"El Sol lucía por la ventana posterior de la estancia. La máquina de escribir y la música cadente con una selección de melodías a su lado. Sobre la mesa, la Biblia; el eterno libro de todo buscador, y más al fondo, una taza de café. “... ¡Hay bribón ese café!"..."Sí, sí, ya lo sé. Debo dejarlo, pero..."."¡Pero!, ¡pero!...poco razonamiento me parece para que sigas haciéndote daño". "¡Si sólo es uno al día!..."
Reflexiones o mejor dicho disculpas, dadas a una mala tendencia que aún queda entre los viejos hábitos del baúl de los recuerdos del escritor.
Me levanté espontáneamente a meditar un ratito, a fin de no dar rienda suelta a la tremenda mente que se disparaba como caballo a galope tendido y pregunté:
-Padre, ¿podemos ya comenzar la tarea que ambos esperamos?
Y en la mente, quizás en el corazón, no lo sé muy bien, oí estas palabras:
-Sí, hijo mío, comienza ya.
-¡Tengo un poco de miedo!
-No te preocupes, yo guiaré tu mente, tus dedos y tu alma hacia el fondo de la Historia escondida y hacia la profundidad del conocimiento más arcano. Sólo tienes que desear con fuerza la luz y ella anegará tus ojos y tu alma.
-Así sea.
"Un joven espigado, con más harapos que ropa y despierto; muy despierto por cierto y con el pelo ensortijado tan común entre todos los vástagos de la raza. El lugar, los confines de la ciudad, la enorme ciudad de Jerusalén, con la suntuosa belleza de su templo y la gallardía o peculiaridad de un pueblo indomable, prendido de los preceptos y de las normas religiosas. Adobes amarillentos semicaídos, mezclados con techos de paja que milagrosamente se sostenían en pie. Correteando por los callejones alguna gallina, cerdo o conejo, junto a todo un enjambre de cosas, polvo, historia, tradición y fanatismo, que componían la columna vertebral y el corazón de Juanito -ya casi Juan- llamado por otros "Marco" como lo mandaba la costumbre.
Nuestro muchacho abandonó el grupo de jóvenes y se adentró por la era campestre que aún con resto de la trilla, parecía cubierta por una manta de espigas doradas. Cerquita de una loma y mirando unos olivos se sentó pensativo, al igual que el animal descansa después de sus correrías.
Así estuvo veinte minutos, más o menos, cuando súbitamente se dio cuenta de que estaba en un sitio aislado. Era como una extraña sensación en la que aún estando parado parecía que volara o que flotara. Una neblina blanca le envolvió más y más hasta que perfectamente mareado comenzó a devolver, pues algo que no veía pero que estaba allí, le iba ascendiendo.
Perdió la sensación del espacio y del tiempo y enseguida se vio en una estancia que nunca antes había visto. La luz que envolvía dicho lugar no salía de ningún sitio en especial. Marco giraba la cabeza como conejo asustado buscando la tea o el fuego que diera esa luminosidad, pero ciertamente no la encontró. El suelo era de una belleza inusitada, como el más puro metal argentífero, ni siquiera en el templo o en la casa de las ofrendas había visto tal magnificencia. Las paredes no manchaban pero brillaban como si alguna resina o grasa se hubiera deslizado por ellas y de ahí la peculiar luz que emitían. Estuvo maravillándose un rato a la vez que comprobó asombrado que la pradera de donde hacía unos minutos había partido, no existía ya bajo sus pies. Se pellizcó con fuerza varias veces y tocó las paredes a fin de cerciorarse de que no estaba durmiendo. Efectivamente se encontraba en total vigilia perfectamente despierto.
Marco estaba en el lugar más raro que jamás hombre o criatura alguna haya imaginado. Pasaron unos doce minutos en esta pauta invariable cuando la desesperación del muchacho fue sosegada con un oloroso perfume que tampoco veía de dónde procedía. Algo estaba pasando que le hacía sentirse bien; muy bien por cierto.
Después, una vez calmado, se abrió la pared -aunque no había ninguna puerta- y apareció un hombre sencillamente imponente, con barba blanca y porte magistral que rebosaba aristocracia de espíritu. Una túnica también blanca cubría su cuerpo de gran estatura y hacía resaltar sus ojos que parecían luminarias o pedazos de Sol ardiente que hubieran sido robados al astro que nos alumbra.
Del propio suelo salieron dos taburetes del mismo material que el resto de la sala y Marco se vio sentado en uno mientras que en el otro lo hacía el anciano. Sería indescifrable su edad, pues hay elementos que no están en el tiempo sino que son el tiempo mismo y es imposible medirles o contenerles. Así era el que llamaremos "Maestro" quien enseguida tomó la palabra con pauta sosegada pero a la vez firme y concreta.
-Querido Marco, estás ahora en mi presencia para cumplir un programa que sólo entenderás al cabo de dos mil años. Es necesario que las imágenes sean grabadas en tu espíritu para que luego el devenir de la Historia te dé la pauta de conocimiento necesario para interpretarlas. Ahora, querido hijo, están en la dimensión donde el tiempo no existe como vosotros lo conocéis, sino que se vive en el eterno presente haciendo que el pasado, presente y futuro sean una misma cosa a la vez.
Marco se quedó perplejo y respondió:
-Señor, ¿cómo puede el hombre vivir dos mil años?
-Ya lo sabrás hijo mío, pero como te digo, será al tiempo de trascender a la Humanidad cuanto ahora te desvelaremos. Nada o casi nada entenderás pero pasados esos dos mil años las imágenes que ves ya sabrás entrelazarlas y coordinarlas haciéndolas legibles para quienes deben escucharte.
Prosiguió el Maestro:
-Te serán desvelados los sellos del conocimiento a través de las imágenes que poco a poco te mostraremos y que tú mismo interpretarás.
-Sí Maestro, así será si tú lo dices. Yo no soy hombre cultivado para reprocharte nada.
-Hijo mío, Dios vive más cómodo en los humildes que en los potentes pues en los humildes se realiza sin oposición y sin perjuicio mientras que los potentes no tienen espacio para el milagro ni para la lógica divina, todo lo tienen ya respondido de antemano.
En tu pueblo y en todos los pueblos de la Humanidad nos conocéis como los Dioses y os maravilláis de nuestras evoluciones en vuestros cielos, en los llamados "carros volantes". Tú ahora Marco estás precisamente en uno de ellos.
El Marco de ayer se quedó perplejo y sencillamente estupefacto. Menos mal que ahora sabe que los ángeles de ayer son los extraterrestres de hoy y que los carros de fuego no son otra cosa que los famosos platillos volantes de nuestros días, y no sólo de nuestro siglo sino de toda la Historia de la Humanidad. No sólo están con nosotros sino que como dice el Génesis: "Los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los hombres y las fecundaron". Queramos o no somos hijos de extraterrestres por encima de dogmatismos y religiones. Pero claro está, esto lo sabe el Marco de hoy y no el de antes, que es quien en aquel momento sufría el contacto con una lógica superior.
Como veréis a lo largo del relato, Marco es uno pero a veces parecerá el ignorante del barrio azul de Jerusalén en el albor del Siglo I, y casi inmediatamente pasará al Marco del Siglo XX. Ya lo dijo el anciano: "El tiempo no existe", en la dimensión de la experiencia que estamos contando.
Del fondo de la sala circular emergió casi espontáneamente y sin previo aviso una gran ventana luminosa que de repente comenzó a mostrar imágenes de un cielo estrellado. Tantas y tan seguidas aparecían que el joven comenzó a marearse ante la vista tuteladora del Maestro.
-Hijo mío, para abrir el primer sello debemos limpiar nuestra mente de escorias y nuestra alma de complejos pues pisaremos suelo sagrado.
Marco sintió cómo sus músculos se paralizaban así como su corazón que ya no sentía. A veces le ocurría esto en el sueño, parecía dejar su cuerpo moreno en el lecho a la vez que era capaz de ver las murallas del templo, incluso las de otros templos y otras ciudades lejanas. Seguramente el Marco de ahora se diría a sí mismo: "¡Burro!, eso es un viaje astral"...
La pantalla mostraba imágenes de estrellas, planetas y vacío cósmico que se sucedían a gran velocidad. De pronto, todo cesó y apareció el más majestuoso templo que jamás pudo imaginar. Era de cristal purísimo, casi impenetrable. Nunca se había visto vidrio o aleación tan perfecta en el planeta Tierra. Pero estaba allí, majestuoso, poderoso y sugerente.
-¿Estás viendo ese templo, Marco?
-Sí, Maestro, y me da miedo.
-No temas, el hombre tan sólo debe temerse a sí mismo pues siempre pierde su propio control. Ten valor y camina conmigo hacia el interior.
Y las tres escaleras que accedían a la puerta fueron franqueadas para posteriormente acudir a una inmensa sala que rebosaba luz, en la que no existía nada colgado en las paredes. Su atención sólo se fijó en la parte central de dicha estancia sobre la cual yacía un cordero de lana blanca. Sus ojos eran simplemente la dulzura misma, tanta que al mirarlo, Marco comenzó a llorar con sentimiento de infinito amor. Detrás del ara donde estaba el cordero vio veinticuatro tronos en los que sabía estaban sentados veinticuatro ancianos que no logró ver. Era como un sentimiento más que una certeza, pero casi podía asegurar que aquellas luces sinuosas sobre los asientos de los tronos no eran otra cosa que seres de un altísimo grado vibracional.
De los cuatro lados del ara salieron cuatro líneas de distintos colores que unidas en sus extremos formaron un rombo en cuyo centro, como antes he dicho, yacía el cordero. En el extremo de los cuatro lados del rombo había cuatro tronos a cual más majestuoso sobre los que también, y a semejanza de los 24 que circundaban la sala, sólo aparecían luces sinuosas que representaban acaso las figuras portentosas de cuatro jerarquías, unidas entre sí y unidas a su vez al cordero formando todos uno.
Así estuvo un rato contemplando las maravillas de aquella extraña visión cuando del fondo de la sala, en perfecto peregrinaje, se acercaron poco a poco en fila india, 72 ancianos tapados con una capucha. Vestían de cáñamo o quizás lino blanco puro y sus gorros eran de tipo franciscano y de color más oscuro. Se pusieron a la izquierda del cordero y de los cuatro tronos, destapándose la capucha. Observó Marco que el primero era muy viejo, parecía a punto de morir y así iba descendiendo la edad hasta el más joven de la fila que también con grandes barbas parecía el más lozano.
Del lado derecho del templo llegaron 33 seres luminosos -también muy viejos- que llevaban sobre su frente un Sol brillante. Eran sencillamente indescriptibles. Con paso quedo y solemne, ocuparon el lado derecho del cordero. En esta fila era al revés, el primero parecía el más joven, mientras que el último parecía el más longevo. Luego, los dos primeros de la fila se acercaron al cordero y se dispusieron a sacrificarle. Tomó el de los 72 al animal por los pies, sujetándole la cabeza mientras que el más joven de los 33 cogía el cuchillo ceremonial, que tenía forma de cruz, y lo hundía sobre el bicho que agonizaba en silencio con la más infinita ternura del mundo.
Marco quiso abalanzarse sobre todos aquellos seres pero una extraña fuerza se lo impidió. Simplemente lloró lánguidamente al unísono del cordero. Parecía que a cada estertor de muerte un trozo del alma del joven se rompía y se perdía para siempre. Extraño dolor este y más extraña aún la ceremonia tan macabra.
La sangre empapó el ara y vertido el líquido todos los ancianos se alegraron y cantaron bellos cantos que vibraban como arpas celestiales. Después, el último de los 72 trajo una canastilla con un pez en su interior y el último de los 33 otra con un pan. Ambas ofrendas fueron depositadas en el altar con la sangre coagulada del cordero. Se movieron todos los ancianos alrededor del ara que tan sólo tenía la sangre, el pan y el pez depositados y formaron entremezclados la estrella de seis puntas que Marco conocía muy bien pues era el estandarte de su pueblo: el emblema de David, el rey más poderoso del pueblo de Israel.
Se marcharon después todos para reunirse al cabo de 2160 años. Quedó el templo vacío con el ara y las ofrendas depositadas.
Marco no entendió nada y tan solo vibró con fuerza maravillado de cuanto había vivido y que ahora, ya en el taburete y con la pantalla cerrada, se esforzaba en retener. En esa reflexión y maravilla, tomó la palabra el Maestro:
-Bien, querido hijo, todo esto que para ti no tiene sentido, lo tendrá dentro de dos mil años. A lo largo de varias vidas te programaremos muchas experiencias que puedan en su día darte la luz del espíritu para que seas tú quien vayas a explicarlas a las gentes.
Por eso el Marco de hoy sabe que el cordero es la simbología de la Era de Aries que concluyó con el sacrificio del animal indicando el final de ese período, junto con la canastilla y el pez que representaba la Era Piscis que comenzaba. Los 72 y los 33 no son otros que la jerarquía que gobierna la Tierra. Los 33 provienen del Sol, de ahí que su atributo fuera el pan, símbolo de la perfecta cristificación solar.
Siempre en cada Era por terminar y comenzar, ambas jerarquías se juntan para la ofrenda correspondiente al nuevo ciclo y sacrifican simbólicamente el ciclo anterior mediante la abolición de la ley antigua entregada por el anciano al más joven que es el que después de su vivencia se volverá viejo a su vez a lo largo de esos miles de años.
El Marco de hoy también sabe que los 24 ancianos son los máximos representantes de la galaxia y que son los notarios nombrados por el Padre o Sol Manásico Central que a modo de observadores controlan los actos de dicho relevo cósmico.
Los Cuatro Vivientes o cuatro ángulos del rombo no son otros que los cuatro seres que subieron al espacio librándose de la muerte: Jesús, Moisés, Enoc y Elías; los cuatro arquetipos operativos para la materia. Juntos forman la cruz o rombo propio de la formación de la materia. Sobre ellos está el poder de formar y concretar las ideas del Padre haciendo girar la cruz hacia un lado o bien disolver la vida y proceder a su aniquilamiento si así lo deciden de común acuerdo. Operan sucesivamente por su orden de aparición haciendo que Enoc anuncie y dicte; Elías defienda y consolide; Moisés dé paso al atrio del conocimiento supremo y Jesús compenetre en la idea máxima creadora haciéndose todos uno con el Padre de todo cuanto existe.
Pero volvamos al Marco de antes pues todavía vivió muchos más procesos, que olvidando algunos detalles, conviene contar en síntesis para los lectores de este tiempo.
Díjole el anciano de barba blanca: "Lo que has observado aquí está en el universo etéreo, es decir, en lo imponderable. A ningún ojo mortal le ha sido permitido ver, tan sólo a ti y pagarás caro por ello pues en tu mundo el conocimiento es difícil de conservar y de expresar en medio de la ignorancia. Ahora verás la ejecución directa de ese plan que ya se lleva elaborando desde hace 42 generaciones. Fue en Abraham y luego en el rey David donde se modificó parte de la genética de la raza a la cual perteneces."
Calló por un momento viendo el asombro del joven y luego prosiguió: "No importa si ahora no entiendes, el proceso se dará de igual forma. Vuestra raza fue elegida en el tiempo de Egipto, y como te he dicho, tratada a través de 42 generaciones. Faltan ahora las siete últimas para conseguir que "el árbol dé el fruto deseado" y que una calidad humana pase a la Nueva Era totalmente redimida y consciente de sus valores genético-espirituales. Hemos elegido por tanto este vehículo de conciencia, que eres tú, para contar los detalles básicos del proceso. Presta atención ahora pues seguirás viendo cosas asombrosas y absurdas que como dije y repetiré, las entenderás después."
Volvieron a abrirse los paneles del tiempo y de nuevo Marco vio en Jerusalén a su madre, el hogar y su barrio. Siguió por la callejuela hasta el templo, esa joya sagrada a la que difícilmente se podía acceder si no se estaba pulcro e inmaculado. Parecía que fuera él mismo a caminar por las losas del patio tan bien dispuestas y de colorido pardo y oscuro, pisadas por tantos fervientes adoradores de Yavé, el temible Dios del que dependían en cuerpo y alma.
Miró hacia la parte alta del edificio y vio otro carro de fuego ardiente o platillo volante y enseguida observó a los visitantes del templo que caminaban por el patio central. Seguramente saldrían corriendo despavoridos después de ver aquel monstruo de metal. Pero contra todo pronóstico no se movieron e incluso parecían ignorar aquel objeto.
-No, hijo no, no lo pueden ver -dijo el Maestro- sus ojos están en distinta frecuencia visual. La astronave que ves lleva consigo al más excelso mensajero de Dios que vosotros llamaréis más tarde "Gabriel". El gobierna todos los procesos de fecundación que se dan en el sistema solar.
Marco volvió a los paneles sin comprender nada y siguió mirando atento. Ahora era el Sancta Santorum lo que se veía cubierto por el gran velo de terciopelo rojo que sólo el Sumo Sacerdote podía traspasar para ofrendar a Dios los bienes que representaban los fieles. Vio a un hombre anciano de barba larga en forma de tirabuzones con un turbante en la cabeza y un gran escapulario al cuello, que con cierto manejo de hábito accedía al interior del Sagrario tapado donde se encontraba el Arca de la Alianza que nadie había visto nunca y que ahora él podía ver a la perfección sin ninguna dificultad, era como estar allí pero sin estar. El caso es que más de una vez intentó llamar la atención de aquel viejo sacerdote, llamado Zacarías, y éste ni se enteraba, a pesar de su presencia. Seguramente, como le había dicho el Maestro, también él estaba en el mundo de los fantasmas y a semejanza del carro de fuego, nadie le podía ver.
Zacarías era muy conocido en la ciudad y vivía en el lado opuesto a la casa de Marco, en la parte más alta de la ciudad al pie de una pequeña loma que daba acceso a la explanada del templo. Decía que era muy conocido debido a su aristocracia y fuerte personalidad de realización en Dios y en su doctrina. Tanto él como su esposa Isabel eran un ejemplo vivo de recogimiento y de trabajo entregado al servicio del templo y del hogar. Nadie conocía que Zacarías hubiera levantado la voz ni que Isabel se prestara a diálogos vanos entre las vecinas pues ciertamente si hay un defecto en el pueblo de Israel lo propician las mujeres que son simplemente las más "cotillas" o criticonas del mundo. De hecho, fueron varias las veces que los enviados celestes amonestaron en este sentido.
Tanto Isabel como Zacarías habían realizado perfectamente la vida de esposos y de hombre y mujer probos y diligentes pero no tenían hijos. Esto en el pueblo se consideraba casi una falta. Zacarías sufría por ello y en la medida que pasaba el tiempo llenó de súplicas y oraciones los minutos y segundos de cada noche de vigilia. Pedía a Yavé un vástago que continuara con su casa y su estirpe de hombres fieles y servidores de Dios. Se había ya resignado puesto que Isabel era ya infecunda y él tampoco estaba para alardes en este sentido. Tomó el incienso con la mano para ofrendarlo en el Sancta Santorum y se dispuso a realizar lo que por turno riguroso le correspondía como sacerdote de Yavé. Justo en aquel momento, Marco vio cómo de la astronave situada encima del templo, salía una luz tenue de color violeta y al instante, como si de relámpago se tratara, salió el ser más excelso que jamás ser humano haya podido ver. Con vestimenta plateada y porte divino se situó al lado derecho del ara donde ofrendaba Zacarías. Su altura era superior a cualquier gigante, su expresión, simplemente inenarrable. Una belleza que no se podía ubicar en ninguna zona del cuerpo y que emanaba perfección en la presencia misma del sujeto.
-Sí, hijo mío, ese ser que ves está enviado por la jerarquía que antes contemplaste. Como te he dicho anteriormente, será llamado "Gabriel" en vuestra cultura.
Zacarías giró la cabeza para comprobar si los cirios del candelabro estaban ardiendo y se quedó perplejo. La ardiente y maravillosa figura se le manifestó con toda fuerza. Al principio solamente miró pero luego le entró auténtico pavor y quiso salir corriendo. Sin embargo algo le retuvo y le apegó al suelo. Aquella visión de ángel luminoso habló:
-No temas, Zacarías, porque tu plegaria ha sido escuchada e Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Juan. Será para ti gozo y regocijo y todos se alegrarán por su nacimiento porque será grande en la presencia del Señor. No beberá vino ni licores y desde el seno de su madre será lleno de Espíritu Santo. A muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor su Dios y caminará delante del Señor en el espíritu y poder de Elías para reducir los corazones de los padres a los hijos y los rebeldes a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto."
Dijo Zacarías al ángel: "¿De qué modo sabré yo esto? Porque yo soy ya viejo y mi mujer muy avanzada en edad". El ángel le contestó diciendo: "Yo soy Gabriel que asisto ante Dios y he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena nueva. He aquí que tú estarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que esto se cumpla por cuanto no has creído en mis palabras que se cumplirán a su tiempo".
El pueblo esperaba a Zacarías y se maravillaba de que se retardase en el templo. Cuando salió no podía hablar, por donde conocieron que había tenido alguna visión. El les hacía señas pues se había quedado mudo.
La nave que permanecía encima del templo se esfumó en una décima de segundo antes de que Zacarías saliera y asimismo el Atrio Santo del Señor quedó tapado por el lienzo rojo de terciopelo. En su interior, el olor de la grasa y el aceite, mezclados con el incienso de las ofrendas, dejaron a Marco en un sopor o éxtasis casi perfecto y no se enteró cuando los paneles de la visión quedaron en blanco. Absorto en la figura de Gabriel y en sus ojos, esos maravillosos ojos tan bellos y elocuentes a la vez que poderosos y firmes. Es inenarrable tanta belleza y casi un insulto contarlo pues las propias palabras mancillan el recuerdo del espíritu que quedó marcado a fuego con aquel acontecimiento.
El Marco de ahora que transcribe desde el recuerdo del Marco de antaño, está cansado y un poco abatido. Deja el trabajo de la pluma para recostarse en otras plumas -las del sueño- y así su imaginación sigue volando por el mundo de los deseos a la conquista de la deseada quimera del bien. "¡Duerme Marco...Duerme, que las estrellas velan tu sueño!..."
De nuevo en la pirámide y en breve meditación: "¡Señor, ayúdame a proseguir con lo que tú y yo sabemos. Con esto que me muestras en el alma!"...Como única respuesta: "¡Animo, hijo mío y adelante!"...y al Marco de ahora le basta.
El anciano habló al muchacho:
-Esto que has visto es la realidad inmediata de este tiempo, pero ahora te mostraremos cosas que sólo podrás contar y entender más tarde. Como viste antes la jerarquía de la Tierra o Príncipes del Mundo, como así los llamaréis, en número de 144 o 72 astrales, han designado ya su paladín y se disponen a darle forma en el vientre de su madre, Isabel. Esa jerarquía está contenta y preparada para realizar la misión de preparar al enviado de la otra jerarquía que todavía no ha actuado.
Se abrió de nuevo el panel y otra vez el carro de fuego sobrevolando la humilde casa de Zacarías. Me situé al lado de un ser con buzo blanco luminoso, de pelo lacio níveo y de expresión beatífica que me mostró varias secuencias de televisión en las que se veía a Zacarías e Isabel juntos en un humilde hogar de leña -muy similar a los hogares castellanos antiguos- lleno de chamuscadas negras de las frituras y condimentos y un poco lúgubre. Oscuridad de hogar tierno de mujer resignada y humilde, propia de tareas de su casa pero con el eterno encanto de la bondad materna femenina. Parecía como si Isabel hubiera esperado ansiadamente ese momento o simplemente existiera para ser vehículo del milagro de la fecundación más sublime que hubiera podido imaginar.
Tristeza del Marco de hoy que asiste a los llamados "Movimientos de la Liberación de la Mujer" que no suelen ser otra cosa que un retorno a valores primarios de lo que representa el prototipo de mujer. Quizás Isabel fuera uno de los pocos baluartes que todavía nos mostrarían, no sólo la vocación de ser madre sino de vivir al mismo tiempo y con igual dignidad y gozo su condición de mujer, compañera y templo del Espíritu Santo. ¡En fin!, sólo estando en presencia de estos seres se puede hacer un juicio de valor de lo que estaba destinada a ser y ha terminado siendo el común denominador de la mujer de nuestros días.
El viajero del espacio de tan blanca y luminosa presencia, pasó a mostrarme después la fecundación del óvulo femenino por medio del impulso dado al espermatozoide que previamente había sido aislado en Zacarías. Luego, las diversas fases de crecimiento fetal hasta los nueve meses y las intervenciones a lo largo de esas etapas por parte de los seres del espacio. Para imaginar esta intervención os pido que hagáis o que os quedéis con la propia visión del Marco palestino, que simplemente veía proyectarse una manguera de luz al vientre de Isabel. En cualquier caso, esa luz era información que con una longitud de onda y frecuencia muy altas traspasaba la materia y construía el aura del que sería "Juan el Bautista".
El ser del espacio me miró y me dijo:
-Vosotros los humanos no sabéis o no queréis saber nada de la ley de la creatividad. Al igual que cultiváis vuestros frutos con buena semilla y mejor tierra, así cada hombre y cada mujer pueden fabricar su propio hijo con la misma perfección que el artista realiza una obra de arte. Zacarías e Isabel son una pareja cósmica, es decir seres que en la dimensión astral son una misma cosa: macho y hembra a la vez. Han debido tomar cuerpo en la Tierra en esta reencarnación para que por medio de un cultivo de alta vibración psíquica y amorosa, nosotros sembráramos al excelso Príncipe del Mundo, que aún siendo príncipe y el primero de los mortales, vestirá de pieles y comerá la inmundicia del desierto.
Prosiguió el ser superior:
-El Maestro te mostró lo que sucede en el plano imponderable, y nosotros te enseñamos lo que manipulamos en la materia. Ahora verás a la vez ambas cosas y así lo explicarás a las gentes de tu tiempo.
Y vio siendo el mismo ayer y hoy, cómo Isabel sudaba gruesas gotas dando los últimos suspiros de una mujer parturienta que a base de esforzarse se quedaba sin vigor. Tan sólo la férrea voluntad de ser madre y ver el fruto la sostenían en un parto duro y traumático. Al final, el Bautista expulsó el agua de la placenta y asomó la cabeza a la vez que un fuerte llanto irrumpió en la sala de tan magno acontecimiento. Una luz salió del techo de la estancia y se alojó en el pecho del recién nacido. Yo, como guiado por el instinto miré enseguida al techo y pude ver en la parte alta del cielo el templo de cristal que anteriormente os describí. Pero aquella luz se había desprendido del trono que ocupaba uno de los vértices del rombo; el lugar que correspondía a Elías. Y vi a los 72 ancianos que reían y se felicitaban pues su paladín había asomado al mundo de la materia y sobre sus carnes galopaba el espíritu del excelso, del héroe de Israel al que todos consideraban libertador.
De nuevo ante el anciano en aquella tremenda estancia, Marco seguía interrogante y pensativo.
-¡Bien, hijo mío!, ya has visto el principio del misterio de la venida del Paladín Terrestre. Verás ahora la segunda parte: la llegada del Paladín Solar.
Y otra vez me enfrenté a los paneles luminosos de la nave que mostraban otro pasaje palestino, más humilde que el de Zacarías, pero con cierto sentido de recogimiento, digo esto porque hay "casas" y hay "hogares", y que las casas por muy bien adornadas que estén nunca terminan de ser hogares sino estancias donde habita el frío de ánimo y de presencia. No obstante hay otras casas que sin reparar en las formas terminan por emitir algo de amor, de cariño o quizás de personalidad de sus moradores que se han preocupado de vivir y crear un sentimiento positivo de armonía en el día a día de la convivencia.
Así era aquella casa, también de adobe raído y amarillento, pero con algo bello y sugerente. En su interior, una bellísima doncella que era todo ojos; tremendos ojos tiernos y negros como la noche más oscura, que hablaban y presumían dulzura y candor. Vestida de blanco, fuerte y decidida por ser ella con todos los valores de una mujer que sentía la raza y tenía vocación de ser y estar en el mundo para algo positivo y noble. Y así fue, pues como luego más tarde se relató, fue templo del Espíritu Santo y hubo quien lo escribió de esta manera:
"En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: "Salve, llena de gracia, el Señor es contigo". Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin. Dijo María al ángel: "¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?". El ángel le contestó y dijo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. E Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril, porque nada hay imposible para Dios". Dijo María: "He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra". Y se fue de ella el ángel."
Y así se cumplió y una vez más Gabriel lo anunció y lo selló con el pacto de su autorización. Pero en este caso no hubo intervención humana por parte del padre, pues el semen fue traído del núcleo del Sol en un cofre de oro puro y luminoso. Así lo vio Marco -que es quien escribe- y así se lo dijo el Maestro:
-Todo este misterio se repetirá otras tantas veces hasta que comprendas que no estáis solos ni aún deseándolo. Sólo cuando vuestra soberbia os deje ver, comprobaréis que sois hijos de las estrellas. En otros pueblos haremos lo mismo y otras tantas vírgenes serán templo del espíritu. Pero en verdad te digo Marco, que sólo con éste y en él todo el Verbo Luminoso se hace carne y sangre y sólo él al tiempo de nacer y de crecer, tendrá derecho a decir: "Yo soy la luz del mundo", pues él es el Sol que os alumbra hecho forma y sustancia.
Nada contaré del nacimiento del Señor de la Luz que no se conozca pero si los que estuvieron allí en aquel tiempo hubieran tenido la visión del Espíritu observarían -como así lo hicieron los Magos- la astronave de Gabriel que inmovilizó la zona y la sometió a un cono de atemporalidad, haciendo que Jesús saldría del vientre de la madre, no por donde salían todos los niños sino por el vientre que fue cortado con un rayo luminoso procedente del carro de fuego y después cerrado sin marca alguna. Así lo ratificó la partera que llegó a la gruta, quien además de comprobar la virginidad de María quemó su mano con la energía residual que todavía había en la matriz de la nueva madre.
Y Jesús fue engendrado por la luz y por la luz nació sin manchar la materia. Al tiempo de nacer, los 33 ancianos de la visión se rieron, se abrazaron entre sí y a los 72 pues su paladín había tomado cuerpo. De uno de los tronos del rombo que rodeaba al cordero, salió un rayo de luz que se alojó, al tiempo de nacer, en el pecho del Nazareno.
Y el anciano de la Era Aries dijo: "Yo ya puedo morir tranquilo y entregar el Libro de la Sabiduría al joven Piscis pues los instrumentos del relevo ya tomaron cuerpo en la morada terrena del Padre".
Así fue como ocurrió y lo vio Marco, el niño palestino que de nuevo os lo cuenta y que ha querido simplificarlo pues son muchos los detalles que aún no le ha sido permitido contar en su total extensión. Así también fue contado por un hombre que sólo vio los hechos físicos pero no astrales:
"Aconteció pues, en los días aquellos que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llamaba Belén -por ser él de la casa y de la familia de David- para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí se cumplieron los días de su parto y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.
Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Díjoles el ángel: "No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías del Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre".
Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad".
Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a otros: "Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado. Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que les había dicho acerca del niño. Y cuantos los oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho."
-Bien, querido Marco, ahora seguirás viendo cosas y hechos que ya están realizados en la mente de Dios pero no expresados en el tiempo y en la forma material. Pero este tiempo es para ti un segundo mientras que te haremos recorrer más de dos mil años. El conocimiento aflorará como crecen los pétalos de la flor del jardín sólo con el riego del agua de vida y de verdad tu mente volará a la dimensión del eterno presente y el registro se abrirá para ti y para quienes como tú pusieron su corazón en la esperanza del Reino de Dios sobre la Tierra. Sea por tanto hecha la voluntad del Supremo Monarca para proseguir en la placidez de tu ensueño.
Y vi en la pantalla en forma concreta y directa, como si estuviera junto a mí, a un hombre moreno como el color del piel roja americano que llevaba pieles secas de camello que caían por sus hombros casi hasta las rodillas. Con el pelo larguísimo y enrollado a la cabeza. Era un pelo ondulado y fuerte como lo es la melena del león de los desiertos. Era el Hombre del Agua, el que hacía llover a voluntad y curaba la llaga del enfermo con unas pocas gotas del cristalino líquido. Era el sublime esenio; el gallardo ser de la palabra del trueno que sometía a las plantas, a los animales y a los reyes con la potencia de su voz, y encandilaba a las mujeres haciendo valiente al cobarde y sumiso al bravucón. Era el verbo hecho palabra, era en definitiva "la voz que clama en el desierto". Sólo para él y por él la "voz" tuvo la fuerza de mutar los elementos y las formas pues el sonido de Dios se encarnó en Juan el Bautista, por ello a los descendientes de su tribu se les concedió la facultad del verbo. Pueden herir con su boca como hieren los dardos en la batalla. Se retuercen los inmundos al ímpetu de su fuego y se acobardan los poderosos ante la bravura de sus denuncias.
Observé que ese hombre habló muchas veces con los seres que bajaban de las astronaves y los que le rodeaban salían despavoridos cuando veían acercarse el carro de fuego pues creían que el mundo se destruía por tal magnificencia.
El Marco de hoy comprende todo pero aún le duele el susto del Marco de ayer que se enfrentó a ello con la inexperiencia de pocos años de Historia.
También me fue mostrada la imagen del Nazareno que quizás al describirla con letras pueda mermar su verdadero significado. Simplemente era, es y será la perfección hecha forma humana que en la soledad de la montaña también hablaba con los seres venidos de las estrellas que le enseñaban y aconsejaban preparándole para el próximo tiempo por llegar.
El anciano Maestro que estaba sentado frente a mí en la astronave, frunció el ceño con un rictus de tristeza a la vez que no dejaba de mirarme.
-¿Qué te pasa, Maestro?
-Si tú supieras el precio de este acontecimiento también te entristecerías. El hombre a partir de ahora comenzará a alejarse de la verdad esencial haciendo que la revelación sea cada día más pequeña y más semejante a sus defectos. Será tanta la lejanía y tan absurda la teología que os veréis forzados a hablar en cuchicheos y seréis condenados precisamente por "herejes" por contar la única verdad que ha sido y será inmortal. Es triste pero será así todavía por un tiempo. La verdad maravillará y será considerada como ciencia ficción grotesca mientras que la mentira y la religión de las formas moverá a la masa en pos de ídolos materiales y quimeras políticas y personales. Sólo quien mira a lo alto, recibirá de lo alto, pero quien adora lo bajo y ve allí a Dios le será quitada la poca gracia con la que fue dotado.
El eterno presente del registro de las acciones humanas y divinas se abrió de nuevo para Marco y se vio transportado al Jordán. Allí de nuevo vio al Bautista que hablaba y hablaba a la gente que se acercaba seducida por el fuego de su palabra, sin reflejar una gota de cansancio. Todos eran sumergidos en el agua y se limpiaban las vibraciones de su cuerpo grosero y pecador.
Cerca del hombre de las pieles había media docena de asiduos seguidores entre los que supe se encontraban Andrés y Juan -el que luego sería el Discípulo Amado de Jesús- que desde hacía tiempo venían a adquirir la sabiduría de "El León del Desierto".
"Voz que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo barranco será relleno y todo monte y collado allanado, y los caminos tortuosos rectificados, y los ásperos igualados. Y toda carne verá la salvación de Dios".
Decía a la muchedumbre que venía para ser bautizada por él: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que llega? Haced pues dignos los frutos de la penitencia y no andéis diciéndoos: "Tenemos por padre a Abraham", porque yo os digo que puede Dios suscitar de estas piedras hijos de Abraham. Ya el hacha está puesta a la raíz del árbol; todo árbol que no dé fruto será cortado y arrojado al fuego".
La muchedumbre le preguntaba: "Pues, ¿qué hemos de hacer?" El respondía: "El que tiene dos túnicas, dé una al que no la tiene, y el que tiene alimentos haga lo mismo". Vinieron también publicanos para bautizarse y le decían: "Maestro, ¿qué hemos de hacer?" Y él les contestaba: "No exigir nada fuera de lo que está tasado". Le preguntaban también los soldados: "Y nosotros, ¿qué hemos de hacer?" Y les respondía: "No hagáis extorsión a nadie ni denunciéis falsamente y contentaos con vuestra soldada".
Hallándose el pueblo en ansiosa expectación y pensando todos entre sí que Juan sería el Mesías, Juan respondió a todos, diciendo: "Yo os bautizo en agua, pero llegando está otro más fuerte que yo, a quien no soy digno de soltarle la correa de las sandalias; él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego, en su mano tiene el bieldo para limpiar la era y almacenar el trigo en su granero, mientras la paja la quemará con fuego inextinguible".
La astronave luminosa con seres venidos de Orión se puso en la perpendicular del Jordán, encima de la cabeza del Nazareno que paso a paso se acercaba a Juan por la espalda. Llegado a su altura se miraron como dos fieras del espíritu y en un aparente silencio sus corazones gritaron de entusiasmo. Y así debía ser pues no era un encuentro de dos sino el cumplimiento de la visión que tuviera Marco de las dos jerarquías juntas. Algo se perfeccionaba en aquel instante que le estaba siendo mostrado y que no podía entender bien.
Los seguidores de Jesús, viejos esenios de la línea menos rígida, se juntaron con los seguidores del Bautista, como los espectadores del circo se juntan en las gradas para ver el espectáculo. Sobre la cabeza de todos, la presencia -sólo para mí visible- de la astronave luminosa que registraba la escena.
Juan vio sin problema alguno una paloma con las alas abiertas y el pecho descubierto sobre la cabeza de Jesús.
-¡Es éste! -se dijo- pero no sólo era su mente sino todo su ser que vibraba al unísono de tal certeza.
Casi sin quererlo, se fue arrodillando a la vez que el aura de Jesús se hacía más grande iluminándolo todo. Y yo, que allí estuve, puedo asegurar que fueron estas las palabras que mediaron entre ambos:
-Señor, ¿cómo el Hijo de la Luz viene a las tinieblas de la materia?
-El tiempo ha llegado, lo que debes hacer, hazlo pues.
-¿Cómo puedo bautizar yo, tu humilde siervo, a mi Señor Dios? Debo ser yo bautizado por ti. No soy digno de desatar la correa del zapato que tú portas.
-Aquí eres soberano pues eres el primero de los nacidos de madre. Allí, eres siervo (señalando al Sol). Aquí yo soy tu siervo porque este no es mi reino. Lo mismo que yo me postro hoy, tú te postrarás en tu cercana muerte.
-Sea hecha la voluntad de los Maestros que velan y de los guardianes que escuchan.
Y Jesús de Nazaret, el Señor de la Luz, se sometió al Señor de la Materia. No en vano uno bautizaba con el fuego del espíritu y el otro con el agua de la materia. Y poco a poco se fue sumergiendo en lo más profundo del lago hasta quedar cubierto por completo. Se había ido expresamente a la zona reservada para baños de los rapaces y no a la orilla, que es donde bautizaba generalmente Juan.
Pasaron cuatro minutos y el Salvador no salía del agua. Los esenios que habían llegado con él comenzaron a preocuparse y alguno empezó a llorar. Dos de ellos se despojaron de la ropa para lanzarse a recuperar al Maestro que sin duda estaba ya ahogado, pero desde lo alto de la astronave fueron paralizados y disuadidos con una extraña ciencia, quedándose un poco dormidos.
Aquello era simplemente patético, Jesús se había ahogado y Marco, nuestro espectador, pensaba: "La Historia se ha equivocado, Jesús murió antes de la cruz..."
No era así pues poco a poco comenzó a emerger la cabeza del Amado Maestro con una expresión de absoluta plenitud en su cara, a la vez que se escuchó: "Este es mi hijo amado en quien me complazco. Desde hoy seremos una sola cosa", y Cristo entró en el cuerpo de Jesús y el espíritu de Jesús entró cohabitando con el espíritu del joven de catorce años llamado después "Juan el Evangelista". Y allí permaneció hasta la muerte en la cruz.
Muchos os preguntaréis qué había pasado. El Maestro me lo explicó más o menos así:
-Todo servidor debe mutar su "yo" y su voluntad para en su día ser templo de otro ser que morará haciendo la tarea de ayuda a la Humanidad. Si el servidor se conoce bien y sabe renunciar a su protagonismo, el Espíritu Santo operará con fuerza y sin mezcla, pero si el ego no está educado, no sólo actúa la entidad que ha encarnado sino los caprichos o imprevisiones del sujeto a ser compenetrado. Por ello todos los "iluminados" primero se mortificaron y renunciaron para ser un buen templo. Pero hay una forma de ser realmente el mejor de los instrumentos y es separando el espíritu del cuerpo -que sólo se realiza por la muerte- así pues para Jesús se requería de un templo limpio donde Cristo tomara forma y por ello murió bajo el agua separándose su cordón de plata y se alojó en Juan hasta su retorno al cielo. Mientras que el templo de carne de Jesús -sin influencia del ego- se volvió totalmente obediente a la entidad crística que le compenetró, por eso en esta expresión divina hubo auténtica perfección mientras que en las otras se dio relativamente.
Ahora comprenderás, Marco, por qué Jesús en la cruz dijo a María y a Juan el Evangelista: "¡Madre, he ahí a tu hijo!, ¡Hijo, he ahí a tu madre!". El Jesús de la cruz no era sino Cristo que tomó su espíritu al tiempo del retorno al espacio.
Y así se explica la reanimación del cuerpo en el sepulcro, pues no mataron a nadie sino que mortificaron un cuerpo físico que al morir quedó vacío y que luego fue compenetrado por su espíritu que estaba en Juan. Por eso a su vez Juan el Evangelista fue "El Discípulo Amado de Jesús".
Todo esto puede ser creído o no, pero quien deba entender lo entenderá por ser parte de su propia riqueza no porque yo lo cuente con más o menos dramatismo.
"Después de esto vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea y permaneció allí con ellos y bautizaba. Juan bautizaba también en Ainón, cerca de Salin, donde había mucha agua y venían a bautizarse, pues Juan no había sido aún metido en la cárcel. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y cierto judío acerca de la purificación, y vinieron a Juan y le dijeron: "Rabí, aquél que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, está ahora bautizando y todos se van a él". Juan les respondió, diciendo: "No debe el hombre tomarse nada si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos sois testigos de que dije: "Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado ante él. El que tiene esposa es el esposo; el amigo del esposo que le acompaña y le oye, se alegra grandemente al oír la voz del esposo. Pues así este mi gozo es cumplido. Preciso es que él crezca y yo mengüe. El que viene de arriba está sobre todos. El que procede de la Tierra es terreno y habla de la tierra; el que viene del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído, pero su testimonio nadie lo recibe. Quien recibe su testimonio pone su sello atestiguando que Dios es veraz. Porque aquél a quien Dios ha enviado habla palabras de Dios pues Dios no le dio el espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas. El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre él la cólera de Dios".
Todavía me fue revelado más y pude ver escenas que permanecen grabadas a fuego dentro de mí, pero será mañana cuando las cuente pues ya mis sentidos corporales están cansados.
Al amanecer del día siguiente, ante la meditación matutina y con el café mezclado con la inquietud, sentí el reproche de mi Maestro que me decía: "¡Debes estar más limpio, deja el café!"...Ciertamente así debe ser, debemos limpiarnos a semejanza de los monjes esenios, tanto por dentro como por fuera. Por fuera por medio del aseo; por dentro mediante la ingestión de líquidos y comidas positivas no excitantes. ¡En fin!, todos tenemos algo de nosotros mismos con lo que enfrentarnos, y esta es mi lucha.
Me decía el Maestro que no me alargara tanto en los conceptos y que contara las cosas en síntesis, que luego vendrían los llamados "literatos" y se encargarían de novelar el concepto mismo. Cada uno está en su función respectiva y a mí me tocaba la de la síntesis y el concepto, dejando a otros que elaboren con la belleza del lenguaje los detalles. Prosigamos entonces en las siguientes enseñanzas que viera el Marco de antes y razonara el Marco de ahora:
-Bien Marco, como has podido comprobar, todos estos actos son la columna vertebral de lo que será en su día una gran religión. Aparejado a la forma externa y ritual se ha previsto que una estirpe de iluminados conservéis en vosotros mismos la memoria de todo y gradualmente a lo largo del programa iréis revelando, sin daros cuenta, cuanto hará mutar el concepto de doctrina por el de verdad. Sólo cuando bajo la sombra de la razón deis cobijo a todos los seres del planeta, habréis desterrado el fanatismo, las fronteras y las luchas doctrinales. Os esforzaréis en comunicar a todas las culturas que antes, durante y después fueron y serán las mismas jerarquías las que actuaron pero adaptando su mensaje a la condición genética, étnica o geográfica de la raza que debía recibir ese dictado. Siempre, siempre es un solo programa que actúa aunque el hombre en su impotencia le ponga etiquetas y formas y le apareje religiones y mentalismos.
Marco vio en los paneles de la nave al excelso ser de luz llamado "el Nazareno", prodigioso Sol entre las tinieblas humanas. Estaba al pie de una parra de uvas frente a la casa de Lázaro, su buen amigo, al que simplemente sin complicaciones especiales, amaba. Muchas veces hay seres que no están para entender sino para que su corazón sea templo de la bondad y de la humildad. Así era Lázaro como un templo de silencio pero repleto de la vibración del bien. Solía decir: "No te entiendo Maestro, pero me basta con que estés aquí, junto a mí".
Jesús seguía apesadumbrado junto a la puerta de Lázaro. La casa era de adobe pintado de color blanco. Al fondo, el Sol se ponía y la tristeza seguía invadiendo cada gramo de su precioso cuerpo judío. La barba casi rubia; el pelo ondulado en las puntas caía para rozar justamente el hombro sobre el que llevaba la túnica blanca raída y vieja que nunca se manchaba, acaso porque su luz no lo permitía. Marco sabía que esa escena la verían todos cuantos leyeran estas líneas, pues ciertas imágenes han sido programadas para que resalten en los elegidos ciertos valores dormidos, y a modo de despertador, activen en el espíritu el programa para el que han sido designados.
La melancolía le hizo vacilar, no tanto por el destino al que estaba sujeto y que conocía a la perfección sino por la preocupación de la imperfección y el dolor humano del que estaba rodeado.
Nadie puede imaginar el tremendo sufrimiento que implica ser Dios en un cuerpo imperfecto de materia. Ninguno puede escuchar el tremendo fragor de la propia lucha del Maestro cuando ve esa debilidad del individuo y debe esperar a que evolucione el karma del ser, así como el karma del planeta y de todo el sistema solar que no es otro que el Cristo que él tenía dentro de cada átomo de existencia. Y era Jesús que se dolía de sí mismo pues cada centímetro cúbico de su sangre contenía un poco del dolor y la imperfección de la persona; del indio o del africano viendo morir a sus hijos de hambre; de la vivencia del blanco que no se saciaba en la conquista del poder.
-¿Hasta cuándo esperaré? ¡Oh Padre mío!, para que seamos sólo luz y totalidad... ¿Hasta cuándo esperaré? ¡Oh Padre amado!
Y su mente respondía: "Tú lo sabes bien".
Y su cuerpo se quejaba de esa lucha entre el espíritu y la mente haciéndole verter lágrimas silenciosas que caían al pie de la parra haciendo que aquella cosecha supiera a redención y a ternura del ser más amoroso que el cosmos haya contemplado.
Marco desde su posición lloraba al igual que lo hacía Jesús. Era como una sensación de estar allí sin estar, pero no por ello se dejaba de sentir el estado de ánimo de los seres que le iban mostrando.
Sobre la cabeza de Jesús apareció el disco luminoso que siempre era el mismo y que llevaba dentro a los "ángeles plateados" de los que tanto aprendió y que se encargan de la tutela de todo el programa sobre la Tierra. Alzó el Maestro los ojos y supo instantáneamente que era requerido a la presencia de los excelsos seres enviados por la jerarquía. Había sido captada su demanda de impotencia y tristeza y obedeciendo al programa se requería de un impulso capaz de acelerar la misión del Nazareno y motivarle para asumir los últimos momentos de su paso por la Tierra.
Se levantó despacio y entrando en la casa llamó a los suyos:
-¡Debemos partir, pues he sido llamado por mi Padre!
Abandonaron a los entrañables amigos y la siguiente escena que vio Marco fue la pelada montaña del Tabor, hacia donde se encaminaban Pedro, Santiago y Juan, que ausentes de los hechos, seguían la rápida ascensión del Rabí. Una vez en la cumbre, junto a unos olivos, se detuvo el Señor y con la mano y en silencio indicó a los otros que se sentaran a su vez. Se puso en oración y miró al cielo insistentemente. En un momento determinado de la corta espera, apareció la astronave luminosa que tanto conocía Marco -esta vez visible para los ojos materiales pues su vibración había bajado- y tiró por tierra a Pedro, Santiago y Juan que de golpe y sin saberlo se hicieron iniciados en un conocimiento que les fue impuesto como secreto.
La nave se puso sobre los Apóstoles y Jesús a la vez que un cono luminoso salió de su panza para absorber sin dificultad al Nazareno que ni siquiera cambió su postura de meditación hasta que llegó a la portezuela inferior de la panza del navío. Luego, aparecieron junto a él dos figuras grandiosas que los Apóstoles no reconocieron, a pesar de vestir con túnica a la usanza judía más arcaica. Al lado de los tres apareció un ser con buzo blanco de vuelo y después de la sorpresa inicial les dijo así: "Estos dos varones que estáis contemplando son los que adoráis como vuestros padres Moisés y Elías, "La Fraternidad de los Dos Iluminados" que nunca mueren y que han venido a ratificar el pacto y el misterio.
La visión duró un rato corto hasta que los tres, Jesús, Moisés y Elías desaparecieron en el interior de la nave donde se encontraba Enoc, y nadie supo lo que allí pasó. Sólo quien vivió en la santificación del espíritu lo contará cuando sea el tiempo.
Y le fue mostrado a Marco nuevamente el templo de cristal donde aparecían felices los 72 y los 33, pues de un golpe se habían reunido para la comunión de los compromisos "Los Cuatro Vivientes". Y el cordero baló con alegría pues el rombo con los cuatro tronos se hizo resplandeciente porque en la Tierra los cuatro seres estaban como una sola entidad sentados en los cuatro lados de una mesa romboidal bebiendo el néctar de los Dioses o "agua de vida" traída para ellos de las entrañas del astro que nos alumbra.
Como digo, nadie supo lo que allí pasó pero a partir de ese momento todo se dispuso para la muerte del Cordero.
Así fue como en realidad ocurrió y no obstante así fue contado por el evangelista, con la única excepción de que a la nube debió llamarle "nave".
"Aconteció como unos ocho días después de estos discursos que, tomando a Pedro, a Juan y a Santiago, subió a un monte a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro se transformó, su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Y he aquí que dos varones hablaban con él, Moisés y Elías, que aparecían gloriosos y le hablaban de su partida que había de cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño. Al despertar, vieron su gloria y a los dos varones que con él estaban. Al separarse éstos, dijo Pedro a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías", sin saber lo que decía. Mientras esto decía, apareció una nube que los cubrió, y quedaron atemorizados al entrar en la nube. Salió de la nube una voz que dijo: "Este es mi Hijo elegido, escuchadle". Mientras sonaba la voz estaba Jesús solo. Ellos callaron, y por aquellos días no contaron nada de cuanto habían visto."
Descendieron de la montaña y al paso les salieron los discípulos de Juan que le comentaron la muerte del Bautista a manos del impío Herodes. Jesús se retiró un momento junto al borde del camino, al pie de un olivo, arrancó una de sus ramas y la tiró al polvo de la senda por la que transitaban. Los apóstoles y los seguidores del esenio muerto le miraron interrogantes. Él, alzando los ojos al cielo, dijo: "¡Eloí, Eloí, lama Sabachtani!..." Y lloró junto al olivo a la vez que le abrazaba pues su compañero muerto le había dejado ante una soledad total para afrontar la misión para la cual había sido destinado desde hacía miles de años.
La partida de Juan el Bautista al verdadero reino de la luz le hizo exclamar ante todos: "¡Elías, Elías!, ¿por qué me has abandonado?..." y viéndose ante estos hechos le entró miedo, no de la muerte como algunos creen sino de su responsabilidad, pues su misión se veía ahora incrementada con la llegada de los 72 del Bautista que le miraban despavoridos porque su pastor, el hombre del desierto, el indomable león, les había dejado indefensos ante el lobo. Sólo Jesús -el Señor del Sol- podía acogerles como hijos suyos y por ello a él vinieron tal y como el Bautista les había indicado antes de morir.
Quiero hacer en este punto un reiterado inciso sobre las palabras pronunciadas por Jesús en la cruz, que han dado pie a múltiples interpretaciones. Incluso se ha dicho que Jesús se vio abandonado por el Padre pues había desobedecido dejándose clavar en la cruz. Esto además de ser una profunda necedad y una especulación, no conecta con la realidad que ahora os revelaré. Jesús sabía perfectamente que iba a morir, incluso antes de su nacimiento. Este hecho por tanto ya lo tenía asumido. Tampoco podía decirle al Padre "¿Por qué me has abandonado?" pues él sabía que el trámite de la muerte no era sino una liberación. De ahí que dijera al Buen Ladrón: "Esta tarde estarás conmigo en el Paraíso". Si iba a estar en el Paraíso, ¿cómo podía sentirse abandonado?...Por otra parte, quien estaba en la cruz no era Jesús sino Cristo, pues ya lo hemos dicho anteriormente, Cristo, que es el Sol, no puede morir porque tiene detrás de él todo un sistema solar dependiente. De ahí que se apagara el astro en el momento que el cuerpo de Jesús expiró.
"Elías, Elías, ¿por qué me has abandonado?" es simplemente eso; una llamada a Elías que él sabía que era el representante de la Tierra o la Tierra misma, y su grito antes de morir referenciaba el abandono de la Tierra ante el Sol. Al igual que al momento de anunciarle la muerte del Bautista, él lloró pues veía que uno de los Cuatro Vivientes le abandonaba quedándose solo.
"Algunos de los que allí estaban, oyéndolo, decían: "A Elías llama éste". Luego, corriendo, uno de ellos tomó una esponja, la empapó de vinagre, la fijó en una caña y le dio a beber. Otros decían: "Deja; veamos si viene Elías a salvarle". Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró."
La plenitud del Maestro se dio en el monte Tabor cuando Los Cuatro Vivientes se reunieron junto a él y le dieron fuerza. El Nazareno sabía que sobre Juan estaba el espíritu de Elías, Señor del Mundo y Jefe de la Tierra, por ello el grito del Nazareno reclamaba la presencia deseada del planeta por el que moría.
Quizás os resulte difícil de entender pero el mundo de la jerarquía superior tiene sus arquetipos y su lógica que no es la de abajo.
Esta referencia o vinculación de Elías y su liderazgo como Señor del Mundo, la tenéis en el Evangelio:
"Cuando estos hubieron ido, comenzó Jesús a hablar de Juan a la muchedumbre: "¿Qué habéis ido a ver al desierto?, ¿una caña movida por el viento? ¿Qué habéis ido a ver?, ¿a un hombre vestido muellemente? Más los que visten con molicie están en las moradas de los reyes. Pues, ¿a qué habéis ido?, ¿a ver un profeta? Sí, yo os digo que más que un profeta éste es de quien está escrito: "He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz, que preparará tus caminos delante de ti. En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista. Pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos está en tensión, y los esforzados lo arrebatan. Porque todos los profetas y la Ley han profetizado hasta Juan. Y si queréis oírlo, él es el Elías que ha de venir. El que tenga oídos que oiga."
Habrá un tiempo en que el propio Elías gritará a su vez: "Helios, helios (Sol), ¿por qué me has abandonado?" pues así lo dicta el karma. Pero este grito sí será al Sol y no hacia ningún personaje.
El Maestro dijo a sus discípulos: "Vuestra misión es preparar los caminos de la luz que se han hecho carne y forma. Anunciad por tanto a los hombres este evento y preparad la llegada de vuestros doce hermanos". Y señaló a los Doce Apóstoles que poco o nada entendían de lo que allí ocurría y les envió de dos en dos para que la jerarquía astral se multiplicara (72 x 2 = 144), siendo éste el número de los hijos del ermitaño o Señor de la Tierra, cuyo número simbólico es el 9 o cifra de la plenitud que es bien visto desde Orión.
Así ocurrió y así lo vio Marco, de lo cual da testimonio, y así lo contaron para los hombres:
"Después de esto, designó Jesús a otros setenta y dos y los envió de dos en dos, delante de sí, a toda ciudad y lugar adonde él había de venir, y les dijo: "La mies es mucha y los obreros pocos; rogad, pues al amo mande obreros a su mies. Id, yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, y a nadie saludéis por el camino. En cualquier casa que entréis, decid primero: La paz sea con esta casa. Si hubiere allí un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en esa casa y comed y bebed lo que os sirvieren, porque el obrero es digno de su salario. No vayáis de casa en casa. En cualquiera ciudad donde entráreis y os recibieren, comed lo que os fuere servido y curad a los enfermos que en ella hubiere, y decidles: "El reino de Dios está cerca de vosotros". En cualquiera ciudad donde entráreis y no os recibieren, salid a las plazas y decid: "Hasta el polvo que de nuestra ciudad se nos pegó a los pies os lo sacudimos, pero sabed que el reino de Dios está cerca. Yo os digo que aquel día Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad."
-Maestro, dijo Marco en la nave después de ver las imágenes, ¿por qué me mostráis estas cosas y por qué me siento tan unido a Juan?
El Maestro le respondió:
-Aún te mostraremos más, hijo mío. Debes saber que cuando depositemos tu cuerpo en tierra habrás olvidado todo pues así lo hemos programado para ti hasta el tiempo de la Segunda Venida. Ten la seguridad de que uno de los que contemplaban las escenas eras tú mismo.
-¡Imposible!, ¿cómo voy a ser yo si estoy aquí contigo?...
Y el Maestro giró la cabeza ante el visor a la vez que aparecían las mismas escenas de unos momentos antes. Pero esta vez Marco se vio perfectamente entre los 72. Era uno de los primeros que se habían acercado al Maestro, pero su pelo era completamente blanco y rondaría los 60 ó 70 años, a juicio de su apariencia.
-¡Debo estar loco!, decía Marco a la vez que se pellizcaba ante la sonrisa del Maestro que con ternura le miraba al notar que sus ojos se habrían y cerraban como se abren las ventanas de par en par a la luz de la mañana.
-Bien, hijo, ahora proseguiremos en otro momento decisivo que es bueno asimiles y transmitas al hombre. De esta revelación depende la comprensión de una verdad fundamental o de un rito sin sentido.
Y de nuevo vi las imágenes tristes y patéticas. Esta vez en el monte que llamaban "El Calvario", Jesús, el Sol beatífico hecho carne, estaba expirando entre dos crucificados más que eran ladrones conocidos por todos.
Los ojos del Rabí estaban posados sobre la astronave que contemplaba la escena y que nadie veía, sólo él y uno de los ladrones, el que estaba a la derecha.
Marco no estaba triste, un poco melancólico de observar a los que miraban la escena de la muerte de su precioso Maestro. ¡Cuántas veces les había dicho!: "Si cuando yo me vaya me lloráis como si estuviese muerto, tendré la seguridad de que no habéis entendido nada". Pero la carne es débil y su madre María, su discípulo Juan y los otros diseminados, contemplaban los estertores de la muerte del cuerpo mientras que el espíritu crístico que en él moraba se alegraba del sacrificio.
Gota a gota la sangre se iba perdiendo hasta que salió sólo agua. En ese preciso instante, la luz del mundo -el Sol- se apagó al unísono del cuerpo de Jesús que expiró junto al terremoto y el estremecimiento general de los presentes.
-Maestro, ¿cómo es posible que al morir Jesús se apague el Sol?
-Tú lo comprenderás perfectamente. Harán religiones y ritos del acontecimiento humano, que es bueno, pero sólo unos pocos entenderán que el verdadero misterio está en la luz del Sol que desde aquel momento ya no fue la misma que alumbró la materia. Por ello todos los Iniciados Solares del mundo se alegraron con su muerte pues fue mutación, aumento del biorritmo de la raza y liberación.
El hombre puede morir en la cruz, y de hecho murieron muchos después de Jesús pero sólo con él el sol de cada día se apagó y esto es una cuestión que los astrónomos de tu tiempo juzgarán como imposible, y sin embargo así se dio y así se dará de nuevo al final de esta generación. Lo contó así el evangelista:
"Era ya como la hora sexta y las tinieblas cubrieron toda la Tierra hasta la hora de nona, oscureciéndose el Sol y el velo del templo se rasgó por medio. Jesús, dando una gran voz, dijo: "¡Padre, en tus manos entrego mi espíritu!", y diciendo esto, expiró".
Y Cristo salió al sol, que es el único Padre Creador de nuestras carnes y materias, mientras que el espíritu de Jesús -que vivía en Juan- tomó de nuevo el cuerpo del crucificado para preparar su ascensión, que también me fue mostrada y doy testimonio de ello. Jesús marchó en la astronave que siempre estuvo siguiendo todo su misterio por la Tierra y después de despedirse de sus amados Discípulos y habiendo pasado 40 días desde su resurrección, ascendió por el pasillo de luz proyectado por la nave ante la presencia atónita de los ocho Apóstoles, no de doce como se cree pues tres, Pedro, Santiago y Juan, ya lo habían vivido antes en el monte Tabor, y Judas para entonces había muerto.
Y desde la misma astronave que le hizo partir, vendrá con poder y gloria al final de los tiempos. Primero deberá anunciarse como "relámpago de oriente a occidente" ya lo ha hecho y lo hemos comentado pues a nosotros corresponde hacerlo- y ahora, a la luz de la revelación entenderéis mejor este párrafo del Evangelio, si como siempre, a la nube la cambiáis por nave y a los "dos varones" por seres del espacio:
"Diciendo esto fue arrebatado, a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos. Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en él que se iba, dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante y les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo". Entonces se volvieron del monte llamado Olivete a Jerusalén, que dista de allí el camino de un sábado. Cuando hubieron llegado, subieron al piso alto, en donde permanecían Pedro, Santiago, Juan y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelote y Judas de Santiago. Todos estos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la Madre de Jesús y con los hermanos de éste."
Marco se quedó un rato mirando al Maestro y le preguntó:
-¿Cuándo será el último cambio antes de entrar en la otra Era?
-Estáte atento al Sol.
-Sí, estoy atento al Sol, pero no respondes a mi pregunta.
El Maestro contestó:
-Primero veréis llegar "la nueva Jerusalén como un relámpago de oriente a occidente". Después veréis a "los cuervos reunirse ante el cadáver". Habrá enseguida una gran tribulación y después de ella, tres días de pavorosa oscuridad y un gran cambio solar doble. Luego veréis venir al Hijo del Hombre con poder y gloria sobre las nubes, tal y como lo prometió, y al final, los que queden serán reunidos por los seres superiores que acompañan a Jesús y serán sacados del planeta pues habrá una nueva Tierra y un nuevo Sol.
-Pero, ¿cuándo se dará ese doble cambio solar?
El anciano, con cierta sonrisa carismática, respondió:
-Si el Sol mutó con la muerte del Cordero Solar Jesús, como lo has visto, debes entender que ha de haber muerte de nuevo para que cambie el Sol otra vez.
-Cierto, pero Jesús no puede morir por segunda vez, tal y como está anunciado.
-No tiene por qué ser el mismo Jesús.
-No entiendo, ¿quién deberá morir entonces para que se dé ese doble apagamiento solar?
-Lee bien el Libro Sagrado que tenéis en vuestro tiempo:
"Mandaré a mis dos testigos para que profeticen, durante mil doscientos sesenta días, vestidos de saco. Estos son los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la Tierra. Si alguno quisiere hacerles daño, saldrá fuego por su boca, que devorará a sus enemigos. Todo el que quiera dañarlos morirá. Ellos tienen poder para cerrar el cielo para que la lluvia no caiga en los días de su ministerio profético y tienen poder sobre las aguas para tornarlas en sangre y para herir la Tierra con todo género de plagas cuantas veces quisieren. Cuando hubieren acabado su testimonio, la bestia, que sube del abismo, les hará la guerra, y los vencerá y les quitará la vida. Su cuerpo yacerá en la plaza de la gran ciudad que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su Señor fue crucificado. Los pueblos, las tribus, las lenguas y las naciones verán sus cuerpos durante tres días y medio y no permitirán que sus cuerpos sean puestos en el sepulcro. Los moradores de la Tierra se alegrarán a causa de ellos y se regocijarán, y mutuamente se mandarán regalos, porque estos dos profetas eran el tormento de los moradores de la Tierra. Después de tres días y medio, un espíritu de vida que procede de Dios entró en ellos y los hizo levantarse sobre sus pies, y un temor grande se apoderó de quienes los contemplaban. Oí una gran voz del cielo que les decía: Subid acá. Subieron al cielo en una nube, y viéronlos subir sus enemigos. En aquella hora se produjo un gran terremoto, y vino al suelo la décima parte de la ciudad, y perecieron en el terremoto hasta siete mil seres humanos, y los restantes quedaron llenos de espanto y dieron gloria a Dios y al cielo. El segundo ¡ay! ha pasado; he aquí que llega el tercer ¡ay!”
-Como ves, hijo mío, lo mismo que ocurriera con Jesús, así ocurrirá con los dos testigos. Después de este cambio y de estos hechos serán muy pocos los años que quedarán para la gran evacuación de los señalados en el corazón y en la frente.
-Pero, ¿cuántos serán los salvados y cuántos los años que nos falten?...Debo prepararme.
-En verdad te digo, hijo mío, que quien busque salvar su cuerpo lo perderá para siempre. Quien construya refugios será sepultado por su propia construcción, quien guarde para comer en exceso, en exceso pasará hambre y privaciones. Sed vosotros como los pájaros del campo. Buscad el Sol de cada día y sed limpios de corazón en hábitos y costumbres, pues seréis guiados y llevados hacia los lugares precisos cuando sea el momento. No aprendáis a almacenar sino a vivir con lo necesario, haciendo que los hábitos inadecuados desaparezcan de vuestra vida. Escrito está: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar no existía ya".
(Si efectivamente el Apocalipsis tiene razón, el vidente Juan el Evangelista no vio a la Humanidad salvada y redimida sobre la Tierra sino sobre otro planeta).
Marco vio y vivió cuanto aquí se ha narrado, y aún más que guarda celosamente en su corazón y que a las almas puras revelará a su tiempo. El de ayer y el de hoy son el mismo, pero en tiempos y espacios diferentes. Los mismos personajes siguen activos con sus astronaves dispuestas para seguir en la revelación de la eterna sabiduría. Sólo quienes han alcanzado la vista al espíritu tendrán la confirmación de su presencia y su consuelo, mientras que quienes hayan vivido la presa de los delirios materiales, en la Tierra y con el barro, en polvo se convertirán.
Aquel día en Palestina sobrevolaba una nube, una nube metálica y brillante, vista por pastores y labriegos. En dicha nube, como en el caso de Jonás, viajaba Marco que de nuevo se vio depositado en la pradera vecina a su casa. Sólo habían pasado unos minutos de tiempo, aunque él vivió hechos y acontecimientos que duraron más de dos mil años. ¿Cómo fue posible?...
Creer cuanto aquí está escrito está en función de la aprobación interna de cada uno, pues sólo quien sabe dirá con el corazón: "¡Sí!", mientras que otro pensará que he contado uno de mis mejores cuentos. ¡Adiós, Marco! Muchas gracias. Espero que vuelvas a visitarme.
Y se me presentó de nuevo el templo de cristal donde viera a las jerarquías que todo lo gobiernan. Comprobé que con la muerte de los dos testigos se consumió el pez depositado en el ara romboidal, y que con el apagamiento solar se consumió el pan que también estaba allí. Siempre que arriba ocurre algo, abajo repercute. Es la vieja ley traída por el gran Hermes que así lo notificó a cuantos lo rodeaban.
Y vi después salir al más joven de los 33 que tenía el Sol en el pecho y que con fuerza y decisión irrumpió desde el final de su fila y puso un cántaro con agua en el ara sagrada -Era Acuario- para que todos los reunidos -24 Ancianos, 4 Vivientes, 72 Príncipes del Mundo, 33 Señores de la Luz- y la gran multitud que rodeaba el templo en número de 144000 personas, vieran el cántaro luminoso que a modo de nuevo Grial iluminaría los misterios de otros 2160 años donde sería desterrada la muerte, la violencia y el desamor.
Y se apagó la visión y se cerraron los paneles que tantas cosas le habían mostrado. El Maestro anciano desapareció como había venido y nuestro Marco retornó a la soledad curiosa de la enorme sala del "carro de fuego"."
Reflexiones o mejor dicho disculpas, dadas a una mala tendencia que aún queda entre los viejos hábitos del baúl de los recuerdos del escritor.
Me levanté espontáneamente a meditar un ratito, a fin de no dar rienda suelta a la tremenda mente que se disparaba como caballo a galope tendido y pregunté:
-Padre, ¿podemos ya comenzar la tarea que ambos esperamos?
Y en la mente, quizás en el corazón, no lo sé muy bien, oí estas palabras:
-Sí, hijo mío, comienza ya.
-¡Tengo un poco de miedo!
-No te preocupes, yo guiaré tu mente, tus dedos y tu alma hacia el fondo de la Historia escondida y hacia la profundidad del conocimiento más arcano. Sólo tienes que desear con fuerza la luz y ella anegará tus ojos y tu alma.
-Así sea.
"Un joven espigado, con más harapos que ropa y despierto; muy despierto por cierto y con el pelo ensortijado tan común entre todos los vástagos de la raza. El lugar, los confines de la ciudad, la enorme ciudad de Jerusalén, con la suntuosa belleza de su templo y la gallardía o peculiaridad de un pueblo indomable, prendido de los preceptos y de las normas religiosas. Adobes amarillentos semicaídos, mezclados con techos de paja que milagrosamente se sostenían en pie. Correteando por los callejones alguna gallina, cerdo o conejo, junto a todo un enjambre de cosas, polvo, historia, tradición y fanatismo, que componían la columna vertebral y el corazón de Juanito -ya casi Juan- llamado por otros "Marco" como lo mandaba la costumbre.
Nuestro muchacho abandonó el grupo de jóvenes y se adentró por la era campestre que aún con resto de la trilla, parecía cubierta por una manta de espigas doradas. Cerquita de una loma y mirando unos olivos se sentó pensativo, al igual que el animal descansa después de sus correrías.
Así estuvo veinte minutos, más o menos, cuando súbitamente se dio cuenta de que estaba en un sitio aislado. Era como una extraña sensación en la que aún estando parado parecía que volara o que flotara. Una neblina blanca le envolvió más y más hasta que perfectamente mareado comenzó a devolver, pues algo que no veía pero que estaba allí, le iba ascendiendo.
Perdió la sensación del espacio y del tiempo y enseguida se vio en una estancia que nunca antes había visto. La luz que envolvía dicho lugar no salía de ningún sitio en especial. Marco giraba la cabeza como conejo asustado buscando la tea o el fuego que diera esa luminosidad, pero ciertamente no la encontró. El suelo era de una belleza inusitada, como el más puro metal argentífero, ni siquiera en el templo o en la casa de las ofrendas había visto tal magnificencia. Las paredes no manchaban pero brillaban como si alguna resina o grasa se hubiera deslizado por ellas y de ahí la peculiar luz que emitían. Estuvo maravillándose un rato a la vez que comprobó asombrado que la pradera de donde hacía unos minutos había partido, no existía ya bajo sus pies. Se pellizcó con fuerza varias veces y tocó las paredes a fin de cerciorarse de que no estaba durmiendo. Efectivamente se encontraba en total vigilia perfectamente despierto.
Marco estaba en el lugar más raro que jamás hombre o criatura alguna haya imaginado. Pasaron unos doce minutos en esta pauta invariable cuando la desesperación del muchacho fue sosegada con un oloroso perfume que tampoco veía de dónde procedía. Algo estaba pasando que le hacía sentirse bien; muy bien por cierto.
Después, una vez calmado, se abrió la pared -aunque no había ninguna puerta- y apareció un hombre sencillamente imponente, con barba blanca y porte magistral que rebosaba aristocracia de espíritu. Una túnica también blanca cubría su cuerpo de gran estatura y hacía resaltar sus ojos que parecían luminarias o pedazos de Sol ardiente que hubieran sido robados al astro que nos alumbra.
Del propio suelo salieron dos taburetes del mismo material que el resto de la sala y Marco se vio sentado en uno mientras que en el otro lo hacía el anciano. Sería indescifrable su edad, pues hay elementos que no están en el tiempo sino que son el tiempo mismo y es imposible medirles o contenerles. Así era el que llamaremos "Maestro" quien enseguida tomó la palabra con pauta sosegada pero a la vez firme y concreta.
-Querido Marco, estás ahora en mi presencia para cumplir un programa que sólo entenderás al cabo de dos mil años. Es necesario que las imágenes sean grabadas en tu espíritu para que luego el devenir de la Historia te dé la pauta de conocimiento necesario para interpretarlas. Ahora, querido hijo, están en la dimensión donde el tiempo no existe como vosotros lo conocéis, sino que se vive en el eterno presente haciendo que el pasado, presente y futuro sean una misma cosa a la vez.
Marco se quedó perplejo y respondió:
-Señor, ¿cómo puede el hombre vivir dos mil años?
-Ya lo sabrás hijo mío, pero como te digo, será al tiempo de trascender a la Humanidad cuanto ahora te desvelaremos. Nada o casi nada entenderás pero pasados esos dos mil años las imágenes que ves ya sabrás entrelazarlas y coordinarlas haciéndolas legibles para quienes deben escucharte.
Prosiguió el Maestro:
-Te serán desvelados los sellos del conocimiento a través de las imágenes que poco a poco te mostraremos y que tú mismo interpretarás.
-Sí Maestro, así será si tú lo dices. Yo no soy hombre cultivado para reprocharte nada.
-Hijo mío, Dios vive más cómodo en los humildes que en los potentes pues en los humildes se realiza sin oposición y sin perjuicio mientras que los potentes no tienen espacio para el milagro ni para la lógica divina, todo lo tienen ya respondido de antemano.
En tu pueblo y en todos los pueblos de la Humanidad nos conocéis como los Dioses y os maravilláis de nuestras evoluciones en vuestros cielos, en los llamados "carros volantes". Tú ahora Marco estás precisamente en uno de ellos.
El Marco de ayer se quedó perplejo y sencillamente estupefacto. Menos mal que ahora sabe que los ángeles de ayer son los extraterrestres de hoy y que los carros de fuego no son otra cosa que los famosos platillos volantes de nuestros días, y no sólo de nuestro siglo sino de toda la Historia de la Humanidad. No sólo están con nosotros sino que como dice el Génesis: "Los hijos de Dios se juntaron con las hijas de los hombres y las fecundaron". Queramos o no somos hijos de extraterrestres por encima de dogmatismos y religiones. Pero claro está, esto lo sabe el Marco de hoy y no el de antes, que es quien en aquel momento sufría el contacto con una lógica superior.
Como veréis a lo largo del relato, Marco es uno pero a veces parecerá el ignorante del barrio azul de Jerusalén en el albor del Siglo I, y casi inmediatamente pasará al Marco del Siglo XX. Ya lo dijo el anciano: "El tiempo no existe", en la dimensión de la experiencia que estamos contando.
Del fondo de la sala circular emergió casi espontáneamente y sin previo aviso una gran ventana luminosa que de repente comenzó a mostrar imágenes de un cielo estrellado. Tantas y tan seguidas aparecían que el joven comenzó a marearse ante la vista tuteladora del Maestro.
-Hijo mío, para abrir el primer sello debemos limpiar nuestra mente de escorias y nuestra alma de complejos pues pisaremos suelo sagrado.
Marco sintió cómo sus músculos se paralizaban así como su corazón que ya no sentía. A veces le ocurría esto en el sueño, parecía dejar su cuerpo moreno en el lecho a la vez que era capaz de ver las murallas del templo, incluso las de otros templos y otras ciudades lejanas. Seguramente el Marco de ahora se diría a sí mismo: "¡Burro!, eso es un viaje astral"...
La pantalla mostraba imágenes de estrellas, planetas y vacío cósmico que se sucedían a gran velocidad. De pronto, todo cesó y apareció el más majestuoso templo que jamás pudo imaginar. Era de cristal purísimo, casi impenetrable. Nunca se había visto vidrio o aleación tan perfecta en el planeta Tierra. Pero estaba allí, majestuoso, poderoso y sugerente.
-¿Estás viendo ese templo, Marco?
-Sí, Maestro, y me da miedo.
-No temas, el hombre tan sólo debe temerse a sí mismo pues siempre pierde su propio control. Ten valor y camina conmigo hacia el interior.
Y las tres escaleras que accedían a la puerta fueron franqueadas para posteriormente acudir a una inmensa sala que rebosaba luz, en la que no existía nada colgado en las paredes. Su atención sólo se fijó en la parte central de dicha estancia sobre la cual yacía un cordero de lana blanca. Sus ojos eran simplemente la dulzura misma, tanta que al mirarlo, Marco comenzó a llorar con sentimiento de infinito amor. Detrás del ara donde estaba el cordero vio veinticuatro tronos en los que sabía estaban sentados veinticuatro ancianos que no logró ver. Era como un sentimiento más que una certeza, pero casi podía asegurar que aquellas luces sinuosas sobre los asientos de los tronos no eran otra cosa que seres de un altísimo grado vibracional.
De los cuatro lados del ara salieron cuatro líneas de distintos colores que unidas en sus extremos formaron un rombo en cuyo centro, como antes he dicho, yacía el cordero. En el extremo de los cuatro lados del rombo había cuatro tronos a cual más majestuoso sobre los que también, y a semejanza de los 24 que circundaban la sala, sólo aparecían luces sinuosas que representaban acaso las figuras portentosas de cuatro jerarquías, unidas entre sí y unidas a su vez al cordero formando todos uno.
Así estuvo un rato contemplando las maravillas de aquella extraña visión cuando del fondo de la sala, en perfecto peregrinaje, se acercaron poco a poco en fila india, 72 ancianos tapados con una capucha. Vestían de cáñamo o quizás lino blanco puro y sus gorros eran de tipo franciscano y de color más oscuro. Se pusieron a la izquierda del cordero y de los cuatro tronos, destapándose la capucha. Observó Marco que el primero era muy viejo, parecía a punto de morir y así iba descendiendo la edad hasta el más joven de la fila que también con grandes barbas parecía el más lozano.
Del lado derecho del templo llegaron 33 seres luminosos -también muy viejos- que llevaban sobre su frente un Sol brillante. Eran sencillamente indescriptibles. Con paso quedo y solemne, ocuparon el lado derecho del cordero. En esta fila era al revés, el primero parecía el más joven, mientras que el último parecía el más longevo. Luego, los dos primeros de la fila se acercaron al cordero y se dispusieron a sacrificarle. Tomó el de los 72 al animal por los pies, sujetándole la cabeza mientras que el más joven de los 33 cogía el cuchillo ceremonial, que tenía forma de cruz, y lo hundía sobre el bicho que agonizaba en silencio con la más infinita ternura del mundo.
Marco quiso abalanzarse sobre todos aquellos seres pero una extraña fuerza se lo impidió. Simplemente lloró lánguidamente al unísono del cordero. Parecía que a cada estertor de muerte un trozo del alma del joven se rompía y se perdía para siempre. Extraño dolor este y más extraña aún la ceremonia tan macabra.
La sangre empapó el ara y vertido el líquido todos los ancianos se alegraron y cantaron bellos cantos que vibraban como arpas celestiales. Después, el último de los 72 trajo una canastilla con un pez en su interior y el último de los 33 otra con un pan. Ambas ofrendas fueron depositadas en el altar con la sangre coagulada del cordero. Se movieron todos los ancianos alrededor del ara que tan sólo tenía la sangre, el pan y el pez depositados y formaron entremezclados la estrella de seis puntas que Marco conocía muy bien pues era el estandarte de su pueblo: el emblema de David, el rey más poderoso del pueblo de Israel.
Se marcharon después todos para reunirse al cabo de 2160 años. Quedó el templo vacío con el ara y las ofrendas depositadas.
Marco no entendió nada y tan solo vibró con fuerza maravillado de cuanto había vivido y que ahora, ya en el taburete y con la pantalla cerrada, se esforzaba en retener. En esa reflexión y maravilla, tomó la palabra el Maestro:
-Bien, querido hijo, todo esto que para ti no tiene sentido, lo tendrá dentro de dos mil años. A lo largo de varias vidas te programaremos muchas experiencias que puedan en su día darte la luz del espíritu para que seas tú quien vayas a explicarlas a las gentes.
Por eso el Marco de hoy sabe que el cordero es la simbología de la Era de Aries que concluyó con el sacrificio del animal indicando el final de ese período, junto con la canastilla y el pez que representaba la Era Piscis que comenzaba. Los 72 y los 33 no son otros que la jerarquía que gobierna la Tierra. Los 33 provienen del Sol, de ahí que su atributo fuera el pan, símbolo de la perfecta cristificación solar.
Siempre en cada Era por terminar y comenzar, ambas jerarquías se juntan para la ofrenda correspondiente al nuevo ciclo y sacrifican simbólicamente el ciclo anterior mediante la abolición de la ley antigua entregada por el anciano al más joven que es el que después de su vivencia se volverá viejo a su vez a lo largo de esos miles de años.
El Marco de hoy también sabe que los 24 ancianos son los máximos representantes de la galaxia y que son los notarios nombrados por el Padre o Sol Manásico Central que a modo de observadores controlan los actos de dicho relevo cósmico.
Los Cuatro Vivientes o cuatro ángulos del rombo no son otros que los cuatro seres que subieron al espacio librándose de la muerte: Jesús, Moisés, Enoc y Elías; los cuatro arquetipos operativos para la materia. Juntos forman la cruz o rombo propio de la formación de la materia. Sobre ellos está el poder de formar y concretar las ideas del Padre haciendo girar la cruz hacia un lado o bien disolver la vida y proceder a su aniquilamiento si así lo deciden de común acuerdo. Operan sucesivamente por su orden de aparición haciendo que Enoc anuncie y dicte; Elías defienda y consolide; Moisés dé paso al atrio del conocimiento supremo y Jesús compenetre en la idea máxima creadora haciéndose todos uno con el Padre de todo cuanto existe.
Pero volvamos al Marco de antes pues todavía vivió muchos más procesos, que olvidando algunos detalles, conviene contar en síntesis para los lectores de este tiempo.
Díjole el anciano de barba blanca: "Lo que has observado aquí está en el universo etéreo, es decir, en lo imponderable. A ningún ojo mortal le ha sido permitido ver, tan sólo a ti y pagarás caro por ello pues en tu mundo el conocimiento es difícil de conservar y de expresar en medio de la ignorancia. Ahora verás la ejecución directa de ese plan que ya se lleva elaborando desde hace 42 generaciones. Fue en Abraham y luego en el rey David donde se modificó parte de la genética de la raza a la cual perteneces."
Calló por un momento viendo el asombro del joven y luego prosiguió: "No importa si ahora no entiendes, el proceso se dará de igual forma. Vuestra raza fue elegida en el tiempo de Egipto, y como te he dicho, tratada a través de 42 generaciones. Faltan ahora las siete últimas para conseguir que "el árbol dé el fruto deseado" y que una calidad humana pase a la Nueva Era totalmente redimida y consciente de sus valores genético-espirituales. Hemos elegido por tanto este vehículo de conciencia, que eres tú, para contar los detalles básicos del proceso. Presta atención ahora pues seguirás viendo cosas asombrosas y absurdas que como dije y repetiré, las entenderás después."
Volvieron a abrirse los paneles del tiempo y de nuevo Marco vio en Jerusalén a su madre, el hogar y su barrio. Siguió por la callejuela hasta el templo, esa joya sagrada a la que difícilmente se podía acceder si no se estaba pulcro e inmaculado. Parecía que fuera él mismo a caminar por las losas del patio tan bien dispuestas y de colorido pardo y oscuro, pisadas por tantos fervientes adoradores de Yavé, el temible Dios del que dependían en cuerpo y alma.
Miró hacia la parte alta del edificio y vio otro carro de fuego ardiente o platillo volante y enseguida observó a los visitantes del templo que caminaban por el patio central. Seguramente saldrían corriendo despavoridos después de ver aquel monstruo de metal. Pero contra todo pronóstico no se movieron e incluso parecían ignorar aquel objeto.
-No, hijo no, no lo pueden ver -dijo el Maestro- sus ojos están en distinta frecuencia visual. La astronave que ves lleva consigo al más excelso mensajero de Dios que vosotros llamaréis más tarde "Gabriel". El gobierna todos los procesos de fecundación que se dan en el sistema solar.
Marco volvió a los paneles sin comprender nada y siguió mirando atento. Ahora era el Sancta Santorum lo que se veía cubierto por el gran velo de terciopelo rojo que sólo el Sumo Sacerdote podía traspasar para ofrendar a Dios los bienes que representaban los fieles. Vio a un hombre anciano de barba larga en forma de tirabuzones con un turbante en la cabeza y un gran escapulario al cuello, que con cierto manejo de hábito accedía al interior del Sagrario tapado donde se encontraba el Arca de la Alianza que nadie había visto nunca y que ahora él podía ver a la perfección sin ninguna dificultad, era como estar allí pero sin estar. El caso es que más de una vez intentó llamar la atención de aquel viejo sacerdote, llamado Zacarías, y éste ni se enteraba, a pesar de su presencia. Seguramente, como le había dicho el Maestro, también él estaba en el mundo de los fantasmas y a semejanza del carro de fuego, nadie le podía ver.
Zacarías era muy conocido en la ciudad y vivía en el lado opuesto a la casa de Marco, en la parte más alta de la ciudad al pie de una pequeña loma que daba acceso a la explanada del templo. Decía que era muy conocido debido a su aristocracia y fuerte personalidad de realización en Dios y en su doctrina. Tanto él como su esposa Isabel eran un ejemplo vivo de recogimiento y de trabajo entregado al servicio del templo y del hogar. Nadie conocía que Zacarías hubiera levantado la voz ni que Isabel se prestara a diálogos vanos entre las vecinas pues ciertamente si hay un defecto en el pueblo de Israel lo propician las mujeres que son simplemente las más "cotillas" o criticonas del mundo. De hecho, fueron varias las veces que los enviados celestes amonestaron en este sentido.
Tanto Isabel como Zacarías habían realizado perfectamente la vida de esposos y de hombre y mujer probos y diligentes pero no tenían hijos. Esto en el pueblo se consideraba casi una falta. Zacarías sufría por ello y en la medida que pasaba el tiempo llenó de súplicas y oraciones los minutos y segundos de cada noche de vigilia. Pedía a Yavé un vástago que continuara con su casa y su estirpe de hombres fieles y servidores de Dios. Se había ya resignado puesto que Isabel era ya infecunda y él tampoco estaba para alardes en este sentido. Tomó el incienso con la mano para ofrendarlo en el Sancta Santorum y se dispuso a realizar lo que por turno riguroso le correspondía como sacerdote de Yavé. Justo en aquel momento, Marco vio cómo de la astronave situada encima del templo, salía una luz tenue de color violeta y al instante, como si de relámpago se tratara, salió el ser más excelso que jamás ser humano haya podido ver. Con vestimenta plateada y porte divino se situó al lado derecho del ara donde ofrendaba Zacarías. Su altura era superior a cualquier gigante, su expresión, simplemente inenarrable. Una belleza que no se podía ubicar en ninguna zona del cuerpo y que emanaba perfección en la presencia misma del sujeto.
-Sí, hijo mío, ese ser que ves está enviado por la jerarquía que antes contemplaste. Como te he dicho anteriormente, será llamado "Gabriel" en vuestra cultura.
Zacarías giró la cabeza para comprobar si los cirios del candelabro estaban ardiendo y se quedó perplejo. La ardiente y maravillosa figura se le manifestó con toda fuerza. Al principio solamente miró pero luego le entró auténtico pavor y quiso salir corriendo. Sin embargo algo le retuvo y le apegó al suelo. Aquella visión de ángel luminoso habló:
-No temas, Zacarías, porque tu plegaria ha sido escuchada e Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo al que pondrás por nombre Juan. Será para ti gozo y regocijo y todos se alegrarán por su nacimiento porque será grande en la presencia del Señor. No beberá vino ni licores y desde el seno de su madre será lleno de Espíritu Santo. A muchos de los hijos de Israel convertirá al Señor su Dios y caminará delante del Señor en el espíritu y poder de Elías para reducir los corazones de los padres a los hijos y los rebeldes a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto."
Dijo Zacarías al ángel: "¿De qué modo sabré yo esto? Porque yo soy ya viejo y mi mujer muy avanzada en edad". El ángel le contestó diciendo: "Yo soy Gabriel que asisto ante Dios y he sido enviado para hablarte y comunicarte esta buena nueva. He aquí que tú estarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que esto se cumpla por cuanto no has creído en mis palabras que se cumplirán a su tiempo".
El pueblo esperaba a Zacarías y se maravillaba de que se retardase en el templo. Cuando salió no podía hablar, por donde conocieron que había tenido alguna visión. El les hacía señas pues se había quedado mudo.
La nave que permanecía encima del templo se esfumó en una décima de segundo antes de que Zacarías saliera y asimismo el Atrio Santo del Señor quedó tapado por el lienzo rojo de terciopelo. En su interior, el olor de la grasa y el aceite, mezclados con el incienso de las ofrendas, dejaron a Marco en un sopor o éxtasis casi perfecto y no se enteró cuando los paneles de la visión quedaron en blanco. Absorto en la figura de Gabriel y en sus ojos, esos maravillosos ojos tan bellos y elocuentes a la vez que poderosos y firmes. Es inenarrable tanta belleza y casi un insulto contarlo pues las propias palabras mancillan el recuerdo del espíritu que quedó marcado a fuego con aquel acontecimiento.
El Marco de ahora que transcribe desde el recuerdo del Marco de antaño, está cansado y un poco abatido. Deja el trabajo de la pluma para recostarse en otras plumas -las del sueño- y así su imaginación sigue volando por el mundo de los deseos a la conquista de la deseada quimera del bien. "¡Duerme Marco...Duerme, que las estrellas velan tu sueño!..."
De nuevo en la pirámide y en breve meditación: "¡Señor, ayúdame a proseguir con lo que tú y yo sabemos. Con esto que me muestras en el alma!"...Como única respuesta: "¡Animo, hijo mío y adelante!"...y al Marco de ahora le basta.
El anciano habló al muchacho:
-Esto que has visto es la realidad inmediata de este tiempo, pero ahora te mostraremos cosas que sólo podrás contar y entender más tarde. Como viste antes la jerarquía de la Tierra o Príncipes del Mundo, como así los llamaréis, en número de 144 o 72 astrales, han designado ya su paladín y se disponen a darle forma en el vientre de su madre, Isabel. Esa jerarquía está contenta y preparada para realizar la misión de preparar al enviado de la otra jerarquía que todavía no ha actuado.
Se abrió de nuevo el panel y otra vez el carro de fuego sobrevolando la humilde casa de Zacarías. Me situé al lado de un ser con buzo blanco luminoso, de pelo lacio níveo y de expresión beatífica que me mostró varias secuencias de televisión en las que se veía a Zacarías e Isabel juntos en un humilde hogar de leña -muy similar a los hogares castellanos antiguos- lleno de chamuscadas negras de las frituras y condimentos y un poco lúgubre. Oscuridad de hogar tierno de mujer resignada y humilde, propia de tareas de su casa pero con el eterno encanto de la bondad materna femenina. Parecía como si Isabel hubiera esperado ansiadamente ese momento o simplemente existiera para ser vehículo del milagro de la fecundación más sublime que hubiera podido imaginar.
Tristeza del Marco de hoy que asiste a los llamados "Movimientos de la Liberación de la Mujer" que no suelen ser otra cosa que un retorno a valores primarios de lo que representa el prototipo de mujer. Quizás Isabel fuera uno de los pocos baluartes que todavía nos mostrarían, no sólo la vocación de ser madre sino de vivir al mismo tiempo y con igual dignidad y gozo su condición de mujer, compañera y templo del Espíritu Santo. ¡En fin!, sólo estando en presencia de estos seres se puede hacer un juicio de valor de lo que estaba destinada a ser y ha terminado siendo el común denominador de la mujer de nuestros días.
El viajero del espacio de tan blanca y luminosa presencia, pasó a mostrarme después la fecundación del óvulo femenino por medio del impulso dado al espermatozoide que previamente había sido aislado en Zacarías. Luego, las diversas fases de crecimiento fetal hasta los nueve meses y las intervenciones a lo largo de esas etapas por parte de los seres del espacio. Para imaginar esta intervención os pido que hagáis o que os quedéis con la propia visión del Marco palestino, que simplemente veía proyectarse una manguera de luz al vientre de Isabel. En cualquier caso, esa luz era información que con una longitud de onda y frecuencia muy altas traspasaba la materia y construía el aura del que sería "Juan el Bautista".
El ser del espacio me miró y me dijo:
-Vosotros los humanos no sabéis o no queréis saber nada de la ley de la creatividad. Al igual que cultiváis vuestros frutos con buena semilla y mejor tierra, así cada hombre y cada mujer pueden fabricar su propio hijo con la misma perfección que el artista realiza una obra de arte. Zacarías e Isabel son una pareja cósmica, es decir seres que en la dimensión astral son una misma cosa: macho y hembra a la vez. Han debido tomar cuerpo en la Tierra en esta reencarnación para que por medio de un cultivo de alta vibración psíquica y amorosa, nosotros sembráramos al excelso Príncipe del Mundo, que aún siendo príncipe y el primero de los mortales, vestirá de pieles y comerá la inmundicia del desierto.
Prosiguió el ser superior:
-El Maestro te mostró lo que sucede en el plano imponderable, y nosotros te enseñamos lo que manipulamos en la materia. Ahora verás a la vez ambas cosas y así lo explicarás a las gentes de tu tiempo.
Y vio siendo el mismo ayer y hoy, cómo Isabel sudaba gruesas gotas dando los últimos suspiros de una mujer parturienta que a base de esforzarse se quedaba sin vigor. Tan sólo la férrea voluntad de ser madre y ver el fruto la sostenían en un parto duro y traumático. Al final, el Bautista expulsó el agua de la placenta y asomó la cabeza a la vez que un fuerte llanto irrumpió en la sala de tan magno acontecimiento. Una luz salió del techo de la estancia y se alojó en el pecho del recién nacido. Yo, como guiado por el instinto miré enseguida al techo y pude ver en la parte alta del cielo el templo de cristal que anteriormente os describí. Pero aquella luz se había desprendido del trono que ocupaba uno de los vértices del rombo; el lugar que correspondía a Elías. Y vi a los 72 ancianos que reían y se felicitaban pues su paladín había asomado al mundo de la materia y sobre sus carnes galopaba el espíritu del excelso, del héroe de Israel al que todos consideraban libertador.
De nuevo ante el anciano en aquella tremenda estancia, Marco seguía interrogante y pensativo.
-¡Bien, hijo mío!, ya has visto el principio del misterio de la venida del Paladín Terrestre. Verás ahora la segunda parte: la llegada del Paladín Solar.
Y otra vez me enfrenté a los paneles luminosos de la nave que mostraban otro pasaje palestino, más humilde que el de Zacarías, pero con cierto sentido de recogimiento, digo esto porque hay "casas" y hay "hogares", y que las casas por muy bien adornadas que estén nunca terminan de ser hogares sino estancias donde habita el frío de ánimo y de presencia. No obstante hay otras casas que sin reparar en las formas terminan por emitir algo de amor, de cariño o quizás de personalidad de sus moradores que se han preocupado de vivir y crear un sentimiento positivo de armonía en el día a día de la convivencia.
Así era aquella casa, también de adobe raído y amarillento, pero con algo bello y sugerente. En su interior, una bellísima doncella que era todo ojos; tremendos ojos tiernos y negros como la noche más oscura, que hablaban y presumían dulzura y candor. Vestida de blanco, fuerte y decidida por ser ella con todos los valores de una mujer que sentía la raza y tenía vocación de ser y estar en el mundo para algo positivo y noble. Y así fue, pues como luego más tarde se relató, fue templo del Espíritu Santo y hubo quien lo escribió de esta manera:
"En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y presentándose a ella, le dijo: "Salve, llena de gracia, el Señor es contigo". Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin. Dijo María al ángel: "¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?". El ángel le contestó y dijo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios. E Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril, porque nada hay imposible para Dios". Dijo María: "He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra". Y se fue de ella el ángel."
Y así se cumplió y una vez más Gabriel lo anunció y lo selló con el pacto de su autorización. Pero en este caso no hubo intervención humana por parte del padre, pues el semen fue traído del núcleo del Sol en un cofre de oro puro y luminoso. Así lo vio Marco -que es quien escribe- y así se lo dijo el Maestro:
-Todo este misterio se repetirá otras tantas veces hasta que comprendas que no estáis solos ni aún deseándolo. Sólo cuando vuestra soberbia os deje ver, comprobaréis que sois hijos de las estrellas. En otros pueblos haremos lo mismo y otras tantas vírgenes serán templo del espíritu. Pero en verdad te digo Marco, que sólo con éste y en él todo el Verbo Luminoso se hace carne y sangre y sólo él al tiempo de nacer y de crecer, tendrá derecho a decir: "Yo soy la luz del mundo", pues él es el Sol que os alumbra hecho forma y sustancia.
Nada contaré del nacimiento del Señor de la Luz que no se conozca pero si los que estuvieron allí en aquel tiempo hubieran tenido la visión del Espíritu observarían -como así lo hicieron los Magos- la astronave de Gabriel que inmovilizó la zona y la sometió a un cono de atemporalidad, haciendo que Jesús saldría del vientre de la madre, no por donde salían todos los niños sino por el vientre que fue cortado con un rayo luminoso procedente del carro de fuego y después cerrado sin marca alguna. Así lo ratificó la partera que llegó a la gruta, quien además de comprobar la virginidad de María quemó su mano con la energía residual que todavía había en la matriz de la nueva madre.
Y Jesús fue engendrado por la luz y por la luz nació sin manchar la materia. Al tiempo de nacer, los 33 ancianos de la visión se rieron, se abrazaron entre sí y a los 72 pues su paladín había tomado cuerpo. De uno de los tronos del rombo que rodeaba al cordero, salió un rayo de luz que se alojó, al tiempo de nacer, en el pecho del Nazareno.
Y el anciano de la Era Aries dijo: "Yo ya puedo morir tranquilo y entregar el Libro de la Sabiduría al joven Piscis pues los instrumentos del relevo ya tomaron cuerpo en la morada terrena del Padre".
Así fue como ocurrió y lo vio Marco, el niño palestino que de nuevo os lo cuenta y que ha querido simplificarlo pues son muchos los detalles que aún no le ha sido permitido contar en su total extensión. Así también fue contado por un hombre que sólo vio los hechos físicos pero no astrales:
"Aconteció pues, en los días aquellos que salió un edicto de César Augusto para que se empadronase todo el mundo. Este empadronamiento primero tuvo lugar siendo Cirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse, cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llamaba Belén -por ser él de la casa y de la familia de David- para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Estando allí se cumplieron los días de su parto y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.
Había en la región unos pastores que pernoctaban al raso, y de noche se turnaban velando sobre su rebaño. Se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvía con su luz, quedando ellos sobrecogidos de gran temor. Díjoles el ángel: "No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías del Señor, en la ciudad de David. Esto tendréis por señal: Encontraréis un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre".
Al instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad".
Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a otros: "Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado. Fueron con presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre, y viéndole, contaron lo que les había dicho acerca del niño. Y cuantos los oían se maravillaban de lo que les decían los pastores. María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les había dicho."
-Bien, querido Marco, ahora seguirás viendo cosas y hechos que ya están realizados en la mente de Dios pero no expresados en el tiempo y en la forma material. Pero este tiempo es para ti un segundo mientras que te haremos recorrer más de dos mil años. El conocimiento aflorará como crecen los pétalos de la flor del jardín sólo con el riego del agua de vida y de verdad tu mente volará a la dimensión del eterno presente y el registro se abrirá para ti y para quienes como tú pusieron su corazón en la esperanza del Reino de Dios sobre la Tierra. Sea por tanto hecha la voluntad del Supremo Monarca para proseguir en la placidez de tu ensueño.
Y vi en la pantalla en forma concreta y directa, como si estuviera junto a mí, a un hombre moreno como el color del piel roja americano que llevaba pieles secas de camello que caían por sus hombros casi hasta las rodillas. Con el pelo larguísimo y enrollado a la cabeza. Era un pelo ondulado y fuerte como lo es la melena del león de los desiertos. Era el Hombre del Agua, el que hacía llover a voluntad y curaba la llaga del enfermo con unas pocas gotas del cristalino líquido. Era el sublime esenio; el gallardo ser de la palabra del trueno que sometía a las plantas, a los animales y a los reyes con la potencia de su voz, y encandilaba a las mujeres haciendo valiente al cobarde y sumiso al bravucón. Era el verbo hecho palabra, era en definitiva "la voz que clama en el desierto". Sólo para él y por él la "voz" tuvo la fuerza de mutar los elementos y las formas pues el sonido de Dios se encarnó en Juan el Bautista, por ello a los descendientes de su tribu se les concedió la facultad del verbo. Pueden herir con su boca como hieren los dardos en la batalla. Se retuercen los inmundos al ímpetu de su fuego y se acobardan los poderosos ante la bravura de sus denuncias.
Observé que ese hombre habló muchas veces con los seres que bajaban de las astronaves y los que le rodeaban salían despavoridos cuando veían acercarse el carro de fuego pues creían que el mundo se destruía por tal magnificencia.
El Marco de hoy comprende todo pero aún le duele el susto del Marco de ayer que se enfrentó a ello con la inexperiencia de pocos años de Historia.
También me fue mostrada la imagen del Nazareno que quizás al describirla con letras pueda mermar su verdadero significado. Simplemente era, es y será la perfección hecha forma humana que en la soledad de la montaña también hablaba con los seres venidos de las estrellas que le enseñaban y aconsejaban preparándole para el próximo tiempo por llegar.
El anciano Maestro que estaba sentado frente a mí en la astronave, frunció el ceño con un rictus de tristeza a la vez que no dejaba de mirarme.
-¿Qué te pasa, Maestro?
-Si tú supieras el precio de este acontecimiento también te entristecerías. El hombre a partir de ahora comenzará a alejarse de la verdad esencial haciendo que la revelación sea cada día más pequeña y más semejante a sus defectos. Será tanta la lejanía y tan absurda la teología que os veréis forzados a hablar en cuchicheos y seréis condenados precisamente por "herejes" por contar la única verdad que ha sido y será inmortal. Es triste pero será así todavía por un tiempo. La verdad maravillará y será considerada como ciencia ficción grotesca mientras que la mentira y la religión de las formas moverá a la masa en pos de ídolos materiales y quimeras políticas y personales. Sólo quien mira a lo alto, recibirá de lo alto, pero quien adora lo bajo y ve allí a Dios le será quitada la poca gracia con la que fue dotado.
El eterno presente del registro de las acciones humanas y divinas se abrió de nuevo para Marco y se vio transportado al Jordán. Allí de nuevo vio al Bautista que hablaba y hablaba a la gente que se acercaba seducida por el fuego de su palabra, sin reflejar una gota de cansancio. Todos eran sumergidos en el agua y se limpiaban las vibraciones de su cuerpo grosero y pecador.
Cerca del hombre de las pieles había media docena de asiduos seguidores entre los que supe se encontraban Andrés y Juan -el que luego sería el Discípulo Amado de Jesús- que desde hacía tiempo venían a adquirir la sabiduría de "El León del Desierto".
"Voz que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Todo barranco será relleno y todo monte y collado allanado, y los caminos tortuosos rectificados, y los ásperos igualados. Y toda carne verá la salvación de Dios".
Decía a la muchedumbre que venía para ser bautizada por él: "Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira que llega? Haced pues dignos los frutos de la penitencia y no andéis diciéndoos: "Tenemos por padre a Abraham", porque yo os digo que puede Dios suscitar de estas piedras hijos de Abraham. Ya el hacha está puesta a la raíz del árbol; todo árbol que no dé fruto será cortado y arrojado al fuego".
La muchedumbre le preguntaba: "Pues, ¿qué hemos de hacer?" El respondía: "El que tiene dos túnicas, dé una al que no la tiene, y el que tiene alimentos haga lo mismo". Vinieron también publicanos para bautizarse y le decían: "Maestro, ¿qué hemos de hacer?" Y él les contestaba: "No exigir nada fuera de lo que está tasado". Le preguntaban también los soldados: "Y nosotros, ¿qué hemos de hacer?" Y les respondía: "No hagáis extorsión a nadie ni denunciéis falsamente y contentaos con vuestra soldada".
Hallándose el pueblo en ansiosa expectación y pensando todos entre sí que Juan sería el Mesías, Juan respondió a todos, diciendo: "Yo os bautizo en agua, pero llegando está otro más fuerte que yo, a quien no soy digno de soltarle la correa de las sandalias; él os bautizará en el Espíritu Santo y en fuego, en su mano tiene el bieldo para limpiar la era y almacenar el trigo en su granero, mientras la paja la quemará con fuego inextinguible".
La astronave luminosa con seres venidos de Orión se puso en la perpendicular del Jordán, encima de la cabeza del Nazareno que paso a paso se acercaba a Juan por la espalda. Llegado a su altura se miraron como dos fieras del espíritu y en un aparente silencio sus corazones gritaron de entusiasmo. Y así debía ser pues no era un encuentro de dos sino el cumplimiento de la visión que tuviera Marco de las dos jerarquías juntas. Algo se perfeccionaba en aquel instante que le estaba siendo mostrado y que no podía entender bien.
Los seguidores de Jesús, viejos esenios de la línea menos rígida, se juntaron con los seguidores del Bautista, como los espectadores del circo se juntan en las gradas para ver el espectáculo. Sobre la cabeza de todos, la presencia -sólo para mí visible- de la astronave luminosa que registraba la escena.
Juan vio sin problema alguno una paloma con las alas abiertas y el pecho descubierto sobre la cabeza de Jesús.
-¡Es éste! -se dijo- pero no sólo era su mente sino todo su ser que vibraba al unísono de tal certeza.
Casi sin quererlo, se fue arrodillando a la vez que el aura de Jesús se hacía más grande iluminándolo todo. Y yo, que allí estuve, puedo asegurar que fueron estas las palabras que mediaron entre ambos:
-Señor, ¿cómo el Hijo de la Luz viene a las tinieblas de la materia?
-El tiempo ha llegado, lo que debes hacer, hazlo pues.
-¿Cómo puedo bautizar yo, tu humilde siervo, a mi Señor Dios? Debo ser yo bautizado por ti. No soy digno de desatar la correa del zapato que tú portas.
-Aquí eres soberano pues eres el primero de los nacidos de madre. Allí, eres siervo (señalando al Sol). Aquí yo soy tu siervo porque este no es mi reino. Lo mismo que yo me postro hoy, tú te postrarás en tu cercana muerte.
-Sea hecha la voluntad de los Maestros que velan y de los guardianes que escuchan.
Y Jesús de Nazaret, el Señor de la Luz, se sometió al Señor de la Materia. No en vano uno bautizaba con el fuego del espíritu y el otro con el agua de la materia. Y poco a poco se fue sumergiendo en lo más profundo del lago hasta quedar cubierto por completo. Se había ido expresamente a la zona reservada para baños de los rapaces y no a la orilla, que es donde bautizaba generalmente Juan.
Pasaron cuatro minutos y el Salvador no salía del agua. Los esenios que habían llegado con él comenzaron a preocuparse y alguno empezó a llorar. Dos de ellos se despojaron de la ropa para lanzarse a recuperar al Maestro que sin duda estaba ya ahogado, pero desde lo alto de la astronave fueron paralizados y disuadidos con una extraña ciencia, quedándose un poco dormidos.
Aquello era simplemente patético, Jesús se había ahogado y Marco, nuestro espectador, pensaba: "La Historia se ha equivocado, Jesús murió antes de la cruz..."
No era así pues poco a poco comenzó a emerger la cabeza del Amado Maestro con una expresión de absoluta plenitud en su cara, a la vez que se escuchó: "Este es mi hijo amado en quien me complazco. Desde hoy seremos una sola cosa", y Cristo entró en el cuerpo de Jesús y el espíritu de Jesús entró cohabitando con el espíritu del joven de catorce años llamado después "Juan el Evangelista". Y allí permaneció hasta la muerte en la cruz.
Muchos os preguntaréis qué había pasado. El Maestro me lo explicó más o menos así:
-Todo servidor debe mutar su "yo" y su voluntad para en su día ser templo de otro ser que morará haciendo la tarea de ayuda a la Humanidad. Si el servidor se conoce bien y sabe renunciar a su protagonismo, el Espíritu Santo operará con fuerza y sin mezcla, pero si el ego no está educado, no sólo actúa la entidad que ha encarnado sino los caprichos o imprevisiones del sujeto a ser compenetrado. Por ello todos los "iluminados" primero se mortificaron y renunciaron para ser un buen templo. Pero hay una forma de ser realmente el mejor de los instrumentos y es separando el espíritu del cuerpo -que sólo se realiza por la muerte- así pues para Jesús se requería de un templo limpio donde Cristo tomara forma y por ello murió bajo el agua separándose su cordón de plata y se alojó en Juan hasta su retorno al cielo. Mientras que el templo de carne de Jesús -sin influencia del ego- se volvió totalmente obediente a la entidad crística que le compenetró, por eso en esta expresión divina hubo auténtica perfección mientras que en las otras se dio relativamente.
Ahora comprenderás, Marco, por qué Jesús en la cruz dijo a María y a Juan el Evangelista: "¡Madre, he ahí a tu hijo!, ¡Hijo, he ahí a tu madre!". El Jesús de la cruz no era sino Cristo que tomó su espíritu al tiempo del retorno al espacio.
Y así se explica la reanimación del cuerpo en el sepulcro, pues no mataron a nadie sino que mortificaron un cuerpo físico que al morir quedó vacío y que luego fue compenetrado por su espíritu que estaba en Juan. Por eso a su vez Juan el Evangelista fue "El Discípulo Amado de Jesús".
Todo esto puede ser creído o no, pero quien deba entender lo entenderá por ser parte de su propia riqueza no porque yo lo cuente con más o menos dramatismo.
"Después de esto vino Jesús con sus discípulos a la tierra de Judea y permaneció allí con ellos y bautizaba. Juan bautizaba también en Ainón, cerca de Salin, donde había mucha agua y venían a bautizarse, pues Juan no había sido aún metido en la cárcel. Se suscitó una discusión entre los discípulos de Juan y cierto judío acerca de la purificación, y vinieron a Juan y le dijeron: "Rabí, aquél que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, está ahora bautizando y todos se van a él". Juan les respondió, diciendo: "No debe el hombre tomarse nada si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos sois testigos de que dije: "Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado ante él. El que tiene esposa es el esposo; el amigo del esposo que le acompaña y le oye, se alegra grandemente al oír la voz del esposo. Pues así este mi gozo es cumplido. Preciso es que él crezca y yo mengüe. El que viene de arriba está sobre todos. El que procede de la Tierra es terreno y habla de la tierra; el que viene del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído, pero su testimonio nadie lo recibe. Quien recibe su testimonio pone su sello atestiguando que Dios es veraz. Porque aquél a quien Dios ha enviado habla palabras de Dios pues Dios no le dio el espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas. El que cree en el Hijo tiene la vida eterna; el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que está sobre él la cólera de Dios".
Todavía me fue revelado más y pude ver escenas que permanecen grabadas a fuego dentro de mí, pero será mañana cuando las cuente pues ya mis sentidos corporales están cansados.
Al amanecer del día siguiente, ante la meditación matutina y con el café mezclado con la inquietud, sentí el reproche de mi Maestro que me decía: "¡Debes estar más limpio, deja el café!"...Ciertamente así debe ser, debemos limpiarnos a semejanza de los monjes esenios, tanto por dentro como por fuera. Por fuera por medio del aseo; por dentro mediante la ingestión de líquidos y comidas positivas no excitantes. ¡En fin!, todos tenemos algo de nosotros mismos con lo que enfrentarnos, y esta es mi lucha.
Me decía el Maestro que no me alargara tanto en los conceptos y que contara las cosas en síntesis, que luego vendrían los llamados "literatos" y se encargarían de novelar el concepto mismo. Cada uno está en su función respectiva y a mí me tocaba la de la síntesis y el concepto, dejando a otros que elaboren con la belleza del lenguaje los detalles. Prosigamos entonces en las siguientes enseñanzas que viera el Marco de antes y razonara el Marco de ahora:
-Bien Marco, como has podido comprobar, todos estos actos son la columna vertebral de lo que será en su día una gran religión. Aparejado a la forma externa y ritual se ha previsto que una estirpe de iluminados conservéis en vosotros mismos la memoria de todo y gradualmente a lo largo del programa iréis revelando, sin daros cuenta, cuanto hará mutar el concepto de doctrina por el de verdad. Sólo cuando bajo la sombra de la razón deis cobijo a todos los seres del planeta, habréis desterrado el fanatismo, las fronteras y las luchas doctrinales. Os esforzaréis en comunicar a todas las culturas que antes, durante y después fueron y serán las mismas jerarquías las que actuaron pero adaptando su mensaje a la condición genética, étnica o geográfica de la raza que debía recibir ese dictado. Siempre, siempre es un solo programa que actúa aunque el hombre en su impotencia le ponga etiquetas y formas y le apareje religiones y mentalismos.
Marco vio en los paneles de la nave al excelso ser de luz llamado "el Nazareno", prodigioso Sol entre las tinieblas humanas. Estaba al pie de una parra de uvas frente a la casa de Lázaro, su buen amigo, al que simplemente sin complicaciones especiales, amaba. Muchas veces hay seres que no están para entender sino para que su corazón sea templo de la bondad y de la humildad. Así era Lázaro como un templo de silencio pero repleto de la vibración del bien. Solía decir: "No te entiendo Maestro, pero me basta con que estés aquí, junto a mí".
Jesús seguía apesadumbrado junto a la puerta de Lázaro. La casa era de adobe pintado de color blanco. Al fondo, el Sol se ponía y la tristeza seguía invadiendo cada gramo de su precioso cuerpo judío. La barba casi rubia; el pelo ondulado en las puntas caía para rozar justamente el hombro sobre el que llevaba la túnica blanca raída y vieja que nunca se manchaba, acaso porque su luz no lo permitía. Marco sabía que esa escena la verían todos cuantos leyeran estas líneas, pues ciertas imágenes han sido programadas para que resalten en los elegidos ciertos valores dormidos, y a modo de despertador, activen en el espíritu el programa para el que han sido designados.
La melancolía le hizo vacilar, no tanto por el destino al que estaba sujeto y que conocía a la perfección sino por la preocupación de la imperfección y el dolor humano del que estaba rodeado.
Nadie puede imaginar el tremendo sufrimiento que implica ser Dios en un cuerpo imperfecto de materia. Ninguno puede escuchar el tremendo fragor de la propia lucha del Maestro cuando ve esa debilidad del individuo y debe esperar a que evolucione el karma del ser, así como el karma del planeta y de todo el sistema solar que no es otro que el Cristo que él tenía dentro de cada átomo de existencia. Y era Jesús que se dolía de sí mismo pues cada centímetro cúbico de su sangre contenía un poco del dolor y la imperfección de la persona; del indio o del africano viendo morir a sus hijos de hambre; de la vivencia del blanco que no se saciaba en la conquista del poder.
-¿Hasta cuándo esperaré? ¡Oh Padre mío!, para que seamos sólo luz y totalidad... ¿Hasta cuándo esperaré? ¡Oh Padre amado!
Y su mente respondía: "Tú lo sabes bien".
Y su cuerpo se quejaba de esa lucha entre el espíritu y la mente haciéndole verter lágrimas silenciosas que caían al pie de la parra haciendo que aquella cosecha supiera a redención y a ternura del ser más amoroso que el cosmos haya contemplado.
Marco desde su posición lloraba al igual que lo hacía Jesús. Era como una sensación de estar allí sin estar, pero no por ello se dejaba de sentir el estado de ánimo de los seres que le iban mostrando.
Sobre la cabeza de Jesús apareció el disco luminoso que siempre era el mismo y que llevaba dentro a los "ángeles plateados" de los que tanto aprendió y que se encargan de la tutela de todo el programa sobre la Tierra. Alzó el Maestro los ojos y supo instantáneamente que era requerido a la presencia de los excelsos seres enviados por la jerarquía. Había sido captada su demanda de impotencia y tristeza y obedeciendo al programa se requería de un impulso capaz de acelerar la misión del Nazareno y motivarle para asumir los últimos momentos de su paso por la Tierra.
Se levantó despacio y entrando en la casa llamó a los suyos:
-¡Debemos partir, pues he sido llamado por mi Padre!
Abandonaron a los entrañables amigos y la siguiente escena que vio Marco fue la pelada montaña del Tabor, hacia donde se encaminaban Pedro, Santiago y Juan, que ausentes de los hechos, seguían la rápida ascensión del Rabí. Una vez en la cumbre, junto a unos olivos, se detuvo el Señor y con la mano y en silencio indicó a los otros que se sentaran a su vez. Se puso en oración y miró al cielo insistentemente. En un momento determinado de la corta espera, apareció la astronave luminosa que tanto conocía Marco -esta vez visible para los ojos materiales pues su vibración había bajado- y tiró por tierra a Pedro, Santiago y Juan que de golpe y sin saberlo se hicieron iniciados en un conocimiento que les fue impuesto como secreto.
La nave se puso sobre los Apóstoles y Jesús a la vez que un cono luminoso salió de su panza para absorber sin dificultad al Nazareno que ni siquiera cambió su postura de meditación hasta que llegó a la portezuela inferior de la panza del navío. Luego, aparecieron junto a él dos figuras grandiosas que los Apóstoles no reconocieron, a pesar de vestir con túnica a la usanza judía más arcaica. Al lado de los tres apareció un ser con buzo blanco de vuelo y después de la sorpresa inicial les dijo así: "Estos dos varones que estáis contemplando son los que adoráis como vuestros padres Moisés y Elías, "La Fraternidad de los Dos Iluminados" que nunca mueren y que han venido a ratificar el pacto y el misterio.
La visión duró un rato corto hasta que los tres, Jesús, Moisés y Elías desaparecieron en el interior de la nave donde se encontraba Enoc, y nadie supo lo que allí pasó. Sólo quien vivió en la santificación del espíritu lo contará cuando sea el tiempo.
Y le fue mostrado a Marco nuevamente el templo de cristal donde aparecían felices los 72 y los 33, pues de un golpe se habían reunido para la comunión de los compromisos "Los Cuatro Vivientes". Y el cordero baló con alegría pues el rombo con los cuatro tronos se hizo resplandeciente porque en la Tierra los cuatro seres estaban como una sola entidad sentados en los cuatro lados de una mesa romboidal bebiendo el néctar de los Dioses o "agua de vida" traída para ellos de las entrañas del astro que nos alumbra.
Como digo, nadie supo lo que allí pasó pero a partir de ese momento todo se dispuso para la muerte del Cordero.
Así fue como en realidad ocurrió y no obstante así fue contado por el evangelista, con la única excepción de que a la nube debió llamarle "nave".
"Aconteció como unos ocho días después de estos discursos que, tomando a Pedro, a Juan y a Santiago, subió a un monte a orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro se transformó, su vestido se volvió blanco y resplandeciente. Y he aquí que dos varones hablaban con él, Moisés y Elías, que aparecían gloriosos y le hablaban de su partida que había de cumplirse en Jerusalén. Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño. Al despertar, vieron su gloria y a los dos varones que con él estaban. Al separarse éstos, dijo Pedro a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías", sin saber lo que decía. Mientras esto decía, apareció una nube que los cubrió, y quedaron atemorizados al entrar en la nube. Salió de la nube una voz que dijo: "Este es mi Hijo elegido, escuchadle". Mientras sonaba la voz estaba Jesús solo. Ellos callaron, y por aquellos días no contaron nada de cuanto habían visto."
Descendieron de la montaña y al paso les salieron los discípulos de Juan que le comentaron la muerte del Bautista a manos del impío Herodes. Jesús se retiró un momento junto al borde del camino, al pie de un olivo, arrancó una de sus ramas y la tiró al polvo de la senda por la que transitaban. Los apóstoles y los seguidores del esenio muerto le miraron interrogantes. Él, alzando los ojos al cielo, dijo: "¡Eloí, Eloí, lama Sabachtani!..." Y lloró junto al olivo a la vez que le abrazaba pues su compañero muerto le había dejado ante una soledad total para afrontar la misión para la cual había sido destinado desde hacía miles de años.
La partida de Juan el Bautista al verdadero reino de la luz le hizo exclamar ante todos: "¡Elías, Elías!, ¿por qué me has abandonado?..." y viéndose ante estos hechos le entró miedo, no de la muerte como algunos creen sino de su responsabilidad, pues su misión se veía ahora incrementada con la llegada de los 72 del Bautista que le miraban despavoridos porque su pastor, el hombre del desierto, el indomable león, les había dejado indefensos ante el lobo. Sólo Jesús -el Señor del Sol- podía acogerles como hijos suyos y por ello a él vinieron tal y como el Bautista les había indicado antes de morir.
Quiero hacer en este punto un reiterado inciso sobre las palabras pronunciadas por Jesús en la cruz, que han dado pie a múltiples interpretaciones. Incluso se ha dicho que Jesús se vio abandonado por el Padre pues había desobedecido dejándose clavar en la cruz. Esto además de ser una profunda necedad y una especulación, no conecta con la realidad que ahora os revelaré. Jesús sabía perfectamente que iba a morir, incluso antes de su nacimiento. Este hecho por tanto ya lo tenía asumido. Tampoco podía decirle al Padre "¿Por qué me has abandonado?" pues él sabía que el trámite de la muerte no era sino una liberación. De ahí que dijera al Buen Ladrón: "Esta tarde estarás conmigo en el Paraíso". Si iba a estar en el Paraíso, ¿cómo podía sentirse abandonado?...Por otra parte, quien estaba en la cruz no era Jesús sino Cristo, pues ya lo hemos dicho anteriormente, Cristo, que es el Sol, no puede morir porque tiene detrás de él todo un sistema solar dependiente. De ahí que se apagara el astro en el momento que el cuerpo de Jesús expiró.
"Elías, Elías, ¿por qué me has abandonado?" es simplemente eso; una llamada a Elías que él sabía que era el representante de la Tierra o la Tierra misma, y su grito antes de morir referenciaba el abandono de la Tierra ante el Sol. Al igual que al momento de anunciarle la muerte del Bautista, él lloró pues veía que uno de los Cuatro Vivientes le abandonaba quedándose solo.
"Algunos de los que allí estaban, oyéndolo, decían: "A Elías llama éste". Luego, corriendo, uno de ellos tomó una esponja, la empapó de vinagre, la fijó en una caña y le dio a beber. Otros decían: "Deja; veamos si viene Elías a salvarle". Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, expiró."
La plenitud del Maestro se dio en el monte Tabor cuando Los Cuatro Vivientes se reunieron junto a él y le dieron fuerza. El Nazareno sabía que sobre Juan estaba el espíritu de Elías, Señor del Mundo y Jefe de la Tierra, por ello el grito del Nazareno reclamaba la presencia deseada del planeta por el que moría.
Quizás os resulte difícil de entender pero el mundo de la jerarquía superior tiene sus arquetipos y su lógica que no es la de abajo.
Esta referencia o vinculación de Elías y su liderazgo como Señor del Mundo, la tenéis en el Evangelio:
"Cuando estos hubieron ido, comenzó Jesús a hablar de Juan a la muchedumbre: "¿Qué habéis ido a ver al desierto?, ¿una caña movida por el viento? ¿Qué habéis ido a ver?, ¿a un hombre vestido muellemente? Más los que visten con molicie están en las moradas de los reyes. Pues, ¿a qué habéis ido?, ¿a ver un profeta? Sí, yo os digo que más que un profeta éste es de quien está escrito: "He aquí que yo envío a mi mensajero delante de tu faz, que preparará tus caminos delante de ti. En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no ha aparecido uno más grande que Juan el Bautista. Pero el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos está en tensión, y los esforzados lo arrebatan. Porque todos los profetas y la Ley han profetizado hasta Juan. Y si queréis oírlo, él es el Elías que ha de venir. El que tenga oídos que oiga."
Habrá un tiempo en que el propio Elías gritará a su vez: "Helios, helios (Sol), ¿por qué me has abandonado?" pues así lo dicta el karma. Pero este grito sí será al Sol y no hacia ningún personaje.
El Maestro dijo a sus discípulos: "Vuestra misión es preparar los caminos de la luz que se han hecho carne y forma. Anunciad por tanto a los hombres este evento y preparad la llegada de vuestros doce hermanos". Y señaló a los Doce Apóstoles que poco o nada entendían de lo que allí ocurría y les envió de dos en dos para que la jerarquía astral se multiplicara (72 x 2 = 144), siendo éste el número de los hijos del ermitaño o Señor de la Tierra, cuyo número simbólico es el 9 o cifra de la plenitud que es bien visto desde Orión.
Así ocurrió y así lo vio Marco, de lo cual da testimonio, y así lo contaron para los hombres:
"Después de esto, designó Jesús a otros setenta y dos y los envió de dos en dos, delante de sí, a toda ciudad y lugar adonde él había de venir, y les dijo: "La mies es mucha y los obreros pocos; rogad, pues al amo mande obreros a su mies. Id, yo os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, y a nadie saludéis por el camino. En cualquier casa que entréis, decid primero: La paz sea con esta casa. Si hubiere allí un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no, se volverá a vosotros. Permaneced en esa casa y comed y bebed lo que os sirvieren, porque el obrero es digno de su salario. No vayáis de casa en casa. En cualquiera ciudad donde entráreis y os recibieren, comed lo que os fuere servido y curad a los enfermos que en ella hubiere, y decidles: "El reino de Dios está cerca de vosotros". En cualquiera ciudad donde entráreis y no os recibieren, salid a las plazas y decid: "Hasta el polvo que de nuestra ciudad se nos pegó a los pies os lo sacudimos, pero sabed que el reino de Dios está cerca. Yo os digo que aquel día Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad."
-Maestro, dijo Marco en la nave después de ver las imágenes, ¿por qué me mostráis estas cosas y por qué me siento tan unido a Juan?
El Maestro le respondió:
-Aún te mostraremos más, hijo mío. Debes saber que cuando depositemos tu cuerpo en tierra habrás olvidado todo pues así lo hemos programado para ti hasta el tiempo de la Segunda Venida. Ten la seguridad de que uno de los que contemplaban las escenas eras tú mismo.
-¡Imposible!, ¿cómo voy a ser yo si estoy aquí contigo?...
Y el Maestro giró la cabeza ante el visor a la vez que aparecían las mismas escenas de unos momentos antes. Pero esta vez Marco se vio perfectamente entre los 72. Era uno de los primeros que se habían acercado al Maestro, pero su pelo era completamente blanco y rondaría los 60 ó 70 años, a juicio de su apariencia.
-¡Debo estar loco!, decía Marco a la vez que se pellizcaba ante la sonrisa del Maestro que con ternura le miraba al notar que sus ojos se habrían y cerraban como se abren las ventanas de par en par a la luz de la mañana.
-Bien, hijo, ahora proseguiremos en otro momento decisivo que es bueno asimiles y transmitas al hombre. De esta revelación depende la comprensión de una verdad fundamental o de un rito sin sentido.
Y de nuevo vi las imágenes tristes y patéticas. Esta vez en el monte que llamaban "El Calvario", Jesús, el Sol beatífico hecho carne, estaba expirando entre dos crucificados más que eran ladrones conocidos por todos.
Los ojos del Rabí estaban posados sobre la astronave que contemplaba la escena y que nadie veía, sólo él y uno de los ladrones, el que estaba a la derecha.
Marco no estaba triste, un poco melancólico de observar a los que miraban la escena de la muerte de su precioso Maestro. ¡Cuántas veces les había dicho!: "Si cuando yo me vaya me lloráis como si estuviese muerto, tendré la seguridad de que no habéis entendido nada". Pero la carne es débil y su madre María, su discípulo Juan y los otros diseminados, contemplaban los estertores de la muerte del cuerpo mientras que el espíritu crístico que en él moraba se alegraba del sacrificio.
Gota a gota la sangre se iba perdiendo hasta que salió sólo agua. En ese preciso instante, la luz del mundo -el Sol- se apagó al unísono del cuerpo de Jesús que expiró junto al terremoto y el estremecimiento general de los presentes.
-Maestro, ¿cómo es posible que al morir Jesús se apague el Sol?
-Tú lo comprenderás perfectamente. Harán religiones y ritos del acontecimiento humano, que es bueno, pero sólo unos pocos entenderán que el verdadero misterio está en la luz del Sol que desde aquel momento ya no fue la misma que alumbró la materia. Por ello todos los Iniciados Solares del mundo se alegraron con su muerte pues fue mutación, aumento del biorritmo de la raza y liberación.
El hombre puede morir en la cruz, y de hecho murieron muchos después de Jesús pero sólo con él el sol de cada día se apagó y esto es una cuestión que los astrónomos de tu tiempo juzgarán como imposible, y sin embargo así se dio y así se dará de nuevo al final de esta generación. Lo contó así el evangelista:
"Era ya como la hora sexta y las tinieblas cubrieron toda la Tierra hasta la hora de nona, oscureciéndose el Sol y el velo del templo se rasgó por medio. Jesús, dando una gran voz, dijo: "¡Padre, en tus manos entrego mi espíritu!", y diciendo esto, expiró".
Y Cristo salió al sol, que es el único Padre Creador de nuestras carnes y materias, mientras que el espíritu de Jesús -que vivía en Juan- tomó de nuevo el cuerpo del crucificado para preparar su ascensión, que también me fue mostrada y doy testimonio de ello. Jesús marchó en la astronave que siempre estuvo siguiendo todo su misterio por la Tierra y después de despedirse de sus amados Discípulos y habiendo pasado 40 días desde su resurrección, ascendió por el pasillo de luz proyectado por la nave ante la presencia atónita de los ocho Apóstoles, no de doce como se cree pues tres, Pedro, Santiago y Juan, ya lo habían vivido antes en el monte Tabor, y Judas para entonces había muerto.
Y desde la misma astronave que le hizo partir, vendrá con poder y gloria al final de los tiempos. Primero deberá anunciarse como "relámpago de oriente a occidente" ya lo ha hecho y lo hemos comentado pues a nosotros corresponde hacerlo- y ahora, a la luz de la revelación entenderéis mejor este párrafo del Evangelio, si como siempre, a la nube la cambiáis por nave y a los "dos varones" por seres del espacio:
"Diciendo esto fue arrebatado, a vista de ellos, y una nube le sustrajo a sus ojos. Mientras estaban mirando al cielo, fija la vista en él que se iba, dos varones con hábitos blancos se les pusieron delante y les dijeron: "Hombres de Galilea, ¿qué estáis mirando al cielo? Ese Jesús que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, vendrá como le habéis visto ir al cielo". Entonces se volvieron del monte llamado Olivete a Jerusalén, que dista de allí el camino de un sábado. Cuando hubieron llegado, subieron al piso alto, en donde permanecían Pedro, Santiago, Juan y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo y Simón el Zelote y Judas de Santiago. Todos estos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la Madre de Jesús y con los hermanos de éste."
Marco se quedó un rato mirando al Maestro y le preguntó:
-¿Cuándo será el último cambio antes de entrar en la otra Era?
-Estáte atento al Sol.
-Sí, estoy atento al Sol, pero no respondes a mi pregunta.
El Maestro contestó:
-Primero veréis llegar "la nueva Jerusalén como un relámpago de oriente a occidente". Después veréis a "los cuervos reunirse ante el cadáver". Habrá enseguida una gran tribulación y después de ella, tres días de pavorosa oscuridad y un gran cambio solar doble. Luego veréis venir al Hijo del Hombre con poder y gloria sobre las nubes, tal y como lo prometió, y al final, los que queden serán reunidos por los seres superiores que acompañan a Jesús y serán sacados del planeta pues habrá una nueva Tierra y un nuevo Sol.
-Pero, ¿cuándo se dará ese doble cambio solar?
El anciano, con cierta sonrisa carismática, respondió:
-Si el Sol mutó con la muerte del Cordero Solar Jesús, como lo has visto, debes entender que ha de haber muerte de nuevo para que cambie el Sol otra vez.
-Cierto, pero Jesús no puede morir por segunda vez, tal y como está anunciado.
-No tiene por qué ser el mismo Jesús.
-No entiendo, ¿quién deberá morir entonces para que se dé ese doble apagamiento solar?
-Lee bien el Libro Sagrado que tenéis en vuestro tiempo:
"Mandaré a mis dos testigos para que profeticen, durante mil doscientos sesenta días, vestidos de saco. Estos son los dos olivos y los dos candeleros que están delante del Señor de la Tierra. Si alguno quisiere hacerles daño, saldrá fuego por su boca, que devorará a sus enemigos. Todo el que quiera dañarlos morirá. Ellos tienen poder para cerrar el cielo para que la lluvia no caiga en los días de su ministerio profético y tienen poder sobre las aguas para tornarlas en sangre y para herir la Tierra con todo género de plagas cuantas veces quisieren. Cuando hubieren acabado su testimonio, la bestia, que sube del abismo, les hará la guerra, y los vencerá y les quitará la vida. Su cuerpo yacerá en la plaza de la gran ciudad que espiritualmente se llama Sodoma y Egipto, donde su Señor fue crucificado. Los pueblos, las tribus, las lenguas y las naciones verán sus cuerpos durante tres días y medio y no permitirán que sus cuerpos sean puestos en el sepulcro. Los moradores de la Tierra se alegrarán a causa de ellos y se regocijarán, y mutuamente se mandarán regalos, porque estos dos profetas eran el tormento de los moradores de la Tierra. Después de tres días y medio, un espíritu de vida que procede de Dios entró en ellos y los hizo levantarse sobre sus pies, y un temor grande se apoderó de quienes los contemplaban. Oí una gran voz del cielo que les decía: Subid acá. Subieron al cielo en una nube, y viéronlos subir sus enemigos. En aquella hora se produjo un gran terremoto, y vino al suelo la décima parte de la ciudad, y perecieron en el terremoto hasta siete mil seres humanos, y los restantes quedaron llenos de espanto y dieron gloria a Dios y al cielo. El segundo ¡ay! ha pasado; he aquí que llega el tercer ¡ay!”
-Como ves, hijo mío, lo mismo que ocurriera con Jesús, así ocurrirá con los dos testigos. Después de este cambio y de estos hechos serán muy pocos los años que quedarán para la gran evacuación de los señalados en el corazón y en la frente.
-Pero, ¿cuántos serán los salvados y cuántos los años que nos falten?...Debo prepararme.
-En verdad te digo, hijo mío, que quien busque salvar su cuerpo lo perderá para siempre. Quien construya refugios será sepultado por su propia construcción, quien guarde para comer en exceso, en exceso pasará hambre y privaciones. Sed vosotros como los pájaros del campo. Buscad el Sol de cada día y sed limpios de corazón en hábitos y costumbres, pues seréis guiados y llevados hacia los lugares precisos cuando sea el momento. No aprendáis a almacenar sino a vivir con lo necesario, haciendo que los hábitos inadecuados desaparezcan de vuestra vida. Escrito está: "Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido y el mar no existía ya".
(Si efectivamente el Apocalipsis tiene razón, el vidente Juan el Evangelista no vio a la Humanidad salvada y redimida sobre la Tierra sino sobre otro planeta).
Marco vio y vivió cuanto aquí se ha narrado, y aún más que guarda celosamente en su corazón y que a las almas puras revelará a su tiempo. El de ayer y el de hoy son el mismo, pero en tiempos y espacios diferentes. Los mismos personajes siguen activos con sus astronaves dispuestas para seguir en la revelación de la eterna sabiduría. Sólo quienes han alcanzado la vista al espíritu tendrán la confirmación de su presencia y su consuelo, mientras que quienes hayan vivido la presa de los delirios materiales, en la Tierra y con el barro, en polvo se convertirán.
Aquel día en Palestina sobrevolaba una nube, una nube metálica y brillante, vista por pastores y labriegos. En dicha nube, como en el caso de Jonás, viajaba Marco que de nuevo se vio depositado en la pradera vecina a su casa. Sólo habían pasado unos minutos de tiempo, aunque él vivió hechos y acontecimientos que duraron más de dos mil años. ¿Cómo fue posible?...
Creer cuanto aquí está escrito está en función de la aprobación interna de cada uno, pues sólo quien sabe dirá con el corazón: "¡Sí!", mientras que otro pensará que he contado uno de mis mejores cuentos. ¡Adiós, Marco! Muchas gracias. Espero que vuelvas a visitarme.
Y se me presentó de nuevo el templo de cristal donde viera a las jerarquías que todo lo gobiernan. Comprobé que con la muerte de los dos testigos se consumió el pez depositado en el ara romboidal, y que con el apagamiento solar se consumió el pan que también estaba allí. Siempre que arriba ocurre algo, abajo repercute. Es la vieja ley traída por el gran Hermes que así lo notificó a cuantos lo rodeaban.
Y vi después salir al más joven de los 33 que tenía el Sol en el pecho y que con fuerza y decisión irrumpió desde el final de su fila y puso un cántaro con agua en el ara sagrada -Era Acuario- para que todos los reunidos -24 Ancianos, 4 Vivientes, 72 Príncipes del Mundo, 33 Señores de la Luz- y la gran multitud que rodeaba el templo en número de 144000 personas, vieran el cántaro luminoso que a modo de nuevo Grial iluminaría los misterios de otros 2160 años donde sería desterrada la muerte, la violencia y el desamor.
Y se apagó la visión y se cerraron los paneles que tantas cosas le habían mostrado. El Maestro anciano desapareció como había venido y nuestro Marco retornó a la soledad curiosa de la enorme sala del "carro de fuego"."
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