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martes, 15 de diciembre de 2009

LA FAMILIA ACTUAL: LA MADRASTRA BUJA Y EL PADRASTRO CRUEL


LOS MITOS DE “LA MADRASTRA BRUJA” Y “EL PADRASTRO CRUEL”
MADRES Y PADRES AFINES *
 

Dra. Dora Davison

Introducción

En toda familia ensamblada hay un padrastro o una madrastra o ambos. Esta definición por demás sencilla, desencadena toda una concatenación de prejuicios y sensaciones de desagrado, no carentes de incidencia en la vida familiar y personal de quienes las conforman.                                                
Si bien, en nuestro país existe el reconocimiento legal del parentesco producto de las uniones de hecho, el enfoque jurídico de la familia ensamblada requiere la celebración del matrimonio civil de la pareja que funda la nueva familia, para que los hijos, que cada uno de ellos tuviera de una unión precedente, estén legalmente reconocidos como parientes del cónyuge de su progenitor. Sin embargo, aún cuando la relación de parentesco entre un cónyuge y los hijos del otro nace con el matrimonio, las familias ensambladas constituidas tanto a partir de parejas legalmente casadas, como unidas de hecho, se hallan sometidas a las mismas tensiones y desafíos.

Lo que distingue a la familia ensamblada es la presencia de hijos desde el comienzo mismo de la relación de la pareja. Es una configuración familiar no tradicional que cada vez tiene mayor difusión en nuestra sociedad y en el mundo occidental. De seguir la tendencia se espera que en algunos países, como por ejemplo en USA, en el 2010 superen ampliamente el número de familias nucleares. En nuestro país no contamos con estadísticas, pero ... ¿quién no tiene entre sus familiares y amigos una familia ensamblada?, ¿cuántos de nosotros no formamos parte de una familia ensamblada de modo directo o en calidad de miembros extensos?

Las primeras investigaciones sobre familias ensambladas, allá por década del 70 en USA, fueron estudios comparativos con la familia nuclear. Las conclusiones a que arribaron mostraban a las familias ensambladas con falencias y a los chicos criados en esas familias como niños en riesgo. Pero, a medida que su número fue en aumento y los métodos de investigación se tornaron más sofisticados, los investigadores abandonaron ese punto de vista y pusieron el foco en sus diferencias estructurales. Puede leerse en Hetherington y Anderson (1987): “En años recientes, los investigadores han comenzado a alejarse del punto de vista de que las familias con un solo progenitor y las familias con hijastros, son atípicas o patógenas”.

Hallaron que las familias ensambladas que lograban la integración de sus miembros y alcanzaban la estabilidad, lo hacían mediante pautas de convivencia propias y diferentes a las de la familia nuclear. Estas reglas diferentes eran acordes a sus diferencias estructurales. Resultó obvio, entonces, que así como “nadie puede jugar al ajedrez con las reglas del juego de damas”, las familias ensambladas tampoco pueden funcionar adecuadamente cuando utilizan las reglas de convivencia de la familias nucleares. Este descubrimiento dio origen a modelos de abordaje, que incluían de forma ineludible, la información sobre sus características y sus modos más adecuados de funcionamiento.

También en la década de los 80, se incluyó al divorcio y al recasamiento como etapas adicionales del Ciclo de Vida Familiar. A partir de estos datos, empezó a cobrar importancia el modo en que se había producido la ruptura conyugal del matrimonio anterior, para la viabilidad de la familia ensamblada. Es decir, cuando el divorcio que la precede conserva intacta la relación de los ex - cónyuges como padres, la nueva familia tiene mayores probabilidades de éxito.
A pesar del tiempo transcurrido desde entonces, aún hoy, la mayoría de las personas que se vuelven a casar, desconocen las diferencias dinámicas y estructurales de su nueva familia e intentan emular a la familia nuclear. El alto número de divorcios de los segundos matrimonios se debe en gran parte a este desconocimiento. De igual modo, ello puede relacionarse con el origen de muchos desajustes familiares, conducentes a la aparición de síntomas en sus miembros más vulnerables: los niños y adolescentes que las componen.
Las investigaciones sobre las familias ensambladas provienen fundamentalmente del campo de la psicología,
la sociología, la antropología y la socio-demografía. Mucho ha sido el aporte de estas disciplinas, sin embargo, son muy pocos los conocimientos que se aplican en la vida cotidiana de las familias ensambladas.

Mientras, aún persisten los mitos que entorpecen su integración.
La información sobre su estructura, pautas de convivencia, mitos, etc., es un aspecto crucial del abordaje de la familia ensamblada, cualquiera sea el ámbito en que se genere la consulta.
Pero hay más aún, la mayoría de estas familias adolecen de baja autoestima como consecuencia de ideas y valores sociales profundamente arraigados, que señalan a la familia nuclear como “la norma” y a cualquier otra forma de organización familiar, como “una desviación” de la misma. En nuestro país, a pesar de que existe un número sensiblemente alto de familias ensambladas, tampoco escapan a los efectos de este modo colectivo de pensar y sentir, y en general gozan de menor valoración social que las familias tradicionales. Si bien, en los últimos año asistimos a un creciente interés por las familias ensambladas, lo cierto es que los sistemas educativo, de salud y religioso, están escasamente preparados para ofrecerles una guía y apoyo.

No es de extrañar, entonces, que un número significativo de familias ensambladas se vean afectadas por el sentimiento de no ser “una verdadera familia”. Si nos detenemos a pensar, éste no es un tema menor, desde el momento que tal vivencia acompaña el desarrollo evolutivo de los niños y adolescentes que las componen y el desempeño de los adultos a cargo.


El Mito de la “Madrastra Bruja” y del “Padrastro cruel”

En la familia ensamblada hay más vínculos y personas involucradas, y en este entramado de relaciones y connotaciones, hay dos figuras que se destacan de modo negativo en el imaginario colectivo: “el padrastro” y “la madrastra”.
En el ámbito del Derecho de Familia, para referirse a los lazos de parentesco que se derivan del vínculo que une a cada uno de los cónyuges con los parientes consanguíneos del otro, se habla de “parientes afines”. Nuestro Código Civil reconoce al padre afín(padrastro), a la madre afín (madrastra) y a los hijos afines(hijastros) como “parientes afines” en primer grado. Estas denominaciones tienen la ventaja de eludir la carga emocional negativa que conllevan los términos mencionados en primera instancia, pero hasta el presente, tropiezan con el inconveniente de ser poco conocidos para el común de las personas.
“Padrastro”y “madrastra”, son palabras que guardan una connotación maléfica y las personas evitan usarlas, pero tanto estos términos, como los poco divulgados de “madre o padre afín” son las únicas palabras en idioma español que aluden en forma directa al vínculo entre el esposo de la madre y el hijo/a de ésta, o la esposa del padre y el hijo/a de éste respectivamente. Son los únicos, que permiten usar el adjetivo posesivo “mi”: “mi madrastra”, mi “madre afín, “mi padrastro”, mi “padre afín, “mis hijastros”, “mis hijos afines”. Ésta última será la nominación que usaremos en el presente artículo.

Por lo general, los chicos nombran estos miembros mediatizándolos a través de un tercero: “la esposa de mi papá” o “el esposo de mi mamá”. Una encuesta realizada por la Fundación Familias Siglo XXI en 1999, reveló que la mayoría de los de los niños desconocía tener algún lazo de parentesco con la esposa del padre o el esposo de la madre: se les preguntó a chicos entre 8 y 11 años de edad - hijos de padres divorciados -, si su mamá o su papá se habían vuelto a casar. A los que respondían: “Sí”, se les le preguntaba si tenían “madrastra” o “padrastro”, entonces contestaban: “No”.
Tal desconocimiento no es privativo de los chicos: en nuestra experiencia podemos afirmar que la mayoría de los adultos que se vuelven a casar ignoran nuestras normas jurídicas referentes al segundo o ulteriores matrimonios.

En idioma inglés se usan los términos “stepmother”, “stepfather”, “stepchild”, “stepdaughter” que permiten la expresión: “my stepmother”, “my stepfathtrer”… La raíz “step”, a la vez que significa “paso”, “escalón”, proviene, del vocablo “steop” del inglés antiguo y que significaba: “desamparado, huérfano”. La palabra “stepfamilies”, con qué se designa a las familias ensambladas, tiene la misma raíz, pero su significado es imposible de traducir al castellano. “Step” en su doble acepción alude a la integración de las familias ensambladas, proceso, en el cual las relaciones se construyen lentamente, “step by step”: “paso a paso”.
Los seres humanos construimos la realidad en el lenguaje, en las conversaciones que mantenemos los unos con los otros, de modo que la ausencia de un nombre propio socialmente aceptado, influye negativamente en el desarrollo de la identidad personal. Además, en lo que se refiere a la familia, la forma de nominar a una persona, la sitúa dentro o fuera de la misma.

En 1976, Roosvelt y Lofas, describieron “7 Pasos para convertirse en una Madrastra Bruja”:

1° Paso: La madrastra intenta eludir el mito, cuidando amorosamente y con esmero a su hijastro.

2° Paso: El niño – leal a su madre – le responde con frialdad y distancia.

3° Paso: La madrastra se esfuerza... ¡Trata!, ¡trata! y ...¡trata! de agradar a su hijastro, hasta que    finalmente frustrada, se resigna y ahora, ella se distancia enojada.

4° Paso: El niño confirma su primera afirmación negativa: “¡Es una bruja, siempre lo dije!”.

5° Paso: La madrastra humana al fin..., contraataca. Se crea una situación que obliga al padre a intervenir; si movido por la culpa toma partido por su hijo, la familia estará en problemas.

6° Paso: La madrastra se esfuerza por ganar al padre para su lado, y por lo general lo consigue. El chico se aleja cada vez más.

7° Paso: Se ha preparado la escena: tarde o temprano, la “Madrastra Bruja” hace su aparición y el mito se perpetúa.

Muchas mujeres con hijastros, niegan calurosamente su condición de madrastras, como sí ello implicara una nefasta relación con los hijos de su cónyuge. Pero, no debemos asombrarnos, la sociedad en su conjunto contribuye a su modo de sentir.
Desde la sociedad se les envía a las madres y padres afines un mensaje ambiguo: por un lado se espera de ellos, que traten a sus hijos afines como si fueran propios y por otro, se espera que les inflijan alguna forma de daño o perjuicio. Es indudable, que independientemente de sus orígenes, los mitos de la “Madrastra Bruja” y del “Padrastro cruel”, están sostenidos por todo el andamiaje social. Tales mitos no se compadecen con la “Era del Saber” que hemos empezado a transitar en nuestros tiempos. Ocurre, que aún la fuerte adhesión al modelo de familia nuclear como ideal normativo, impide la aceptación social de la diversidad familiar. En todo caso ..., hay buenos y malos padres y madres afines, como hay buenos y malos padres y madres.
Los chicos toleran el noviazgo del papá o de la mamá, pero luego del rematrimonio, suelen cambiar de actitud. Muchas madres afines comentan azoradas: “La hija de mi marido me adoraba, se llevaba muy bien conmigo hasta que nos casamos. Ahora, no me puede ver”, tal cómo si se tratara de un encono personal; ignoran que este cambio en la relación tiene raíces que trascienden sus características personales: es resultado del lugar que ocupa en la estructura familiar, al lado del padre y antes ocupado por su madre.

Las madres afines, por lo general, lo pasan peor que los padres afines, debido a que la sociedad espera que sean más nutrientes y cariñosas que los hombres. Como las mujeres, reciben una educación más centrada en el cuidado de los niños y de los vínculos familiares que los varones, también son más exigidas a que “todo marche bien” desde un comienzo en la nueva familia. La creencia popular que asegura: “todas las mujeres nacen madres”, las hace más vulnerables, especialmente cuando no tienen hijos propios. La idea de que ciertas cualidades - tales como la habilidad para cuidar a los niños - son atributos propios de la naturaleza femenina, está tan aferrada a nuestras creencias, que para algunas mujeres sin hijos su rol de madre afín, es una oportunidad para probarse a sí mismas “como mujeres”.

Las madres afines enfrentan desafíos cotidianos para los que no están preparadas. Obviamente, ninguna mujer aprende desde pequeña a cumplir ese rol, ninguna niña cuando juega con sus muñecas lo hace soñando que algún día tendrá hijos afines. Tampoco su esposo, ni quienes la rodean, saben a ciencia cierta cual es su función. Sin embargo, todos esperan que sepa conducirse, como si la parentalidad fuera una habilidad innata o como si ejercerla en una familia ensamblada, fuera lo mismo que en una familia tradicional.
A menudo, las madres afines impulsadas por expectativas irreales y por el mito del “amor instantáneo”, sienten el rechazo de sus hijos afines como un fracaso personal. Otras veces, impulsadas por nobles sentimientos, creen que deben reparar el daño ocasionado a la familia por el divorcio o por la muerte del otro progenitor. Especialmente, si la vida matrimonial anterior fue penosa o en el presente, el otro progenitor se desentiende de sus hijos, asumen como un deber la responsabilidad de hacer feliz a la nueva familia.

Otro factor de estrés que se agrega al rol de la madre afín, es la evaluación de su desempeño que hacen, no sólo los chicos, sino también el esposo, otros familiares y hasta los amigos. No faltan aquellas oportunidades en que frente al rechazo de los chicos, el esposo y familiares la responsabilicen diciendo “sí fuera un poco más cariñosa ...., si les tuviera más paciencia ..., ellos la querrían”.
Cuando las cosas en las que nos involucramos afectivamente no salen como esperábamos, solemos pensar: “algo malo hay en mí” o bien, “algo malo hay en el otro”. Ideas similares desvelan a las madres afines que se esfuerzan inútilmente en ser “una buena madre” para sus hijos afines. La paradoja radica en que una madre afín jamás podrá ser una buena “madre” de los hijos de su marido. De ningún modo los padres y madres afines son “madres o padres sustitutos”, no importa cuán difícil sea la relación de los chicos con su madre o padre biológico. Tampoco importa, cuán maravillosa sea “ella” o “él”. Los chicos, antes de amarlos, deberán superar fuertes sentimientos de “deslealtad” hacia su progenitor. Hace falta mucha prudencia, tacto y comprensión, cuando se trata de los sentimientos filiales. Las madres afines, que no los toman en cuenta – aún cuando estén en lo cierto respecto a las aptitudes del progenitor del mismo sexo - verán destruirse la posibilidad de crear un vínculo de afecto y cordialidad con sus hijastros.

Cuando se es madre o padre afín, por haberse casado con una persona viuda con hijos, contrariamente a lo que supone comúnmente la gente, su posición en la familia es más complicada. Sucede que, por lo general, todos tendemos a idealizar el recuerdo de los seres queridos que fallecieron. Luego de la muerte de un progenitor los chicos y probablemente otros miembros de la familia, como abuelos o parientes cercanos, idealicen su recuerdo. La persona fallecida se convierte para la historia familiar, en una especie de fantasma impregnado de virtudes, como ocurre en “Rebeca, una mujer inolvidable” la novela de Daphane Du Mauriec. En la comparación con ese recuerdo, inexorablemente el nuevo integrante perderá sus mejores atributos. De ahí, la necesidad, para que los chicos acepten al nuevo miembro, de aclararles que no se pretende ocupar el lugar de la mamá o del papá fallecido. Actuar con suma prudencia hasta tanto sean valorados por si mismos, parece ser la regla.

Para Cherri Burns - autora de Stepmotherhood*** - ser madrastra “es un arte, una técnica de supervivencia y un acto de generosidad”.
Madres y padres afines, deben saber que no les cabe las mismas responsabilidades que a los padres biológicos en el cuidado y la educación de los chicos; su rol como apoyo y sostén emocional en la crianza es, sin duda, definido e importante por sí mismo. Tampoco deberán culparse por no querer inmediatamente “a los hijos del hombre que aman”, ni esforzarse en sentirlos como si fueran sus propios hijos, nada de esto es realmente posible. En definitiva, nada que no sea acorde a la realidad estructural de la familia ensamblada, es posible. En cambio, es importante desarrollar desde el comienzo relaciones cordiales y respetuosas.

Así como, a los niños se les debe dar el tiempo necesario, para que surjan en ellos sentimientos positivos, también las madres afines necesitan tiempo para establecer un vínculo de afecto con ellos. Hemos visto madres afines con un bajo concepto de sí mismas por no querer a sus hijos afines. En un grupo para parejas ensambladas se les pidió a los integrantes que cada uno completara la frase: “Yo aprendí ...”. Una madre afín, escribió: “Yo aprendí que no soy mala”, lo interesante es que este aprendizaje le posibilitó una relación mucho más distendida con su hijo afín.
Las buenas relaciones y el cariño, no se instalan “de golpe”, son el resultado de recuerdos de buenos momentos compartidos. Son el corolario de una historia y... ¡construir una historia lleva tiempo!.  

Para algunos autores, los intentos de algunas madres afines de ocupar el lugar de la madre biológica, están más relacionados con el deseo de formar su propia familia nuclear - por la valoración social que lleva implícita - que por un real deseo de alejar a los chicos de su madre.
Luego de las primeras etapas de la vida familiar ensamblada, las madres afines pasan de la sensación: “algo debe andar mal en mí”, a otra etapa en la que pueden poner nombres a sus sentimientos: “me siento celosa porque realmente me excluyen”. Dejan de pensar: “es mi culpa” para decir: “esto no me gusta”. Las madres y padres afines son “agentes de cambio”, son el eje alrededor del cual se reestructura la familia. Cuando perciben claramente aquello que les disgusta y expresan sin temor, los cambios que debieran ocurrir para sentirse más cómodos, todos tienen la oportunidad de hacer los ajustes necesarios para que la nueva unidad familiar funcione adecuadamente.

Por lo general, previo a alcanzar la estabilidad, las familias ensambladas pasan por un período de arduas discusiones que preludian la posición más fuerte del padre o madre afín. Las parejas superan esta etapa, comprendiendo la necesidad de trabajar juntos y lograr acuerdos, para conducir a buen puerto su familia. Algunas parejas tardan cuatro años en llegar a este punto. Una vez fortalecidos los vínculos ensamblados, los padres afines asumen el rol disciplinario y los padres biológicos se corren dejando libre el camino para que su pareja pueda gozar de todo lo gratificante que depara la relación con los hijos afines.    

Muchos hogares ensamblados están constituidos por una mujer, sus hijos y su nuevo marido: el padre afín. Atributos negativos similares a los que se endilgan a las madres afines, se les asigna a los padres afines: ausencia de amor filial y un peligro potencial para los hijos del primer matrimonio. La palabra “padrastro” deriva del latín “patraster”, despectivo de padre. En sentido figurado, en el Diccionario de la lengua española significa “mal padre” y madrastra “cualquier cosa que incomoda o daña”. En el mismo Diccionario figuran dichos como “madrastra, aún de azúcar, amarga”.
Los padres afines, corren el riesgo de ser mirados por sus hijos afines como “intrusos”, especialmente, si se mudan a la casa donde su esposa vive con los hijos. Cuando no es posible, comenzar la nueva vida familiar en una nueva casa, los padres afines, deben proceder lentamente y con sumo cuidado para hacerse un lugar propio. Ser pacientes es más que una virtud, es crear las condiciones para no fracasar.


Un film del director estadounidense Alan Pakula, “Amores compartidos”, describe con exquisita sensibilidad los sentimientos que embargan a los padres afines. En una escena de la película, Larry bebe solo mientras le habla al perro de su hijo afín:

- Ya sé George, no es mi cuarto ... no es mi casa ... no son mis hijos ... tu no eres mi perro.
 ¿Qué diablos hago acá?...
 Te será difícil entender ... Eres tan monógamo: un patrón, una patrona, una familia.
 ¡Y, yo un intruso!
Por lo general, los padres afines no tienen tantas fantasías acerca de su rol, como las madres afines. Sus principales dificultades provienen del rol tradicional que juegan los hombres en las familias como proveedores económicos, figuras de autoridad para imponer disciplina y guía de los varones cuando llegan a la adolescencia.

 En un artículo anterior hicimos referencia a los problemas financieros que involucran al padre afín, y al que remitimos al lector (El dinero...). Señalamos entonces, que las discusiones en torno a quién paga los gastos de sus hijos afines terminan por destruir su relación con los chicos. Otras veces, quedan atrapados entre los compromisos previos con el otro hogar de sus hijos y sus obligaciones familiares actuales.

El manejo de la disciplina es el otro gran desafío que afrontan los padres afines. Al igual que las madres afines, deben darse tiempo para crear primero un vínculo afectivo con los chicos, antes de asumir el rol disciplinario. Tiempo y prudencia son factores claves, ya que se necesita por lo menos dos años para que se estabilice su posición en la familia ensamblada. Sí se apresuran, o si la madre de los chicos lo considera demasiado severo, ésta puede molestarse y sabotear su autoridad. Entonces, perderá el rumbo, y lo que es peor aún, probablemente más tarde, su esposa le reprochará su falta de colaboración para imponer disciplina en el hogar.

Si el padre afín, su esposa o ambos, creen que él debe partir a socorrerla, cada vez que ella no pueda con la conducta de sus propios hijos, sólo logrará empeorar las cosas. El mejor modo de comenzar a recorrer el camino de la integración familiar, es limitarse a apoyarla en un comienzo, para que ella se vuelva competente. Es bastante improbable que él consiga realmente, como padre afín lo que su esposa no puede conseguir como madre.
Las reglas del hogar ensamblado deben ser discutidas y acordadas por la pareja, en ningún momento el padre o la madre afín deben permanecer apartados de la dinámica familiar. Las investigaciones demuestran que cuando al comienzo de la nueva vida familiar, es el progenitor quien asume el manejo de la disciplina, se desarrollan mejores vínculos entre los miembros ensamblados. En ausencia circunstancial de la madre o del padre biológico, debe ser claro para los chicos, que deben obedecer a su padre o madre afín como si se tratara de su progenitor.
Precisamente, la presencia de chicos, previa al matrimonio, requiere que la pareja converse antes de convivir, todos los temas relacionados con la crianza: cuándo y cuánto él/ella se involucrará en la disciplina, en que condiciones su esposa/o lo apoyará, qué normas de conducta y qué valores son importantes transmitirles a los chicos.

A veces, la posición conflictiva del padre afín se origina cuando la madre alienta la esperanza de que su nuevo marido sea “un verdadero padre para sus hijos”. Esta es una expectativa irreal, porque para los chicos – aún cuando su padre haya fallecido o esté ausente – el padre afín llega a la familia como un “forastero” que se interpone entre ellos y su madre.
Si sus propios hijos no conviven en el hogar ensamblado – hecho por demás frecuente - la culpa por no brindarse a ellos de igual forma en la vida cotidiana, impregna y pone frenos a la relación con sus hijos afines. Si, además sus hijos se preguntan: “¿cómo puede vivir con otros chicos?”, toman distancia afectiva con aquellos y evitan comprometerse con la crianza. En otras, cometen el error de ser muy exigentes con sus hijos afines y muy indulgentes con sus hijos. Los chicos, por lo general, tienen un alto sentido de la justicia y este tipo de actitud perjudica a unos y a otros.
Alimentos a los Hijos e Hijastros, Perspectiva Psicosocial[1]

Los alimentos aseguran la existencia física, el crecimiento y la educación de los niños, de modo, que los arreglos económicos responsables, luego de la separación o divorcio de los padres, son cruciales para que los hijos se vean afectados lo menos posible y sus necesidades básicas cubiertas. Por lo general, el divorcio trae aparejado una disminución del nivel de vida de toda la familia. Algunos gastos se duplican y de otros debe prescindirse.
Un padre que no manda el dinero suficiente (porque no tiene o porque se desentiende), puede tener como contrapartida una madre que obstaculiza sus visitas a los hijos. Esta combinación es una usina de efectos perjudiciales para la salud de los hijos, con el riesgo de que muchos de los síntomas transitorios que suelen padecer con la separación o divorcio, se tornen permanentes o hagan más tarde su aparición de forma aguda.

El incumplimiento en la cuota alimentaria no es sólo motivo de hostigamientos, sino también de disputas judiciales y revanchismos, quedando los hijos atrapados en medio de la guerra entre adultos hostiles.
El divorcio disuelve el lazo conyugal que une a los esposos, dando paso a una configuración familiar con dos núcleos: la familia binuclear, representados por la casa de la mamá y la casa del papá. Lo central de la familia binuclear es la interacción de los hijos con ambos progenitores y la permanencia de la unión parental entre los ex cónyuges. Este modo de re-organización familiar post-divorcio, es funcional al crecimiento y al desenvolvimiento saludable de sus miembros, en especial de los chicos. Cuando los padres que se separan o divorcian, le transmiten a sus hijos, “que continuarán siendo una familia, que ellos seguirán amándolos y cuidándolos conjuntamente, sólo que, a partir de ahora sus padres no vivirán más juntos”, cambian favorablemente el pronóstico de los chicos en lo que se refiere a su desarrollo evolutivo.

El divorcio es una experiencia diferente para los hijos, que para los esposos. Cualesquiera sean las deficiencias de su familia, el niño siente que es la entidad que le brinda el apoyo y la seguridad que necesita. El ser humano cuando nace requiere de sus progenitores para sobrevivir y crecer, durante mucho más tiempo que cualquier otra especie y los chicos son conscientes de esa dependencia.
Los chicos, en los primeros momentos de la separación, no relacionan la conducta de sus padres con la disolución de la familia. No entienden su comportamiento y su primera reacción es de intenso temor, angustia, confusión y desconcierto. Por mal que ellos se llevaran entre sí, no aceptan el divorcio y rara vez sienten alivio. Por lo general, - especialmente los más pequeños - esperan la reconciliación durante varios años.

Temen no ver más al padre que se va del hogar y que los abandone aquel con el cual quedan conviviendo. Pero, no sólo temen por si mismos, también se preocupan por lo que pueda sucederle al padre que se va y lo lloran, no importa como haya sido su relación con él.  
Se sienten solos e impotentes, con una profunda sensación de tristeza y dolor, a la vez que experimentan rabia y enojo. Ven en sus padres seres egoístas y culpables por no haber mantenido unida la familia.
Los más chicos, piensan que son responsables por el divorcio, por lo que sienten culpa y vergüenza. Como si hubieran hecho algo malo, se hacen autoreproches y acusaciones. Por la misma razón, creen que ya no son queridos, se sienten rechazados, con baja autoestima y depresión. Para ellos, sus padres les fallaron y sin más, pierden la confianza en las otras personas.

Los adolescentes, por lo general, usan la distancia para sobrevivir al dolor inicial de la ruptura. Están muy pendientes de la sexualidad de sus padres, quienes a menudo, ocupan el lugar de sus hijos adolescentes en la estructura familiar: mantienen largas conversaciones telefónicas, están preocupados por conseguir pareja, etc.
Las chicas adolescentes creen que no habrá un varón que les sea fiel. Ellas necesitan que su papá les diga “sos linda”, “sos importante”, y cuando no lo ven con frecuencia se ponen tensas, agresivas y más seductoras con los muchachos. Los varones, disminuyen su rendimiento académico y están temerosos de fracasar en su relación de pareja.

Presentación de un caso, en el que se puede visualizar los efectos negativos de una separación en una niña de 5 años: Rosario,

HIPÓLITO Y MARÍA.
- Hipólito conoció a María estando casado, motivo por el cual se separó de su esposa con la que tenía 2 hijos de 15 y 20 años. Ambos conviven durante 5 años.

- De esta unión nace Rosario. Hipólito dice que no la inscribieron al nacer porque se les informó que el Registro Civil no atendía momentáneamente.

- Aproximadamente un año después del nacimiento de Rosario, Hipólito se entera que María había inscripto a la niña con su propio apellido. Según María él no quería reconocerla y por eso ella le dio su nombre. También - dice ella - más tarde Hipólito la reconoció para recomponer la relación enfermiza que tiene con ella y para cobrar asignaciones familiares.

- Cuatro meses después de haberla reconocido, Hipólito se presenta ante el Juez de Paz con 2 testigos y manifiesta estar separado y vivir en concubinato con María desde hace 5 años y con quien tiene una hija. Luego solicitó asignaciones familiares.

- Durante el año 2000, Hipólito estuvo preso acusado de “asociación ilícita”. Rosario tiene en ese momento 2 años y medio. María lo visita en el Penal e Hipólito hablaba por teléfono con los niños.

- En ese año, estando Hipólito detenido, María le dijo que quería romper la relación.

- Tres meses después, María hace una denuncia penal c/ Hipólito por amenazas y a partir de entonces no le permite hablar con Rosario ni con los otros dos menores, y él pierde el contacto con los mismos.

- A comienzos del año 2001, Hipólito salió en libertad y va a vivir con sus padres, y luego con su ex esposa con la que convive en la actualidad. María no le deja ver a los niños.

- A mediados de ese mismo año, Hipólito presenta una demanda por Régimen de Visitas y Alimentos c/ Ma. en la que reclama ver a su hija y dice pasar alimentos.

A partir de esta demanda se suceden, durante un año, una serie de hechos controvertidos, como por ej.: citación a audiencias a las que María no comparece, la fijación y embargo por parte del juzgado del 20% de los haberes de Hipólito en concepto de alimentos, reclamos de María por que éstos no se hacen efectivos, reclamos del señor que solicita ver a su hija y de ser posible a los otros niños, sin lograrlo, hasta que se llega a:

- Agosto de 2002, en que María presenta un escrito negando las acusaciones de Hipólito, y a su vez, lo acusa. Dice que la niña no quiere ver a su papá y solicita una pericia psicológica para determinar que daño puede causarle a la menor ver a su padre y el grado de peligrosidad del mismo. Solicita que de imponerse, el Régimen de Visitas, éste sea restringido a dos horas x semana, que no sea ni en sábado ni en domingo para que ella no se vea obligada a ver a su ex, al que acusa de ebriedad y violencia. También pide que se averigüe el salario Hipólito.

Dos meses más tarde, María inicia la convivencia con Gastón de 40 años. En más continúan discusiones por alimentos.

- A fines de 2002, se los cita a una audiencia para febrero de 2003 a la cual, finalmente se logra que ambos padres concurran. Pero, no llegan a ningún acuerdo. Continúan las disputas por alimentos y visitas. El tribunal dispone una pericia psicológica, que se realiza enmarzo de 2003.


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