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domingo, 13 de diciembre de 2009

ANTROPOLOGIA ECONOMICA: CAPÍTULO IX . CONSUMO


CONSUMO

No ha sido hasta fecha reciente que el consumo se ha constituido como un campo específico de investigación. Daniel Miller (1995) pronostica que el consumo transformará la antropología como disciplina y que éste pasará a ocupar el lugar central que históricamente ha ocupado el parentesco. Al margen del optimismo de Miller, lo cierto es que el consumo ha sido considerado hasta hace poco un simple epifenómeno de la producción desde la perspectiva marxista o un equivalente a la demanda desde la teoría neoclásica (Narotzky 1997:100). Las recientes contribuciones llaman naturalmente la atención sobre el hecho que los bienes comunican, que el consumo es un fenómeno social y que estos factores deben estudiarse desde la perspectiva de una antropología del consumo. Por otra parte, el consumo debe situarse también dentro del proceso económico y atender a su organización de la misma forma que la organización de la producción o de la distribución, procesos que tanta atención han recibido históricamente. En este capítulo estudiaremos estas dos cuestiones: el consumo como proceso social y el lugar del consumo en el proceso económico.

EL CONSUMO COMO PROCESO SOCIAL

La crítica de Mary Douglas y Baron Isherwood (1979) a la postura neoclásica es bien conocida en antropología económica: el consumo es un proceso social que no puede reducirse a un agregado de individuos. En la teoría marginalista clásica, el consumo se interpreta como producción negativa, esto es, como la destrucción de las utilidades producidas: […] consumption may be regarded as negative production. Just as man can produce only “utilities”, so he can consume nothing more … as his production of material products is really nothing more than a rearrangement of matter which gives it new utilities; so his consumption of them is nothing more than a disarrangement of matter, which lessens or destroys its utilities (Marsall, 1964:22, cit. en Narotzky 1997:103).

El consumo finaliza de esta forma el proceso económico en sentido estricto, esto es, lo elimina. Una vez adquiridos los bienes en el mercado, el consumo desaparece de la esfera económica.

Sin embargo, esta perspectiva deja sin resolver importantes cuestiones. El consumo no es instantáneo e individual sino que constituye un proceso organizado y se produce en determinados contextos sociales. Reservamos esta cuestión para el apartado siguiente. Nos ocupamos a continuación de la distinción entre bienes y objetos de lujo por una parte y la cuestión del ahorro.

El concepto “necesidad” y su gradación, algo asumido como “natural” y axiomático por la economía neoclásica y cuya satisfacción es el objetivo del proceso económico, es algo que dista mucho de estar claro (Cf. Sempere, 1992). ¿Cómo diferenciar entre bienes necesarios y bienes lujosos sin atender a variables culturales o de clase social? Adam Smith (1776, Cap. II) lo plantea en los siguientes términos: By necessaries I understand not only the kind of commodities which are indispensably necessary for the support of life, but whatever the custom of the country renders it indecent for creditable people, even of the lowest order, to be without. . . . Under necessaries, therefore, I comprehend not only those things which nature, but those things which the established rules of decency have rendered necessary to the lowest rank of people. All other things I call luxuries; without meaning by this appellation to throw the smallest degree of reproach upon the temperate use of them. Beer and ale, for example, in Great Britain, and wine, even in the wine countries, I call luxuries. A man of any rank may, without any reproach, abstain totally from tasting such liquors.
Nature does not render them necessary for the support of life, and custom nowhere renders it indecent to live without them.

Es pues, necesario atender a la satisfacción no sólo de las necesidades fisiológicas (hambre, sed, abrigo) sino a los estándares mínimos que establece cada sociedad para diferenciar entre bienes necesarios y bienes lujosos. Superados estos estándares, si un hombre puede mantener su posición renunciando a un bien, entonces este bien constituiría un lujo.

Desde una perspectiva propiamente marginalista los bienes lujosos se diferencian de los “necesarios” en función del grado de elasticidad de su demanda en relación a un aumento del precio. Así, los bienes “necesarios” presentan una elasticidad por debajo de la unidad mientras que los “lujosos” lo harían por encima. Esto significa también que a medida que aumentan los ingresos la demanda de bienes de primera necesidad crecería proporcionalmente por debajo de la demanda de objetos de lujo. Sin embargo, esto no explica porqué unos bienes pasan de ser lujosos a considerados como necesarios. El estudio de Mintz (1985) sobre la introducción del azúcar en los hábitos alimentarios de la clase trabajadora en Inglaterra nos informa de los condicionantes históricos del consumo, de los “gustos” y de la cocina (Cf. también Goody, 1982). El azúcar, asociado a la élite inglesa se popularizó hasta el extremo de sustituir otros consumos asociados a la clase obrera, como la cerveza y el pan hechos en casa. Este proceso se explica tanto por los intereses de los importadores de este producto sobre la base de mano de obra esclava como por los intereses de los capitalistas ingleses en introducir bebidas reconstituyentes (té y azúcar) en el proceso productivo en lugar de comidas.

Otro aspecto relacionado con el consumo es el ahorro, esto es, el consumo diferido. ¿Por qué la gente ahorra? Douglas y Isherwood ha mostrado las dificultades de los economistas para explicar este fenómeno. Keynes plantea el ahorro como una respuesta psicológica universal que lleva a no gastar en la misma proporción que aumentan los ingresos. Sin embargo, aducen los autores, en el siglo XIX aumentaron los ingresos y no aumentó el ahorro.
Friedman, por su parte, afirma que la elección entre consumo y ahorro se realiza de una forma perfectamente racional. Un objetivo racional del consumidor es igualar su consumo a lo largo de la vida. Por lo tanto, el ahorro está destinado a compensar posibles decrementos de los ingresos del futuro. El ahorro es prudente y la prudencia es racional. Un tercer autor, Duesenberry, introduce la variable social: los individuos consumen en función de la subcultura en la que estén inscritos y ahorran en función de sus ingresos. Así, un individuo con ingresos altos podrá atender a su gasto “social” y ahorrar al mismo tiempo, mientras que un individuo con ingresos menores no podrá hacerlo, pues, una vez descontada la renta gastada por la presión del grupo, no le queda renta disponible para ahorrar. Es pues necesario abandonar el individualismo metodológico para dar cuenta de fenómenos económicos como el ahorro.

Los bienes, continúan nuestros autores, no sólo sirven para satisfacer necesidades individuales, se definan como se definan, presentes o futuras, sino también necesidades de comunicación. Cabe recordar en este punto el debate sobre regalos y mercancías (gifts – commodities) popularizado por Appadurai en su introducción a The Social Life of Things (1986). Los objetos de lujo son “signos encarnados” y disponen de las siguientes características: [...] (1) restriction, either by price or by law, to elites; (2) complexity of acquisition, which may or may not be a functions real of "scarcity"; (3) semiotic virtuosity, that is, the capacity to signal fairly complex social messages (as do pepper in cuisine, silk in dress, jewels in adornment, and relics in worship); (4) specialized knowledge as a prerequisite for their "appropriate" consumption, that is, regulation by fashion; and (5) a high degree of linkage of their consumption to body, person, and personality" (pág. 38)

Así, el acceso a los objetos de lujos está restringido socialmente, son parte constitutiva de la personalidad, precisan de un conocimiento especializado para consumirlos en la forma apropiada y disponen de una dimensión simbólica. En la misma línea (Miller, 1995), los bienes permiten a los individuos, además de comunicar mensajes, construir su propia identidad.

Sin negar la dimensión simbólica del consumo o la importancia de la comensalidad, por ejemplo, nuestra perspectiva sobre el tema es que el consumo de masas obedece principalmente a la lógica del sistema capitalista, el cual busca no solamente reproducirse a la tasa más alta posible sino que busca constantemente en la cultura los medios para llevarlo a cabo, ya sea en la forma de turismo o en la forma de objetos de prestigio en el pasado. En este sentido, el capitalismo crea su propia demanda de bienes (Galbraith, 1967) a través de los medios que controla y que son el marketing y la demanda estatal. Los consumidores son soberanos en el plano ideológico solamente. Las empresas multinacionales se aseguran una demanda adecuada mediante el formidable desarrollo de una maquinaria de manipulación constantemente perfeccionada por la investigación de mercados. Esta manipulación hace que la gente desee consumir lo que se le ofrece. ¿Qué sería del sistema económico que estamos describiendo si llegados a un punto determinado las personas decidiesen dejar de trabajar (y por tanto de consumir)? Este punto de la crisis de consumo es precisamente el desarrollado por Rifkin en El fin de trabajo que tuvimos oportunidad de estudiar en el capítulo IV, una crisis de consumo forzada por la falta de trabajo, o por Inglehart (1977, 1990), según el cual en las sociedades “avanzadas” se está desarrollando una nueva clase de consumidores post-materialistas que reducen su consumo y que pueden poner en peligro el sistema capitalista. Por supuesto, el sistema buscará las formas de evitarlo.

Se supone, continúa Galbraith, que el consumidor expresa sus gustos en el mercado a partir de sus necesidades y estas elecciones informan a los productores de sus preferencias y permiten el ajuste de la oferta. Si los ofertantes se ajustan, ganan; si ignoran al consumidor pierden. Pero la realidad es que el consumidor está subordinado a los intereses de la organización y de su aparato de marketing. Proclamar que el consumidor es el rey es un eficaz mecanismo de legitimación de la manipulación. El “ciudadano” de hoy ha estado educado principalmente para comprar.

Si alguien tiene alguna duda del sentido de la influencia en el proceso de consumo le remitimos a la tesis de la Mcdonalización de la sociedad de Ritzer que presentamos también en el capítulo IV: un sistema organizativo ha provocado un cambio en los hábitos de consumo de cientos de millones de personas que, por lo visto, no ha hecho más que empezar.

En segundo lugar, a la pregunta de porqué se prefieren unos bienes en particular, la respuesta es que el consumo de masas está orientado a convertir en objetos cotidianos los objetos atribuidos históricamente a las clases altas (Bell, 1977). Los blasones supuestamente históricos que aparecen en objetos de todo tipo, las vajillas y cuberterías presentes en todas las casas de clase baja, la ropa y el calzado, en fin, todos los bienes de consumo nos informan de la clase social a la que pertenecen sus propietarios, como veremos más adelante.

El capitalismo no ha estado asociado siempre con consumo ostensible. De hecho, Weber muestra en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904-1905) como la moral del hombre de negocios calvinista, era la del trabajo y la austeridad. Una vida sencilla que contrastaba con la acumulación. Pronto, por las necesidades del capitalismo, la austeridad protestante dejó paso al consumo de masas. Este consumo se produce mediante el proceso de emulación descrito por Veblen y que presentaremos a continuación. Creemos que tiene razón Mary Douglas cuando reclama que la
antropología tiene algo que decir en procesos económicos que dicen basarse en la envidia.

EL CONSUMO OSTENSIBLE

Thorstein Veblen (1857-1929), admirador de Morgan y Marx y principal exponente del institucionalismo, intenta explicar en La teoría de la clase ociosa (1899) las condiciones históricas que posibilitaron el nacimiento y mantenimiento de una "clase ociosa". Desde una perspectiva evolucionista, Veblen supone la existencia de una etapa pacífica (idílica) y una subsiguiente etapa caracterizada por la lucha. El guerrero, sus trofeos, animan la emulación. "Honor" quiere decir reconocimiento de agresión exitosa, de bienes arrebatados con violencia. Se instala una disposición mental que hace de la lucha la institución dominante. Para que se desarrolle esta etapa depredadora es necesaria una evolución de la técnica y la aparición de las armas.
En el proceso de evolución cultural, la aparición de una clase ociosa coincide con el comienzo de la propiedad. En primer lugar, se dio la propiedad de la mujer por el hombre. En principio la propiedad del botín era del grupo, sólo más tarde se diferencia la propiedad del individuo. A medida que las posibilidades de obtener el trofeo mediante proezas agresivas y la actividad industrial va desplazando, en la vida cotidiana y en los hábitos mentales, a la actividad depredadora, la propiedad acumulada reemplaza cada vez en mayor grado los trofeos como exponente de prepotencia y éxito. Los individuos que no llegan a alcanzar el grado normal de riqueza son despreciados por sus congéneres y por sí mismos pues el autorespeto, razona Veblen, surge del respeto de los demás. El individuo necesita para su tranquilidad mental poseer una parte de bienes tan grande como la porción que tienen los otros con lo que está acostumbrado a clasificarse. Si tiene más este nivel se convierte en punto de partida para una clasificación superior, un nuevo nivel de suficiencia. Veblen llama a este proceso emulación.

Para ganar y conservar la estima de los hombres no basta con poseer riqueza y poder. La riqueza o el poder tienen que ser puestos de manifiesto, por la estima sólo se otorga ante su evidencia. El ocio vivido y no mostrado ha de hacerse ostensible. Una de las mejores manera es la existencia de modales sofisticados. Otra manera es disponer de una o más personas que exhiben un ocio vicario. El vestido permite la ostentación por antonomasia al ser visible y, al estar sujeto a las modas, la demostración inequívoca que el derroche es continuo. Si además el vestido imposibilita la realización de cualquier tarea útil (corsé, faldas estrechas, etc.) la evidencia es mayor.

Una alternativa al ocio ostensible es el consumo ostensible. El consumo ostensible es preferible cuando la movilidad de la población hace necesario exhibir inequívocamente el estatus obtenido. El ocio ostensible y el consumo ostensible son fenómenos históricos derivados de la aparición y el mantenimiento de una clase ociosa que se mantiene en el poder o que es emulada. Estos fenómenos se fundamentan, no en la satisfacción racional de las necesidades infinitas sino en el principio psicológico de la emulación (¿envidia?).

Un nivel de vida es un hábito. Variar el nivel de vida es romper el hábito. La propensión a la emulación es probablemente el más fuerte, persistente y alerta de los motivos económicos propiamente dichos. Se ha de gastar lo que establece el decoro de la clase a la que se pertenece para poder ser aceptado por los demás y por uno mismo.

Veblen nos descubre la importancia de la emulación de las clases superiores para explicar el consumo en nuestra sociedad y la función del consumo ostensible como marcadores de las diferencias sociales.
En el siguiente apartado presentaremos el trabajo de Pierre Bourdieu (1979) en el que se relacionan los estilos de vida y el gusto con las diferentes clases sociales. El consumo (y los gustos por tanto), estaría fuertemente influenciado por la posición social ocupada.

2 comentarios:

  1. Es un buen trabajo, auqnue el apartado sobre el ahorro no está del todo bien contextualizado.
    Como sugerencia para la parte de Economía está la obra de Duesemberry (1949) y Paul Nystrom (1929), y en la parte de antropología las obras "Vida de consumo" Zigmunt Bauman y "La feliciddad paradójica" de Gilles Lipovestsky, para comenzar.

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