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domingo, 3 de enero de 2010

EL GRIAL -30-


- ¡Señor!...¿Por qué hemos de hacer caso a esta mujer? (3)
- Simón, no debes juzgar desde la tradición de tus padres, pues también en la mujer vive la luz del espíritu.
- ¿Pero qué dirán las gentes si saben que nos manda Myriam?
- Sólo si te vuelves como un niño podrás razonar desde la observación y no desde los prejuicios. Ella ha sido bendecida por mi padre y es una más entre vosotros.
Los doce se habían levantado al amanecer y habían caminado hasta las lomas más altas de Hebrón. Myriam parecía guiada por una extraña fuerza inmaterial. Sus ojos brillaban en una forma extraña. De vez en cuando se paraba observando una planta. A los pocos segundos mandaba cortarla e introducirla en una saca que llevaba Tomás. Leví anotaba cada una de los nombres de cada hierba. Jesús sonreía, viendo cómo su pequeña jauría de rudos  varones, eran manejados con maestría por una mujer. Esto además de ser una fantástica prueba de humildad para todos ellos, propiciaba un cierto juego lúdico. Al cabo de dos horas, y después de haber recogido una veintena de hierbas, además de unos pocos polvos de arcilla roja, Andrés preguntó al Maestro:
- Señor. ¿Qué esta haciendo Myriam?, No sabíamos que ella supiera de plantas medicinales.
- No Andrés, ella no conoce las plantas ni sus aplicaciones. Pero puede dialogar con el Ángel de la Tierra y sus pequeñas criaturas. Y son ellos los que le guían para determinar cuál es adecuada o no para curar.
- Maestro, ¿Cuándo podremos nosotros ver como ella ve?
- Myriam ve con los ojos del espíritu desde la cuna. Pues fue señalada por los Ángeles de mi Padre en el vientre de su propia madre. También algunos de los discípulos de Juan el Bautista pueden ver en la misma forma. Pues han abierto sus ojos mediante el ayuno, la purificación y el silencio. Vosotros también veréis donde otros no ven y escuchar donde los otros no oyen nada, pero será después de mi marcha. Los Ángeles de mi Padre abrirán vuestra cabeza y pondrán otro ojo en vuestra frente y otro oído en vuestra oreja.
- Entonces seremos sabios y poderosos, Maestro.
- No, querido hermano, pues a partir de entonces veréis también a las criaturas del Maligno, el odio, el dolor, la enfermedad, los que ya han fallecido y otras tantas penalidades que están en el lado oscuro de la realidad sobre la que caminamos.
- Tú también ves a los demonios que viven en el hombre, Maestro, y los expulsas, para que estén sanos. Y no obstante no desaparece la sonrisa de tus labios.
- Veis mis ojos y mi cara, pero no estáis en mi corazón. Ni os enfrentáis cada instante con el Príncipe de este mundo.

La recolecta había terminado. Todos se reunieron en torno al Maestro. Luego pusieron una gran tinaja sobre el fuego y vertieron agua. Sobre el agua hirviendo depositaron todas las hierbas que habían recolectado. Y por último las dejaron enfriar mientras se hacían risas divertidas y pequeñas bromas ente todos ellos.
El líquido resultante después de colarlo era de color verdusco. Myriam y Jesús pusieron las manos sobre la tinaja de barro y comenzaron a recitar unas mantrams en un extraño lenguaje que solo ellos conocían:

!.... Ti gua ye ...Ti gua ye...
ken na de kena…
ken na de kena…
Ti gua ye…Ti gua ye…
Ken na de Kena…
Ken na de Kena…….!

Un haz de luz comenzó a descender desde las nubes y parecía iluminar la tinaja y el rostro de ambos oficiantes. Los apóstoles estaban expectantes y asombrados ante aquel prodigio.
- Simón. Déjame tu espada.
El Cristo tomó el afilado cuchillo de Pedro y se propició un corte ligero en el dedo corazón de su mano. Luego Jesús sacó de su zurrón una pequeña copa de un extraño metal que le había sido dada por los Ángeles del Señor y vertió las gotas de sangre sobre el mismo. Y vieron los apóstoles que la sangre no se secaba en aquella copa. A continuación vertió la sangre sobre la tinaja.
 Los apóstoles abrían desmesuradamente sus ojos sin entender nada. Luego Myriam comenzó a dar vueltas al líquido resultante hasta que completó las cuarenta y nueve vueltas.
El Maestro tomó un pequeño cazo y vertió un poco de dicho líquido en cada escudilla de cada apóstol.
- Tomad y bebed mi sangre y os dará vida. Pues mi sangre no es de este mundo.
Y con miedo y escepticismo uno a uno fueron tomando aquella extraña pócima. Luego todos sintieron en sus venas, en su cuerpo y en su corazón  una fuerza inmensa y una extraña beatitud.
- Esto es agua de vida, bendita por los Ángeles de la Tierra y del Cielo. Haced esto que os hemos enseñados y dádselo a los enfermos y necesitados, pues curarán sus carnes y sus espíritus. Deberéis guardar ayuno durante siete días y siete noches y será entonces cuando podréis dar vuestra sangre.

Judas guardaba pequeños recipientes de barro conteniendo la pócima con la sangre del Maestro y muchos enfermos curaron milagrosamente.

El Rey Arturo se curó con uno de estos pequeños recipientes sagrados que contenían después de tantos años la sangre del Cordero Celestial, y también Abd-Al-Rahman, lo tuvo en su corte del Alándalus. Y aún hoy permanece oculto. Y la pequeña copa de Jesús, que había venido del espacio, fue conservada por José de Arimatea. Y luego fue revestida de oro y de piedras preciosas y aún está entre nosotros.
Y esto cuando digo es tan cierto como lo es mi vida y mi juramento ante el Priorato, que es a quien corresponde administrar esta joya de vida.


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