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viernes, 22 de enero de 2010

Marvin Harris: Jefes, cabecillas y abusones -1-


Malvin Harris es considerado uno de los antropólogos más prestigiosos e influyentes siendo él, el máximo exponente del "materialismo cultural".
Con la valiosa experiencia adquirida en sus investigaciones en pueblos y sociedades de distintos continentes, ha publicado dieciséis libros que han sido traducidos a más de doce lenguas. En sus textos combina el rigor científico y una exposición ágil que hace su lectura amena y accesible.

JEFES,CABECILLAS Y ABUSONES

¿Había vida antes de los jefes?

¿Puede existir la humanidad sin gobernantes ni gobernados? Los ffundadores de la ciencia política creían que no. "Creo que es una inclinación general en todo género humano, un perpétuo y desazonnador deseo de poder por el poder, que sólo cesa con la muerte", declaró Hobbes. Este creía que, debido a este innato anhelo de poder, la vida anterior (o posterior) al Estado constituía una "guerra de todos contra todos", "solitaria, pobre, sórdida, bestial y breve". ¿Tenía razón Hobbes? ¿Anida en el hombre una insaciable sed de poder que, a falta de un jefe fuerte, conduce, inevitablemente a una guerra de todos contra todos? A juzgar por los ejemplos de bandas y aldeas que sobreviven en nuestros días, durante la mayor parte de la prehistoria nuestra especie se manejó bastante bien sin jefe supremo, y menos aún ese todopoderoso y leviatánico Rey Dios Mortal de Inglaterra, que Hobbes creía necesario para el mantenimiento de la ley y el orden entre sus díscolos compatriotas.

Los Estados modernos organizados en gobiernos democráticos prescinden de leviatenes hereditarios, pero no han encontrado la manera de de prescindir de las desigualdades de riqueza y poder respaldadas por un sistema penal de enorme complejidad. Con todo, la vida del hombre transcurrió durante treita mil años sin necesidad de reyes ni reinas, primeros ministros, presidentes, parlamentos, congresos, gabinetes, gobernadores, alguaciles, jueces, fiscales, secretarios de juzgado, coches patrulla, furgones celulares, cárceles ni penitencierías. ¿Cómo se las arreglaron nuestros antepasados sin todo esto?

Las poblaciones de tamaño reducido nos dan parte de la respuesta. Con 50 personas spor banda o 150 por aldea, todo el mundo se conocía intimamente, y así los lazos del intercambio recíproco vinculaban a la gente. La gente ofrecía porque esperaba recibir y recibía porque esperaaba ofrecer.
Dado que el azar intervenía de forma tan importante en la captura de animales, en la recolecta dealimentos silvestres y en el éxito de las rudimentarias forms de agricultura, los individuos que estaban de suerte un día, al día siguiente necesitaban pedir. Así, la mejor manera de asgurarse contra el inevitable día adverso consistía en ser generoso. El antropólogo  Richard Gould lo expresa así: "Cuanto mayor sea el índice de riiesgo, tanto más se comparte." La reciprocidad es la banca de la sociedades pequeñas.

En el intercambio recíproco no se especifica cuánto o qué exactamente se espera recibir a cambio ni cuándo se espera conseguirlo, cosa que enturbiaría la calidad de la transacción, equiparándola al trueque o a la compra y venta. Esta distinción  sigue subyaciendo en sociedades dominadas por otras formas de intercambio, incluso las capitalistas, pues entre parientes cercanos y amigos es habitual dar y tomar en forma desinteresada y sin ceremonia, en un espíritu de generosidad. Los jóvenes no pagan con dinero por sus comidas en casa o por el uso del coche familiar, las mujeres no pasan factura a sus maridos por cocinar, y los amigos se intercambian regalos de cumpleaños y Navidad. No obstante, hay en ello un lado sombrío, la expectativa de que nuestra generosidad sea reconocida con muestras de agradecimiento. Allí donde la reciprocidad prevalece reaalmente en la vida cotidiana, la etiqueta exige que la generosidad se de por sentada. Como descubrió Robert Dentan en sus trabajos de campo entre los semais de Malasia central, nadie da jamás las gracias por la carne recibida de otro cazador. Después de arrastrar durante todo un día el cuerpo de un cerdo muerto por el calor de la jungla para llevarlo a la aldea, el cazador permite que su captura sea dividida en partes iguales que luego distribuye entre todo el grupo. Dentan explica que expresar agradecimiento por la ración recibida indica que se es el tipo de persona mezquina que calcula lo que da y lo que recibe. "En es contexto resulta ofensivo dar las gracias, pues se da a entender que se ha calculado el valor de lo recibido y, por añadidura, que no se esperaba del donante tanta generosidad." Llamar la atención sobre la generosidad propia equivale indicar que otros están en deuda contigo y que esperas resarcimiento. A los pueblos igualitarios les repugna sugerir siquiera que han sido tratados con generosidad.

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