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domingo, 27 de diciembre de 2009

ROMANTICISMO -17-


El verdadero aprendizaje va más allá de la conquista de las letras; aprender significa alcanzar la estructura dinámica, conquistar nuestro propio ser. (Freire)

El prólogo a la segunda edición de las Baladas líricas (1800), de los poetas ingleses William Wordsworth y Samuel Taylor Coleridge, se considera el manifiesto literario del romanticismo. Allí se destaca la importancia del sentimiento y la imaginación en la creación poética y se rechazan las formas y los temas literarios convencionales. Así, en el desarrollo de la literatura romántica de todos los países predomina la imaginación sobre la razón, la emoción sobre la lógica y la intuición sobre la ciencia, lo que propicia el desarrollo de un vasto corpus literario de notable sensibilidad y pasión que antepone el contenido a la forma, estimula el desarrollo de tramas rápidas y complejas y se presta a la fusión de géneros (la tragicomedia y la mezcla de lo grotesco y lo sublime), al tiempo que permite una mayor libertad estilística.(Enciclopedia Microsoft Encarta 2000)

Rousseau, con su teoría de la educación, condujo a métodos de enseñanza infantil más permisivos y de mayor orientación psicológica, e influyó en el educador alemán Friedrich Fröbel, en el suizo Johann Heinrich Pestalozzi y en otros pioneros de los sistemas modernos de educación. La nueva Eloísa y Confesiones introdujeron un nuevo estilo de expresión emocional extrema, relacionado con la experiencia intensa personal y la exploración de los conflictos entre los valores morales y sensuales.

A través de estos escritos, Rousseau influyó de modo decisivo en el romanticismo literario y en la filosofía del siglo XIX. Su obra está relacionada con la evolución de la literatura psicológica, la teoría psicoanalítica y el existencialismo del siglo XX, en particular por su insistencia en el tema del libre albedrío, su rechazo de la doctrina del pecado original y su defensa del aprendizaje a través de la experiencia más que por el análisis. Su espíritu e ideas estuvieron a medio camino entre la Ilustración del siglo XVIII, con su defensa apasionada de la razón y los derechos individuales, y el romanticismo de principios del XIX, que propugnaba la experiencia subjetiva intensa frente al pensamiento racional.

Es difícil distinguir el romanticismo del idealismo, porque no se puede colocar a éste en el ámbito filosófico y a aquel en el ámbito artístico-literario.

De hecho, son considerados testimonios románticos de la literatura filosófica Schelling (1775-1854), Schleiermacher (1768-1834) y pedagogos como Richter (1763-1825) y Fröbel (1782-1852).

Más que el idealismo, el romanticismo es defensor de las fuerzas creadoras asentadas en la fantasía y en el sentimiento, a veces consideradas en oposición a la misma razón. Pues, la actividad estética y la religiosa son las que expresan la plenitud de la espiritualidad y las que constituyen las supremas formas de conocimiento de la realidad: el arte se hace incluso revelación suprema del ser y, por tanto, el genio artístico es el ideal al que deberá tender una educación completa del hombre.

Los caracteres comunes manifiestos en el romanticismo, son:

a.    Optimismo: es la convicción de que la realidad es todo lo que debe ser y, en todo momento, es racionalidad y perfección. Schopenhauer la presenta en la infelicidad de sus contrastes irracionales y, sin embargo, satisfecho al reconocerse en estos contrastes. La Voluntad irracional de Schopenhauer es un principio no menos optimista que el de la Razón absoluta de Hegel.

b.    Providencialismo: la historia es un proceso necesario en el cual la razón infinita se manifiesta o se realiza, no habiendo en ella nada de irracional o de inútil. Se coloca en el más radical contraste con la Ilustración, que opone tradición e historia; pues para el romanticismo todo lo pasado es manifestación de la Razón infinita. La historia, como manifestación de un principio infinito (Yo, Autoconciencia, Razón, Espíritu, Humanidad, o como quiera que se llame), es racionalidad entera y perfecta y no reconoce ni la imperfección ni el mal.

c.    Tradicionalismo: la exaltación de la tradición y las instituciones, en que ella se encarna, es uno de los aspectos típicos del movimiento romántico. El concepto de “nación” se compone de elementos tradicionales: raza, lengua, costumbres, religión, elementos que no pueden ser negados o renegados sin tradición, porque constituyen lo que la nación ha sido en todo momento.

d.    Titanismo: el culto y la exaltación de lo infinito tienen, como contraparte negativa,  el sufrimiento y la insatisfacción de lo finito. Prometeo es como el símbolo de este titanismo, interpretación no exacta del antiguo mito griego; pues entendían a Prometeo como el infractor, que hacía posible la supervivencia del género humano.

Pero, debido a la imposibilidad de alcanzar dicho ideal, se proponen, como objetivo concreto de la vida, la formación del gusto y del desarrollo del sentimiento estético. Por ello, el romanticismo exalta el juego como actividad desinteresada, espontáneamente creativa, de las relaciones con la realidad libres, no imitativas, más aún, separadas, irónicas.

También para la religión sirven consideraciones análogas. De hecho, como señala Schleiermacher, la vida deberá ser vivida con religión, en sentido dogmático o teológico. Actitudes panteístas o panenteístas (síntesis entre teísmo y panteísmo) y un amplio simbolismo completan las características del fenómeno romántico, que, en el plano civil y político, se enlaza, en toda Europa, con los movimientos de resurgimiento que habrían llevado a desarrollar el espíritu de unidad nacional de los pueblos, en especial italiano, alemán, polaco, bohemio y húngaro, con consecuencias directas en las concepciones pedagógicas y en la práctica educativa.

Pueden dar testimonio de ello Gian Domenico Romagnosi (1761-1835), que entiende la educación como “civilización”; Vicenzo Gioberti (1801-1851), que confía la renovación del pueblo italiano al “primado de lo espiritual”; Manzini (1805-1872), que a través de la “Joven Italia” aspira a la constitución de una “Joven Europa” y que, de forma espiritualista, pone la conciencia del deber como fundamento de la educación; Aporti (1791-1858), que con la institución de los asilos de infancia inscribe los problemas sociales y económicos dentro del ámbito de la educación; Mayer (1802-1877), que ofrece una descripción completa de las instituciones escolares suizas (especialmente las de Pestalozzi y las del padre Girard).

Friedrich Schiller (1759-1805) afirma que, en el hombre, la contemplación de la belleza se prolonga en la producción de la belleza, es decir, en el arte, que es propio del hombre en cuanto presupone una doble naturaleza: la sensible y la racional. Porque la belleza es la revelación sensible de la verdad y, al producirla y contemplarla, el hombre realiza aquella armonía entre razón y sentido en que consiste su perfección (Die Künstler, 1789). Pues la perfección del hombre exige, más que la victoria de la razón sobre la sensibilidad rebelde, el libre desarrollo armónico de las dos naturalezas: la sensible y la racional. Por ello, en otro texto sustenta que “el hombre juega sólo cuando es hombre en el pleno sentido de la palabra, y es completamente hombre sólo cuando juega” (De la educación estética).

Frente a todo ello se enfrenta  Antonio Rosmini-Servati (1797-1885) cuya metódica presenta en “cuatro principios:

1)    presentar a los escolares el variado saber en el orden más lógico y fácil,
2)    hacerlo sin contrastar por amor a su “lógica” metódica, las actitudes, los intereses y fines especiales propios de los sujetos educandos,
3)    ordenar la enseñanza en armonía y unidad,
4)    educar al hombre en general, a través del intelecto y el corazón, en la verdad y la justicia” (Pedagogía, de Dante Morando).  Por ello defiende tres características en la educación: la continuidad, la unidad y la característica esencia de la educación que es la libertad.

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