"Aquel día era ciertamente especial. Ya desde la mañana un nuevo estado beatifico había redimensionado al Hijo del Carpintero, y la vibración del infinito se había metido en sus huesos y en su carne.
Ese eterno lenguaje de la compenetración espiritual había susurrado al oído interno del Maestro: "¡Ven a la montaña!" ...y así, esperando el atardecer, Jesús iluminaba sus ojos de ternura pensando que sus hermanos del espacio venían a visitarle y a redimensionar su persona para seguir en la ardua misión que le había tocado realizar ante el hombre rudo de Israel.
La voz le había dicho "¡Ven!" y por tanto debía marchar con toda la esencia carismática que integrara desde la multiplicidad de seres, el concepto crístico más elevado. El sabía por tanto que el Espíritu, el Alma y el Cuerpo de la Entidad que le compenetraba (Cristo) debían tener su vehículo ante la ceremonia de Iniciación que se iba a producir esa tarde.
Posó la mirada sobre los Doce y dijo: "¡Pedro, Juan, Santiago, esta tarde vendréis conmigo a orar al huerto de los Olivos!". E1 resto, quedaban expectantes y un poco envidiosos de la suerte de estos tres, que de una u otra manera siempre terminaban recibiendo más de su querido Maestro.
Comieron como siempre en silencio y luego hablaron del orden de las cosas familiares que a cada uno le empeñaban en su tarea diaria.
A la hora séptima, Pedro, Santiago y Juan miraron a Jesús, y éste, levantándose, les invitó a caminar hacia la montaña próxima, donde como era habitual, solían recogerse para meditar.
Habían ya pasado unos minutos, cuando del fondo del horizonte salió con lentitud una bola de color plateado, que en un momento se hizo más grande, hasta el punto de formar todo un disco luminoso y magnífico, mayor que una galera romana, que giraba sobre sus cabezas.
Ya habían sido varias las veces que estas extrañas "nubes" solían acompañar los pasos de estos esforzados esenios, pero aquella ocasión era realmente especial, pues el Maestro había hablado de "Iniciación" y de toma de compromisos directos. Por ello, los tres pescadores estaban apabullados y ciertamente desconcertados ante aquella presencia. Sólo el Nazareno miraba al frente y se acercaba hacia la perpendicular de la gran nave.
En el momento preciso, un chorro de luz salió de la panza del disco y en forma de cono iluminó a Jesús que con armonía se vio elevado hacia el vehículo espacial. Mientras, los tres espectadores quedaban alucinados y sin capacidad de mover un músculo.
En igual modo y manera, la astronave proyectó ahora su cono luminoso sobre los pescadores, quienes subieron sin ninguna dificultad a una espaciosa sala en el interior.
Ninguna luz suspendía del techo o las paredes, no obstante todo estaba luminoso, pero de una luz que a la vez se olía y se sentía acariciarte y maternal. Era realmente una experiencia sublime que ninguno de los presentes había conocido antes.
Del fondo de la pared y sin que existiera ninguna puerta o resquicio, parecieron desmaterializarse y formarse a su vez, dos de estos rayos, y ante la visión de los testigos, dos figuras con fluorescentes monos de vuelo se acercaron al Maestro y le besaron por tres veces.
Los Apóstoles se quedaron entonces en estado de sueño, pues la atmósfera que respiraban invitaba a ello. Mientras tanto, Jesús habló trascendentemente con los dos pilotos cósmicos..."
Fueron todos revisados y analizados en sus estructuras dinámicas y se les implantó el impulso psíquico para que asumieran el tremendo papel para el cual habían tomado cuerpo. Todo se hizo en forma absolutamente invisible y sin que aparentemente nada hubiera pasado.
Ya despiertos, Pedro, Santiago y Juan, no deseaban abandonar la astronave y suplicaban que les fuera permitido montar una tienda para permanecer dentro de aquella maravillosa atmósfera beatifica y tonificante.
Y bajo la promesa del silencio, el cuerpo crístico en la tercera dimensión, había sido ajustado al momento programático que le correspondía, pues los tres junto a Jesús, y en ese mismo huerto, pocos meses después fueron convocados para asumir la última etapa de la muerte y la alquimia sangrante del Maestro venido entre ellos Jesús el Cristo.
Al final, la astronave se alejó como lo hiciera en la llegada, y los cuatro parecían flotar de entusiasmo cuando regresaron a la comunidad.
No dijeron nada con la boca, pero sus ojos henchidos de encanto y de armonía, les delataron, al igual que sus corazones que latían raudos y tremendos ante el desasosiego de los hermanos que habían estado esperando todo este tiempo con el alma en vilo.
Esto que contamos de forma austera y sin mucha floritura poética, fue lo que seguramente ocurrió y que motivó al Evangelista Lucas a contarlo de esta otra manera:
La transfiguración (Mt.1.7,1 13; Mc 9 1 12). Aconteció como unos ocho días después de estos discursos que, tomando a Pedro, a Juan y a Santiago, subió a un monte a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro se transformó, su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Y he aquí que dos varones hablaban con Él, Moisés y Elías, que aparecían gloriosos y le hablaban de su partida, que había de cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño. Al despertar, vieron su gloria y a los dos varones que con Él estaban. Al separarse éstos, dijo Pedro a Jesús: Maestro, ¡qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Mientras esto decía, apareció una nube que los cubrió, y quedaron atemorizados al entrar en la nube. Salió de la nube una voz que dijo: Este es mi Hijo elegido, escuchadle. Mientras sonaba la voz estaba Jesús solo. Ellos callaron, y por aquellos días no contaron nada de cuanto habían visto.
Cada uno lo asumirá de acuerdo a su estado de conciencia y su capacidad de traducir lo viejo a un nuevo tiempo más propicio para deshacer lo misterioso y milagrero. Nosotros, con perdón de otras tantas opiniones que se sientan aludidas, preferimos comprenderlo de la forma primera, esquivando lo doctrinal que desde pequeño quisieron meternos en la cabeza.
Ese eterno lenguaje de la compenetración espiritual había susurrado al oído interno del Maestro: "¡Ven a la montaña!" ...y así, esperando el atardecer, Jesús iluminaba sus ojos de ternura pensando que sus hermanos del espacio venían a visitarle y a redimensionar su persona para seguir en la ardua misión que le había tocado realizar ante el hombre rudo de Israel.
La voz le había dicho "¡Ven!" y por tanto debía marchar con toda la esencia carismática que integrara desde la multiplicidad de seres, el concepto crístico más elevado. El sabía por tanto que el Espíritu, el Alma y el Cuerpo de la Entidad que le compenetraba (Cristo) debían tener su vehículo ante la ceremonia de Iniciación que se iba a producir esa tarde.
Posó la mirada sobre los Doce y dijo: "¡Pedro, Juan, Santiago, esta tarde vendréis conmigo a orar al huerto de los Olivos!". E1 resto, quedaban expectantes y un poco envidiosos de la suerte de estos tres, que de una u otra manera siempre terminaban recibiendo más de su querido Maestro.
Comieron como siempre en silencio y luego hablaron del orden de las cosas familiares que a cada uno le empeñaban en su tarea diaria.
A la hora séptima, Pedro, Santiago y Juan miraron a Jesús, y éste, levantándose, les invitó a caminar hacia la montaña próxima, donde como era habitual, solían recogerse para meditar.
Habían ya pasado unos minutos, cuando del fondo del horizonte salió con lentitud una bola de color plateado, que en un momento se hizo más grande, hasta el punto de formar todo un disco luminoso y magnífico, mayor que una galera romana, que giraba sobre sus cabezas.
Ya habían sido varias las veces que estas extrañas "nubes" solían acompañar los pasos de estos esforzados esenios, pero aquella ocasión era realmente especial, pues el Maestro había hablado de "Iniciación" y de toma de compromisos directos. Por ello, los tres pescadores estaban apabullados y ciertamente desconcertados ante aquella presencia. Sólo el Nazareno miraba al frente y se acercaba hacia la perpendicular de la gran nave.
En el momento preciso, un chorro de luz salió de la panza del disco y en forma de cono iluminó a Jesús que con armonía se vio elevado hacia el vehículo espacial. Mientras, los tres espectadores quedaban alucinados y sin capacidad de mover un músculo.
En igual modo y manera, la astronave proyectó ahora su cono luminoso sobre los pescadores, quienes subieron sin ninguna dificultad a una espaciosa sala en el interior.
Ninguna luz suspendía del techo o las paredes, no obstante todo estaba luminoso, pero de una luz que a la vez se olía y se sentía acariciarte y maternal. Era realmente una experiencia sublime que ninguno de los presentes había conocido antes.
Del fondo de la pared y sin que existiera ninguna puerta o resquicio, parecieron desmaterializarse y formarse a su vez, dos de estos rayos, y ante la visión de los testigos, dos figuras con fluorescentes monos de vuelo se acercaron al Maestro y le besaron por tres veces.
Los Apóstoles se quedaron entonces en estado de sueño, pues la atmósfera que respiraban invitaba a ello. Mientras tanto, Jesús habló trascendentemente con los dos pilotos cósmicos..."
Fueron todos revisados y analizados en sus estructuras dinámicas y se les implantó el impulso psíquico para que asumieran el tremendo papel para el cual habían tomado cuerpo. Todo se hizo en forma absolutamente invisible y sin que aparentemente nada hubiera pasado.
Ya despiertos, Pedro, Santiago y Juan, no deseaban abandonar la astronave y suplicaban que les fuera permitido montar una tienda para permanecer dentro de aquella maravillosa atmósfera beatifica y tonificante.
Y bajo la promesa del silencio, el cuerpo crístico en la tercera dimensión, había sido ajustado al momento programático que le correspondía, pues los tres junto a Jesús, y en ese mismo huerto, pocos meses después fueron convocados para asumir la última etapa de la muerte y la alquimia sangrante del Maestro venido entre ellos Jesús el Cristo.
Al final, la astronave se alejó como lo hiciera en la llegada, y los cuatro parecían flotar de entusiasmo cuando regresaron a la comunidad.
No dijeron nada con la boca, pero sus ojos henchidos de encanto y de armonía, les delataron, al igual que sus corazones que latían raudos y tremendos ante el desasosiego de los hermanos que habían estado esperando todo este tiempo con el alma en vilo.
Esto que contamos de forma austera y sin mucha floritura poética, fue lo que seguramente ocurrió y que motivó al Evangelista Lucas a contarlo de esta otra manera:
La transfiguración (Mt.1.7,1 13; Mc 9 1 12). Aconteció como unos ocho días después de estos discursos que, tomando a Pedro, a Juan y a Santiago, subió a un monte a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro se transformó, su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Y he aquí que dos varones hablaban con Él, Moisés y Elías, que aparecían gloriosos y le hablaban de su partida, que había de cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño. Al despertar, vieron su gloria y a los dos varones que con Él estaban. Al separarse éstos, dijo Pedro a Jesús: Maestro, ¡qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías, sin saber lo que decía. Mientras esto decía, apareció una nube que los cubrió, y quedaron atemorizados al entrar en la nube. Salió de la nube una voz que dijo: Este es mi Hijo elegido, escuchadle. Mientras sonaba la voz estaba Jesús solo. Ellos callaron, y por aquellos días no contaron nada de cuanto habían visto.
Cada uno lo asumirá de acuerdo a su estado de conciencia y su capacidad de traducir lo viejo a un nuevo tiempo más propicio para deshacer lo misterioso y milagrero. Nosotros, con perdón de otras tantas opiniones que se sientan aludidas, preferimos comprenderlo de la forma primera, esquivando lo doctrinal que desde pequeño quisieron meternos en la cabeza.
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