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jueves, 17 de diciembre de 2009

TEORIAS HUMANISTAS Y EXPERIENCIALES TEORIAS Y SISTEMAS PSICOLOGICOS Carl G. Jung


Sobre Carl Gustav Jung se ha escrito casi todo, raramente desde instancias de la psicología oficial. Representa el eslabón que nos liberó de la racionalidad aprisionadora para, sin negarla, poder traspasar hacia allí donde ésta poco puede entender. Es el mundo del rito, del arquetipo y del inconsciente colectivo: la transpersonalidad (Úberpers¿nlichkeit-1916), por primera vez está servida.

Jung salta más allá d~ legado racionalista de Freud en el que estaba destinado a ocupar un papel de transmisor privilegiado, para abandonarlo y, sin negarlo, ofrecernos la liberación de lo simbólico como mecanismo de conocimiento en una vida inconsciente que no se resume a un basurero, sino que guarda unos gérmenes preciosos de transformación. La vida de un occidental toma con Jung una perspectiva radiante y optimista, aventurera, en una alquimia de conocimiento, lejos de la lúgubre recuperación en pos de la miseria cotidiana que el reduccionismo freudiano pretendía. El legado de Jung es incalculable. En su periplo psiquiátrico Jung nos ha proporcionado sus ideas sobre la psicogénesis de las enfermedades mentales, cuando trabajaba con Bleuler, siendo ya un admirador de los trabajos de Freud.

Jung tiene un especial interés en la demencia precoz, que trata en su trabajo hospitalario, donde surgirá la atracción por el lenguaje simbólico con el que se expresa la psicosis. Por esta época aún está analizando las características sintomáticas de la enfermedad mental, utilizando un lengúaje clínico, moviéndose en los conceptos de «representación y afecto» como Freud, y en una taxonomía de las alteraciones. Entra en el estudio de los complejos y de sus efectos "constelizadores" sobre los actos y pensamientos del individuo, todo ello muy ligado a lo afectivo y a un paralelismo con la histeria. Está presente aquí el interés por el deseo, la sexualidad y las opiniones de quien será su efímero maestro. A partir de 1915, en que acaba su parte más analítica, Jung comienza sus investigaciones sobre la filosofía y las mitologías antiguas para llegar a sus conceptos primordiales de arquetipo e inconsciente colectivo; es su sello personal al transvasar el inconsciente personal freudiano. Jung nos habla sobre ello en el prefacio de Las relaciones entre el yo y el inconsciente, ya que sobre la autonomía del inconsciente tuvo un vislumbre en 1902 al ocuparse de la historia psíquica de una joven médium, pero necesitó casi treinta años más para aclararlo. El inconsciente personal no es más que un estrato del inconsciente formado por contenidos reprimidos. Pero todo aquel otro material psíquico que no alcanza el umbral de la consciencia, todo lo psíquico vuelto subliminal, en un inconsciente en continua actividad autorreguladora cuyos contenidos rebasan la adquisición de la existencia individual, formando imágenes «enteramente colectivas», no son representaciones heredadas, sino de huellas heredadas. Contenidos impersonales, colectivos, en forma de «categorías heredadas o arquetipos. Por eso hablamos de un inconsciente colectivo». Así lo categoriza. Sin embargo, es difícil distinguir en Jung la diferencia entre lo suprapersonal y lo prepersonal-arcaico. Por una parte nos habla de los contenidos psíquicos suprapersonales como magnitudes vivientes. Por otra nos habla, siguiendo a Janet, de la psique colectiva como abarcadora de las partes inferiores de las funciones psi quicas, siendo la consciencia y el inconsciente personal las partes superiores.

En ese intrincado mundo, poco claro, la persona es un recorte de lo colectivo, con lo que está intrincadamente unida. La persona es la máscara de la psique colectiva. Pese a la exclusiva identificación de la consciencia del yo con la persona, Jung nos habla del sí-mismo inconsciente, la auténtica individualidad que está presente ahí, aflorando en el mundo de los sueños, bajo contenidos mitológicos y religiosos, y tras la liberalización de las represiones personales. Así la consciencia puede elaborar los contenidos inconscientes. Sin embargo, Jung nos presenta esa ambigúedad entre una psique colectiva exclusivamente devoradora, causante de excentricidad psíquica o psicosis, etc., de cuya derrota sobreviene el valor, y por otra parte nos habla de que el acceso a la psique colectiva significa para el individuo una renovación vital. Y no es que no aceptemos estos presupuestos, sino que surge la pregunta sobre dónde está clarificada la posición de esa psique colectiva con sus arquetipos, pues hay una indeterminación poco clara entre lo prerracional y lo suprarracional.

Jung nos ofrece en su obra sutiles apreciaciones que sólo una mente profunda y trabajada puede elaborar, tanto en lo personal como en lo colectivo. Es coherente con la evolución humana y lo presenta con claridad en el proceso de individuación:

llegar a ser un ente singular, llegar a ser si-mismo, liberándolo por una parte de las falsas envolturas de la persona y, por otra, de la fuerza sugestiva que ejercen las imágenes del inconsciente, lo que a su vez viene a ser un cumplimiento mejor y más pleno de lo que constituyen las determinaciones colectivas del individuo. Esta paradoja implica ya una actitud ante el mundo.

Los conceptos de ánima y ánimus son arquetipos claves también en Jung. Nos habla de que en ese arquetipo de lo femenino en el hombre ~l ánima-, ha de residir algo supraindividual. El ánima es la imagen colectiva hereditaria de la mujer en el inconsciente del varón que representa en lo exterior al hombre fuerte, el exclusivismo apasionado, y en lo interior se hace mujer, o sea ánima que permanece en lo oscuro: -pero todo lo inconsciente se proyecta. La madre es la primera portadora de la imagen del ánima. El ánimus es lo correspondiente en la mujer, que aparece como una indefinida multiplicidad, una especie de sedimento de todas las experiencias de los antepasados femeninos acerca del varón, también una entidad creativa y procreativa que puede fecundar lo femenino del varón. El complejo autónomo del ánima y del ánimus es en el fondo una función psicológica que sólo por ser autónoma y no desarrollada usurpa una personalidad. Esa personificación se destruye convirtiendo a esas figuras, por la toma de consciencia, en puentes que han de conducirnos al inconsciente. La vivencia, bajo el enfrentamiento con las figuras, la imaginación activa, dirimiendo posiciones, en lo que Jung llama la función trascendente de la psique: vía de destino individual, busca un centro de la personalidad total que no será el yo, sino un punto intermedio entre el inconsciente y la consciencia: será el si-mismo, que, sin caer en las garras de la inflación, disolverá a la personalidad-mana, despotencializadora del ánima. El sí-mismo consciente es el objetivo de la vida: la individuación, un yo individuado.

Jung no obvia la parte hostil del asunto, que indudablemente existe por nuestra ignorancia, pero rezuma un poco del criterio psicopatológico que preside las instituciones psiquiátricas. El yo no llega a disolverse como en el misterio oriental del vacio universal que al fin persevera en la forma. Sin embargo, esa disolución, sin más, puede ser discutible: Aurobindo afirma la existencia de un yo, verdadero realizador de la acción, no un simple canalizador. Tal vez todo quede en un malentendido de conceptos y sea sólo cuestión de palabras.

Acerca de todo ello Jung se embarca en un proceso de búsqueda siguiendo las huellas en la tradición oriental y occidental

de aquellas pruebas que refuten sus teorías. Goethe, el Renacimiento, el simbolismo de los mandalas a través de los cuales surge la vivencia primordial, lo colectivo, la recapitulación ancestral, la psicología femenina de lo creativo, las posesiones del ánimus-ánima, todo ello más allá del autoerotismo-infantil freudiano. Jung manda pintar a sus pacientes, método hoy bastante difundido, para hacer surgir a la consciencia los contenidos inconscientes que en muchos casos representan formas arquetípicas y símbolos que se reconocen en la tradición.

Una de sus preferencias, propias de su tendencia hacia la vivencia desde una perspectiva occidental que Jung diferencia categóricamente de la oriental, es el sacrificio simbólico de la misa cristiana, analizándola detalladamente en un trabajo minucioso con referencias a lo alquímico: la vía hermética hacia la verdad en Occidente. A partir de los años cuarenta Jung toma este rumbo, relacionando los simbolismos y visiones con las actitudes psíquicas y el proceso general de individuación; los procesos del sacrificio del Cristo, del despedazamiento chamánico: ritos de transformación, paralelos al Atman; el simbolismo del árbol, de la rosa mística, de la piedra, de la fuente, de la alquimia, de los cuentos, todo ello está presente en sus Essais de psychologie analytique.

Jung reorganiza sus trabajos bajo lo simbólico y su potencial transformativo, liberando a la vida del utilitarismo ciego en que la convierte la era industrial para alzaría al nivel de una vida grande y mítica. También nos ilumina sobre cómo entender el pro~eso de las psicosis en una lucha por la vida que ya está presente en la tradición no oficialista, desligándola de un criterio enfermista y reduccionista, acercándonos al mundo colectivo de las acciones arquetípicas y de símbolos que transcienden a la consciencia, incluso desde lo antropológico. La verdad psicológica de Jung se inscribe en el simbolismo onírico, mitológico y religioso, que utiliza un pensamiento supraverbal, un pensamiento simbólico que supera la barrera de lo histórico y que no niega un pensamiento lógico, verbal, consciente, que dirige la realidad consensual. Esa verdad se inscribe en un destino espiritual del individuo, que ha de ser consciente y no producto de transformaciones de impulsos inconscientes.

El concepto de libido se amplía en Jung a una energía psiquica que se libera de la exclusividad sexual freudiana para ser energía de transformación. El rito se convertiría, si se utilizara adecuadamente, en hacer que esta enegía despierte lo numinoso. Su utilización inadecuada produce un movimiento regresivo amenazante. El hombre viajero, el Gilgamesh, Jadir, Elias, es en Jung la autoexposición de la búsqueda de lo inconsciente, de las profundas fuentes del ser, para lo cual se ha de saber interpretar correctamente los arquetipos, partiendo de los maternos, (la madre representa a lo inconsciente: el reino de las madres), del dragón que como imagen negativa de la madre repele al incesto, tras lo cual hay una lucha por emanciparse de ella y convertirse así en matriz creadora del proceso de individuación. Aquí la vida del héroe, del sí-mismo, se convierte en una búsqueda del tesoro que guarda el inconsciente: la luz de la consciencia, no exenta de sacrificio para derrotar al miedo y a la debilidad regresiva y esclavizadora.

Hacia el final Jung se dirige directamente al mundo de lo simbólico investigando en el proceso alquímico como método de acercamiento a la verdad, como un solve et coagula, dentro de la limpieza y transmutación psicológica: es la tradición hermética que así se incorpora como proceso psicológico. Ello conlíeva la resolución de lo personal para entrar en lo colectivo, donde aparecen los grandes sueños cuyas imágenes se reconocen en la tradición oriental y occidental. Jung recupera los sucesivos procesos alquímicos como pasos hacia la individuación, desde las dificultades y tristezas del nigredo hasta la resolución de los contrarios. Nos lleva con seriedad a un mundo de mandalas y unicornios, uróboros y retortas, pulgarcitos y bellas durmientes, edipos y saturnos, a fin de despertar al alma dormida en la materia.

Pero es en su autobiografía donde surge el Jung que lucha internamente y en el que afloran sus emociones más íntimas ya en el final de su vida, dando las explicaciones que necesita un Job para buscar el sentido de la vida que la segunda guerra mundial llevó al desconcierto. Sus temores infantiles, la vida parroquial, el soplo de Eckhart, Schopenhauer, Kant, la psiquiatría, hasta que llega a que sólo el herido cura, Breuer, Freud ante el discípulo, su teoría sexual y su consigna: «debemos hacer de ello un bastión inexpugnable», su amargura y su miedo a «arriesgar mi autoridad» y al final la ruptura, son sucesos que jalonan la vida de un Jung que abre sus sentimientos. Es la confesión de Recuerdos, sueños pensamientos.

Jung presta atención a sus voces interiores guiadoras, sus sueños y aceptación de fantasías, a la maestría del espíritu interior, a las sincronicidades, a sus viajes comprensivos, a su pertenencia a lo universal. También al miedo al revólver cargado.

El movimiento junguiano ha crecido enormemente en todo el mundo, en sus institutos, los cuales muestran sus diferencias de interpretación. Se sigue investigando en la tradición, como Spiegelman y Miyuki, en la relación entre el budismo y la psicología junguiana, entre el Este y el Oeste, en ese inquietante proceso del pastoreo del buey que simboliza los procesos de búsqueda y «doma» de la oscuridad del inconsciente.




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