La educación debe transformarse en un método de cultura popular, reuniendo en su seno la conciencia individual y la realidad política. (Freire)
Los precursores de la Ilustración puede remontarse al siglo XVII e incluso antes. Son los aportes de algunos racionalistas como René Descartes (1596-1650) y Baruch Spinoza (1632-1677); los filósofos políticos Thomas Hobbes y John Locke y otros pensadores escépticos galos de la categoría de Pierre Bayle (1647-1706) o Jean Antoine Condorcet (1743-1794). Fue base importante la confianza engendrada por los nuevos descubrimientos de la ciencia, y el espíritu de relativismo cultural fomentado por la exploración del mundo no conocido.
La fe constante en el poder de la razón humana (entre las suposiciones y creencias básicas) fue común en filósofos y pensadores de esta orientación. La exposición de la teoría de la gravitación universal de Isaac Newton (1642-1727) causó gran impacto intelectual. Si la humanidad podía resolver las leyes del Universo y las propias leyes de Dios, el camino estaba abierto para descubrir las leyes que subyacen al conjunto de la naturaleza y la sociedad. Mediante un uso juicioso de la razón, se llegó a asumir que un progreso ilimitado sería posible (progreso en conocimientos, en logros técnicos con sus consecuencias también en valores morales).
Conforme a la filosofía de Locke, los autores del siglo XVIII creían que el conocimiento no es innato, sino que procede sólo de la experiencia y la observación guiadas por la razón. A través de una educación apropiada, la humanidad podía ser modificada, y su naturaleza mejorada. Al descubrimiento de la verdad, a través de la observación de la naturaleza, se otorgó más valor que al estudio de las fuentes autorizadas, como Aristóteles y la Biblia (¿?). A pesar de ver a la Iglesia Católica como la principal fuerza que había esclavizado la inteligencia humana en el pasado, la mayoría de los pensadores de la Ilustración no renunció del todo a la religión. Optaron por una forma de deísmo, aceptando la existencia de Dios y de la otra vida, pero rechazando las complejidades de la teología cristiana. Creían que las aspiraciones humanas no debían centrarse en la próxima vida, sino, más bien, en los medios para mejorar las condiciones de la existencia terrena. Por lo tanto, la felicidad mundana fue antepuesta a la salvación religiosa. Se atacó con intensidad y energía la doctrina de la Iglesia, su historia, riqueza, poder político y se impuso el libre ejercicio de la razón.
La Ilustración, más que un conjunto de ideas fijas, implicó una actitud, un método de pensamiento; asumió el lema del filósofo Immanuel Kant: “atreverse a conocer”. Kant, en su folleto ¿Qué es la ilustración?, la caracterizó así: “es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude! Ten valor de servirte de tu propio entendimiento. He aquí el lema de la Ilustración. La pereza y la cobardía son causa de que una tan gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela; también lo son de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores”.
La Ilustración surgió del deseo de reexaminar y cuestionar las ideas y los valores recibidos, y de explorar otras ideas en direcciones muy diferentes. De ahí las inconsistencias y contradicciones que a menudo aparecen en los escritos de los pensadores del siglo XVIII. Muchos defensores de la Ilustración no fueron filósofos (según la acepción convencional y aceptada de la palabra), sino vulgarizadores comprometidos en un esfuerzo por ganar adeptos. Les gustaba referirse a sí mismos como el “partido de la humanidad”, orientar la opinión pública a su favor, imprimir panfletos, folletos anónimos y crear gran número de periódicos y diarios.
En España, las luces penetraron a comienzos del siglo XVIII gracias a la obra (aislada y solitaria, pero de gran enjundia) del fraile benedictino Benito Jerónimo Feijoo, el pensador crítico y divulgador más conocido durante los reinados de los primeros reyes Borbones. Escribió Teatro crítico universal (1739), en nueve tomos y Cartas eruditas (1750), en cinco volúmenes, intentando recoger todo el conocimiento teórico y práctico de la época. ("Siglo de las Luces," Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000.).
La Ilustración encuentra su centro de difusión en la Francia del siglo XVIII, que se traduce en hechos de vida civil, social y política y evidencia un contenido educativo tanto en propuestas organizativas como en consideraciones teóricas. La Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et de métiers (1751-1772), resultado de la colaboración de numerosos estudiosos y cuyo discurso preliminar contiene la concepción general de la obra, fue escrito por Jean d’Alembert (1717-1783) y otros, es la obra que de alguna forma resume y documenta todo.
La ilustración es un fenómeno complejo y difícil de interpretar; comprende tres aspectos diferentes y conexos:
a) La extensión de la crítica a toda creencia o conocimiento, sin excepción,
b) La realización de un conocimiento que, para abrirse a la crítica, incluya y organice los instrumentos para la propia corrección afirmando el valor primario de la razón,
c) El uso efectivo, en todos los campos, del conocimiento logrado de esa manera, con la finalidad de mejorar la vida individual y asociada de los hombres.
Cualquiera sea el caso, no puede negarse que, con excepción de Rousseau que representa una especie de autocrítica en el ámbito de la ilustración, todos están de acuerdo en reconocer que corresponde a la razón la tarea de guiar a la humanidad, que del saber depende todo el progreso de la vida social, económica y política y, por tanto, que sólo la razón puede llegar al descubrimiento de la verdad.
No es un mero retorno a Descartes, aunque su racionalismo se presente como factor determinante, al menos en cuanto a la necesidad de someter a crítica radical cualquier problema. La Ilustración pretende subrayar (y en esto se encuentra su dimensión pedagógica) la necesidad de iluminar con las fuerzas de la razón, individuando así el derecho del hombre a juzgar libremente. Por esto, se caracteriza como naturalismo, como laicismo y como liberalismo.
La explicación que Voltaire (1694-1778) hace de la religión, con tendencias deístas, es naturalista, y llega, incluso, al ateísmo con Dietrich d’Holbach (1723-1789). Es naturalista la explicación que los fisiócratas dan de los hechos económicos o la interpretación de la política de Ch. L. Montesquieu (1689-1755), defensor de los derechos naturales del hombre y de la libertad del ciudadano, o de Claude Adrien Helvetius (1715-1771), que considera la educación del hombre posible sólo mediante su directa participación en la vida pública.
El iluminismo es laico no sólo por su lucha contra la Iglesia y contra sus instituciones asistenciales y educativas, sino también por la defensa de una educación civil que se ha de extender a todos los ciudadanos. Lo defiende La Chatolais (1701-1785), que en su Ensayo sobre la educación nacional condena la educación eclesiástica y defiende las escuelas del Estado, y Condorcet (1743-1784), que confía al Estado el derecho de impartir la enseñanza, porque a él le corresponde el deber de iluminar a los ciudadanos y de conducirles a las verdades de la ciencia.
El liberalismo conduce al iluminismo a reconocer la igualdad de todos los hombres y el derecho inalienable de la libertad, que se ha de ejercitar en todos los sectores. Esta posición se remite a las teorías socio-políticas de Locke, y encuentra una respuesta fácil en Inglaterra, donde el iluminismo asumirá formas de utilitarismo, en el que el egoísmo toma un papel notable; además, algunas veces está acompañado por un sentido de sociabilidad, por el que el hombre naturalmente se siente parte de un todo.
En los países de lengua alemana hay dos puntos precisos de referencia, el rey Federico II de Prusia (1712-1786) y el emperador José II en Viena, pero en cualquier caso es de bastante difícil delimitación. De hecho, se encuentra con las corrientes neohumanistas que se afirman sobre todo en las universidades de Göttingen y de Halle, por obra de G.M. Gesner (1691-1761), defensor de la enseñanza científica; de G.A. Ernesti (1707-1781), renovador de la cultura griega, especialmente literaria y artística; de J.J. Hecker (1707-1768), defensor de las escuelas rurales; de J.J. Felbiger (1724-1788), que presenta un Reglamento para los países católicos de la Silesia.
Por el interés dirigido a la cultura antigua, junto a estos pedagogos debe recordarse a J.J. Winckelmann (1717-1768); F.A. Wolf (1759-1824), que reconoce el valor formal del estudio lingüístico; G.E. Lessing (1729-1781), que considera la cultura antigua, y en especial el arte clásico, como instrumento precioso e insustituible de formación humana; al “genio” de la época, Wolfgang Goethe (1749-1832), quien reconoce que la humanidad está realizada en la cultura antigua, la única apta para educar al hombre, pues “el hombre se forma mediante el hombre” (sin descuidar el hecho de que Goethe es autor de aquella Provincia pedagógica en la que se formulan indicaciones educativas de notable interés, caracterizadas por el espíritu de libertad y por la exaltación de la creatividad artística.
Al mundo griego se remite G.G. Herder (1744.1803), concediendo puesto privilegiado a la enseñanza lingüística y defendiendo una cultura desinteresada, de elite; mientras que K.W. von Humbolt (1767-1835), reorganizador de la Universidad de Berlín, ratifica enérgicamente el valor pedagógico de la cultura formal. Pero con estos autores, el neohumanismo se presenta como elemento de paso al mundo romántico.
El iluminismo italiano se manifiesta como reformismo que (al empeñar a los estudiosos de economía, derecho, ética social y pedagogía) se traduce en una acción concreta a la que los príncipes ilustrados están orientados por iniciativa propia o llevados por las circunstancias.
El iluminismo del siglo XVIII, aunque no puede definirse como absolutamente antihistoricista, no muestra confianza en la historia ni en aquel proceso que intenta hacerse en nombre de la razón. Rousseau toma posición y le hace un espacio en su pedagogía, asignándole significativamente una función pragmática con vistas al conocimiento de los hombres, y aconsejando rechazar su estudio hasta una edad más bien madura, cuando estuviesen desarrolladas las capacidades racionales y evaluadoras.
La supresión de la orden de los jesuitas (1773) impuso a los políticos dar atención a los problemas de la educación escolar, surgiendo interés de estudios y propuestas organizativas, no todas realizadas.
Planes o programas y métodos para la escuela son presentados por Antonio Genovesi (1713-1769), sacerdote napolitano, filósofo y economista a quien Romagnosi (Milán, 1832) lo ha juzgado como un precursor de los trabajos de la escuela escocesa, al mantenerse equidistante del idealismo y del sensualismo. Su lógica, que gozó de gran prestigio en los países de lengua latina y sobre todo en Portugal, es una teoría del método que comprende como funciones subordinadas eliminar el error, descubrir la verdad, juzgar, raciocinar y ordenar los pensamientos. Su ética lleva el nombre de Diceosina o ciencia de los derechos y de los deberes del hombre, y está inspirada en un criterio eudemonista (???????? = feliz)
José Gorani (1740-1819), filósofo y periodista italiano adoptó las propuestas de los filósofos de su época y eficazmente contribuyó a sembrar los gérmenes de la independencia en su patria.
Gaspar Gozzi (1713-1786), por encargo del gobierno veneciano, presenta un tipo de escuela organizado según tres ciclos, con orientación profesional.
Pedro Soresi (1711-1778), pedagogo italiano, retoma el problema de la educación de la “gente menuda”; se distinguió por sus estudios sobre la mujer y la instrucción popular, que condensó en sus obras Saggio sopra la necesita e la facilità di ammaestrare le fanciulle (1774), y Dell’educazione del minuto popolo (1775). Especialmente se fija en el carácter que debe tener la educación religiosa de la mujer y en el orden con que deben darse las enseñanzas. Propone, para el pueblo, una educación fundada en el conocimiento de la agricultura y la tecnología.
Reinaldo Carli (1720-1769), aporta con su obra L’uomo libero ossia Raggionamento sulla libertà naturale e civile.
Gaetano Filagieri (1752-1788) considera el problema de la educación y de la escuela resoluble sólo a través de intervención del Estado, de donde deriva la necesidad de una escuela pública extendida a todos.
Al considerar la obra reformadora de los príncipes, debemos recordar la reestructuración de las escuelas en Piamonte debida a Victorio Amadeo II; la institución de las escuelas para niños pobres (“escuelas leopoldinas”) en Toscana, donde también se renuevan las estructuras de las universidades de Pisa y de Siena; la reforma de la escuela de Lombardía, por influencia de los emperadores María Teresa y José II: reorganización de la universidad de Pavía y de numerosas instituciones culturales, creación de escuelas para el pueblo (en las que el padre Francisco Soave [1742-1806] introduce su método, que constituye el objeto específico de estudio para la preparación de los maestros, primera escuela surgida en Italia en 1786).
Los precursores de la Ilustración puede remontarse al siglo XVII e incluso antes. Son los aportes de algunos racionalistas como René Descartes (1596-1650) y Baruch Spinoza (1632-1677); los filósofos políticos Thomas Hobbes y John Locke y otros pensadores escépticos galos de la categoría de Pierre Bayle (1647-1706) o Jean Antoine Condorcet (1743-1794). Fue base importante la confianza engendrada por los nuevos descubrimientos de la ciencia, y el espíritu de relativismo cultural fomentado por la exploración del mundo no conocido.
La fe constante en el poder de la razón humana (entre las suposiciones y creencias básicas) fue común en filósofos y pensadores de esta orientación. La exposición de la teoría de la gravitación universal de Isaac Newton (1642-1727) causó gran impacto intelectual. Si la humanidad podía resolver las leyes del Universo y las propias leyes de Dios, el camino estaba abierto para descubrir las leyes que subyacen al conjunto de la naturaleza y la sociedad. Mediante un uso juicioso de la razón, se llegó a asumir que un progreso ilimitado sería posible (progreso en conocimientos, en logros técnicos con sus consecuencias también en valores morales).
Conforme a la filosofía de Locke, los autores del siglo XVIII creían que el conocimiento no es innato, sino que procede sólo de la experiencia y la observación guiadas por la razón. A través de una educación apropiada, la humanidad podía ser modificada, y su naturaleza mejorada. Al descubrimiento de la verdad, a través de la observación de la naturaleza, se otorgó más valor que al estudio de las fuentes autorizadas, como Aristóteles y la Biblia (¿?). A pesar de ver a la Iglesia Católica como la principal fuerza que había esclavizado la inteligencia humana en el pasado, la mayoría de los pensadores de la Ilustración no renunció del todo a la religión. Optaron por una forma de deísmo, aceptando la existencia de Dios y de la otra vida, pero rechazando las complejidades de la teología cristiana. Creían que las aspiraciones humanas no debían centrarse en la próxima vida, sino, más bien, en los medios para mejorar las condiciones de la existencia terrena. Por lo tanto, la felicidad mundana fue antepuesta a la salvación religiosa. Se atacó con intensidad y energía la doctrina de la Iglesia, su historia, riqueza, poder político y se impuso el libre ejercicio de la razón.
La Ilustración, más que un conjunto de ideas fijas, implicó una actitud, un método de pensamiento; asumió el lema del filósofo Immanuel Kant: “atreverse a conocer”. Kant, en su folleto ¿Qué es la ilustración?, la caracterizó así: “es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. La minoría de edad significa la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no reside en la carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro. Sapere aude! Ten valor de servirte de tu propio entendimiento. He aquí el lema de la Ilustración. La pereza y la cobardía son causa de que una tan gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, a pesar de que hace tiempo la Naturaleza los liberó de ajena tutela; también lo son de que se haga tan fácil para otros erigirse en tutores”.
La Ilustración surgió del deseo de reexaminar y cuestionar las ideas y los valores recibidos, y de explorar otras ideas en direcciones muy diferentes. De ahí las inconsistencias y contradicciones que a menudo aparecen en los escritos de los pensadores del siglo XVIII. Muchos defensores de la Ilustración no fueron filósofos (según la acepción convencional y aceptada de la palabra), sino vulgarizadores comprometidos en un esfuerzo por ganar adeptos. Les gustaba referirse a sí mismos como el “partido de la humanidad”, orientar la opinión pública a su favor, imprimir panfletos, folletos anónimos y crear gran número de periódicos y diarios.
En España, las luces penetraron a comienzos del siglo XVIII gracias a la obra (aislada y solitaria, pero de gran enjundia) del fraile benedictino Benito Jerónimo Feijoo, el pensador crítico y divulgador más conocido durante los reinados de los primeros reyes Borbones. Escribió Teatro crítico universal (1739), en nueve tomos y Cartas eruditas (1750), en cinco volúmenes, intentando recoger todo el conocimiento teórico y práctico de la época. ("Siglo de las Luces," Enciclopedia Microsoft® Encarta® 2000.).
La Ilustración encuentra su centro de difusión en la Francia del siglo XVIII, que se traduce en hechos de vida civil, social y política y evidencia un contenido educativo tanto en propuestas organizativas como en consideraciones teóricas. La Encyclopédie ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et de métiers (1751-1772), resultado de la colaboración de numerosos estudiosos y cuyo discurso preliminar contiene la concepción general de la obra, fue escrito por Jean d’Alembert (1717-1783) y otros, es la obra que de alguna forma resume y documenta todo.
La ilustración es un fenómeno complejo y difícil de interpretar; comprende tres aspectos diferentes y conexos:
a) La extensión de la crítica a toda creencia o conocimiento, sin excepción,
b) La realización de un conocimiento que, para abrirse a la crítica, incluya y organice los instrumentos para la propia corrección afirmando el valor primario de la razón,
c) El uso efectivo, en todos los campos, del conocimiento logrado de esa manera, con la finalidad de mejorar la vida individual y asociada de los hombres.
Cualquiera sea el caso, no puede negarse que, con excepción de Rousseau que representa una especie de autocrítica en el ámbito de la ilustración, todos están de acuerdo en reconocer que corresponde a la razón la tarea de guiar a la humanidad, que del saber depende todo el progreso de la vida social, económica y política y, por tanto, que sólo la razón puede llegar al descubrimiento de la verdad.
No es un mero retorno a Descartes, aunque su racionalismo se presente como factor determinante, al menos en cuanto a la necesidad de someter a crítica radical cualquier problema. La Ilustración pretende subrayar (y en esto se encuentra su dimensión pedagógica) la necesidad de iluminar con las fuerzas de la razón, individuando así el derecho del hombre a juzgar libremente. Por esto, se caracteriza como naturalismo, como laicismo y como liberalismo.
La explicación que Voltaire (1694-1778) hace de la religión, con tendencias deístas, es naturalista, y llega, incluso, al ateísmo con Dietrich d’Holbach (1723-1789). Es naturalista la explicación que los fisiócratas dan de los hechos económicos o la interpretación de la política de Ch. L. Montesquieu (1689-1755), defensor de los derechos naturales del hombre y de la libertad del ciudadano, o de Claude Adrien Helvetius (1715-1771), que considera la educación del hombre posible sólo mediante su directa participación en la vida pública.
El iluminismo es laico no sólo por su lucha contra la Iglesia y contra sus instituciones asistenciales y educativas, sino también por la defensa de una educación civil que se ha de extender a todos los ciudadanos. Lo defiende La Chatolais (1701-1785), que en su Ensayo sobre la educación nacional condena la educación eclesiástica y defiende las escuelas del Estado, y Condorcet (1743-1784), que confía al Estado el derecho de impartir la enseñanza, porque a él le corresponde el deber de iluminar a los ciudadanos y de conducirles a las verdades de la ciencia.
El liberalismo conduce al iluminismo a reconocer la igualdad de todos los hombres y el derecho inalienable de la libertad, que se ha de ejercitar en todos los sectores. Esta posición se remite a las teorías socio-políticas de Locke, y encuentra una respuesta fácil en Inglaterra, donde el iluminismo asumirá formas de utilitarismo, en el que el egoísmo toma un papel notable; además, algunas veces está acompañado por un sentido de sociabilidad, por el que el hombre naturalmente se siente parte de un todo.
En los países de lengua alemana hay dos puntos precisos de referencia, el rey Federico II de Prusia (1712-1786) y el emperador José II en Viena, pero en cualquier caso es de bastante difícil delimitación. De hecho, se encuentra con las corrientes neohumanistas que se afirman sobre todo en las universidades de Göttingen y de Halle, por obra de G.M. Gesner (1691-1761), defensor de la enseñanza científica; de G.A. Ernesti (1707-1781), renovador de la cultura griega, especialmente literaria y artística; de J.J. Hecker (1707-1768), defensor de las escuelas rurales; de J.J. Felbiger (1724-1788), que presenta un Reglamento para los países católicos de la Silesia.
Por el interés dirigido a la cultura antigua, junto a estos pedagogos debe recordarse a J.J. Winckelmann (1717-1768); F.A. Wolf (1759-1824), que reconoce el valor formal del estudio lingüístico; G.E. Lessing (1729-1781), que considera la cultura antigua, y en especial el arte clásico, como instrumento precioso e insustituible de formación humana; al “genio” de la época, Wolfgang Goethe (1749-1832), quien reconoce que la humanidad está realizada en la cultura antigua, la única apta para educar al hombre, pues “el hombre se forma mediante el hombre” (sin descuidar el hecho de que Goethe es autor de aquella Provincia pedagógica en la que se formulan indicaciones educativas de notable interés, caracterizadas por el espíritu de libertad y por la exaltación de la creatividad artística.
Al mundo griego se remite G.G. Herder (1744.1803), concediendo puesto privilegiado a la enseñanza lingüística y defendiendo una cultura desinteresada, de elite; mientras que K.W. von Humbolt (1767-1835), reorganizador de la Universidad de Berlín, ratifica enérgicamente el valor pedagógico de la cultura formal. Pero con estos autores, el neohumanismo se presenta como elemento de paso al mundo romántico.
El iluminismo italiano se manifiesta como reformismo que (al empeñar a los estudiosos de economía, derecho, ética social y pedagogía) se traduce en una acción concreta a la que los príncipes ilustrados están orientados por iniciativa propia o llevados por las circunstancias.
El iluminismo del siglo XVIII, aunque no puede definirse como absolutamente antihistoricista, no muestra confianza en la historia ni en aquel proceso que intenta hacerse en nombre de la razón. Rousseau toma posición y le hace un espacio en su pedagogía, asignándole significativamente una función pragmática con vistas al conocimiento de los hombres, y aconsejando rechazar su estudio hasta una edad más bien madura, cuando estuviesen desarrolladas las capacidades racionales y evaluadoras.
La supresión de la orden de los jesuitas (1773) impuso a los políticos dar atención a los problemas de la educación escolar, surgiendo interés de estudios y propuestas organizativas, no todas realizadas.
Planes o programas y métodos para la escuela son presentados por Antonio Genovesi (1713-1769), sacerdote napolitano, filósofo y economista a quien Romagnosi (Milán, 1832) lo ha juzgado como un precursor de los trabajos de la escuela escocesa, al mantenerse equidistante del idealismo y del sensualismo. Su lógica, que gozó de gran prestigio en los países de lengua latina y sobre todo en Portugal, es una teoría del método que comprende como funciones subordinadas eliminar el error, descubrir la verdad, juzgar, raciocinar y ordenar los pensamientos. Su ética lleva el nombre de Diceosina o ciencia de los derechos y de los deberes del hombre, y está inspirada en un criterio eudemonista (???????? = feliz)
José Gorani (1740-1819), filósofo y periodista italiano adoptó las propuestas de los filósofos de su época y eficazmente contribuyó a sembrar los gérmenes de la independencia en su patria.
Gaspar Gozzi (1713-1786), por encargo del gobierno veneciano, presenta un tipo de escuela organizado según tres ciclos, con orientación profesional.
Pedro Soresi (1711-1778), pedagogo italiano, retoma el problema de la educación de la “gente menuda”; se distinguió por sus estudios sobre la mujer y la instrucción popular, que condensó en sus obras Saggio sopra la necesita e la facilità di ammaestrare le fanciulle (1774), y Dell’educazione del minuto popolo (1775). Especialmente se fija en el carácter que debe tener la educación religiosa de la mujer y en el orden con que deben darse las enseñanzas. Propone, para el pueblo, una educación fundada en el conocimiento de la agricultura y la tecnología.
Reinaldo Carli (1720-1769), aporta con su obra L’uomo libero ossia Raggionamento sulla libertà naturale e civile.
Gaetano Filagieri (1752-1788) considera el problema de la educación y de la escuela resoluble sólo a través de intervención del Estado, de donde deriva la necesidad de una escuela pública extendida a todos.
Al considerar la obra reformadora de los príncipes, debemos recordar la reestructuración de las escuelas en Piamonte debida a Victorio Amadeo II; la institución de las escuelas para niños pobres (“escuelas leopoldinas”) en Toscana, donde también se renuevan las estructuras de las universidades de Pisa y de Siena; la reforma de la escuela de Lombardía, por influencia de los emperadores María Teresa y José II: reorganización de la universidad de Pavía y de numerosas instituciones culturales, creación de escuelas para el pueblo (en las que el padre Francisco Soave [1742-1806] introduce su método, que constituye el objeto específico de estudio para la preparación de los maestros, primera escuela surgida en Italia en 1786).
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