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jueves, 17 de diciembre de 2009

TEORIAS HUMANISTAS Y EXPERIENCIALES TEORIAS Y SISTEMAS PSICOLOGICOS Ken Wilber


Con la publicación del El espectro de la consciencia Wilber se revelará con una gran capacidad para unificar el campo de la psicología, desparramada en tendencias muy poco relacionadas entre sí, incluidos sus respectivos representantes.

Se le ha llamado el «cerebro», el Einstein de la consciencia, a partir de que en sus horas libres de lavaplatos pudiera arrancar con esa publicación. Desengañado por la falta de consciencia en la universidad donde cursó estudios de biología y química, tuvo una experiencia psiquedélica que lo «situó». Va a ser un buscador, siguiendo diversas prácticas de meditación, así pues vemos cómo lo transpersonal lleva en su seno, como en otrós casos ya vistos, una vivencia que abre las puertas a algo que no puede aprenderse en los libros. Su búsqueda de lo psicológico se emprende al conciliar posiciones antagónicas, como por ejemplo las de fortalecer o disolver el yo. La meditación, la evolución emergente, la unicidad y el dualismo, el conocimiento, la muerte etc. formarán, junto con el establecimiento de un mapa coherente de tendencias psicológicas y modos de actuar de la psique y la consciencia, el principal quehacer de un raptado por amor, por un amor perdido y descrito en las páginas más emocionantes que un creador de teorías se haya podido permitir.

Ken Wilber echa mano de lo perenne, en este caso aplicado a la psicología, en el espectro de la consciencia. Consciencia que es unidad, al modo de la luz blanca que, al refractarse, produce la diversa gama de colores sobre el prisma, de la misma forma que la personalidad humana es la manifestación de esa sola consciencia. O, como señala en La consciencia sin fronteras, consciencia que de improviso se manifiesta en un despertar que abre un día el ¿quién soy yo?, en una expansión de ese yo que un día se unificará con el mundo: de ordinario lo que está presente es la división, la división por la mitad, del dualismo, del dentro-fuera, en un mundo de conflicto y oposición lejos de los grandes principios de Lao Tse y Chuang Tse, que conocían la unidad interna de los opuestos, presente en los místicos de Oriente y Occidente y en la física actual.

Así pues, existe en ese espectro un nivel de la mente que, más que un estado alterado o anormal, es el único estado real, bajo ese presupuesto perenne de que la "consciencia" mas íntima del hombre es idéntica a la realidad absoluta y fundamental del universo, conocida como Brahman, Tao, Dharmakaya etc. En las bandas transpersonales, zona supraindividual del espectro, estarían los arquetipos. El nivel existencial representa todo aquello en lo que el hombre se identifica con la totalidad de su organismo, pensamientos racionales y voluntad personal, bandas biosociales y premisas culturales. En el nivel del ego la persona se identifica exclusivamente con una representación o imagen mental más o menos precisa de su organismo total, escindiéndose la psique del soma, alienando las partes indeseadas: el nivel de la sombra.

Las terapias se dirigen a los distintos niveles; las del ego se dirigen al colapso originado entre los procesos conscientes e inconscientes. En el nivel existencial se pretende llegar a ser el organismo, más que a una imagen exacta del mismo; son las propias de la psicología humanista en general las terapias de la banda biosocial se dirigen sobre todo a la orientación y al organismo en su totalidad, actuando en los planos superiores del nivel existencial: son propias de las terapias familiares básicas, formas de psicología social, fenomenología social. En las bandas transpersonales se dirigen a aspectos supraindividuales, suspensión de todos los dualismos, vivencias del testigo supraindividual: budismo, psicosíntesis, metaexperiencias de Maslow. En las de nivel de la mente, cuando se despierta a ella, el testigo y lo atestiguado son uno mismo. Es lógico suponer que cada nivel tiene su terapia y que el uso indiscriminado de una de ellas para todo el espectro es de consecuencias funestas. El proceso es de descenso por el espectro, potencialmente espontáneo en toda persona, entendiendo también el proceso como un emerger jerárquico de las necesidades básicas subyacentes al poder desplazar y entender las necesidades neuróticas. Los propósitos van desde la preocupeión detallista de la psicología occidental hasta la directa oriental que deriva toda patología de la ignorancia de la mente.

De la obra de Wilber lo que atrae es ese carácter interrelacionador que va parejo a una concepción de unidad del mundo, alejada de la compartimentalidad occidental que tantos desastres nos acarrea hoy. La falta de frontera viene de esa visión de la totalidad que surge cuando se disuelven las demarcaciones, diferencias que por otra parte son fruto de un proceso evolutivo occidental que por alguna razón ha de haberse establecido así, siempre unido a la vida como proceso de conocimiento. No boundaíy, es uno de los núcleos de la exposición de Wilber, sobre todo muy oportuna en un momento de nuestra evolución en que las limitaciones que un día sirvieron para establecer una dirección y una defensa, hoy no son más que aprisionamientos, murallas asfixiantes o corsés, más que líneas de seguridad. Nuestro pensamiento clásico grecorromano comenzó con el dualismo separador, sus demarcaciones ya están presentes con la caída de Adán y llegan hasta los albores del nuevo paradigma que entra con la incertidumbre de Heisenberg, con la ruptura de fronteras y de determinaciones preconcebidas, la ruptura de objetos fundamentales, en una trama no dual e inseparable que ya latía en el Tao en Oriente, el vacío sin demarcaciones: es el principio de la Sabiduría Perenne. Por lo tanto algo marca que nuestra época está dando un gran salto, que necesita vencer al miedo en un terrritorio sin fronteras, en unos momentos sin fronteras y en una consciencia sin fronteras allí donde se centra la esencia de la intuición mística, el sentido de la eternidad, el momento de presente eterno. Las desdichas están vinculadas por la angustia al futuro y por la culpa al pasado; sólo el hacerse presente al presente produce el despertar. El pasado, en cuanto recuerdo, es experiencia de presente; las expectativas de futuro son experiencia de presente, así el presente no está cercado, es el presente eterno: el nunc stans, momento sin límites sobre el que regresa el nunc fluens: el presente pasajero. El tiempo así es consciencia sin fronteras.

Niveles.

Centrando el espectro en el individuo, Wilber parte de la persona y el ego; de la ilusión del tiempo y de la muerte, considerados como reflejos mentales generadores de la sombra: lo que nos disgusta de nosotros negando que nos pertenece es lo que colocamos al otro lado de la valía. Es la amenaza de lo que « ¡no soy! » (lo que no quiero reconocer en mí) que se convierte en la sombra haciendo que todos los objetos de ahí fuera no sean más que proyecciones del propio ser. Con lo que uno se identifica es con lo que queda, que resulta ser la persona (máscara), una imagen empobrecida de si mismo. El sufrimiento es la señal de conscienciación de vivir fuera de esa consciencia, es la emergencia de una intuición que, si se interpreta bien, lo trascenderá; es saber qué significa y por qué se produce, lo cual necesita de una disolución de demarcaciones progresivas, descendiendo por el espectro y comprendiendo la persona y sombra que proyecta como síntoma: su traducción es la clave de la terapia. La fórmula es: persona+sombra=ego.

En el nivel del centauro se supera la disociación cuerpo-psique. Es sentir el cuerpo, no pensar en él. Presupone el descubrimiento de un ser auténtico en el nivel existencial. En el centauro el individuo es uno con su cuerpo, busca los bloqueos-tensiones en el cuerpo, que en un principio fueron sofocadores de sentimientos e impulsos tabú y que aguardan bajo el calambre muscular. El centauro vive en el nunc fluens y se mueve en clave de espontaneidad.

En la trascendencia el yo se mueve a través de las bandas transpersonales, trascendencia que se ha tendido a reprimir en Occidente. Con ello entramos en las imágenes primordiales colectivas, universales, arquetípicas, mitológicas, que comienzan a trascender el espacio-tiempo, la no-frontera, empezando a desprenderse de sus preocupaciones personales para acercarse a ser el testigo inmóvil de los pensamientos, emociones, sentimientos y deseos; es el testigo transpersonal. Es decir, ahí comienzan a unificarse quien conoce con lo que conoce y lo conocido y no identificarse exclusivamente y parcialmente con la persona, el ego, el centauro, o el cuerpo, lo que genera ansiedades, preocupaciones, problemas puramente personales; y que en lo transpersonal sólo observamos, tendemos a ser conscientes de ellos, en una «consciencia sin elección», sin juicios y sin dramatizaciones, sin justificaciones. Nada hay que hacer y si surge una acción, se presencia, porque lo que perturba no es lo que nos aflige sino el apego que tenemos a ello. Aquí la relación con la mente y el cuerpo llega a ser lo mismo que la relación con todos los demás objetos, entrando en el amor y la compasión universal, de tal modo que ese ser es el que verdaderamente transmigra, tras la muerte del ser falso y separado. La evolución a través del espectro está basada en la disolución de las demarcaciones que lo definen hasta llegar al estado fundamental de la consciencia, una consciencia total, la naturaleza omnipresente de Eckhart en la que se disuelven las pequeñas consciencias parciales de cada estado. Con todo ello llegamos a otro núcleo fundamental de Wilber: un proyecto universal, raíles sobre los que se encaminaría el destino, Atman, vista la historia de la humanidad bajo el prisma de lo transpersonal. Sería tocar los aspectos maduros del destino humano, ofreciendo un mapa detallado de los procesos que van desde el ego individual hasta la unidad con el cosmos, lo que es constante en este autor. Además presiona para que ello entre ya en las consideraciones científicas y culturales. El mapa comienza con el yo píeromático, en el que no hay diferencia con el mundo material, es la percepción del neonato, inespacial, atemporal e inobjetivo. A ello le sigue un uróboros alimentario, colectivo, arcaico, primordialmente oceánico, ya poseedor de cierta consciencia pero circular y urobórica. Tiene lugar al principio de la fase oral, en el miedo primario, y coincide con la omnipotencia mágica alucinatoria del psicoanálisis. Del monstruo que se muerde la cola pasamos al tifón, medio humano-medio serpiente. Un yo tifónico que evoluciona a través de un cuerpo axial que ya reconoce, un cuerpo pránico del que emergen ya emociones y un cuerpo imagen que da pie a la satisfaccion de los deseos y a la reducción de la angustia. Le sigue el yo social, con el que entramos en el lenguaje: símbolos y conceptos, con sus aspectos positivos y negativos. Pero hemos de tener en cuenta que así llegamos a una descripción del mundo, no al mundo, como señalaba Don Juan. Posteriormente le sucede un reino egoico marcado por un autoconcepto en el que están presentes fantasías, identificaciones, recuerdos, subpersonalidades, etc., vinculados a ese auto-concepto independiente que reprime la sombra, dando lugar a un yo fraudulento: la ya conocida "persona". Todo se mueve en un proceso de «traducción», proceso que se da cuando se cambian las cosas sin salir del nivel superficial, o saliendo de nivel, lo que supondrá una transformación regresiva o progresiva.

En los reinos centáuricos se da una autonomía, autoactualización e intencionalidad, a lo que no llega el psicoanálisis que reduce lo superior a lo inferior viendo -yo añadiría «alucinando>~ a la bestia por todas partes. Wilber es contundente al señalar la inutilidad del psicoanálisis para la trascendencia. El nivel centáurico está por encima del lenguaje, la lógica y la cultura; es transverbal, pero no transpersonal. Con ello entramos en los reinos sutiles, emergencia de las formas divinas que transciende a la existencia y a la orientación personal. Los reinos causales forman los aspectos superiores, las transformaciones radicales trascendentes del causal superior; es el reino del Dharmakaya budista. En el reino místico lo resume con una holo-arquía existente en cada nivel de jerarquía. Podemos establecer, sintetizando el cfrculo de Wilber, que el proyecto Atman estaría ya presente en los niveles inferiores, indiferenciados, sin consciencia, donde se comienza luchando por una diferenciación; prosigue por todas las fases del espectro hasta llegar a su culminación en una nueva identificación con la consciencia, dentro de un movimiento aparentemente paradójico.

Todo ello conllevando una etapa inicial de unidad material con funciones y procesos biológicos simples, un ego corporal. El ego transciende el medio corporal y opera sobre ello aunque dominado por necesidades instintivas. En la adolescencia, el si-mismo, diferenciándose del proceso del pensamiento, púede trascenderlo; esto sería en los ámbitos inferiores. En los intermedios, más allá del ego, están los reinos sutiles donde, a partir del sexto chakra, la consciencia es transpersonal en el sutil inferior; el sutil superior empieza en el séptimo chakra. Más allá está el ámbito supremo, lo ilimitado. Cada transformación implica la emergencia de una estructura profunda con una estructura superficial que no es más que una manifestación particular de esa estructura profunda.

El proceso del inconsciente lleva consigo un inconsciente fundamental, del que se despliegan jerárquicamente las estructuras profundas. Un inconsciente arcaico que abarca estructuras primitivas. Un inconsciente sumergido poblado por estructuras que previamente han emergido pero que han sido reprimidas. Un inconsciente incrustado, estructura no reprimida pero sí represora, aunque inconsciente; a ella correspondería el superyó de Freud, conlíeva la exclusión de lo que no se conforma con los principios básicos por los que se rige un individuo. Un inconsciente emergente: estructuras profundas que aún no han emergido de lo inconsciente fundamental que, al igual que el arcaico, nunca han sido conscientes para el individuo y, además tampoco son materiales reprimidos.

En cuanto a la meditación, aspecto importante en su teoría y práctica personal, es interesante señalar según Wilber que el levantar la represión, la desautomatización, etc., son procesos secundarios de la meditación. La meditación produce una debilitación del ego traductor de pensamientós y conceptos verbales para entrar en una transformación, con lo que emerge la sombra, abriéndose todo ello a una traducción de orden superior. La meditación así es evolución y es transformación hasta que las almas recuerden a Buda como Buda en Buda: ésa es la transformación final. Lo que es en sí un recuerdo, meditación es "recordar" en sánscrito. La meditación no es hacer fáciles las cosas sino todo lo contrario y, como relajación, no es más que un chiste, afirma Wilber en una entrevista. La meditación ha de poner en primer lugar la práctica y posteriormente lo académico, es esa práctica lo que hace ser más sensible y más alerta.

Frente a las resistencias manifestadas por diversa gente sobre la noción de jerarquía, Wilber expresa que no se trata de un concepto rígidamente lineal ni patriarcal, sino que es la conclusión de un análisis, columna vertebral de la filosofía perenne, donde la existencia constituye una serie de totalidades anidadas, aunque remarcando que ni en el espíritu ni en la realidad absoluta existe la jerarquía, pues ésta no tiene consistencia en un vacío incalificable. La jerarquía es la ilusión y esto es el enemigo. Los procesos jerárquicos están en el samsara, evolucionando como la manzana que, al final, cae madura del árbol, por su propio peso. Sobre todo ello se despliega la llamada «Summa Teológica» de Wilber.

Sobre los ojos del conocimiento del alma, en la relación de la psicológía transpersonal con la ciencia empírica, Wilber expone que los tres ojos del alma son: el de la carne, a través del cual percibimos el mundo externo, el espacio, el tiempo y los objetos; el de la razón, con el que alcanzamos el conocimiento de la filosofía, la lógica y la mente misma, y el ojo de la contemplación, por el que nos elevamos al conocimiento de las realidades trascendentes. Como vemos, sigue unas categorías clásicas de cuerpo-mente-espíritu. Sin embargo, allí donde el ojo de la razón es transempírico, el ojo de la contemplación es transracional, translógico y transmental. El problema ha surgido después del tratamiento reduccionista al que han sometido científicos y filósofos la ciencia y la religión. Los cientifistas trataron de obligar a la ciencia a hacer con su ojo de la carne el trabajo de los tres ojos, unificándolo a la verdad: a la verdad de la carne. Con lo cual Wilber concluye que el método científico no se adecúa bien a los estados superiores del ser y de la consciencia, sino sólo al ámbito de la carne. Esa investigación físico/empírica guiada por el ojo de la carne será un agregado importante a la psicología transpersonal, pero nunca su núcleo.

Charles Tart cree que la esencia del método científico es compatible con los estados alterados de consciencia, sobre lo que Wilber no se muestra muy de acuerdo. Este se muestra concluyente al afirmar que el conocimiento científico no es la única forma de conocimiento, y que sea cual sea el tipo de conocimiento, el ojo apropiado ha de ser adiestrado hasta que pueda ser adecuado a su iluminación. Y que no ha de cundir el pánico cuando alguien pregunte por nuestra prueba empírica de la trascendencia, tras de lo cual explicaremos los métodos instrumentales e invitaremos al interrogador/a a que los verifique personalmente, de la misma manera que un físico ha de aprender matemáticas. Esos hechos trascendentes no son empíricos porque no son científicamente verificables.

Wilber simplemente está incidiendo en el conocimiento dualista en el que el universo queda seccionado en sujeto y objeto, piedra angular de la ciencia, filosofía y teología de Occidente, frente a lo cual surge hoy una metodología que ha de canalizar los dualismos y que se presenta en el paradigma cuántico, en el que entra la variable: ¿cómo se verifica al verificador? porque el que ve no puede verse viendo. Es el punto ciego donde emerge la incertidumbre y la incompletud. En el dualismo encontramos mapa y territorio, en la unidad íntima y directa de contrarios sólo hay territorio. Es lo se puede inferir de lo que sostiene Ken Wilber.

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