En el modelo walrasiano neoclásico las mercancías son idénticas, están concentradas en un punto del espacio y el intercambio es instantáneo. Sin embargo (Cf. North: 1994, 16), los procesos de compra y venta en el mercado incurren en costos de información (el tiempo y el esfuerzo necesario para identificar las propiedades de los productos o servicios y las alternativas existentes) y costos de control (hacer que los acuerdos se cumplan). A estas rectificaciones del modelo neoclásico cabe añadir una más, la cual explica precisamente la existencia del comercio y de comerciantes: la variable geográfica.
La teoría de que es posible deducir la localización de los lugares de intercambio a partir de las fronteras establecidas por las curvas de utilidad de los individuos que operan en el mercado, la Central Place Theory, fue formulada por el geógrafo Christaller en los años 30 (1966, citado en Narotzky, 1977:56). Esta teoría se introduce en antropología en los años 60 a partir del trabajo realizado por Skinner (1985) en mercados en China.
Stuart Plattner (1985) y, sobre todo, Carol A. Smith (1974, 1975, 1976, 1985), aplican la teoría al estudio de mercados en México y Guatemala. El modelo predice lo siguiente: la distribución de los mercados sigue un patrón exagonal e, introduce al menos dos niveles jerárquicos: la red de mercados locales y la red de mercados regionales. Cada red dispone de un flujo de productos que le es propio. Naturalmente, el modelo tiene que adaptarse a las peculiaridades geográficas y de transporte de cada zona, de forma que más que las distancias geográficas absolutas interesan los tiempos y costos del transporte.
Carol A. Smith (1985), a través de su análisis de los mercados en Guatemala, realiza una crítica de la teoría de la Central Place. En su estudio, la distribución de los mercados y el tipo de productos no puede entenderse sin tener en cuenta la existencia de grupos sociales muy diferentes, ladinos e indígenas, con diferentes recursos y posiciones en la organización económica del sistema de plantaciones. De hecho, el control político de los ladinos hace que los mercados y los flujos de productos se orienten en función de sus conveniencias, en lugar de “integrar” una región como sugería la teoría. Una teoría que aplica, en definitiva el marginalismo a la geografía económica.
A pesar de las críticas, la teoría de la Central Place ha motivado estudios empíricos de interés y el desarrollo de la “región” como unidad de análisis, una unidad del agrado de los ecólogos culturales (Cf. Smith, 1976).
Esta perspectiva de las contribuciones de la antropología económica nos permite apreciar la existencia de un corpus propio de datos y teorías. En los próximos capítulos analizaremos la emergencia de la categoría económica, las orientaciones teóricas de la antropología económica con algo más de detalle y las nuevas perspectivas sobre la economía y el trabajo de los últimos años.
La teoría de que es posible deducir la localización de los lugares de intercambio a partir de las fronteras establecidas por las curvas de utilidad de los individuos que operan en el mercado, la Central Place Theory, fue formulada por el geógrafo Christaller en los años 30 (1966, citado en Narotzky, 1977:56). Esta teoría se introduce en antropología en los años 60 a partir del trabajo realizado por Skinner (1985) en mercados en China.
Stuart Plattner (1985) y, sobre todo, Carol A. Smith (1974, 1975, 1976, 1985), aplican la teoría al estudio de mercados en México y Guatemala. El modelo predice lo siguiente: la distribución de los mercados sigue un patrón exagonal e, introduce al menos dos niveles jerárquicos: la red de mercados locales y la red de mercados regionales. Cada red dispone de un flujo de productos que le es propio. Naturalmente, el modelo tiene que adaptarse a las peculiaridades geográficas y de transporte de cada zona, de forma que más que las distancias geográficas absolutas interesan los tiempos y costos del transporte.
Carol A. Smith (1985), a través de su análisis de los mercados en Guatemala, realiza una crítica de la teoría de la Central Place. En su estudio, la distribución de los mercados y el tipo de productos no puede entenderse sin tener en cuenta la existencia de grupos sociales muy diferentes, ladinos e indígenas, con diferentes recursos y posiciones en la organización económica del sistema de plantaciones. De hecho, el control político de los ladinos hace que los mercados y los flujos de productos se orienten en función de sus conveniencias, en lugar de “integrar” una región como sugería la teoría. Una teoría que aplica, en definitiva el marginalismo a la geografía económica.
A pesar de las críticas, la teoría de la Central Place ha motivado estudios empíricos de interés y el desarrollo de la “región” como unidad de análisis, una unidad del agrado de los ecólogos culturales (Cf. Smith, 1976).
Esta perspectiva de las contribuciones de la antropología económica nos permite apreciar la existencia de un corpus propio de datos y teorías. En los próximos capítulos analizaremos la emergencia de la categoría económica, las orientaciones teóricas de la antropología económica con algo más de detalle y las nuevas perspectivas sobre la economía y el trabajo de los últimos años.
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