Aire bendiga vuestra comida. Masticad perfectamente bien vuestros alimentos, con los dientes, para que se licuen, para que el Angel del Agua los transforme en sangre en vuestro cuerpo. Y comed muy despacio como si fuera una oración hecha al Señor.
Porque en verdad os digo, el poder de Dios penetra en vos, si comeis de esta manera en su mesa. Pero satanás vuelve el cuerpo –de aquel a quien el Angel del Aire y el Angel del Agua no defienden en sus comidas, en vapor fangoso.
Y al que devora precipitadamente sus alimentos, el Señor no lo soporta más en su mesa. Porque la mesa del Señor es un altar y el que come en la mesa de Dios, está en su templo. Porque en verdad os digo, el cuerpo de los Hijos de los Hombres es transformado en un templo y su interior en un altar, si es que cumplen los mandamientos de Dios.
Por lo tanto, no pongais nada en el altar de Dios cuando vuestro espíritu esté perplejo, ni cuando penseis de alguien con enojo. Y entrad solo en el santuario del Señor cuando sintais en vos el llamado de sus ángeles. Porque todo lo que comiereis con espíritu contricto, enojado o sin deseos, llega a ser tóxico en vuestro cuerpo, porque el aliento de satán profana todo ésto.
Así, colocad con gozo vuestras ofrendas sobre el altar de vuestro cuerpo. Y que todos vuestros malos pensamientos se alejen de vos cuando recibais el poder de Dios en su mesa. Y no os senteis nunca a la mesa de Dios, antes de que El os llame por el Angel del Apetito.

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