“El último enemigo que deberá ser destruido, es la muerte” (San Pablo)
Paseándome por el campamento, debo haberme alejado más de lo que suponía, ya que de pronto me di cuenta que estaba solo con nada más que el amplio y triste panorama de las montañas de Judea frente a mí. Al fondo, al lado izquierdo, el resplandor del Mar Muerto al pie de las montañas de Moab era el único descanso a la vista en este mundo de un gris monótono. Estaba por regresar al campamento cuando vi, a una distancia aproximadamente de 20 yardas, los restos de cenizas donde quizá alguna tribu de nómadas había estado no hace mucho. Fue un impulso natural ir hacia ese sitio, aunque sabía que lo único que encontraría serían cenizas y desperdicios.
Eso fue todo lo que encontré después de mi inspección, y cuando ya estaba por regresar, me llamó la atención una piedra de rara formación. Gris sobre gris, era una piedra de unas 8 pulgadas de largo y 3 o 4 de circunferencia. Pensé que muchos años de rozamientos la habían pulido de esa forma, hasta que recordé que en aquella cumbre el mar no había llegado por muchos millones de años, por lo cual ese pulimento era imposible. Para haber adquirido aquella forma, era necesario que la hubieran hecho las manos de Moab.
Descendiendo, ya que se hallaba frente a mí, vi que no era una piedra sino un cilindro. Estaba al lado de la roca, ya sea que hubiera caído allí por accidente o dejado de lado por algún impaciente que lo llevaba. Mirando alrededor mío para estar seguro que no era una trampa, lo agarré, encontrando que era lo suficientemente liviano como para llevarlo en un saco. Entonces regresé al campamento.
Sólo podía adivinar qué cosa tenía el cilindro ya que no había podido ver lo que tenía. En el campamento me dedicaba a observar al dragomán o intérprete y a sus ayudantes. Si me veían abriendo un cilindro antiguo y siendo de valor, aunque estuviera vacío, sospecharían. Tal vez el objeto fuera alguna cosa de veneración conocida entre las varias tribus y que obviamente los extraños no conocerían. De todas maneras no me arriesgué. No solté el cilindro hasta que llegué a la seguridad de la habitación de un hotel en Damasco.
Contenía lo que yo suponía: un manuscrito de pergamino. Pude apreciar que la escritura era en latín, pero aparte de esto, yo no tenía ningún conocimiento. Me pareció muy antiguo, gastado en los bordes, pero intacto. La escritura era fluida, con concentraciones y pequeños floreamientos. Ninguno de los conocimientos que yo poseía, me brindaban alguna luz sobre el histórico hallazgo. El cilindro mismo parecía tallado con un dibujo bizantino de Cristo elevándose, gastado por las manos de muchas generaciones.
Sucedió que cuando viajaba de Beirut a Marsella, me encontré con un hombre que había conocido años antes y que era Profesor de Francés en Harvard. Recordando días pasados, le conté de mi hallazgo. Sin embargo, como su campo era la filosofía, sólo pudo descifrar algunas palabras sueltas, no siendo de gran ayuda. Me presentó a un colega de la Universidad de Montpellier cuya especialidad era precisamente leer y traducir todo tipo de documentos antiguos.
Al final, recibí de él 3 ó 4 tipos de opiniones, una de las cuales era suya, y las otras de estudiantes del mismo trabajo. Todos estaban de acuerdo que lo narrado en el pergamino era algo de genuina experiencia, a pesar de que no estaban de acuerdo si la versión del cilindro era original. Tres de los cuatro declararon que era un manuscrito muy antiguo de la última mitad del Primer Siglo Cristiano.
Yo estaba verdaderamente interesado en el asunto de la autenticidad de la fecha. Tener frente a mí estas páginas de vidas que habían posiblemente estado con Jesucristo, me parecía más importante que el pergamino o la tinta, tampoco me importaba que la mano que lo habría escrito fuera de este año o de aquél. Una copia era suficiente para mí, con sólo saber que los hechos habían sido transmitidos.
Los expertos parecían estar de acuerdo. Alguien llamado "Galba", de familia romana, aunque nacido en Tiberias en el mar de Galilea, había escrito en épocas antiguas lo que él recordaba durante su juventud, de alguien con una personalidad maravillosa que llevaba el nombre de Jesús, en Cafarnaum y que se le proclamó como el fundador de una nueva religión. El escritor, dejaba para sus hijos y nietos las memorias que había acumulado durante su vida.
Parecía que no había sido un cristiano, en el sentido que se le da a este término, ni sabía nada hasta que escribió lo que había recogido de la Maravillosa Personalidad que se había convertido en una tradición para otros. No tuvo parte en la formación de la naciente Iglesia Cristiana, enterándose de su existencia luego de años de vicisitudes en las postrimerías del Imperio.
En lo referente a la historia del manuscrito, no sabíamos nada en concreto sólo suposiciones. Aparentemente, alrededor del IV Siglo Cristiano, había sido reconocido por su propietario como una posesión invalorable. El cilindro había sido hecho para protegerlo. El débil grabado de Cristo Ascendiente, con aún un fondo más débil de una línea de cipreses, no era otra cosa que Justian y Theodora. Podía haber sido fácilmente el tesoro de algún monasterio o alguna casa principesca, hasta el saqueo del Imperio, luego de la conquista de los turcos, que destruyeron estos objetos o los esparcieron. Sin embargo, esta reliquia en particular parecía haber sido guardada con mucho cuidado, tal vez con algo de superstición, como un talismán secreto y bendito. Probablemente no había sido tirado en el sitio que yo lo encontré, sino perdido en un momento de descuido.
La traducción que me hicieron en Montpellier fue por supuesto en francés. Me han dicho que al hacer yo la traducción al inglés, ésta perdió mucho de su significado antiguo original. Sólo me cabe indicar que en el manuscrito no existe la puntuación ni oraciones, ni párrafos, por lo que yo los he puesto por mi cuenta:
Al principio en varias líneas, sólo algunas palabras sueltas son legibles: Padre... piedra.Tiberías.baños. nunca... arquitectura... trabajador... Italiano...
Conforme se va leyendo el texto, se aprecia que el padre del autor había sido albañil en piedra, italiano, que había sido traído a Tiberías en la época de la construcción de los suntuosos baños hechos por Herodes. Para este trabajo no se encontraban hombres capaces en Galilea; los hebreos nunca habían desarrollado una arquitectura capaz de llenar las más simples necesidades.
Es bien conocido por los historiadores que para construir aquellas ciudades de gran magnificencia, Tiberio, Julio Cesar y Herodes, se vieron obligados a traer artesanos de Tirea, Sodoma y Egipto, Grecia e Italia, siendo el padre del joven Galba uno de ellos.
De algunos fragmentos de oraciones pudimos apreciar que el mozo había nacido en Tiberias, habiendo quedado huérfano muy joven; un huérfano Gentil en una tierra tan hostil a los Gentiles de cualquier edad, que aún a los más desamparados no les causaba vergüenza. Tanto como él podía recordar, el joven había sido un inútil, viviendo de cualquier manera.
"En la ciudad judía de Galilea escribe para el sustento de la vida se necesita muy poco, y poco es lo que ellos han tenido. Sus casas son sencillas, y desde nuestro punto de vista italiano, endeblemente construidas. Bajas, pequeñas y chatas, no consisten en más de simples cuartos con una alfombra, un cofre y unas cuantas vasijas de barro por mobiliario.
Aún para los galileos, esto podría ser muy miserable, si no fuera por el techo en el cual muchas estaciones de lluvia y tormenta pasaban, mientras que en el techo de los campos o los huertos el cambio no es grande. Cuando era joven dormía donde me encontraba la noche. El clima era benigno y suave, rara vez era algo frío. De ropa y comida necesitábamos muy poco. Ese poco podía ser mendigado o robado. Yo, Galba, la mayoría de las veces era obligado a robar, pues en cuanto ellos sabían que yo era un Gentil, me echaban de sus puertas. En verdad, podía engañar en este aspecto, ya que hablaba perfectamente el idioma judío como el mío propio; pero ellos me juzgaban por mi apariencia. En la tierra judía de Galilea había muchos Gentiles, y las amas de casa desconfiaban de aquellos que hablaban su propio idioma.
Pero durmiendo en los campos, comiendo sólo cuando podía, bebiendo de los arroyos y llevando tan sólo harapos, me las ingeniaba para vivir de ciudad en ciudad, alrededor del mar de Galilea, ganándome a veces algunos centavos. Pero en la mayoría de los casos consiguiéndome la comida y refugio como hacen los pájaros y los zorros.
Teniendo por entonces alrededor de 12 años, aquello de lo que yo más sufría era por la falta de amor. Otros muchachos tenían hogares, padres, hermanos, amigos, colegios...Yo, Galba, no tenía nada. Si me aventuraba a unirme en un juego en la plaza del mercado, los muchachos del pueblo me apedreaban. Si me acercaba a un colegio, el profesor me echaba. Si encontraba trabajo en algún viñedo u olivar, era apaleado y muchas veces ni me pagaban cuando sabían que era un Gentil. Cuando en las noches yacía en el campo, lloraba de rabia y de soledad.
Y cuando no vi nada más que odio y desprecio, crecí odiando y despreciando a todos, mi esperanza era un día ser fuerte y poderoso, así podría herir a aquellos que me habían herido.
Cuando cualquier oportunidad se me presentaba, trabajaba como podía. Me levantaba en la noche para quebrar las ramas de los árboles de olivos o jalar los brotes de los granos. Luego me escondía antes del amanecer. Cuando encontraba niños más débiles que yo, los maltrataba y les robaba la comida haciéndoles llorar. Con los que eran mayores y más fuertes, me peleaba golpeándolos en las caras y lamentando tan sólo que no tenía con que matarlos. Todo esto lo hacía con el ánimo de venganza, sin embargo, encontraba muy poca satisfacción en ello.
De repente, ocurrió que un día mientras iba de un pueblo a otro, vio una multitud de hombres y mujeres dirigiéndose a una de las ciudades y trepando una colina. Escuché que comentaban entre ellos que iban a escuchar las palabras de Jesús, en Cafarnaúm.
De ese hombre yo había escuchado mucho, algunos decían que Él era un profeta, mientras que todos estaban de acuerdo en que con la ayuda de Dios, Él hacía grandes curas y milagros. Como no tenía nada mejor que hacer, me uní al grupo esperando ver un milagro. Este parecía ser también el principal motivo de muchos de los que le seguían, aunque algunos parecían ser sus Discípulos. Para mí, Galba, no tenía más que curiosidad, con las posibilidades de apoderarme de algo que se cayera en un descuido o aprovechar un poco de comida.
Más tarde, mientras me sentaba cerca de la multitud de gente, escuché una voz, cuyas tonalidades me hicieron levantar. Amorosa y autoritaria a la vez, era fuerte con la fortaleza que penetra y hace cada sílaba diferente. Acostumbrado como estaba al dialecto galileo, era algo más extraño y maravilloso escuchar algo que no podía haber más dulce en el habla humana.
Nunca un hombre como ese hombre. Entre las cosas que son de lamentar, es que no haya la forma de conservar el sonido de una voz, de una belleza que nadie había escuchado. Cuando dije que esta voz era música, todavía no había dicho nada para expresar sus cualidades penetrantes. Aunque al principio no vi al orador, É1 parecía haberme visto, y entre toda esa multitud se dirigía hacia mí.
"Pero Yo les digo a aquellos que me escuchan, quieran a sus enemigos, traten bien a aquellos que los odian, bendigan a aquellos que los maldicen, recen por aquellos que abusan de Vds.". En mis amarguras del espíritu, aquellas palabras cayeron como un bálsamo, suavizando el odio que estaba envenenando mi vida.
Un niño de doce años no tiene impulso para odiar. Amor es su alimento y el aire que él sabe cómo respirar. El pensamiento que yo podía amar a aquellos que me odiaban, vino como un descanso a mi oprimido espíritu.
Pasé a través de la multitud hasta que al fin lo vi a Él. Así como casi no puedo describir su voz, tampoco casi no puedo describirle a Él. El recuerdo que tengo es de poder y bondad. Nunca he visto a alguien con ese poder de sobresalir y permanecer solo. Nunca ha habido alguien tan fuerte, tan triunfante y valeroso. Lo he escuchado hablar tan grave, apenado, austero, pero de esto no había visto nada. Mi conocimiento de Él, era el compendio de la felicidad. Inspiraba valor, salud, cordura, energía, todo lo emanaba, así como la juventud y actividad. No se podía permanecer en Su presencia sin la convicción de que allí estaba la forma de la felicidad perfecta en las que sus propias condiciones, aunque aflictivas, debían ser corregidas.
Estos pensamientos no los podía tener yo en ese entonces, ya que era todavía un niño; vinieron a mí más tarde durante mi vida, como una explicación. Todo lo que yo era capaz de ver en ese tiempo, es que había algo que no me dejaría desviarme.
Hasta Él podría quererme. Yo ya le quería. Mi objetivo era alcanzarle.
Pero en esto, fui ocultado por la multitud. Me retuvieron atrás como alguien que no tiene derechos; me cerraron el camino para que yo no pudiera descender.
He estado sentado en un montículo rodeado como de pequeños asientos como si fuera un anfiteatro. A pesar de todos los impedimentos, yo trataba de pasar, cuando alguien me dio un empujón haciéndome caer. De esta forma llegué a su presencia con un grito; apenado, asustado, sucio y con lágrimas brotándome de los ojos.
A mi grito, Él interrumpió su discurso para mirarme. Sentí temor de que me rechazara, pero cuando con terror levanté los ojos para mirarlo, Él sólo sonrió. Con un movimiento de su mano izquierda, me hizo entender que cerca Suyo había un sitio para mí ("Ven aquí". Pero yo no me podía mover. "Maestro, le dije , no me atrevo, soy un pobre inútil". La dulzura de su sonrisa cayó sobre mí como un rayo de sol. "En el Reino de los Cielos, Él me contestó , no existen inútiles, só1o los hijos de mi Padre". "Pero Maestro, protestó alguien entre la multitud , el muchacho es un ladrón, conocido como pícaro y vagabundo en todos los pueblos". "Cuando tenga un hogar, le respondió , no lo será nunca más". A mí me dijo: "Tu casa está en la casa de Dios. Ven."
Así como un perro se arrastra, yo me arrastré hacia Él. Pasando Su brazo por encima de mi hombro, Él continuó su discurso. Parecía estar hablando del Reino de los Cielos. Las palabras en sí no las entendí. No recuerdo qué escuchara. Simplemente sentarme junto a Él, con la protección de sus brazos, eran todas las bendiciones que yo podía desear. Nunca antes en mi debilidad de niño había conocido el solaz de la protección.
Pero de repente, le escuché decir palabras como las que había escuchado cuando llegaba, parecían especialmente dirigidas a mí. De vez en cuando en ciertos puntos me presionaba hacia Él más junto, como para llamar mi atención.
"Ningún esclavo puede pertenecer a dos amos, porque odiará a uno y amará a otro. No se puede servir a Dios y al dinero. Por lo tanto, Yo les digo que no se preocupen, que tendrán qué comer y beber. Acerca de su cuerpo, que tendrán qué ponerse. ¿No es la vida más importante que la comida, o el cuerpo más que la ropa? Miren a los pájaros silvestres. Ellos no siembran o cosechan o almacenan comida en los graneros, y sin embargo, su Padre Celestial los alimenta. ¿No merecen Vds. más amor que ellos? Pero, ¿quién de Vds. con toda su preocupación puede añadir una sola hora de vida? ¿Por qué se preocupan por la ropa? Miren como crecen las flores silvestres. Ellas no trabajan o hilan, y sin embargo, ni Salomón en todo su esplendor nunca estuvo tan bien vestido como ellas. Pero si Dios embellece el campo que está vivo hoy día y que es echado mañana en el horno, con mayor seguridad te vestirá Él a ti. Tú que tienes tan poca fe, no te preocupes ni digas ¿qué comeremos, qué beberemos o con qué nos vestiremos?, porque tú debes hacer Su Reino y tener rectitud delante de Él y tendrás todas las otras cosas además."
Cuando Él hubo terminado, se levantó, y toda la multitud también. Muchos que estaban enfermos se le acercaron rogando que les curara y algunos que no se podían mover eran cargados por otros.
"Maestro, si Tú lo deseas, puedes curarme", eran las palabras que escuchaba. "Yo así lo deseo, cúrate", era la respuesta.
En la confusión de estas multitudes, yo me escapé. Lo hice porque me sentía avergonzado y también porque deseaba no comprometer a Aquel que había sido tan bueno conmigo y me había tomado bajo su protección. Pero una vez más caminando, lo hice con un corazón alegre como nunca antes lo había tenido. Jesús de Cafarnaúm había sido un amigo para mí. Aunque no lo volviera a ver otra vez, esta amistad daría fuerzas a mi vida.
En los días siguientes, entre multitudes que lo seguían por todas partes me esforcé en seguirle y escuchar sus palabras manteniéndome oculto. Esto lo hacía mientras trataba de bendecir a aquellos que me maldecían; tratar bien a aquellos que me maltrataban y rezar por aquellos que abusaban de mí. Extrañamente, mientras yo trataba de hacer todo esto, aquellos que habían sido crueles conmigo, mostraban ahora signos de amistad.
La verdad es que también yo ahora ya no robaba ni molestaba mucho. Mientras que aquellos nombres tales como "perro de un pagano" ya no me los dirigían tan frecuentemente. Cuando me lo decían, yo encontraba la oportunidad de hacer el bien a aquellos que lo decían, aunque algunas veces só1o encontraba incomprensión. Sin embargo, yo persistía, y cuando alguno me hería, yo rezaba por aquellos que me golpeaban.
Esto era lo más difícil ya que yo no conocía ningún Dios. De nuestros Dioses romanos yo sabía tan poco que aparte de aquellos nombres tales como Júpiter o Marte, yo no sabía nada más.
Para los judíos, yo sabía que Dios les era detestable. Cuando por lo tanto yo hice mi petición, todo lo que podía pensar era brindar mi corazón al Padre de Jesús de Cafarnaúm, pensando que el Padre de tal Hijo no me rechazaría. Por lo tanto, fui donde Él humildemente.
Del Hijo yo no perdía nada; ni por donde iba o ni sus palabras. Cada vez que Él aparecía en público, ahí estaba yo. Dondequiera que Él fuera, yo trataba también de ir. Cerca de la casa donde Él vivía, había un jardín de olivos en el cual yo podía descansar y vigilar su puerta. Si Él salía yo lo seguía, manteniéndome a distancia, pero sin perderlo de vista. Así sucedió que yo llegué a conocer sus paseos así como también sus mensajes, tanto que ya casi los conocía perfectamente.
Allí los sirvientes y discípulos a quienes yo les podía hacer preguntas, y que veían que yo le amaba, no siempre atendían mis preguntas.
Todo lo que yo deseaba hacer era algo por Él, por todo lo que había hecho por mí. De esta manera, me dediqué a trabajar y a ahorrar dinero. Por cada día que pasaba en un viñedo, cobraba medio denario. Esto lo guardaba en una vieja bolsa de cuero, que había encontrado en la calle y que ahora la llevaba colgando del cuello y metida dentro de mi ropa por seguridad.
Siendo el trabajo muy escaso, muchas veces no me pagaban después de haberlo hecho. Demoré mucho en ahorrar los tres denarios que yo consideraba suficientes para honrar a mi Señor. Así un día me enteré que era su deseo hacer un viaje a Nazaret, en las montañas donde Él había vivido antes. Además, Él iría solo, lo que me brindaría la oportunidad que yo esperaba.
Yo ya me había dado cuenta que cuando Él viajaba solo, no llevaba alimentos. "Tengo alimentos para comer que Vds. no conocen". Era su explicación acerca de esto. "Mi alimento es hacer la voluntad de el que me ha enviado a terminar su trabajo". Pero para mí esto no era suficiente. Había notado muchas veces que en sus viajes estaba cansado y con hambre. Por lo tanto, yo lo proveería y me sentiría satisfecho.
Pero aquí encontré mi oportunidad. Mientras descansaba en el jardín cerca de su casa, observando antes que amaneciera, vi que venía, mirando hacia las montañas. Inmediatamente me dirigí al mercado. Allí compré una canasta en la cual coloqué dos panes de trigo, los mejores que pude conseguir, un pequeño queso redondo, no más grande que una manzana y que era una exquisitez de aquel país, un queque de pasas y unos cuantos higos. Cubrí mi canasta con hojas de parra para tener todo protegido. Esto lo hice especialmente, ya que no lo vería hasta la mañana que era Sábado de los Judíos. Yo no sabía que luego de acuerdo a sus costumbres, El iría a la Sinagoga donde sus enseñanzas podrían causar problemas.
Llegando a Nazaret, encontré una pequeña grieta en una roca en las afueras de la ciudad en lugar frío y secreto, donde pude colocar mi canasta. Cerca de allí, pasé la noche para cuidarla de hombres y animales. En la mañana, me dirigí a la Sinagoga con un estado de ánimo de lo más excitado. Una Sinagoga judía no es como un templo griego o romano, ni siquiera como su propio templo como los que he visto en Jerusalén. Es solamente una habitación rectangular con bancos. En un extremo hay una plataforma donde se sienta el presidente, detrás de él los rollos de pergamino con sus leyes y los profetas en estantes disimulados con cortinas. No hay sacerdote o culto. Aquel que lo desee, puede pararse a leer y dirigir la Asamblea. Aquel que lo desee, puede hacerle preguntas al orador y como las preguntas y las respuestas abundan, muchas veces hay discusión.
Habiéndose enterado la gente que Él estaba en la ciudad, todos los sitios estaban ocupados. Si había algún lugar para estar de pie, también se encontraba ocupado. Muchos de los parientes estaban allí, y muchos le habían conocido desde niño. Por lo que pude escuchar, su actitud era de incredulidad. Ellos creían objeto de risa que alguien que ellos habían visto crecer en su ciudad como cualquier otra persona, podría estar entre los profetas que redimirían Israel. "Él puede engañar a Cafarnaúm, Caná, Naín...escuché que se decían unos a otros, pero a nosotros no nos engañará". "¿Acaso no hemos conocido a su padre y a su madre? ¿Acaso no hemos conocido a sus hermanos y hermanas? Ellos están aquí con nosotros". Así pues, con risas en sus labios y desprecio en sus corazones, se reunieron para verlo frustrado.
De pronto, entró calladamente; noble, la cabeza en alto; el símbolo del poder y la belleza. Dirigiéndose a un lugar paralelo al fin de la plataforma donde todos podían verlo y desde donde podía ver a todos, se sentó. Por alguna razón además de la curiosidad, todos los ojos estaban en Él. Cuando llegó el momento, se levantó, significando que iba a leer del libro del profeta Isaías. Este fue el pasaje que escogió: "El espíritu del Señor está conmigo, porque É1 me ha encomendado llevar las buenas noticias a los pobres. É1 me ha enviado a anunciar a los prisioneros su libertad y a los ciegos que recobrarán la vista. Para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de los favores del Señor".
Entre los asistentes algunos querían aplaudir. Otros mostraron indignación de que alguien que su padre había sido un carpintero pudiera tener tales pretensiones. Cerca de donde yo estaba sentado, un grupo de hombres jóvenes murmuraban y se reían sin importarles, y haciéndose señas que si la ocasión llegaba, hasta le tratarían con violencia. Viendo esto, juré que le daría mi vida antes que ellos llegaran a tocarle.
Sin embargo, como muchos otros que lo observaban, ellos esperaban verlo hacer un milagro. Allí había ciegos, cojos, paralíticos; la gente esperaba que Él los curara como en otras ciudades. No solamente no lo hizo sino que les dijo por qué: "Aún en el Reino del Cielo, la fe del trabajador solitario no es suficiente. Debe tener ayuda cooperadora. Cuando se encuentra con gente no creyente, no es efectiva. El profeta nunca se encuentra sin honor, excepto entre su propia gente y su propio país. Elísha no fue enviada a ninguna viuda en Israel sino a una mujer de Serepta, una Sidonía. No era un judío cojo el que fue curado por Elísha, sino Naeman, un sirio..."
Sabiendo por adelantado las conclusiones a las que les quería llevar, Israel había estado siempre sensible y nunca tanto como entonces. Cuanto más perdían su independencia política esta orgullosa y fanática gente, más tenazmente se aferraban a su religión como los únicos poseedores del único verdadero Dios.
Dijeron que en ocasiones Él les hacía favores a los gentiles y no se los extendía a ellos. Era una traición para la cual la muerte no era suficiente castigo. Muchos de los profetas habían predicado esta doctrina y habían sido apedreados por esto. Este sujeto sería sacado del camino por el método más simple conocido por ellos.
No bien habían medido el lugar donde Él se hallaba, cuando la Sinagoga se encontró en un rugido. Moviéndose alrededor de Él, ellos bramaban, vociferaban y amenazaban. Pero cuando levantaban sus manos para golpearle, uno fue golpeado.
Había en Él tanta majestad y santidad que impedía las formas más groseras de insulto.
Lo peor que podían hacer era empujarle arriba de la colina. La ciudad daba a un profundo y religioso precipicio. "¡A las rocas!", gritaba la gente. Los hombres jóvenes que yo había escuchado susurrar en la Sinagoga, se hacían señas unos a otros de cómo podrían empujarle. Hombres y mujeres le gritaban, los niños tenían puñados de piedras en las manos que no se atrevían a tirar. Él solo, supremo y seguro, estaba tranquilo, con la tranquilidad de la fortaleza.
De repente, con un suave movimiento separatorio de las manos, los puso a todos ellos aparte. No había ninguna fuerza en la acción aparte de la fuerza de mando. Pero como niños corriendo, todos retrocedieron ante Él. Los ancianos dejaron de maldecir, los jóvenes dejaron de burlarse. Sobre la multitud cayó el silencio y hubo una extraña sorpresa. Él no dijo una sola palabra, pero encontrándose el camino libre, se marchó. Para estos ojos, la grandeza de aquel movimiento nunca se olvidará. He visto reyes y Césares entrando triunfantes en Roma después de una victoria, pero nunca he visto a nadie con esa autoridad innata como Jesús de Cafarnaúm. En César el estado imperial no estaba en él mismo sino en su ejército, sus trofeos, sus prisioneros, sus esclavos, la adulación de los ciudadanos, muchos de los cuales le odiaban. Este hombre nunca era tan imponente como cuando estaba solo y frente a sus enemigos. Nunca estaba colérico ni resentido, nunca se vengó de ninguna afrenta. Su poder de serenidad debe haber movido a los más altos Dioses, si es que existían, a la envidia y a la imitación.
De los nazarenos todos se apartaron de su camino, mientras que Él se dirigía a lo alto de la montaña, donde ellos habían pretendido empujarle. Esto lo hizo sin compañía y a su propia voluntad.
Yo, Galba, le observaba conjuntamente con el resto, pero cuando ellos se fueron a sus casas me deslicé a través de los arbustos que me escondían y lo seguí. Pronto lo vi sentado en una roca mirando a través de la llanura, que se llama Esraelon en idioma judío. Estaba de espaldas a mí, pude traer mi canasta y con ésta en mi mano me acerqué a Él humildemente.
"Maestro, balbucí, no estés molesto. Te he traído comida". En su rostro, cuando me miró, había toda la luz y el amor que podría haber bendecido a toda la humanidad. "Querido muchacho, me sonrió , me has seguido".
Arrodillado delante de Él, sostuve mi canasta como una ofrenda.
Solamente, Maestro, porque vi que estabas solo y temí que pudieras tener hambre. Tengo hambre, admitió Él, no he roto mi ayuno desde ayer. Comamos juntos.
No, Maestro rogué , no alcanzará para los dos. Una vez más me iluminó con su sonrisa. En el Reino del Cielo siempre hay abundancia. Ya verás.
Maestro grité ¿dónde está ese Reino?, ¿está muy lejos?, ¿podría alguna vez un muchacho gentil entrar en él?
Mientras comíamos, Él me explicó su Reino, simplemente y en palabras comprensibles para mí, me dijo que no estaba muy lejos, diciéndome que no era simplemente alrededor mío sino dentro de mí. Era un método de comprensión. Era una forma de ver la vida, el mundo y las cosas como son vistas por Dios. Dios era el Gran Padre, el Dios Padre, el Padre Amoroso, la fuente de donde todas nuestras bendiciones proceden.
De esta fuente no recibimos bendiciones y maldiciones juntas sino solamente bendiciones; no agua dulce y amarga sino solamente dulce. En ese Reino no hay maldades, pecados, enfermedades, pobrezas o tristezas. Para aquellos que sus mentes están muy cerca del Padre, de la Vida no existe siquiera la muerte. Estamos en este Reino cuando sabemos que estamos en él. Cuando hemos comprendido esto, creamos nuestro propio cielo, admitiendo en él sólo aquello que es la Ley de Dios.
Con muchas otras palabras, con parábolas y ejemplos, Él me hizo comprender todo esto. Y antes de preguntarle algo sobre sí mismo, Él me contó de su niñez en aquella misma ciudad de Nazaret, en el mismo lugar en que nos encontrábamos. Había sido un niño como cualquier otro niño; amaba sus juegos, sus estudios, sus amigos. Pero muy temprano en su vida, tan temprano que no podía recordar, su mente había estado ocupada con el pensamiento de que Dios era su Padre; y si era su Padre, entonces era el Padre de todos los niños, el Padre de todos los hombres y mujeres de todas partes, por lo tanto la diferencia entre judíos y gentiles, romanos, griegos, edomottes...desaparecía. Cautivos y libres, ricos y pobres, lucían igual ante Dios tanto el uno como el otro, con los derechos de gracia espiritual y salud física. Así Él había llegado a la conclusión de que la manera más fácil de probar algo era actuando con ella. Esto era todo lo que Él había hecho, encontrar la recompensa tan grande que la gente decía que É1 hacía milagros. Él no había hecho milagros; solamente se había probado a sí mismo, y esperaba que otros también lo hicieran, que los recursos del Reino del Cielo eran infinitos.
Pero cuando nos sentamos, fue Él que pensó más en sus problemas. Los avances en la comprensión de cada paisaje eran ahora como monumentos. Llamó mi atención a la belleza de la llanura, diciéndome lo que parecía nuestra vida en el Reino del Cielo. El valle del Jordán del cual Él podía trazar la línea, con la tierra rocosa de Persia al otro lado, se asemejaba al duro camino que nuestra raza había atravesado para alcanzar el actual conocimiento de Dios; la larga fila del Carmel al Oeste, con su abrupta terminación en el mar, marcaba el camino a ese amplio mundo gentil, sobre el cual Él miraba y que significaba el futuro de la fe del hombre. Detrás de nosotros al sur, estaban las montañas de Samaria, con la adusta ciudad de Judea, detrás de ella, el Altar del sacrificio en el que un día ofrecerían el Cordero de Dios.
Y dijo Él: "Mi trabajo aún no ha terminado. Tengo aún muchas verdades que probar, aún nuevas pruebas que hacer. Aún en el Reino del Cielo, progresamos de acuerdo como Dios nos da habilidad.
He curado enfermos, dado vista a los ciegos y perdonado a los pecadores, pero aún no he levantado la muerte ni he enseñado que con su cooperación con el Padre cualquier hijo de Dios puede elevarse aún a pesar de la muerte.
Habiendo conquistado otras cosas, debo conquistar a la muerte, y tú si continúas amándome, lo verás".
Y así, en dulce y confidencial charla, pasa la tarde de aquel extraño sábado. Él no parecía condescender hacia mí sino ser un muchacho como yo. Había algo en Él de juventud eterna. Pudiera haber sido su simplicidad o su inocencia, o tal vez su amor a la vida sencilla o el poder de tomar las cosas como vinieran, sin quejas por el pasado o temores hacia el futuro. Respecto al incidente de aquella mañana en la Sinagoga, Él ni lo mencionó ni pareció entristecerle.
Todo su discurso era acerca de cosas agradables respecto a las cuales Él reta alegremente. Referente a su respeto a la Ley Judía del día Sábado, permanecimos donde estábamos aquella noche, comiendo los restos que habían quedado en la canasta. Es extraño decirlo, pero las sobras que quedaron alcanzaron no solamente para una comida abundante aquella noche sino también para el desayuno del día siguiente.
Durante la noche tibia, me pregunté acerca de mí mismo, escuchando lo poco que yo tenía que decir.
Nunca olvides me dijo , que en la Casa de Mi Padre está tu casa. Esto no significa un lugar distante al que llegarás a través del portal de la muerte, sino una casa para tu uso inmediato. Si no la has hallado hasta ahora es porque no la has sabido buscar.
Pero Señor, no conozco ni sé como hacerlo.
Recuerda las palabras que Yo hablé só1o hace unos pocos días: "Busca primero el Reino de Dios, y todas las otras cosas, casa, refugio, educación, amor, todas las cosas que un niño necesita, se te darán por añadidura".
Pero Maestro, ¿habrá alguien en Judea que dé alojamiento a un niño gentil?
En la Casa de Mi Padre hay muchas mansiones. Existen provisiones para todos. Ya verás, será una casa gentil, tal como la que tú necesitas. Ahora, por amarme y seguirme, estás en la búsqueda del Reino y sus recursos estarán a tu mando"
En la mañana, cuando descendíamos a Cafarnaúm, Él me habló de un capitán romano (Centurión) que se encontraba entre sus amigos.
Sin haberse convertido en un seguidor de la religión de los judíos, este capitán amaba la verdad y só1o a Dios, a quien la religión de los judíos lo habían introducido. É1 también se había convertido en un devoto oyente cuando el Maestro hablaba.
Ahora este hombre es amado por sus propios esclavos, a quienes también Él ama libremente. Sucedió que no hace mucho uno de los sirvientes se enfermó. A su llamada, le dije que iría y lo curaría. Inmediatamente El me respondió: "No soy suficientemente importante para tenerte bajo mi techo. Di tan sólo una palabra y mi sirviente será curado". Ante esto, Yo le dije a la multitud que no había encontrado a nadie en Israel con tanta fe. ¡Ve le dije al capitán , le encontrarás tal como tú crees! Este hombre, continuó el Maestro permanece aún en Cafarnaúm. E1 me ama, es mi amigo. Todo lo que yo le pida lo hará por mí lo mismo que por ti".
Entonces comprendí. Mi hogar estaría en la casa del capitán romano. El Reino del Cielo me la procuraba. Pero lo que unos días antes hubiera sido una alegría, ahora era una pena.
¡Oh Señor, lloré ¿por qué no puedo seguirte y ser tu sirviente?!
Porque, mi querido muchacho, el Padre lo ha dispuesto así y no de otro modo. Debes crecer en compañía de otros muchachos. Debes conocer el amor y los cuidados de una familia. Debes estudiar y trabajar y tener una larga vida, con hijos y nietos que criar y que te bendigan. En todo lo que tengo que hacer ningún muchacho debe intervenir. Si te ataras a mí, pronto estarías nuevamente solo e insuficientemente protegido. Pero Yo no te abandonaré, Yo no dejaré de llevarte en mi corazón. Si es tu deseo de amarme continuamente, la mejor manera de demostrar tu amor es viviendo la vida que el Padre te ha señalado".
Y así sucedió que yo pasé a formar parte de la familia de Publius Versus Lucillus como un hijo. No es que él no tuviera otros hijos. Tenía 3 hijos y 2 hijas. Habiendo sido recomendado por Jesús de Cafarnaúm, fui bien recibido por todos, vestido, alimentado y educado como un muchacho romano de la mejor familia, aún mejor que de la que yo provenía. Mi única pena fue que cuando a mi padre adoptivo le cambiaron de Cafarnaúm a Tiro, ya no nos enterábamos de lo que el Maestro decía. Por casi cerca de un año en Tiro supimos muy poco de Él, y lo que luego supimos fue peor de todo. Escuchamos que la mayor parte de su tiempo la pasaba en Jerusalén o en las regiones de alrededor. Entonces los judíos complotaron para matarle. Al fin nos dijeron que la cercana Pascua de los hebreos no pasaría sin que Él fuera condenado a muerte por rebelarse contra las autoridades romanas.
Mi padre adoptivo se sintió terriblemente afligido, y teniendo cierta influencia con Poncio Pilatos, el gobernador de Jerusalén, decidió viajar a fin de intervenir y ver qué podía hacer.
Mientras se preparaba a llevar al esclavo que había sido curado, le rogué también me llevara a mí. Así lo hizo porque me amaba, y así con soldados y sirvientes, partimos. Dondequiera que nos deteníamos en las noches, hacíamos preguntas acerca de la suerte de Jesús de Cafarnaúm, pero no fue hasta que llegamos a Betania, en las afueras de Jerusalén, que nos enteramos que había sido crucificado el día anterior.
No diré nada de nuestra pena.
Llegando a la ciudad, mi padre adoptivo se entrevistó con Pilatos el gobernador, al cual increpó amargamente. Después de eso se echó a tierra negándose a alimentarse. Estando yo solo, recorrí la ciudad, tratando de obtener toda la información posible acerca del fin de mi Maestro.
Me dirigí a la montaña del Calvario, donde confirmé la existencia de las tres cruces vacías que aún permanecían en el lugar de las Calaveras, que es el nombre que se le da al lugar por su forma. Cerca de allí, había un jardín donde me dijeron había sido Él enterrado. Encontré una tumba, donde me eché a llorar.
Era ya casi de noche, y debería haber retornado a la posada donde estábamos alojados, pero me era imposible moverme del lugar Sagrado. Como estaba acostumbrado a dormir bajo las estrellas, no tenía miedo ni preocupación de que tuviera que comer. Encontraba algún consuelo permanecer cerca de aquella amada forma, aunque se encontraba escondida a la vista, pues estaba cubierta con una roca.
La manera judía de enterrar difiere algo a la nuestra, ya que hacen una cámara en la roca que generalmente es una sola. De esta manera, se forma una puerta que se abre hacia arriba desde el suelo. Este portal curvo es tan exactamente ajustado, que cuando cierra es una sola cosa compacta. Arrojándome sobre la roca permanecí llorando.
Ya era de noche, y la luna brillaba entre los olivos, cipreses y cedros. Yo había parado de llorar y permanecía tranquilo. No estaba asustado.
Tenía una ligera noción de lo desacostumbrado. En mis pensamientos de Jesús de Cafarnaúm, había habido siempre tanta luz que no me parecía extraño que Él pudiera dar semejante luminosidad (resplandor) aún en su tumba. La única reflexión que me hice es que si más tarde contaba a alguien lo que había visto nadie me creería. Creerían que había estado soñando.
Dudando, si no sería el caso, hice las cosas desacostumbradas que hace la gente para asegurarse a sí mismas que están despiertas. Recogí algunos pedacitos de piedra que estaban en el suelo y que habían quedado cuando habían hecho la puerta, y los guardé en mi bolsa. Estas son las piedras que guardé en el relicario dorado que todos mis niños recordarán. Las guardé una por una para tener algo que decirme, aunque no mucho, de que estaba consciente al atestiguar maravillas, y que no estaba soñando.
Aún continuaba tratando de convencerme a mí mismo de que estaba despierto cuando aún una maravilla más grandiosa me llamó la atención. Por un espacio no mayor que de dos dedos de ancho, la puerta del sepulcro se bajó suavemente. Permaneciendo fija por algunos minutos, se volvió a cerrar.
Si yo hubiera estado en la parte de encima de la roca en lugar de estar al pie, hubiera podido atisbar adentro. Pocos minutos después, esto se repitió, permaneciendo abierta la puerta casi del ancho de una mano.
Mientras esto sucedía, la luz que había visto a través del intersticio era más fuerte y no se movía, como si no fuera ninguna luz terrestre. El movimiento era sin ruido, como si alguien poseedor de una tremenda fuerza moviera la piedra.
A la cuarta oportunidad, la puerta permaneció abierta por lo menos dos codos, y si es que yo hubiera estado de pie, hubiera podido mirar fácilmente detrás de ella. Yo permanecía postrado en el césped, sorprendido y excitado pero muy intimidado para poder participar lo que pronto me sería revelado. Pero en esta cuarta vez la puerta no se volvió a cerrar. Balanceándose en su base, finalmente, suavemente, sin ruido, cayó delante de mí en el césped.
Y allí yacía Él, mi Jesús de Cafarnaúm, alto, derecho, con envolturas blancas; sus facciones escondidas por una mortaja. Aún para un muchacho, yo tenía entonces 14 años, la majestad de Su Presencia estaba realzada por el misterio y la soledad de la tumba. Este era el sepulcro de la soledad eterna en el cual la agitada vida del hombre pasa a la paz, mientras que el cuerpo vuelve a su origen de polvo. Excepto por esta Revelación, que no sabía por qué razón me había sido hecha, Jesús de Cafarnaúm permanecería allí en el corazón de la roca mientras que pasaran los años y el alboroto de nuevas épocas. Su nombre sería borrado, pero, ¡qué grandeza había en ese destino!
Todo lo que podía pensar es que la adorada forma permanecía a dos o tres codos de mí dentro de la impenetrable piedra.
Si me hubieran permitido dar una última mirada a la cara y los ojos de Aquel que nunca me miró de otra manera que con amor, me hubiera parecido que mi pena hubiera sido más ligera. Pero todo había pasado. A1 día siguiente partiríamos hacia Tiro y de allí a España o Bretaña, donde las fuerzas romanas apuntaban.
Este incidente pasaría, y nunca más en mi vida volvería a ver a mi amado Jesús de Cafarnaúm.
Así en silente pena pasó aquella noche. No dormí ya que no tenía deseos de hacerlo. Todo mi consuelo era saber que yo estaba allí cerca de Él, a pesar de que se había ido tan lejos. Yo permanecía sentado en el césped y tan cerca de la tumba que en cualquier momento podía tocarla, mientras la luna pascual me iluminaba.
Pronto se cubrió la luna. El jardín se cubrió de sombras. Los sicomoros y cipreses que se destacaban claramente, ahora casi no se veían. Sabía que pronto iba a amanecer a pesar de que aún no se veían signos de ello.
Por estas razones, un débil rayo de luz que marcaba la línea donde se hallaba la puerta del sepulcro, se hacía más notorio. Era tan notorio como un rayo de luz que puede ser visto alrededor de una puerta cerrada en una habitación oscura donde haya una vela encendida al otro lado. No puedo decir cuándo me di cuenta de esto. Sin embargo, me pareció que había estado así toda la noche, que mi corazón lo había percibido a pesar de que mis ojos no se habían dado cuenta. El espíritu libre del tormento y la futilidad, libre de dolor para siempre. Mientras trataba de encontrar una razón para que me hubiese permitido ver lo que había visto, pensaba que era como un acto bondadoso en compensación por lo que antes se me había negado compartir los últimos días con el hombre que yo amaba. Me iba a ser concedido al fin verlo a Él. No podía adivinar qué gran poder místico me otorgaba este favor, aún la ayuda de Dios, el que me era desconocido excepto como Padre de Jesús de Cafarnaúm. Existían grandes poderes místicos detrás de toda esta Revelación. Sin embargo, esta gracia había sido otorgada, así que permanecí postrado, tratando de observar bien todos los detalles de la tumba de modo que nunca se me olvidaran. De pronto, la gran piedra que servía de puerta se cerró nuevamente y el resplandor de luz desapareció con la luz del día.
Luego a través de la mortaja, vi levantarse una mano. De repente, se levantó y volvió a caer. Volvió a levantarse y volvió a caer. Era un movimiento dentro de las mortajas, suave, débil, como se ve a veces en los niños antes de que se despierten. Luego por unos largos minutos, no hubo nada, sólo la figura rígida envuelta en el sudario blanco. Llegué a la conclusión de que cualesquiera fueran las fuerzas que obraban en este sepulcro, no eran ordenadas por un deseo. La fuerza estaba luchando con la fuerza, lo nuevo imponiéndose a lo antiguo, era una prueba de fortaleza. En los minutos siguientes empecé a ver un conjunto de nuevas energías, que resultaron en nuevos logros. Luego fue una mano libre. Se liberó fácil y graciosamente, sin signos de haber forcejeado, pero con movimientos tan rápidos imposibles de seguir por mí.
Luego nuevamente todo se calmó, mientras que la mano permanecía libre entre la mortaja, larga, delgada, bronceada a pesar de la palidez, como tantas veces yo la había visto, pero con una gran herida cicatrizada encima y en la palma que parecía la marca de un clavo de madera. Que esta herida hubiera cicatrizado tan rápido era algo sorprendente. Sólo el temor me detenía a agarrar su mano y besarla.
De pronto, se movió. Se movió pausadamente hasta que de repente se quitó la tela que cubría el rostro. Realizó esto como si estuviera impelida por un poder ajeno a la mente. Las amadas formas, ahora descubiertas, estaban tranquilas y mucho más jóvenes de lo que yo recordaba. Volteé suavemente, recortándose claramente la crecida barba ondulada del color del oro en el que hubiera una fuerte aleación de cobre, conduciendo su testimonio a su fuerza natural. Eran los rasgos de alguien a quien los negros poderes no pudieron, como puedo apreciar ahora, retener entre sus garras.
Está por demás decir que yo observaba casi sin respirar.
Permanecí mirando durante mucho tiempo. Fue por tanto largo tiempo que pude ver su cara, que al fin me puse a pensar sobre mis extraños privilegios, pronto amanecería y con la aurora del sepulcro se volvería a cerrar. Continuaría mí camino hacia Tiro, Roma o dondequiera me estuviese destinado el futuro, pero nunca olvidaría que el Padre de Jesús de Cafarnaúm me había permitido ver el rostro de su Hijo muerto.
Pero mientras pensaba todo esto, pude observar un ligero movimiento en uno de sus párpados. Luego hubo una crispación en sus labios. Sus ojos se abrieron como los de un niño recién nacido. Al principio parecía que no veían nada, sólo miraban. Parecía como si observaran sabiamente, como si estuvieran juzgando lo que ellos veían pero desde otro nivel de observación que el nuestro. Eran de color azul, de ese intenso azul mar de los más ricos zafiros que casi negros. Por un momento creí que si me miraba tal vez Él ya no me reconocería.
Cuando se fijó en mí, fue como la mirada vaga de un niño. Al fin hubo una sonrisa. Fue lentamente pero nunca había sido tan radiante. Pensé que nunca a nadie en el mundo se le había concedido semejante sonrisa:
¡Maestro, Maestro!, grite Mi querido muchacho, fue la respuesta Es muy dulce para mí saber que estás aquí.
Bajo las envolturas yo podía observar a la otra mano tratando de zafarse.
¡Maestro! le rogué , ¿no puedo ayudarte?
No, querido niño, esta es una labor que debo efectuar Yo solo. Para conquistar la muerte no debo recibir ninguna ayuda, tan sólo la de mi Padre. Si lo hiciera, gran parte de su significado desaparecería de mi labor.
Pero, ¿cuál es su significado, Señor?
Probar a mis hermanos que no existe la muerte. Decírselo no sería suficiente. Debo mostrárselo usando los poderes de los cuales me ha dotado el Padre. Aún así, muchos de ellos no me creerán. Me han visto en la cruz, me observaron cuando morí; observaron cuándo manos amorosas me enterraron. Sin embargo, muy pocos de ellos aceptarán el hecho de que resucitado estoy, aún cuando me vean y hablen conmigo como tú lo estás haciendo ahora.
Esto yo podía entenderlo escasamente. Este hombre, pensaba yo, no puede haber estado muerto, en el sentido que yo entiendo la muerte. Sus ojos brillaban, sus labios sonreían, su voz se escuchaba con la fuerza de un ser activamente vivo.
¿Cómo podía Él haber estado muerto cuando estaba aquí tan vitalmente vivo?
Si no hubiera transpuesto el cambio al que llamamos muerte, Yo no podría haber demostrado que poseo todas las facultades de la vida. Pronto verás que Yo poseo más conocimientos que los que hasta ahora habías sabido que poseo. Mis hermanos han temido la muerte. Yo mismo me he evadido de ella. Esto se ha debido a que Yo comprendí un poco mejor de ellos. Ahora que Yo la he transpuesto y he regresado, lo puedo mostrar como un logro del Reino de Dios que aquí lo medimos parcialmente.
De pronto, se levantó y se sentó. Hizo esto con la destreza de un atleta, con todos sus músculos bajo su mando. Sentado allí se encontraba tan cómodo como si estuviera en un si11ón en su cuarto. Recogió la envoltura que le había cubierto el rostro y que había caído al suelo del sepulcro, la dobló y la colocó en un rincón de la tumba cerca de donde estaba una piedra que le había servido de almohada. Mientras hacía esto, continuaba hablando suavemente con palabras sencillas de manera que yo que era un muchacho pudiera entender.
Si este gran triunfo del hombre sobre la muerte fueran tan sólo en beneficio mío, no habría valido la pena. Engrandecerme a mí mismo no ayudaría a mis hermanos. Lo que esto significa es que deben comprender que lo que yo he hecho también lo pueden hacer ellos. No es necesario para ellos pasar por los sufrimientos del dolor y de la tumba para alcanzar el siguiente paso; ellos pueden en el momento oportuno emigrar a su propia voluntad, como hacen los pájaros volando hacia el norte y hacia el sur. Mi labor era enseñarles que esto puede ser hecho.
Pero, Maestro, tuve la temeridad de objetar no veo cómo puede ser hecho, aunque veo que tú lo has hecho.
Su sonrisa fue de una penetrante dulzura.
Mi querido muchacho dijo El , no cómo se puede hacer sino cómo se debe hacer. Yo he demostrado que se puede hacer. Cómo se puede hacer toca a cada uno descubrirlo por sí mismo. Vive sencillamente y sin pecado, cura a los enfermos, evita la maldad. Aquel que efectúa este deseo apartará la vida del tiempo y se pondrá los años como un hombre aparta un manto usado y se viste con uno más glorioso.
Pero Señor, murmuré , ¿podrá algún hombre después que Tú efectuar algo semejante?
Tal vez no en mil años, como es el tiempo contado en el mundo de los mortales. Los hombres en número creciente aplaudirán el ejemplo que yo les doy pero no intentarán seguirlo. Esto implica no pecar o permanecer casi sin pecar, por lo que hombres y mujeres permanecerán sin despertar los poderes que están dormidos en ellos y que seguirán dormidos durante muchos años más. Por años y años por venir, los buscadores de la verdad se esforzarán para encontrar el camino escondido por un velo, sin mucha eficiencia, avanzando aquí y perdiendo terreno por allá, pero haciendo muy pocos progresos en todas partes. Rechazarán mi camino porque es muy difícil, pero para esa época nuevas razas e hijos de Dios habrán nacido. Ellos entonces retornarán a lo que tú, querido muchacho, estás deseando esta mañana.
Ellos verán al fin por una vez y para siempre el experimento que he hecho y se dedicarán a estudiarlo. No es necesario explicarlo, ya que todo, excepto los pecadores, no solamente amarán a Dios sino que lo comprenderán.
Aún mientras hablaba, comencé a observar un cambio en Él. Hasta aquí había sido Jesús de Cafarnaúm tal como yo lo había conocido. Tan sólo ligeras diferencias como aquellas que se pueden observar en una persona a quien se ha conocido enferma y luego se le ve bien, pero no, era más que eso. Ahora. Él empezó a brillar como si sus vestiduras fueran una luz en lugar de aquellas mortajas que los mortales ponen a sus muertos. No era ni fuego ni llamas ni nada que estuviera encendido, era más bien como una propia iluminación. Sin embargo, Él continuaba rectamente y hablándome.
De todas las cosas escucha bien esto, querido muchacho. No es el conocimiento acerca del Padre lo que probará la Vida Eterna, es conocerlo a Él. Comprendiéndole tendrás en las manos parte de Su Poder. Podrás dirigir tu vida, liberarte de las tiranías de las cosas y las circunstancias. Para mí que he sido portador de la voluntad del Padre, todo el poder es dado en el Cielo y en la Tierra. A ti se te dará en igual forma, de acuerdo a la medida de tu obediencia.
Lo que ocurrió al día siguiente no lo vi, a pesar de que estaba mirando. Fue algo tan rápido y trascendental para mis ojos, imposible de seguirlo. El abandonó la tumba. Permaneció de pie delante de mí.
Entre el intervalo que sucedió mientras se sentó a hablarme y aquél en que más bien permaneció sobre mí, mis ojos al nivel de sus pies, no hubo, por lo que yo pude juzgar, el menor intervalo de tiempo. Pero allí estaba Él, como le había visto moverse en el pasado, sólo en pie de luz. De pie y radiante estaba vestido de luz. En la tumba las mortajas yacían abandonadas. La tela de la cara estaba envuelta y aparte, tal como É1 la había dejado. Alto, derecho, majestuoso, pero amoroso y bondadoso más allá de toda comprensión. Permaneció de pie delante mío como en un ropaje de rayos de sol.
Mi querido muchacho me dijo me has seguido con mucho afecto, ahora haré lo mismo contigo. Tú no me verás, pero Yo estaré allí, ayudándote a través de una larga vida que te traeré alegría y cuidados. Siempre recuerda que nunca te dejaré ni te abandonaré.
Y así mientras yo me arrodillaba con mis manos entrelazadas mirándole en éxtasis, mis ojos ya no pudieron seguir observando la visión. La belleza era muy grande, la luz radiante muy intensa. Me sentía incapaz. Él se había convertido en algo muy glorioso.
En el jardín todo estaba oscuro, con los albores de la aurora.
No había luz de la tumba ni yo tenía compañía. Más aún, dos guardias romanos que parecía habían estado cerca durmiendo después de haber bebido mucho, se despertaron y comenzaron a maldecir. Aproveché que no me veían y desaparecí.
Cerca de la reja del jardín me crucé con tres mujeres que entraban. Escuché a una decirle a las otras: "Hemos traído las especies, los ungüentos y la tela de lino, pero, ¿quién nos moverá la puerta del sepulcro? Escondido detrás de un sicómoro esperé hasta que ellas se hubieran ido.
Cuando le dije a mi padre adoptivo lo que había visto me dijo que lo mantuviera en secreto ya que él había oído rumores en la Corte de Pilatos de que algo estaba pasando. Las noticias eran que el cuerpo había sido robado mientras los soldados dormían y el gobernador temía un escándalo. Así ambos guardamos silencio y creyendo él que Jesús de Cafarnaúm estaba muerto más allá de la resurrección.
Mi padre adoptivo decidió que debíamos partir ese mismo día hacia Tiro. Luego fuimos transferidos de Tiro a Roma, luego a la Colonia Grippina en el Río Rhin, de allí a Londinium en la provincia de Bretaña. Aquí murió mi padre adoptivo, yo ya era un joven y me casé con una inglesa. Todos mis negocios estaban en esta parte distante del Imperio, y no volví a escuchar más de Jesús de Cafarnaúm hasta el otro día. Luego, es extraño decirlo, un anciano vagabundo, vino a nuestro pueblo llevando lo que él llamaba un Evangelio. Su nombre era José, del pueblo de Arimatea, en la ciudad judía. El había viajado todo esto para llevar este mensaje de pueblo en pueblo: "que un hombre había resucitado de la muerte".
A1 fin lo vi y le pregunté: "¿Podría ser que Aquel del cual Vd. habla es Jesús de Cafarnaúm?". El mismo me respondió: "¿Ha escuchado Vd. de Él?". "No solamente he escuchado hablar de Él y no solamente le he conocido sino que en un jardín de la ciudad judía de Jerusalén, tres días después de su muerte, tal como los judíos cuentan el tiempo, lo he visto mientras..."
(Pero aquí se rompe el manuscrito.)
Paseándome por el campamento, debo haberme alejado más de lo que suponía, ya que de pronto me di cuenta que estaba solo con nada más que el amplio y triste panorama de las montañas de Judea frente a mí. Al fondo, al lado izquierdo, el resplandor del Mar Muerto al pie de las montañas de Moab era el único descanso a la vista en este mundo de un gris monótono. Estaba por regresar al campamento cuando vi, a una distancia aproximadamente de 20 yardas, los restos de cenizas donde quizá alguna tribu de nómadas había estado no hace mucho. Fue un impulso natural ir hacia ese sitio, aunque sabía que lo único que encontraría serían cenizas y desperdicios.
Eso fue todo lo que encontré después de mi inspección, y cuando ya estaba por regresar, me llamó la atención una piedra de rara formación. Gris sobre gris, era una piedra de unas 8 pulgadas de largo y 3 o 4 de circunferencia. Pensé que muchos años de rozamientos la habían pulido de esa forma, hasta que recordé que en aquella cumbre el mar no había llegado por muchos millones de años, por lo cual ese pulimento era imposible. Para haber adquirido aquella forma, era necesario que la hubieran hecho las manos de Moab.
Descendiendo, ya que se hallaba frente a mí, vi que no era una piedra sino un cilindro. Estaba al lado de la roca, ya sea que hubiera caído allí por accidente o dejado de lado por algún impaciente que lo llevaba. Mirando alrededor mío para estar seguro que no era una trampa, lo agarré, encontrando que era lo suficientemente liviano como para llevarlo en un saco. Entonces regresé al campamento.
Sólo podía adivinar qué cosa tenía el cilindro ya que no había podido ver lo que tenía. En el campamento me dedicaba a observar al dragomán o intérprete y a sus ayudantes. Si me veían abriendo un cilindro antiguo y siendo de valor, aunque estuviera vacío, sospecharían. Tal vez el objeto fuera alguna cosa de veneración conocida entre las varias tribus y que obviamente los extraños no conocerían. De todas maneras no me arriesgué. No solté el cilindro hasta que llegué a la seguridad de la habitación de un hotel en Damasco.
Contenía lo que yo suponía: un manuscrito de pergamino. Pude apreciar que la escritura era en latín, pero aparte de esto, yo no tenía ningún conocimiento. Me pareció muy antiguo, gastado en los bordes, pero intacto. La escritura era fluida, con concentraciones y pequeños floreamientos. Ninguno de los conocimientos que yo poseía, me brindaban alguna luz sobre el histórico hallazgo. El cilindro mismo parecía tallado con un dibujo bizantino de Cristo elevándose, gastado por las manos de muchas generaciones.
Sucedió que cuando viajaba de Beirut a Marsella, me encontré con un hombre que había conocido años antes y que era Profesor de Francés en Harvard. Recordando días pasados, le conté de mi hallazgo. Sin embargo, como su campo era la filosofía, sólo pudo descifrar algunas palabras sueltas, no siendo de gran ayuda. Me presentó a un colega de la Universidad de Montpellier cuya especialidad era precisamente leer y traducir todo tipo de documentos antiguos.
Al final, recibí de él 3 ó 4 tipos de opiniones, una de las cuales era suya, y las otras de estudiantes del mismo trabajo. Todos estaban de acuerdo que lo narrado en el pergamino era algo de genuina experiencia, a pesar de que no estaban de acuerdo si la versión del cilindro era original. Tres de los cuatro declararon que era un manuscrito muy antiguo de la última mitad del Primer Siglo Cristiano.
Yo estaba verdaderamente interesado en el asunto de la autenticidad de la fecha. Tener frente a mí estas páginas de vidas que habían posiblemente estado con Jesucristo, me parecía más importante que el pergamino o la tinta, tampoco me importaba que la mano que lo habría escrito fuera de este año o de aquél. Una copia era suficiente para mí, con sólo saber que los hechos habían sido transmitidos.
Los expertos parecían estar de acuerdo. Alguien llamado "Galba", de familia romana, aunque nacido en Tiberias en el mar de Galilea, había escrito en épocas antiguas lo que él recordaba durante su juventud, de alguien con una personalidad maravillosa que llevaba el nombre de Jesús, en Cafarnaum y que se le proclamó como el fundador de una nueva religión. El escritor, dejaba para sus hijos y nietos las memorias que había acumulado durante su vida.
Parecía que no había sido un cristiano, en el sentido que se le da a este término, ni sabía nada hasta que escribió lo que había recogido de la Maravillosa Personalidad que se había convertido en una tradición para otros. No tuvo parte en la formación de la naciente Iglesia Cristiana, enterándose de su existencia luego de años de vicisitudes en las postrimerías del Imperio.
En lo referente a la historia del manuscrito, no sabíamos nada en concreto sólo suposiciones. Aparentemente, alrededor del IV Siglo Cristiano, había sido reconocido por su propietario como una posesión invalorable. El cilindro había sido hecho para protegerlo. El débil grabado de Cristo Ascendiente, con aún un fondo más débil de una línea de cipreses, no era otra cosa que Justian y Theodora. Podía haber sido fácilmente el tesoro de algún monasterio o alguna casa principesca, hasta el saqueo del Imperio, luego de la conquista de los turcos, que destruyeron estos objetos o los esparcieron. Sin embargo, esta reliquia en particular parecía haber sido guardada con mucho cuidado, tal vez con algo de superstición, como un talismán secreto y bendito. Probablemente no había sido tirado en el sitio que yo lo encontré, sino perdido en un momento de descuido.
La traducción que me hicieron en Montpellier fue por supuesto en francés. Me han dicho que al hacer yo la traducción al inglés, ésta perdió mucho de su significado antiguo original. Sólo me cabe indicar que en el manuscrito no existe la puntuación ni oraciones, ni párrafos, por lo que yo los he puesto por mi cuenta:
Al principio en varias líneas, sólo algunas palabras sueltas son legibles: Padre... piedra.Tiberías.baños. nunca... arquitectura... trabajador... Italiano...
Conforme se va leyendo el texto, se aprecia que el padre del autor había sido albañil en piedra, italiano, que había sido traído a Tiberías en la época de la construcción de los suntuosos baños hechos por Herodes. Para este trabajo no se encontraban hombres capaces en Galilea; los hebreos nunca habían desarrollado una arquitectura capaz de llenar las más simples necesidades.
Es bien conocido por los historiadores que para construir aquellas ciudades de gran magnificencia, Tiberio, Julio Cesar y Herodes, se vieron obligados a traer artesanos de Tirea, Sodoma y Egipto, Grecia e Italia, siendo el padre del joven Galba uno de ellos.
De algunos fragmentos de oraciones pudimos apreciar que el mozo había nacido en Tiberias, habiendo quedado huérfano muy joven; un huérfano Gentil en una tierra tan hostil a los Gentiles de cualquier edad, que aún a los más desamparados no les causaba vergüenza. Tanto como él podía recordar, el joven había sido un inútil, viviendo de cualquier manera.
"En la ciudad judía de Galilea escribe para el sustento de la vida se necesita muy poco, y poco es lo que ellos han tenido. Sus casas son sencillas, y desde nuestro punto de vista italiano, endeblemente construidas. Bajas, pequeñas y chatas, no consisten en más de simples cuartos con una alfombra, un cofre y unas cuantas vasijas de barro por mobiliario.
Aún para los galileos, esto podría ser muy miserable, si no fuera por el techo en el cual muchas estaciones de lluvia y tormenta pasaban, mientras que en el techo de los campos o los huertos el cambio no es grande. Cuando era joven dormía donde me encontraba la noche. El clima era benigno y suave, rara vez era algo frío. De ropa y comida necesitábamos muy poco. Ese poco podía ser mendigado o robado. Yo, Galba, la mayoría de las veces era obligado a robar, pues en cuanto ellos sabían que yo era un Gentil, me echaban de sus puertas. En verdad, podía engañar en este aspecto, ya que hablaba perfectamente el idioma judío como el mío propio; pero ellos me juzgaban por mi apariencia. En la tierra judía de Galilea había muchos Gentiles, y las amas de casa desconfiaban de aquellos que hablaban su propio idioma.
Pero durmiendo en los campos, comiendo sólo cuando podía, bebiendo de los arroyos y llevando tan sólo harapos, me las ingeniaba para vivir de ciudad en ciudad, alrededor del mar de Galilea, ganándome a veces algunos centavos. Pero en la mayoría de los casos consiguiéndome la comida y refugio como hacen los pájaros y los zorros.
Teniendo por entonces alrededor de 12 años, aquello de lo que yo más sufría era por la falta de amor. Otros muchachos tenían hogares, padres, hermanos, amigos, colegios...Yo, Galba, no tenía nada. Si me aventuraba a unirme en un juego en la plaza del mercado, los muchachos del pueblo me apedreaban. Si me acercaba a un colegio, el profesor me echaba. Si encontraba trabajo en algún viñedo u olivar, era apaleado y muchas veces ni me pagaban cuando sabían que era un Gentil. Cuando en las noches yacía en el campo, lloraba de rabia y de soledad.
Y cuando no vi nada más que odio y desprecio, crecí odiando y despreciando a todos, mi esperanza era un día ser fuerte y poderoso, así podría herir a aquellos que me habían herido.
Cuando cualquier oportunidad se me presentaba, trabajaba como podía. Me levantaba en la noche para quebrar las ramas de los árboles de olivos o jalar los brotes de los granos. Luego me escondía antes del amanecer. Cuando encontraba niños más débiles que yo, los maltrataba y les robaba la comida haciéndoles llorar. Con los que eran mayores y más fuertes, me peleaba golpeándolos en las caras y lamentando tan sólo que no tenía con que matarlos. Todo esto lo hacía con el ánimo de venganza, sin embargo, encontraba muy poca satisfacción en ello.
De repente, ocurrió que un día mientras iba de un pueblo a otro, vio una multitud de hombres y mujeres dirigiéndose a una de las ciudades y trepando una colina. Escuché que comentaban entre ellos que iban a escuchar las palabras de Jesús, en Cafarnaúm.
De ese hombre yo había escuchado mucho, algunos decían que Él era un profeta, mientras que todos estaban de acuerdo en que con la ayuda de Dios, Él hacía grandes curas y milagros. Como no tenía nada mejor que hacer, me uní al grupo esperando ver un milagro. Este parecía ser también el principal motivo de muchos de los que le seguían, aunque algunos parecían ser sus Discípulos. Para mí, Galba, no tenía más que curiosidad, con las posibilidades de apoderarme de algo que se cayera en un descuido o aprovechar un poco de comida.
Más tarde, mientras me sentaba cerca de la multitud de gente, escuché una voz, cuyas tonalidades me hicieron levantar. Amorosa y autoritaria a la vez, era fuerte con la fortaleza que penetra y hace cada sílaba diferente. Acostumbrado como estaba al dialecto galileo, era algo más extraño y maravilloso escuchar algo que no podía haber más dulce en el habla humana.
Nunca un hombre como ese hombre. Entre las cosas que son de lamentar, es que no haya la forma de conservar el sonido de una voz, de una belleza que nadie había escuchado. Cuando dije que esta voz era música, todavía no había dicho nada para expresar sus cualidades penetrantes. Aunque al principio no vi al orador, É1 parecía haberme visto, y entre toda esa multitud se dirigía hacia mí.
"Pero Yo les digo a aquellos que me escuchan, quieran a sus enemigos, traten bien a aquellos que los odian, bendigan a aquellos que los maldicen, recen por aquellos que abusan de Vds.". En mis amarguras del espíritu, aquellas palabras cayeron como un bálsamo, suavizando el odio que estaba envenenando mi vida.
Un niño de doce años no tiene impulso para odiar. Amor es su alimento y el aire que él sabe cómo respirar. El pensamiento que yo podía amar a aquellos que me odiaban, vino como un descanso a mi oprimido espíritu.
Pasé a través de la multitud hasta que al fin lo vi a Él. Así como casi no puedo describir su voz, tampoco casi no puedo describirle a Él. El recuerdo que tengo es de poder y bondad. Nunca he visto a alguien con ese poder de sobresalir y permanecer solo. Nunca ha habido alguien tan fuerte, tan triunfante y valeroso. Lo he escuchado hablar tan grave, apenado, austero, pero de esto no había visto nada. Mi conocimiento de Él, era el compendio de la felicidad. Inspiraba valor, salud, cordura, energía, todo lo emanaba, así como la juventud y actividad. No se podía permanecer en Su presencia sin la convicción de que allí estaba la forma de la felicidad perfecta en las que sus propias condiciones, aunque aflictivas, debían ser corregidas.
Estos pensamientos no los podía tener yo en ese entonces, ya que era todavía un niño; vinieron a mí más tarde durante mi vida, como una explicación. Todo lo que yo era capaz de ver en ese tiempo, es que había algo que no me dejaría desviarme.
Hasta Él podría quererme. Yo ya le quería. Mi objetivo era alcanzarle.
Pero en esto, fui ocultado por la multitud. Me retuvieron atrás como alguien que no tiene derechos; me cerraron el camino para que yo no pudiera descender.
He estado sentado en un montículo rodeado como de pequeños asientos como si fuera un anfiteatro. A pesar de todos los impedimentos, yo trataba de pasar, cuando alguien me dio un empujón haciéndome caer. De esta forma llegué a su presencia con un grito; apenado, asustado, sucio y con lágrimas brotándome de los ojos.
A mi grito, Él interrumpió su discurso para mirarme. Sentí temor de que me rechazara, pero cuando con terror levanté los ojos para mirarlo, Él sólo sonrió. Con un movimiento de su mano izquierda, me hizo entender que cerca Suyo había un sitio para mí ("Ven aquí". Pero yo no me podía mover. "Maestro, le dije , no me atrevo, soy un pobre inútil". La dulzura de su sonrisa cayó sobre mí como un rayo de sol. "En el Reino de los Cielos, Él me contestó , no existen inútiles, só1o los hijos de mi Padre". "Pero Maestro, protestó alguien entre la multitud , el muchacho es un ladrón, conocido como pícaro y vagabundo en todos los pueblos". "Cuando tenga un hogar, le respondió , no lo será nunca más". A mí me dijo: "Tu casa está en la casa de Dios. Ven."
Así como un perro se arrastra, yo me arrastré hacia Él. Pasando Su brazo por encima de mi hombro, Él continuó su discurso. Parecía estar hablando del Reino de los Cielos. Las palabras en sí no las entendí. No recuerdo qué escuchara. Simplemente sentarme junto a Él, con la protección de sus brazos, eran todas las bendiciones que yo podía desear. Nunca antes en mi debilidad de niño había conocido el solaz de la protección.
Pero de repente, le escuché decir palabras como las que había escuchado cuando llegaba, parecían especialmente dirigidas a mí. De vez en cuando en ciertos puntos me presionaba hacia Él más junto, como para llamar mi atención.
"Ningún esclavo puede pertenecer a dos amos, porque odiará a uno y amará a otro. No se puede servir a Dios y al dinero. Por lo tanto, Yo les digo que no se preocupen, que tendrán qué comer y beber. Acerca de su cuerpo, que tendrán qué ponerse. ¿No es la vida más importante que la comida, o el cuerpo más que la ropa? Miren a los pájaros silvestres. Ellos no siembran o cosechan o almacenan comida en los graneros, y sin embargo, su Padre Celestial los alimenta. ¿No merecen Vds. más amor que ellos? Pero, ¿quién de Vds. con toda su preocupación puede añadir una sola hora de vida? ¿Por qué se preocupan por la ropa? Miren como crecen las flores silvestres. Ellas no trabajan o hilan, y sin embargo, ni Salomón en todo su esplendor nunca estuvo tan bien vestido como ellas. Pero si Dios embellece el campo que está vivo hoy día y que es echado mañana en el horno, con mayor seguridad te vestirá Él a ti. Tú que tienes tan poca fe, no te preocupes ni digas ¿qué comeremos, qué beberemos o con qué nos vestiremos?, porque tú debes hacer Su Reino y tener rectitud delante de Él y tendrás todas las otras cosas además."
Cuando Él hubo terminado, se levantó, y toda la multitud también. Muchos que estaban enfermos se le acercaron rogando que les curara y algunos que no se podían mover eran cargados por otros.
"Maestro, si Tú lo deseas, puedes curarme", eran las palabras que escuchaba. "Yo así lo deseo, cúrate", era la respuesta.
En la confusión de estas multitudes, yo me escapé. Lo hice porque me sentía avergonzado y también porque deseaba no comprometer a Aquel que había sido tan bueno conmigo y me había tomado bajo su protección. Pero una vez más caminando, lo hice con un corazón alegre como nunca antes lo había tenido. Jesús de Cafarnaúm había sido un amigo para mí. Aunque no lo volviera a ver otra vez, esta amistad daría fuerzas a mi vida.
En los días siguientes, entre multitudes que lo seguían por todas partes me esforcé en seguirle y escuchar sus palabras manteniéndome oculto. Esto lo hacía mientras trataba de bendecir a aquellos que me maldecían; tratar bien a aquellos que me maltrataban y rezar por aquellos que abusaban de mí. Extrañamente, mientras yo trataba de hacer todo esto, aquellos que habían sido crueles conmigo, mostraban ahora signos de amistad.
La verdad es que también yo ahora ya no robaba ni molestaba mucho. Mientras que aquellos nombres tales como "perro de un pagano" ya no me los dirigían tan frecuentemente. Cuando me lo decían, yo encontraba la oportunidad de hacer el bien a aquellos que lo decían, aunque algunas veces só1o encontraba incomprensión. Sin embargo, yo persistía, y cuando alguno me hería, yo rezaba por aquellos que me golpeaban.
Esto era lo más difícil ya que yo no conocía ningún Dios. De nuestros Dioses romanos yo sabía tan poco que aparte de aquellos nombres tales como Júpiter o Marte, yo no sabía nada más.
Para los judíos, yo sabía que Dios les era detestable. Cuando por lo tanto yo hice mi petición, todo lo que podía pensar era brindar mi corazón al Padre de Jesús de Cafarnaúm, pensando que el Padre de tal Hijo no me rechazaría. Por lo tanto, fui donde Él humildemente.
Del Hijo yo no perdía nada; ni por donde iba o ni sus palabras. Cada vez que Él aparecía en público, ahí estaba yo. Dondequiera que Él fuera, yo trataba también de ir. Cerca de la casa donde Él vivía, había un jardín de olivos en el cual yo podía descansar y vigilar su puerta. Si Él salía yo lo seguía, manteniéndome a distancia, pero sin perderlo de vista. Así sucedió que yo llegué a conocer sus paseos así como también sus mensajes, tanto que ya casi los conocía perfectamente.
Allí los sirvientes y discípulos a quienes yo les podía hacer preguntas, y que veían que yo le amaba, no siempre atendían mis preguntas.
Todo lo que yo deseaba hacer era algo por Él, por todo lo que había hecho por mí. De esta manera, me dediqué a trabajar y a ahorrar dinero. Por cada día que pasaba en un viñedo, cobraba medio denario. Esto lo guardaba en una vieja bolsa de cuero, que había encontrado en la calle y que ahora la llevaba colgando del cuello y metida dentro de mi ropa por seguridad.
Siendo el trabajo muy escaso, muchas veces no me pagaban después de haberlo hecho. Demoré mucho en ahorrar los tres denarios que yo consideraba suficientes para honrar a mi Señor. Así un día me enteré que era su deseo hacer un viaje a Nazaret, en las montañas donde Él había vivido antes. Además, Él iría solo, lo que me brindaría la oportunidad que yo esperaba.
Yo ya me había dado cuenta que cuando Él viajaba solo, no llevaba alimentos. "Tengo alimentos para comer que Vds. no conocen". Era su explicación acerca de esto. "Mi alimento es hacer la voluntad de el que me ha enviado a terminar su trabajo". Pero para mí esto no era suficiente. Había notado muchas veces que en sus viajes estaba cansado y con hambre. Por lo tanto, yo lo proveería y me sentiría satisfecho.
Pero aquí encontré mi oportunidad. Mientras descansaba en el jardín cerca de su casa, observando antes que amaneciera, vi que venía, mirando hacia las montañas. Inmediatamente me dirigí al mercado. Allí compré una canasta en la cual coloqué dos panes de trigo, los mejores que pude conseguir, un pequeño queso redondo, no más grande que una manzana y que era una exquisitez de aquel país, un queque de pasas y unos cuantos higos. Cubrí mi canasta con hojas de parra para tener todo protegido. Esto lo hice especialmente, ya que no lo vería hasta la mañana que era Sábado de los Judíos. Yo no sabía que luego de acuerdo a sus costumbres, El iría a la Sinagoga donde sus enseñanzas podrían causar problemas.
Llegando a Nazaret, encontré una pequeña grieta en una roca en las afueras de la ciudad en lugar frío y secreto, donde pude colocar mi canasta. Cerca de allí, pasé la noche para cuidarla de hombres y animales. En la mañana, me dirigí a la Sinagoga con un estado de ánimo de lo más excitado. Una Sinagoga judía no es como un templo griego o romano, ni siquiera como su propio templo como los que he visto en Jerusalén. Es solamente una habitación rectangular con bancos. En un extremo hay una plataforma donde se sienta el presidente, detrás de él los rollos de pergamino con sus leyes y los profetas en estantes disimulados con cortinas. No hay sacerdote o culto. Aquel que lo desee, puede pararse a leer y dirigir la Asamblea. Aquel que lo desee, puede hacerle preguntas al orador y como las preguntas y las respuestas abundan, muchas veces hay discusión.
Habiéndose enterado la gente que Él estaba en la ciudad, todos los sitios estaban ocupados. Si había algún lugar para estar de pie, también se encontraba ocupado. Muchos de los parientes estaban allí, y muchos le habían conocido desde niño. Por lo que pude escuchar, su actitud era de incredulidad. Ellos creían objeto de risa que alguien que ellos habían visto crecer en su ciudad como cualquier otra persona, podría estar entre los profetas que redimirían Israel. "Él puede engañar a Cafarnaúm, Caná, Naín...escuché que se decían unos a otros, pero a nosotros no nos engañará". "¿Acaso no hemos conocido a su padre y a su madre? ¿Acaso no hemos conocido a sus hermanos y hermanas? Ellos están aquí con nosotros". Así pues, con risas en sus labios y desprecio en sus corazones, se reunieron para verlo frustrado.
De pronto, entró calladamente; noble, la cabeza en alto; el símbolo del poder y la belleza. Dirigiéndose a un lugar paralelo al fin de la plataforma donde todos podían verlo y desde donde podía ver a todos, se sentó. Por alguna razón además de la curiosidad, todos los ojos estaban en Él. Cuando llegó el momento, se levantó, significando que iba a leer del libro del profeta Isaías. Este fue el pasaje que escogió: "El espíritu del Señor está conmigo, porque É1 me ha encomendado llevar las buenas noticias a los pobres. É1 me ha enviado a anunciar a los prisioneros su libertad y a los ciegos que recobrarán la vista. Para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de los favores del Señor".
Entre los asistentes algunos querían aplaudir. Otros mostraron indignación de que alguien que su padre había sido un carpintero pudiera tener tales pretensiones. Cerca de donde yo estaba sentado, un grupo de hombres jóvenes murmuraban y se reían sin importarles, y haciéndose señas que si la ocasión llegaba, hasta le tratarían con violencia. Viendo esto, juré que le daría mi vida antes que ellos llegaran a tocarle.
Sin embargo, como muchos otros que lo observaban, ellos esperaban verlo hacer un milagro. Allí había ciegos, cojos, paralíticos; la gente esperaba que Él los curara como en otras ciudades. No solamente no lo hizo sino que les dijo por qué: "Aún en el Reino del Cielo, la fe del trabajador solitario no es suficiente. Debe tener ayuda cooperadora. Cuando se encuentra con gente no creyente, no es efectiva. El profeta nunca se encuentra sin honor, excepto entre su propia gente y su propio país. Elísha no fue enviada a ninguna viuda en Israel sino a una mujer de Serepta, una Sidonía. No era un judío cojo el que fue curado por Elísha, sino Naeman, un sirio..."
Sabiendo por adelantado las conclusiones a las que les quería llevar, Israel había estado siempre sensible y nunca tanto como entonces. Cuanto más perdían su independencia política esta orgullosa y fanática gente, más tenazmente se aferraban a su religión como los únicos poseedores del único verdadero Dios.
Dijeron que en ocasiones Él les hacía favores a los gentiles y no se los extendía a ellos. Era una traición para la cual la muerte no era suficiente castigo. Muchos de los profetas habían predicado esta doctrina y habían sido apedreados por esto. Este sujeto sería sacado del camino por el método más simple conocido por ellos.
No bien habían medido el lugar donde Él se hallaba, cuando la Sinagoga se encontró en un rugido. Moviéndose alrededor de Él, ellos bramaban, vociferaban y amenazaban. Pero cuando levantaban sus manos para golpearle, uno fue golpeado.
Había en Él tanta majestad y santidad que impedía las formas más groseras de insulto.
Lo peor que podían hacer era empujarle arriba de la colina. La ciudad daba a un profundo y religioso precipicio. "¡A las rocas!", gritaba la gente. Los hombres jóvenes que yo había escuchado susurrar en la Sinagoga, se hacían señas unos a otros de cómo podrían empujarle. Hombres y mujeres le gritaban, los niños tenían puñados de piedras en las manos que no se atrevían a tirar. Él solo, supremo y seguro, estaba tranquilo, con la tranquilidad de la fortaleza.
De repente, con un suave movimiento separatorio de las manos, los puso a todos ellos aparte. No había ninguna fuerza en la acción aparte de la fuerza de mando. Pero como niños corriendo, todos retrocedieron ante Él. Los ancianos dejaron de maldecir, los jóvenes dejaron de burlarse. Sobre la multitud cayó el silencio y hubo una extraña sorpresa. Él no dijo una sola palabra, pero encontrándose el camino libre, se marchó. Para estos ojos, la grandeza de aquel movimiento nunca se olvidará. He visto reyes y Césares entrando triunfantes en Roma después de una victoria, pero nunca he visto a nadie con esa autoridad innata como Jesús de Cafarnaúm. En César el estado imperial no estaba en él mismo sino en su ejército, sus trofeos, sus prisioneros, sus esclavos, la adulación de los ciudadanos, muchos de los cuales le odiaban. Este hombre nunca era tan imponente como cuando estaba solo y frente a sus enemigos. Nunca estaba colérico ni resentido, nunca se vengó de ninguna afrenta. Su poder de serenidad debe haber movido a los más altos Dioses, si es que existían, a la envidia y a la imitación.
De los nazarenos todos se apartaron de su camino, mientras que Él se dirigía a lo alto de la montaña, donde ellos habían pretendido empujarle. Esto lo hizo sin compañía y a su propia voluntad.
Yo, Galba, le observaba conjuntamente con el resto, pero cuando ellos se fueron a sus casas me deslicé a través de los arbustos que me escondían y lo seguí. Pronto lo vi sentado en una roca mirando a través de la llanura, que se llama Esraelon en idioma judío. Estaba de espaldas a mí, pude traer mi canasta y con ésta en mi mano me acerqué a Él humildemente.
"Maestro, balbucí, no estés molesto. Te he traído comida". En su rostro, cuando me miró, había toda la luz y el amor que podría haber bendecido a toda la humanidad. "Querido muchacho, me sonrió , me has seguido".
Arrodillado delante de Él, sostuve mi canasta como una ofrenda.
Solamente, Maestro, porque vi que estabas solo y temí que pudieras tener hambre. Tengo hambre, admitió Él, no he roto mi ayuno desde ayer. Comamos juntos.
No, Maestro rogué , no alcanzará para los dos. Una vez más me iluminó con su sonrisa. En el Reino del Cielo siempre hay abundancia. Ya verás.
Maestro grité ¿dónde está ese Reino?, ¿está muy lejos?, ¿podría alguna vez un muchacho gentil entrar en él?
Mientras comíamos, Él me explicó su Reino, simplemente y en palabras comprensibles para mí, me dijo que no estaba muy lejos, diciéndome que no era simplemente alrededor mío sino dentro de mí. Era un método de comprensión. Era una forma de ver la vida, el mundo y las cosas como son vistas por Dios. Dios era el Gran Padre, el Dios Padre, el Padre Amoroso, la fuente de donde todas nuestras bendiciones proceden.
De esta fuente no recibimos bendiciones y maldiciones juntas sino solamente bendiciones; no agua dulce y amarga sino solamente dulce. En ese Reino no hay maldades, pecados, enfermedades, pobrezas o tristezas. Para aquellos que sus mentes están muy cerca del Padre, de la Vida no existe siquiera la muerte. Estamos en este Reino cuando sabemos que estamos en él. Cuando hemos comprendido esto, creamos nuestro propio cielo, admitiendo en él sólo aquello que es la Ley de Dios.
Con muchas otras palabras, con parábolas y ejemplos, Él me hizo comprender todo esto. Y antes de preguntarle algo sobre sí mismo, Él me contó de su niñez en aquella misma ciudad de Nazaret, en el mismo lugar en que nos encontrábamos. Había sido un niño como cualquier otro niño; amaba sus juegos, sus estudios, sus amigos. Pero muy temprano en su vida, tan temprano que no podía recordar, su mente había estado ocupada con el pensamiento de que Dios era su Padre; y si era su Padre, entonces era el Padre de todos los niños, el Padre de todos los hombres y mujeres de todas partes, por lo tanto la diferencia entre judíos y gentiles, romanos, griegos, edomottes...desaparecía. Cautivos y libres, ricos y pobres, lucían igual ante Dios tanto el uno como el otro, con los derechos de gracia espiritual y salud física. Así Él había llegado a la conclusión de que la manera más fácil de probar algo era actuando con ella. Esto era todo lo que Él había hecho, encontrar la recompensa tan grande que la gente decía que É1 hacía milagros. Él no había hecho milagros; solamente se había probado a sí mismo, y esperaba que otros también lo hicieran, que los recursos del Reino del Cielo eran infinitos.
Pero cuando nos sentamos, fue Él que pensó más en sus problemas. Los avances en la comprensión de cada paisaje eran ahora como monumentos. Llamó mi atención a la belleza de la llanura, diciéndome lo que parecía nuestra vida en el Reino del Cielo. El valle del Jordán del cual Él podía trazar la línea, con la tierra rocosa de Persia al otro lado, se asemejaba al duro camino que nuestra raza había atravesado para alcanzar el actual conocimiento de Dios; la larga fila del Carmel al Oeste, con su abrupta terminación en el mar, marcaba el camino a ese amplio mundo gentil, sobre el cual Él miraba y que significaba el futuro de la fe del hombre. Detrás de nosotros al sur, estaban las montañas de Samaria, con la adusta ciudad de Judea, detrás de ella, el Altar del sacrificio en el que un día ofrecerían el Cordero de Dios.
Y dijo Él: "Mi trabajo aún no ha terminado. Tengo aún muchas verdades que probar, aún nuevas pruebas que hacer. Aún en el Reino del Cielo, progresamos de acuerdo como Dios nos da habilidad.
He curado enfermos, dado vista a los ciegos y perdonado a los pecadores, pero aún no he levantado la muerte ni he enseñado que con su cooperación con el Padre cualquier hijo de Dios puede elevarse aún a pesar de la muerte.
Habiendo conquistado otras cosas, debo conquistar a la muerte, y tú si continúas amándome, lo verás".
Y así, en dulce y confidencial charla, pasa la tarde de aquel extraño sábado. Él no parecía condescender hacia mí sino ser un muchacho como yo. Había algo en Él de juventud eterna. Pudiera haber sido su simplicidad o su inocencia, o tal vez su amor a la vida sencilla o el poder de tomar las cosas como vinieran, sin quejas por el pasado o temores hacia el futuro. Respecto al incidente de aquella mañana en la Sinagoga, Él ni lo mencionó ni pareció entristecerle.
Todo su discurso era acerca de cosas agradables respecto a las cuales Él reta alegremente. Referente a su respeto a la Ley Judía del día Sábado, permanecimos donde estábamos aquella noche, comiendo los restos que habían quedado en la canasta. Es extraño decirlo, pero las sobras que quedaron alcanzaron no solamente para una comida abundante aquella noche sino también para el desayuno del día siguiente.
Durante la noche tibia, me pregunté acerca de mí mismo, escuchando lo poco que yo tenía que decir.
Nunca olvides me dijo , que en la Casa de Mi Padre está tu casa. Esto no significa un lugar distante al que llegarás a través del portal de la muerte, sino una casa para tu uso inmediato. Si no la has hallado hasta ahora es porque no la has sabido buscar.
Pero Señor, no conozco ni sé como hacerlo.
Recuerda las palabras que Yo hablé só1o hace unos pocos días: "Busca primero el Reino de Dios, y todas las otras cosas, casa, refugio, educación, amor, todas las cosas que un niño necesita, se te darán por añadidura".
Pero Maestro, ¿habrá alguien en Judea que dé alojamiento a un niño gentil?
En la Casa de Mi Padre hay muchas mansiones. Existen provisiones para todos. Ya verás, será una casa gentil, tal como la que tú necesitas. Ahora, por amarme y seguirme, estás en la búsqueda del Reino y sus recursos estarán a tu mando"
En la mañana, cuando descendíamos a Cafarnaúm, Él me habló de un capitán romano (Centurión) que se encontraba entre sus amigos.
Sin haberse convertido en un seguidor de la religión de los judíos, este capitán amaba la verdad y só1o a Dios, a quien la religión de los judíos lo habían introducido. É1 también se había convertido en un devoto oyente cuando el Maestro hablaba.
Ahora este hombre es amado por sus propios esclavos, a quienes también Él ama libremente. Sucedió que no hace mucho uno de los sirvientes se enfermó. A su llamada, le dije que iría y lo curaría. Inmediatamente El me respondió: "No soy suficientemente importante para tenerte bajo mi techo. Di tan sólo una palabra y mi sirviente será curado". Ante esto, Yo le dije a la multitud que no había encontrado a nadie en Israel con tanta fe. ¡Ve le dije al capitán , le encontrarás tal como tú crees! Este hombre, continuó el Maestro permanece aún en Cafarnaúm. E1 me ama, es mi amigo. Todo lo que yo le pida lo hará por mí lo mismo que por ti".
Entonces comprendí. Mi hogar estaría en la casa del capitán romano. El Reino del Cielo me la procuraba. Pero lo que unos días antes hubiera sido una alegría, ahora era una pena.
¡Oh Señor, lloré ¿por qué no puedo seguirte y ser tu sirviente?!
Porque, mi querido muchacho, el Padre lo ha dispuesto así y no de otro modo. Debes crecer en compañía de otros muchachos. Debes conocer el amor y los cuidados de una familia. Debes estudiar y trabajar y tener una larga vida, con hijos y nietos que criar y que te bendigan. En todo lo que tengo que hacer ningún muchacho debe intervenir. Si te ataras a mí, pronto estarías nuevamente solo e insuficientemente protegido. Pero Yo no te abandonaré, Yo no dejaré de llevarte en mi corazón. Si es tu deseo de amarme continuamente, la mejor manera de demostrar tu amor es viviendo la vida que el Padre te ha señalado".
Y así sucedió que yo pasé a formar parte de la familia de Publius Versus Lucillus como un hijo. No es que él no tuviera otros hijos. Tenía 3 hijos y 2 hijas. Habiendo sido recomendado por Jesús de Cafarnaúm, fui bien recibido por todos, vestido, alimentado y educado como un muchacho romano de la mejor familia, aún mejor que de la que yo provenía. Mi única pena fue que cuando a mi padre adoptivo le cambiaron de Cafarnaúm a Tiro, ya no nos enterábamos de lo que el Maestro decía. Por casi cerca de un año en Tiro supimos muy poco de Él, y lo que luego supimos fue peor de todo. Escuchamos que la mayor parte de su tiempo la pasaba en Jerusalén o en las regiones de alrededor. Entonces los judíos complotaron para matarle. Al fin nos dijeron que la cercana Pascua de los hebreos no pasaría sin que Él fuera condenado a muerte por rebelarse contra las autoridades romanas.
Mi padre adoptivo se sintió terriblemente afligido, y teniendo cierta influencia con Poncio Pilatos, el gobernador de Jerusalén, decidió viajar a fin de intervenir y ver qué podía hacer.
Mientras se preparaba a llevar al esclavo que había sido curado, le rogué también me llevara a mí. Así lo hizo porque me amaba, y así con soldados y sirvientes, partimos. Dondequiera que nos deteníamos en las noches, hacíamos preguntas acerca de la suerte de Jesús de Cafarnaúm, pero no fue hasta que llegamos a Betania, en las afueras de Jerusalén, que nos enteramos que había sido crucificado el día anterior.
No diré nada de nuestra pena.
Llegando a la ciudad, mi padre adoptivo se entrevistó con Pilatos el gobernador, al cual increpó amargamente. Después de eso se echó a tierra negándose a alimentarse. Estando yo solo, recorrí la ciudad, tratando de obtener toda la información posible acerca del fin de mi Maestro.
Me dirigí a la montaña del Calvario, donde confirmé la existencia de las tres cruces vacías que aún permanecían en el lugar de las Calaveras, que es el nombre que se le da al lugar por su forma. Cerca de allí, había un jardín donde me dijeron había sido Él enterrado. Encontré una tumba, donde me eché a llorar.
Era ya casi de noche, y debería haber retornado a la posada donde estábamos alojados, pero me era imposible moverme del lugar Sagrado. Como estaba acostumbrado a dormir bajo las estrellas, no tenía miedo ni preocupación de que tuviera que comer. Encontraba algún consuelo permanecer cerca de aquella amada forma, aunque se encontraba escondida a la vista, pues estaba cubierta con una roca.
La manera judía de enterrar difiere algo a la nuestra, ya que hacen una cámara en la roca que generalmente es una sola. De esta manera, se forma una puerta que se abre hacia arriba desde el suelo. Este portal curvo es tan exactamente ajustado, que cuando cierra es una sola cosa compacta. Arrojándome sobre la roca permanecí llorando.
Ya era de noche, y la luna brillaba entre los olivos, cipreses y cedros. Yo había parado de llorar y permanecía tranquilo. No estaba asustado.
Tenía una ligera noción de lo desacostumbrado. En mis pensamientos de Jesús de Cafarnaúm, había habido siempre tanta luz que no me parecía extraño que Él pudiera dar semejante luminosidad (resplandor) aún en su tumba. La única reflexión que me hice es que si más tarde contaba a alguien lo que había visto nadie me creería. Creerían que había estado soñando.
Dudando, si no sería el caso, hice las cosas desacostumbradas que hace la gente para asegurarse a sí mismas que están despiertas. Recogí algunos pedacitos de piedra que estaban en el suelo y que habían quedado cuando habían hecho la puerta, y los guardé en mi bolsa. Estas son las piedras que guardé en el relicario dorado que todos mis niños recordarán. Las guardé una por una para tener algo que decirme, aunque no mucho, de que estaba consciente al atestiguar maravillas, y que no estaba soñando.
Aún continuaba tratando de convencerme a mí mismo de que estaba despierto cuando aún una maravilla más grandiosa me llamó la atención. Por un espacio no mayor que de dos dedos de ancho, la puerta del sepulcro se bajó suavemente. Permaneciendo fija por algunos minutos, se volvió a cerrar.
Si yo hubiera estado en la parte de encima de la roca en lugar de estar al pie, hubiera podido atisbar adentro. Pocos minutos después, esto se repitió, permaneciendo abierta la puerta casi del ancho de una mano.
Mientras esto sucedía, la luz que había visto a través del intersticio era más fuerte y no se movía, como si no fuera ninguna luz terrestre. El movimiento era sin ruido, como si alguien poseedor de una tremenda fuerza moviera la piedra.
A la cuarta oportunidad, la puerta permaneció abierta por lo menos dos codos, y si es que yo hubiera estado de pie, hubiera podido mirar fácilmente detrás de ella. Yo permanecía postrado en el césped, sorprendido y excitado pero muy intimidado para poder participar lo que pronto me sería revelado. Pero en esta cuarta vez la puerta no se volvió a cerrar. Balanceándose en su base, finalmente, suavemente, sin ruido, cayó delante de mí en el césped.
Y allí yacía Él, mi Jesús de Cafarnaúm, alto, derecho, con envolturas blancas; sus facciones escondidas por una mortaja. Aún para un muchacho, yo tenía entonces 14 años, la majestad de Su Presencia estaba realzada por el misterio y la soledad de la tumba. Este era el sepulcro de la soledad eterna en el cual la agitada vida del hombre pasa a la paz, mientras que el cuerpo vuelve a su origen de polvo. Excepto por esta Revelación, que no sabía por qué razón me había sido hecha, Jesús de Cafarnaúm permanecería allí en el corazón de la roca mientras que pasaran los años y el alboroto de nuevas épocas. Su nombre sería borrado, pero, ¡qué grandeza había en ese destino!
Todo lo que podía pensar es que la adorada forma permanecía a dos o tres codos de mí dentro de la impenetrable piedra.
Si me hubieran permitido dar una última mirada a la cara y los ojos de Aquel que nunca me miró de otra manera que con amor, me hubiera parecido que mi pena hubiera sido más ligera. Pero todo había pasado. A1 día siguiente partiríamos hacia Tiro y de allí a España o Bretaña, donde las fuerzas romanas apuntaban.
Este incidente pasaría, y nunca más en mi vida volvería a ver a mi amado Jesús de Cafarnaúm.
Así en silente pena pasó aquella noche. No dormí ya que no tenía deseos de hacerlo. Todo mi consuelo era saber que yo estaba allí cerca de Él, a pesar de que se había ido tan lejos. Yo permanecía sentado en el césped y tan cerca de la tumba que en cualquier momento podía tocarla, mientras la luna pascual me iluminaba.
Pronto se cubrió la luna. El jardín se cubrió de sombras. Los sicomoros y cipreses que se destacaban claramente, ahora casi no se veían. Sabía que pronto iba a amanecer a pesar de que aún no se veían signos de ello.
Por estas razones, un débil rayo de luz que marcaba la línea donde se hallaba la puerta del sepulcro, se hacía más notorio. Era tan notorio como un rayo de luz que puede ser visto alrededor de una puerta cerrada en una habitación oscura donde haya una vela encendida al otro lado. No puedo decir cuándo me di cuenta de esto. Sin embargo, me pareció que había estado así toda la noche, que mi corazón lo había percibido a pesar de que mis ojos no se habían dado cuenta. El espíritu libre del tormento y la futilidad, libre de dolor para siempre. Mientras trataba de encontrar una razón para que me hubiese permitido ver lo que había visto, pensaba que era como un acto bondadoso en compensación por lo que antes se me había negado compartir los últimos días con el hombre que yo amaba. Me iba a ser concedido al fin verlo a Él. No podía adivinar qué gran poder místico me otorgaba este favor, aún la ayuda de Dios, el que me era desconocido excepto como Padre de Jesús de Cafarnaúm. Existían grandes poderes místicos detrás de toda esta Revelación. Sin embargo, esta gracia había sido otorgada, así que permanecí postrado, tratando de observar bien todos los detalles de la tumba de modo que nunca se me olvidaran. De pronto, la gran piedra que servía de puerta se cerró nuevamente y el resplandor de luz desapareció con la luz del día.
Luego a través de la mortaja, vi levantarse una mano. De repente, se levantó y volvió a caer. Volvió a levantarse y volvió a caer. Era un movimiento dentro de las mortajas, suave, débil, como se ve a veces en los niños antes de que se despierten. Luego por unos largos minutos, no hubo nada, sólo la figura rígida envuelta en el sudario blanco. Llegué a la conclusión de que cualesquiera fueran las fuerzas que obraban en este sepulcro, no eran ordenadas por un deseo. La fuerza estaba luchando con la fuerza, lo nuevo imponiéndose a lo antiguo, era una prueba de fortaleza. En los minutos siguientes empecé a ver un conjunto de nuevas energías, que resultaron en nuevos logros. Luego fue una mano libre. Se liberó fácil y graciosamente, sin signos de haber forcejeado, pero con movimientos tan rápidos imposibles de seguir por mí.
Luego nuevamente todo se calmó, mientras que la mano permanecía libre entre la mortaja, larga, delgada, bronceada a pesar de la palidez, como tantas veces yo la había visto, pero con una gran herida cicatrizada encima y en la palma que parecía la marca de un clavo de madera. Que esta herida hubiera cicatrizado tan rápido era algo sorprendente. Sólo el temor me detenía a agarrar su mano y besarla.
De pronto, se movió. Se movió pausadamente hasta que de repente se quitó la tela que cubría el rostro. Realizó esto como si estuviera impelida por un poder ajeno a la mente. Las amadas formas, ahora descubiertas, estaban tranquilas y mucho más jóvenes de lo que yo recordaba. Volteé suavemente, recortándose claramente la crecida barba ondulada del color del oro en el que hubiera una fuerte aleación de cobre, conduciendo su testimonio a su fuerza natural. Eran los rasgos de alguien a quien los negros poderes no pudieron, como puedo apreciar ahora, retener entre sus garras.
Está por demás decir que yo observaba casi sin respirar.
Permanecí mirando durante mucho tiempo. Fue por tanto largo tiempo que pude ver su cara, que al fin me puse a pensar sobre mis extraños privilegios, pronto amanecería y con la aurora del sepulcro se volvería a cerrar. Continuaría mí camino hacia Tiro, Roma o dondequiera me estuviese destinado el futuro, pero nunca olvidaría que el Padre de Jesús de Cafarnaúm me había permitido ver el rostro de su Hijo muerto.
Pero mientras pensaba todo esto, pude observar un ligero movimiento en uno de sus párpados. Luego hubo una crispación en sus labios. Sus ojos se abrieron como los de un niño recién nacido. Al principio parecía que no veían nada, sólo miraban. Parecía como si observaran sabiamente, como si estuvieran juzgando lo que ellos veían pero desde otro nivel de observación que el nuestro. Eran de color azul, de ese intenso azul mar de los más ricos zafiros que casi negros. Por un momento creí que si me miraba tal vez Él ya no me reconocería.
Cuando se fijó en mí, fue como la mirada vaga de un niño. Al fin hubo una sonrisa. Fue lentamente pero nunca había sido tan radiante. Pensé que nunca a nadie en el mundo se le había concedido semejante sonrisa:
¡Maestro, Maestro!, grite Mi querido muchacho, fue la respuesta Es muy dulce para mí saber que estás aquí.
Bajo las envolturas yo podía observar a la otra mano tratando de zafarse.
¡Maestro! le rogué , ¿no puedo ayudarte?
No, querido niño, esta es una labor que debo efectuar Yo solo. Para conquistar la muerte no debo recibir ninguna ayuda, tan sólo la de mi Padre. Si lo hiciera, gran parte de su significado desaparecería de mi labor.
Pero, ¿cuál es su significado, Señor?
Probar a mis hermanos que no existe la muerte. Decírselo no sería suficiente. Debo mostrárselo usando los poderes de los cuales me ha dotado el Padre. Aún así, muchos de ellos no me creerán. Me han visto en la cruz, me observaron cuando morí; observaron cuándo manos amorosas me enterraron. Sin embargo, muy pocos de ellos aceptarán el hecho de que resucitado estoy, aún cuando me vean y hablen conmigo como tú lo estás haciendo ahora.
Esto yo podía entenderlo escasamente. Este hombre, pensaba yo, no puede haber estado muerto, en el sentido que yo entiendo la muerte. Sus ojos brillaban, sus labios sonreían, su voz se escuchaba con la fuerza de un ser activamente vivo.
¿Cómo podía Él haber estado muerto cuando estaba aquí tan vitalmente vivo?
Si no hubiera transpuesto el cambio al que llamamos muerte, Yo no podría haber demostrado que poseo todas las facultades de la vida. Pronto verás que Yo poseo más conocimientos que los que hasta ahora habías sabido que poseo. Mis hermanos han temido la muerte. Yo mismo me he evadido de ella. Esto se ha debido a que Yo comprendí un poco mejor de ellos. Ahora que Yo la he transpuesto y he regresado, lo puedo mostrar como un logro del Reino de Dios que aquí lo medimos parcialmente.
De pronto, se levantó y se sentó. Hizo esto con la destreza de un atleta, con todos sus músculos bajo su mando. Sentado allí se encontraba tan cómodo como si estuviera en un si11ón en su cuarto. Recogió la envoltura que le había cubierto el rostro y que había caído al suelo del sepulcro, la dobló y la colocó en un rincón de la tumba cerca de donde estaba una piedra que le había servido de almohada. Mientras hacía esto, continuaba hablando suavemente con palabras sencillas de manera que yo que era un muchacho pudiera entender.
Si este gran triunfo del hombre sobre la muerte fueran tan sólo en beneficio mío, no habría valido la pena. Engrandecerme a mí mismo no ayudaría a mis hermanos. Lo que esto significa es que deben comprender que lo que yo he hecho también lo pueden hacer ellos. No es necesario para ellos pasar por los sufrimientos del dolor y de la tumba para alcanzar el siguiente paso; ellos pueden en el momento oportuno emigrar a su propia voluntad, como hacen los pájaros volando hacia el norte y hacia el sur. Mi labor era enseñarles que esto puede ser hecho.
Pero, Maestro, tuve la temeridad de objetar no veo cómo puede ser hecho, aunque veo que tú lo has hecho.
Su sonrisa fue de una penetrante dulzura.
Mi querido muchacho dijo El , no cómo se puede hacer sino cómo se debe hacer. Yo he demostrado que se puede hacer. Cómo se puede hacer toca a cada uno descubrirlo por sí mismo. Vive sencillamente y sin pecado, cura a los enfermos, evita la maldad. Aquel que efectúa este deseo apartará la vida del tiempo y se pondrá los años como un hombre aparta un manto usado y se viste con uno más glorioso.
Pero Señor, murmuré , ¿podrá algún hombre después que Tú efectuar algo semejante?
Tal vez no en mil años, como es el tiempo contado en el mundo de los mortales. Los hombres en número creciente aplaudirán el ejemplo que yo les doy pero no intentarán seguirlo. Esto implica no pecar o permanecer casi sin pecar, por lo que hombres y mujeres permanecerán sin despertar los poderes que están dormidos en ellos y que seguirán dormidos durante muchos años más. Por años y años por venir, los buscadores de la verdad se esforzarán para encontrar el camino escondido por un velo, sin mucha eficiencia, avanzando aquí y perdiendo terreno por allá, pero haciendo muy pocos progresos en todas partes. Rechazarán mi camino porque es muy difícil, pero para esa época nuevas razas e hijos de Dios habrán nacido. Ellos entonces retornarán a lo que tú, querido muchacho, estás deseando esta mañana.
Ellos verán al fin por una vez y para siempre el experimento que he hecho y se dedicarán a estudiarlo. No es necesario explicarlo, ya que todo, excepto los pecadores, no solamente amarán a Dios sino que lo comprenderán.
Aún mientras hablaba, comencé a observar un cambio en Él. Hasta aquí había sido Jesús de Cafarnaúm tal como yo lo había conocido. Tan sólo ligeras diferencias como aquellas que se pueden observar en una persona a quien se ha conocido enferma y luego se le ve bien, pero no, era más que eso. Ahora. Él empezó a brillar como si sus vestiduras fueran una luz en lugar de aquellas mortajas que los mortales ponen a sus muertos. No era ni fuego ni llamas ni nada que estuviera encendido, era más bien como una propia iluminación. Sin embargo, Él continuaba rectamente y hablándome.
De todas las cosas escucha bien esto, querido muchacho. No es el conocimiento acerca del Padre lo que probará la Vida Eterna, es conocerlo a Él. Comprendiéndole tendrás en las manos parte de Su Poder. Podrás dirigir tu vida, liberarte de las tiranías de las cosas y las circunstancias. Para mí que he sido portador de la voluntad del Padre, todo el poder es dado en el Cielo y en la Tierra. A ti se te dará en igual forma, de acuerdo a la medida de tu obediencia.
Lo que ocurrió al día siguiente no lo vi, a pesar de que estaba mirando. Fue algo tan rápido y trascendental para mis ojos, imposible de seguirlo. El abandonó la tumba. Permaneció de pie delante de mí.
Entre el intervalo que sucedió mientras se sentó a hablarme y aquél en que más bien permaneció sobre mí, mis ojos al nivel de sus pies, no hubo, por lo que yo pude juzgar, el menor intervalo de tiempo. Pero allí estaba Él, como le había visto moverse en el pasado, sólo en pie de luz. De pie y radiante estaba vestido de luz. En la tumba las mortajas yacían abandonadas. La tela de la cara estaba envuelta y aparte, tal como É1 la había dejado. Alto, derecho, majestuoso, pero amoroso y bondadoso más allá de toda comprensión. Permaneció de pie delante mío como en un ropaje de rayos de sol.
Mi querido muchacho me dijo me has seguido con mucho afecto, ahora haré lo mismo contigo. Tú no me verás, pero Yo estaré allí, ayudándote a través de una larga vida que te traeré alegría y cuidados. Siempre recuerda que nunca te dejaré ni te abandonaré.
Y así mientras yo me arrodillaba con mis manos entrelazadas mirándole en éxtasis, mis ojos ya no pudieron seguir observando la visión. La belleza era muy grande, la luz radiante muy intensa. Me sentía incapaz. Él se había convertido en algo muy glorioso.
En el jardín todo estaba oscuro, con los albores de la aurora.
No había luz de la tumba ni yo tenía compañía. Más aún, dos guardias romanos que parecía habían estado cerca durmiendo después de haber bebido mucho, se despertaron y comenzaron a maldecir. Aproveché que no me veían y desaparecí.
Cerca de la reja del jardín me crucé con tres mujeres que entraban. Escuché a una decirle a las otras: "Hemos traído las especies, los ungüentos y la tela de lino, pero, ¿quién nos moverá la puerta del sepulcro? Escondido detrás de un sicómoro esperé hasta que ellas se hubieran ido.
Cuando le dije a mi padre adoptivo lo que había visto me dijo que lo mantuviera en secreto ya que él había oído rumores en la Corte de Pilatos de que algo estaba pasando. Las noticias eran que el cuerpo había sido robado mientras los soldados dormían y el gobernador temía un escándalo. Así ambos guardamos silencio y creyendo él que Jesús de Cafarnaúm estaba muerto más allá de la resurrección.
Mi padre adoptivo decidió que debíamos partir ese mismo día hacia Tiro. Luego fuimos transferidos de Tiro a Roma, luego a la Colonia Grippina en el Río Rhin, de allí a Londinium en la provincia de Bretaña. Aquí murió mi padre adoptivo, yo ya era un joven y me casé con una inglesa. Todos mis negocios estaban en esta parte distante del Imperio, y no volví a escuchar más de Jesús de Cafarnaúm hasta el otro día. Luego, es extraño decirlo, un anciano vagabundo, vino a nuestro pueblo llevando lo que él llamaba un Evangelio. Su nombre era José, del pueblo de Arimatea, en la ciudad judía. El había viajado todo esto para llevar este mensaje de pueblo en pueblo: "que un hombre había resucitado de la muerte".
A1 fin lo vi y le pregunté: "¿Podría ser que Aquel del cual Vd. habla es Jesús de Cafarnaúm?". El mismo me respondió: "¿Ha escuchado Vd. de Él?". "No solamente he escuchado hablar de Él y no solamente le he conocido sino que en un jardín de la ciudad judía de Jerusalén, tres días después de su muerte, tal como los judíos cuentan el tiempo, lo he visto mientras..."
(Pero aquí se rompe el manuscrito.)
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