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domingo, 27 de diciembre de 2009

DEL IDEALISMO AL NUEVO ENFOQUE PEDAGÓGICO -19-


IDEALISMO

El centro de estudio del acto educativo debe versar sobre las condiciones reales que constituyen y conforman la conciencia de cada uno de los educadores. (Freire)

El término idealismo es uno de los más socorridos y suele utilizársele para indicar manifestaciones diversas y contradictorias de la filosofía antigua y moderna. La causa de esa ambigüedad es el haber restringido el término a su significado gnoseológico, pues por idealismo se suele entender toda doctrina que reduzca la realidad a ideas; pero como también Platón hablaba de ideas (si bien para él las ideas no son pensamientos, sino el ser mismo), el término idealismo se ha aplicado también a la doctrina platónica.

Más propiamente, ha servido para designar los planteamientos según los cuales la realidad del objeto depende del sujeto que lo piensa (entendiendo, de ese modo, la palabra idea en su sentido moderno de pensamiento subjetivo); en este caso, la palabra idealismo indica por igual a los planteamientos de Berkeley, Malebranche, Fichte o Schelling.

El idealismo es una posición radicalmente opuesta al empirismo y positivismo, que no sólo remite la pedagogía a valores trascendentales, aunque historicizados, sino que (lejos de depender del ambiente) sostiene con energía que la educación natural o social es un acto subjetivo y creativo, y, por tanto, lleva consigo no sólo la distinción de la libertad, sino también la de la novedad y de la originalidad.

Muchos son los significados del vocablo “idealismo” aparecidos a lo largo de la historia del pensamiento, aunque unidos por la primacía de la idea y, por tanto, de la realidad espiritual (tanto cosmológica como antropológica):

1)    Desde el llamado idealismo de Platón, que concibe la vida como una ascensión del mundo sensible a las ideas (verdad, belleza y bien), al idealismo del empirismo lockiano, que concibe las ideas como un producto de la experiencia y, por consiguiente, como un contenido de la mente (tesis confirmada por la ideología franco-inglesa del siglo XVIII).
2)    Desde el idealismo de G. Berkeley (1685-1753), que identifica idealismo y fenomenismo (la realidad es fenómeno, es decir, representación), concluyendo con una forma de misticismo (platonizante?) y con una concepción teleológica de lo real (todo debe ser reconducido a Dios), al idealismo poskantiano, que pone de manifiesto resueltamente la espiritualidad de lo real y que valoriza su fuerza creadora, verificable sobre todo en el ámbito del arte (con las innegables conexiones con el romanticismo, cuyos testimonios más singulares son Schelling en filosofía y Fröbel en pedagogía), hasta el neoidealismo del siglo pasado, especialmente italiano, con Juan Gentile (1875-1944) y José Lombardo Radice (1879-1938), la variedad de las posiciones es notable y, sin embargo, pedagógicamente se reconoce por doquier que la mejora se alimenta del mismo sujeto, de manera que la educación tiende a ser autoeducación si es que incluso no se identifica con ésta.

Si luego se considera lo que es propio de la actividad humana, pues el reconocimiento de la primacía de la filosofía (como toma de conciencia del desarrollo del espíritu), se acompaña con la exaltación de aquella actitud específica que es propia de la creatividad estética.

De aquí no sólo la consideración atenta del arte y de la expresión lingüística, que categoriza especialmente el mundo infantil (más inmediatamente espontáneo), sino también el reconocimiento de que la relación educativa se vive artísticamente, como encuentro y fusión de los dos personajes (maestro y alumno) y, por tanto, de forma auténticamente humanística y antipositivista.

De modo coherente se excluye aquella didáctica de tipo normativo y preceptista, apreciada por Herbart (1776-1841) o también por el positivista Arístide Gabelli (1831-1891), para reconocer que la única posible didáctica es una crítica didáctica y, por tanto, la reflexión personal sobre el hecho educativo.

Si es cierto que el idealismo se remite a las ideas que constituyen el contenido del pensamiento, lo es también que, lejos de afirmar (como hacen las doctrinas realistas) una correspondencia de las ideas con la realidad, es el pensamiento el que legitima la realidad misma con vistas a su acto creador.

Por ello, la posibilidad de que cierto idealismo degenere en formas de nominalismo (las cosas son sus nombres), como puede confirmar el amplio debate medieval sobre los conceptos universales: los conceptos son tomados de las cosas (realismo: post rem), o son ante rem, incluso nomina, flatus vocis (sonido de la voz), a los que no corresponde ninguna realidad.

El debate no es de naturaleza meramente lógico-cognoscitiva, sino que involucra directamente la educación en su objetivo lingüístico (la formación y el significado de las palabras y de su método.

Si consideramos que se formula la tesis según la cual los conceptos están in re (en la cosa), se comprende que la formulación panteísta, resultante de ello, no puede permanecer ajena a la problemática pedagógica.

Si frente a las consecuencias escépticas del nominalismo, el panteísmo recupera la realidad, incluso la garantiza contra todo peligro de disolución de cualquier clase, hay que preguntarse también si puede tener lugar una acción educativa respecto a un “sujeto humano” que en sentido estricto no se puede denominar sujeto, sino sólo  un modo de ser de la realidad, como pueden confirmar claramente Jordano Bruno (1548-1600) y Baruc Spinoza (1632-1677).

Lejos de concebir la educación como mejora del hombre (o como se quiera llamar), el panteísmo puede admitir solamente la inserción más radical del “modo” en la sustancia absoluta o, que es lo mismo, la anulación de los todos en el Todo; así pues, la inmovilidad total, la autocontemplación del ser.

Es una tesis confirmada también por aquellas religiones que, basadas en un panteísmo más o menos manifiesto, colocan el fin de la vida en el retorno y en la anulación consiguiente del individuo en el Todo.

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