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jueves, 10 de diciembre de 2009

ANTROPOLOGIA ECONOMICA: CAPÍTULO VII . DISTRIBUCIÓN


CAPÍTULO VII . DISTRIBUCIÓN

En este capítulo atenderemos a la variedad de formas en las que los bienes producto del trabajo se distribuyen. Para ello utilizaremos la también clásica división de reciprocidad, redistribución e intercambio por la comodidad expositiva que permite. Entendemos por distribución12 las trasferencias de bienes que se realizan entre personas o conjuntos de personas previamente unidas entre sí por otros vínculos, económicos y no económicos, diferentes del que establece la propia trasferencia. Estas trasferencias se incluyen en una variedad de instituciones: obligaciones de parentesco, dones, fiestas, competiciones y mercados.

RECIPROCIDAD

Mucho se ha escrito sobre la reciprocidad desde que Mauss escribiera su Ensayo sobre el don (1924). Sin embargo, a pesar de la riqueza de los datos etnográficos recogidos, poco es lo que se ha avanzando en el plano teórico13.
Alvin Gouldner (1960), Marshall Sahlins (1972) y Maurice Godelier (1998) son algunos de los ilustres nombres que se han ocupado del tema.
Analicemos cada una de las propuestas.

Mauss empieza por preguntarse ¿Cuál es la norma de derecho y de interés que ha hecho que en las sociedades de tipo arcaico el regalo recibido haya de ser obligatoriamente devuelto? ¿Qué fuerza tiene la cosa que se da, que obliga al donatario a devolverla? La primera cuestión que apunta Mauss es que en las sociedades primitivas "No son los individuos, sino las colectividades las que se obligan mutuamente, las que cambian y contratan; las personas que están presentes en el contrato son personas morales: clanes, tribus, familias, que se enfrentan y se oponen, ya sea en grupos que se encuentran en el lugar del contrato o representados por medios de sus jefes, o por ambos sistemas" (159-160). Tamati Ranaipiri, un informador maorí de R. Elsdon Best, habla del hau, el espíritu de las cosas que las hace devolverlas. De hecho, Mauss interpreta este testimonio como la persistencia de la persona que ha donado el objeto en el objeto. El hau tiende al volver a su lugar de origen, al santuario del bosque y del clan y por lo tanto a su "propietario". Los dones, además, no sólo se realizan entre vivos sino que también los antepasados y los dioses participan en forma de sacrificios y destrucciones de bienes.

A través del análisis del kula, de otras instituciones polinesias y melanesias, del potlach del noroeste americano (del que distingue cuatro tipos diferentes) Mauss sostiene la existencia de un principio humano fundamental: la obligación de dar, recibir y devolver. Este principio puede ser rastreado en los derechos romano, hindú (en el que recibir regalos es considerado peligroso en ocasiones), germánico (gaben) y chino.

Ésta es la formulación clásica del don. Mauss defiende en definitiva que el don y el contradón está impreso en la psyque humana: se cambian las cosas no por lo que valen, sino por lo que vale el cambio: la alianza, la solidaridad, la socialidad. La alternativa es la guerra, la hostilidad. Lévi-Strauss llevó, como sabemos, esta idea hasta sus últimas consecuencias.

Godelier retoma la pregunta de Mauss (¿qué tienen los objetos donados que obliga a devolverlos?) y, a partir de la rica etnografía de Melanesia (Weiner, 1976, 1992; Strathern, A, 1971, Strathern, M., 1975, Godelier, 1982), la contesta en los siguientes términos: nada se devuelve sino que se re-dona, creando una nueva deuda con el que recibe; la presencia del que dona continúa en el don. No se anula, por tanto, la deuda con la devolución, sino que se crea una nueva.

Godelier continúa categorizando los objetos que se donan: los objetos sagrados (i), los cuales son inalienables; los objetos preciosos (ii) que son los que se donan y (iii) los objetos corrientes que son los que se intercambian.
Como apuntamos en el primer capítulo, para que sea posible la circulación mercantil, el intercambio, es necesario reservar objetos fuera de la circulación: los objetos sagrados.

Los objetos sagrados proceden de los héroes fundadores de los clanes o de los dioses. Se trata de objetos primordiales. Los objetos preciosos, por su parte, se sitúan a medio camino entre lo sagrado y lo corriente puesto que pueden condensar poderes y sustituir a personas reales (de ahí que se utilicen como compensaciones por las deudas de sangre). Estos objetos deben ser comparables entre sí, de modo que puedan ser utilizados como medios de rivalidad y prestigio. Estos objetos deben ser además inútiles, abstractos y bellos. Como veremos en el siguiente capítulo, las monedas primitivas suelen disponer de ejemplares que recorren las tres categorías de objetos que propone Godelier.

Tanto Mauss como Godelier nos informan ampliamente sobre el don, pero no tanto sobre la reciprocidad. Los dones, tan magistralmente descritos, son de hecho formas ceremoniales de la reciprocidad, pero no la agotan.
Sahlins, por su parte, define la reciprocidad en relación inversa con las relaciones del parentesco. Así define la reciprocidad generalizada como propia de la unidad doméstica o el linaje, la equilibrada como propia de la unidad política o la tribu y la negativa como propia de otros grupos políticos.
El rapto y la guerra son así interpretados como formas de reciprocidad negativa, afirmando, de hecho, la existencia de una unidad funcional.
Alvin Gouldner, por último, formula la reciprocidad en términos más amplios: la reciprocidad es un valor moral universal que obliga de forma general a ayudar al que te ayuda; su carácter indefinido le permite legitimar todo tipo de transacciones ad hoc. Esta formulación tiene, bajo nuestro punto de vista, la ventaja de señalar la doble naturaleza del concepto de reciprocidad: la material y la ideológica.

Nuestra propuesta es la siguiente: la reciprocidad alude a dos fenómenos, a menudo relacionados, a saber, a la circulación diferida de bienes y a un constructo ideológico que afirma la obligación de devolver de forma equilibrada. Así, bajo la denominación “reciprocidad” podemos designar desde trasferencias entre iguales, por ejemplo el intercambio de regalos entre socios comerciales (ver infra), a trasferencias entre desiguales, como las relaciones de patronazgo o trasferencias agonísticas, como en el caso de las instituciones de la economía de prestigio. En unos casos la circulación material puede coincidir con la norma moral pero en otros la norma moral esconde precisamente la desigualdad.

En su aspecto material, la circulación diferida de bienes, la reciprocidad es propia de la unidad de producción y consumo14, ya sea la unidad doméstica o la banda, como en el caso de los cazadores-recolectores.
Los determinantes objetivos de esta reciprocidad cotidiana, de estas transferencias diádicas (porque son diádicas: cada familia da, cuando tiene, a cada una de las otras familias, y cuando no tiene recibe de cada una de ellas; técnicamente, no se hace fondo común), no son difíciles de ver. En las condiciones tecnoecológicas de esa caza y esa recolección ningún individuo, ninguna familia, puede llegar a almacenar y conservar una cantidad de alimentos suficiente como para hacerse independiente del trabajo, ni siquiera pasajeramente. Cualquier eventualidad individual, el fracaso de una cacería, la falta de suerte en la recolección, una herida, una enfermedad, un parto, la muerte de un familiar, puede condenar a una familia al hambre por varios días. Se podría decir entonces que cada transferencia diádica representa una inversión, la única inversión posible, que se retira luego cuando por alguna circunstancia el esfuerzo propio no tiene éxito o no puede hacerse, o simplemente cuando no se quiere trabajar. En suma: dar, recibir, devolver no son obligaciones del mismo tipo. Recibir es la necesidad. Dar y devolver, los medios para satisfacerla15.

En la banda, la circulación material se iguala o tiende al igualarse al ideal de devolución equilibrada del nivel ideológico. Sin embargo, esto no tiene porqué ser así ni siquiera en el caso de la unidad de producción y consumo: unos hijos pueden trabajar más que otros, y, como hemos visto en el capítulo anterior, heredar o recibir más que otros.

En su aspecto ideológico, la reciprocidad esconde desigualdades y competencia allí donde se afirma la pertenencia a una misma comunidad moral en el mismo acto del cambio. El don nos confunde precisamente por ello, porque es ante todo un acto ideológico (político, por tanto) que se materializa en un regalo, mientras que en la banda el regalo de comida es ante todo un acto material. Con el don se hacen aliados o se vence a los enemigos sin violencia física; con la comida se reproduce la unidad funcional. Analíticamente, pues, pensamos que distinguir las dos dimensiones del concepto nos ayuda a interpretar la variedad de fenómenos recogidos con esta denominación.


12 Cf. “Etnografía de la producción y la ciruclación”, Valdés, op. cit.
13 Ibidem.
14 Ibidem.
15 Ibidem.

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