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miércoles, 9 de diciembre de 2009

ANTROPOLOGIA ECONOMICA: LA ECONOMÍA CLÁSICA



LA ECONOMÍA CLÁSICA

El segundo desanclaje de la categoría económica corresponderá a la formulación de Adam Smith y los economistas clásicos del mercado como la más eficiente de las instituciones. Marx denunciará este proceso al enmascarar, detrás de la mercancía, relaciones sociales de explotación.
Hasta entonces, sin embargo, la economía sigue siendo Política, es decir, moral y con clases o estamentos sociales.

Entre los precursores de las teorías liberales cabe citar a Locke (1632-1704) y su obra Dos tratados sobre el gobierno. Con Locke el individuo adquiere carta de naturaleza, así como la propiedad privada. La ley de la naturaleza presenta según Locke un «ordo mundi» con tres estratos: Dios, los hombres y las criaturas inferiores. Las relaciones de cada estrato superior con el siguiente son concebidas como relaciones de propiedad, mientras que las relaciones internas a cada estrato lo son como relaciones de igualdad.

En 1705 Mandeville (1670-1733) publica una sátira en verso, La Colmena Rumoreadora o Bribones convertidos en Honestos, que luego convertirá en un libro, Fábula de las Abejas. «Vicios privados, virtudes públicas»: una colmena que vivía en la más completa prosperidad pero que estaba llena de vicios; por ello se impuso una reforma de costumbres. A consecuencia de esta reforma la corrupción fue desterrada, mas al tiempo se perdió la actividad, la prosperidad y disminuyó la población.

Con esta apólogo, muy del gusto de la época (de hecho imita a La Fontaine y sus famosa fábulas), Mandeville pone de manifiesto que la búsqueda egoísta individual lleva a un mayor bien común. Si en lugar de “vicios privados, virtudes públicas”, entendemos “intereses privados, bien público” podemos apreciar una neta formulación del individualismo liberal.

La influencia de Mandeville ha sido grande, especialmente en Adam Smith.
Mandeville, nacido y educado en Holanda, familiarizado con la filosofía francesa y afincado en Londres como médico, fue célebre en su época. De su pensamiento podemos destacar su antirracionalismo, el egoísmo fundamental de la naturaleza humana, la necesidad del lujo y su defensa del laissez-faire6.

El antirracionalismo de Mandeville, su insistencia en el papel fundamental de las pasiones humanas, recupera el espíritu relativista de Montaigne antes que pensamiento cartesiano y su búsqueda de la certeza se impusiera en el siglo XVII (Cf. Toulmin, 2001:110). La referencia a Montaigne (15331592) y sus Essais es importante porque éste inaugura el relativismo cultural. Roger Bartra (1996) en su libro El salvaje en el espejo defiende la tesis que Montaigne no necesitó de los salvajes del Nuevo Mundo para formular el relativismo cultural: de hecho, la idea del “salvaje” ya formaba parte de la tradición occidental, con monstruos en los márgenes a los que oponerse para hallar su identidad. Así, Europa se describió a sí misma al describir al salvaje.

Otro elemento que sin duda contribuyó al antirracionalismo de Mandeville fue la tradición médica griega de los humores y temperamentos, según la cual nuestra constitución mental y moral obedecía a la proporción relativa de cuatro “humores” o fluidos corporales: sangre, flema, cólera y melancolía; o a las cuatro cualidades: calor, frío, sequedad y humedad, las que se combinan para componer el temperamento (Cf. pp. Liii).
El segundo elemento en el pensamiento de Mandeville, el carácter egoísta fundamental de la naturaleza humana, ya lo hallamos formulado, cuanto menos, en Hobbes (1588-1679) y su Leviatán. Este egoísmo, movido por la pasión del orgullo, se oculta con un falso altruismo. Ahora bien, este persecución de la satisfacción individual lleva al bien general.

Su defensa del lujo sigue la misma lógica expuesta en La Fábula de las Abejas: eliminar el lujo equivale a que una legión de artesanos y comerciantes se suma en la miseria. Aquí se puede apreciar su visión de la sociedad como un todo interconectado con partes especializadas. De hecho, la locución “división del trabajo” es atribuible a Mandeville, del cual la tomó Adam Smith.

Por último, su defensa del laissez-faire es congruente con la búsqueda, sin barreras, del placer y la pasión individual. Sin duda, su origen holandés y los puertos comerciales de Ámsterdam y Hamburgo tuvieron no poca influencia en esta formulación plenamente sistemática y basada en el individualismo.

Nos toca ocuparnos ahora de Adam Smith (1723-1790). Adam Smith publicó en 1776 La riqueza de las naciones. Una investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, la primera presentación completa del “sistema” económico. Smith estaba interesado básicamente en las fuentes del crecimiento económico y propugnó la división del trabajo como el elemento primordial del aumento de la productividad y la riqueza. Con Smith, como con los mercantilistas antes que él, el cambio pasa de ser un proceso en el que alguien gana y alguien pierde a ser un proceso beneficioso para ambas partes. De hecho, el libre cambio es la base fundamental de la riqueza de las naciones.

En su propuesta, el trabajo es la fuente del valor, distinguido del precio en el mercado. El razonamiento es el siguiente: en una sociedad simple, el trabajo es la fuente primaria del valor. Si son necesarias el doble de horas para cazar castores que venados, deberían cambiarse dos castores por un venado (cit. en Barber, 1967:33). Sin embargo, en una sociedad compleja, el trabajo es el componente del valor pero una vez descontadas la remuneración de la tierra y la remuneración del capital. Esto es, el valor lo constituye el coste de los salarios más el coste de la renta de la tierra y del beneficio. Los bienes de esta forma producidos (en los que los productos agrícolas son, como puede verse, todavía de fundamental importancia) son llevados al mercado. En el caso que no existan impedimentos a su venta, el valor (“el precio natural” o el viejo “precio justo”) se aproximará al precio de mercado. Por lo tanto, es necesario eliminar cualquier barrera a la actuación de la mano invisible del mercado que, con su actuación, permita alcanzar este estado. Es necesario laissez-faire a las fuerzas impersonales del mercado y actuar sobre los aranceles pero también sobre los monopolios y los acuerdos de los empresarios para mantener bajos los salarios.

No todo el trabajo, sin embargo, es productivo. Smith divide a la sociedad en clases productivas, aquéllas que producen productos tangibles y las clases improductivas, entre las que se cuentan los religiosos, abogados, artistas, gobernantes … no quiere decir con esto que las clases improductivas sean inútiles, sólo que no contribuyen a la riqueza de la nación.

Ahora bien, si el precio de una mercancía está constituido por el trabajo, más el beneficio más la renta de la tierra ¿dónde está, se pregunta Marx (1867, Libro II, cap. XIX) el capital? La respuesta está en que Smith, aunque reconoce la importancia de las inversiones en infraestructuras y las máquinas, así como de las materias primas y los salarios en la creación del beneficio, estos conceptos son considerados como una parte del stock de mercancías de la nación y no como parte constitutiva del proceso de creación de valor. En términos marxistas, para Adam Smith, M, el valor de una mercancía, es igual al capital circulante c más el beneficio p, sin aparecer, c, el capital constante, en la ecuación. Veamos esta cuestión.

En primer lugar, Smith (Cf. Libro II, Cap. I) distingue, en el stock de bienes existente en un año en las naciones avanzadas en las que se da la división del trabajo y no se ocultan los bienes por temor a perderlos (como ocurre en muchas naciones de Asia), tres partes. La primera, todos los bienes que son necesarios para el consumo, esto es, la casa, los muebles, el vestido, etc. La segunda parte está constituida por el capital fijo, es decir, por las máquinas y herramientas, los edificios e infraestructuras destinados a la producción, así como la educación y el adiestramiento de los trabajadores7 (¡). La tercera parte está constituida por el dinero, los alimentos necesarios para mantener a la población, las materias primas y las mercancías no vendidas. Para que el capital fijo produzca beneficios es necesario que disponga de capital circulante, ya sea como adelanto de salarios, materias primas o alimento para los trabajadores. Sin embargo, paradójicamente, el precio de una mercancía se compone como hemos visto de tres partes: la que remunera a los trabajadores (salarios), la que remunera al capitalista (beneficio) y la que remunera al propietario (renta). Esta insistencia en intentar buscar un equilibrio natural de la clases sociales le lleva a omitir el capital fijo de la ecuación y justificar su omisión diciendo que, a fin de cuentas, el uso y el desgaste de la maquinaria y los edificios puede descomponerse a su vez, como cualquier mercancía, en los tres conceptos reseñados.

Aún con sus contradicciones, el sistema económico propuesto por Smith es imponente: el ahorro no es más que el consumo de otros, la demanda de trabajo es, en definitiva, demanda de más producción de trabajadores, el aumento de los capitales implica un disminución de la tasa de beneficio, etc.

Antes de acabar un comentario irónico de W.J. Barber (1967:29)

Smith pasó los últimos trece años de su vida como Comisario Real de las Aduanas de Escocia. Las referencias son que cumplió competentemente sus deberes administrativos. Es una de esas ironías de la vida el que un hombre que había dedicado una parte sustancial de su actividad intelectual a argumentar en favor de la promoción del libre comercio y la minimización de la interferencia gubernamental en los asuntos económicos, hubiera de terminar sus días como beneficiario del sistema que había atacado.

Justo es decir que Adam Smith consideraba que la expansión económica reportaría beneficios para todas las clases sociales.

Robert Malthus (1766-1834), David Ricardo (1772-1823) y John Stuart Mill (1806-1873) constituyen el resto de autores importantes de la llamada “economía clásica” por Marx. De Malthus sólo destacaremos su visión pesimista del futuro de las naciones (1798). La tendencia a un crecimiento natural de la población choca con la ley de la tasa de rendimientos decrecientes de la agricultura, de forma que los logros en el aumento de la producción de alimentos implican un aumento desproporcionado de la población, que no puede ser sostenida. Nuevas inversiones, tanto en el capital constante como en el variable en la tierra, no implican un aumento proporcional de los productos, de forma que el aumento del trabajo disponible no asegura su reproducción.

Si Malthus fue el primer profesor de “economía política” al aceptar un cargo con tal nombre, David Ricardo, su amigo, fue el primer “economista profesional”. Hombre de negocios, parlamentario e influyente economista, sus opiniones fueron tenidas en cuentas tanto en la emisión de moneda como en la política comercial internacional. Dos son los aspectos que destacaremos del pensamiento de Ricardo (1817). El primero, posiblemente el más conocido, su formulación de la ley de los costos comparativos, según la cual las naciones puedes obtener ventaja de especializarse en la producción de los bienes en los que son relativamente más eficientes e importar el resto. Ahora bien, para que este comercio pudiera desarrollarse plenamente era necesario un sistema financiero internacional estable.
Ricardo propuso el patrón-oro, de forma que si la balanza comercial se deterioraba o si se emitía moneda indiscriminadamente, las reservas de oro bajasen. Por lo que respecta a Inglaterra, Ricardo defendía que ésta debía importar cereales a bajo precio, lo cual proporcionaría un aumento del beneficio global. Las posibilidades teóricas del crecimiento económico tenían, sin embargo, un límite: el de la ley de los rendimientos decreciente que Ricardo aceptó.

La segunda cuestión, la teoría del valor, es de fundamental importancia para la economía marxista posterior. En su sistema, las mercancías obtienen su precio del trabajo y los beneficios, desapareciendo ya la renta de los terratenientes de la ecuación. Salarios y beneficios son, además, contradictorios, de forma que el incrementos de unos implica el decremento de otros. ¿Cómo? Ricardo apunta lo siguiente: si aumentasen los salarios, el precio de las mercancías no aumentaría, sino que permanecería invariable o incluso podría reducirse, por la sencilla razón que el valor se obtiene del trabajo efectivamente empleado en la producción de un bien y no del precio pagado por él. Si el trabajo necesario es el mismo y el precio pagado por él es mayor, entonces disminuirían los beneficios (Cf. Dobb, 1973:93). Esta contradicción de clases, es claramente un adelanto de la teoría de la plusvalía marxista. En la práctica, sin embargo, los salarios tienen la tendencia a mantenerse en el límite de la subsistencia por la ley de bronce de los salarios avant la lettre. La tasa de beneficio también tiene tendencia a decrecer por la presión al alza de los salarios como consecuencia del aumento de población producido por el aumento de la actividad económica.
Esta tendencia al alza de los salarios, que provoca como sabemos un descenso de los beneficios, podía paliarse importando alimentos; de ahí, la oposición de Ricardo a las Corn Laws que gravaban esta importación.

De John Stuart Mill solo diremos que se propuso perfeccionar la teoría clásica y buscar un aumento del bienestar de todas las clases sociales.

4 William Harvey publicó en 1628 su Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis inAnimalibus (An Anatomical Exercise Concerning the Motion of the Heart and Blood in Animals).

5 Cf. Valdés, op. cit.

6 Tomo esta información del Comentario crítico, histórico y explicativo de F. B. Kaye a la edición del libro de Mandeville estudiado aquí. Sin embargo, recientemente Fernando Díez, en su libro Utilidad, deseo y virtud. La formación de la idea moderna del trabajo (2001), presenta una interpretación diferente del pensamiento de Mandeville.

7 Parece,pues, que Gary Becker (1964) no fue el primero en formular la teoría del capital humano.

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