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viernes, 19 de febrero de 2010

LA HISTORIA COMO EJEMPLO, EL EJEMPLO COMO HISTORIA. -1-

Contribución a la gramática y a la poética de textos narrativos.

Las reflexiones siguientes parten del hecho de que:

1) los textos son fijaciones de acciones verbales;

2) las acciones verbales comparten con todas las otras acciones el seguir esquemas codificados e institucionalizados (géneros);

3) esos esquemas pueden actualizarse en acciones verbales fictivas, es decir, independientes de toda meta pragmática.

Por tanto, hay que distinguir el "mundo del discurso" del "mundo del relato". La manera en que se constituyen los textos narrativos depende de la utilización que de ellos quiera hacerse y, por ende, de su situación en el contexto verbal o extralingüístico que los rodea. Esto crea una gran diversidad. Sin embargo, la clase de los textos narrativos está separada sin confusión posible de la de los textos sistemáticos por el esquema en que se basan todos los textos narrativos. A. C. Danto lo define en su Analytical Philosophy of History. (1968):

(1) x es F en t1

(2) a x le ocurre H en t2

(3) en t3, x es G.


Esta fórmula define la estructura elemental del relato. El sujeto x de la historia recibe en el instante t1 el predicado F y en el instante t3 el predicado G. F y G designan oposiciones; la historia H sirve de intermediaria entre los estados (1) y (5) en la evolución temporal t2. (l) y (3) constituyen el explanandum de la historia; (2) constituye su explanans. En ese sentido, el veni, vidi, vici de César ejemplifica una historia mínima que no se podría reducir. Entre el momento t1 de veni y el t3 de vici se halla un vidi que designa la evolución temporal t2 y que logra su particular efecto, precisamente porque, mediante una fanfarronada ingeniosa, reduce el decurso temporal a cero.

La historia es definida por Danto como la reproducción de un proceso que rompe un estado de equilibrio y que, por una serie de cambios, alcanza un nuevo estado opuesto al primero. Pero Danto no da lugar a ningún malentendido sobre el hecho de que no es el objeto el que condiciona la forma de su organización sino más bien la propia forma [1] de organización la que, por sí misma, constituye al objeto como tal. Lo que la forma comprende son oposiciones y su ligazón mutua. Es necesario comprender aquí la diferencia, inherente a la lengua misma, entre sistemas y proceso. Como sistema, la lengua está determinada, según Hjelmslev, por la correlación "o... o", mientras que como proceso los está por la relación "y... y". La diferencia fundamental, que separa la lengua como proceso de la lengua como sistema, las dimensiones sintagmática y paradigmática, se manifiesta una segunda vez en el plano de los textos, en la dimensión de la lengua como proceso, bajo la forma de la diferencia entre textos sistemáticos y textos narrativos. El modo del relato se ajusta al "y... y"; sus oposiciones definen en sucesión la distancia recorrida por la historia. El esquema narrativo permite desarrollar en forma sintagmática oposiciones paradigmáticas, "ponerlas en juego" dándoles cuerpo. En este dominio desempeña un papel particular una categoría de oposiciones cuyo sentido direccional está determinado. Por ejemplo, las oposiciones vida-muerte, joven-viejo, sin experiencia-experimentado, son oposiciones cuya relación consecutiva está prefijada, A estas oposiciones propiamente narrativas se ligan todas las otras.

Una historia no se determina sólo a partir de su esquema narrativo sino también y a la vez, a partir de la actualización de éste en diferentes niveles textuales. La historia sólo se constituye por el modo particular de actualización del esquema narrativo. Describir esa actualización como una acción verbal y volverla a su “contexto": he aquí la tarea de la pragmática y la poética textual. Si se quisiera producir una historia a partir del esquema narrativo de Danto, habría que recorrer una serie de transformaciones que no podemos especificar aquí. Se podría designar la etapa siguiente la disposición de la historia. En ella, el esquema narrativo está subordinado a una constelación temática. El camino de la disposición de la historia a la historia misma es el de la constitución propiamente dicha de la historia.
Podríamos compararlo con los diferentes "estados" de un estereotipo.
Un ejemplo permitirá captar de inmediato la conexión pragmática entre la disposición de la historia y la historia misma. Existe toda una colección de disposiciones de historias que poseen una determinación pragmática: la de los artículos del código penal. De cada frase inicial de un artículo del código penal se pueden deducir historias [2]  o más bien mitades de historias no saturadas. También podemos decir, en sentido inverso, que hay historias que se pueden reducir a esas frases iniciales. Pero en ese caso la historia no está aún saturada; todavía le falta una conclusión. La frase terminal indica el fin de la historia, tal cual, está determinada por el contexto pragmático dado. La historia recién está terminada cuando está: terminado lo que el artículo expresa en su última frase; su oposición constitutiva es la del delito y la pena. t1 y t3, delito y pena, son nombrados por el artículo; lo que se encuentra entre ambos, el decurso temporal t2, es supuesto implícitamente por el propio artículo: es el juicio. Es fácil de ver que, en tales condiciones, ante un tribunal deben poder observarse dos modos de relatos diferentes (diegesis o narratio en la retórica antigua): el relato del acusado se esforzará por impedir el nacimiento de una historia; el acusador, en cambio, tendrá como meta ordenar los "hechos" en una historia: en una de esas historias que, partiendo, de la frase inicial de un parágrafo, constituyen tan solo la mitad de una historia cuya otra mitad aún falta. Este, sentido de la palabra "historia" lo encontramos en expresiones como "no tengo nada que ver con esa historia", "no hagas historias", etc.

Cuando pasamos del artículo del código penal a la historia que de él depende, pasamos de hecho del dominio de los textos sistemáticos al de los textos narrativos. Se podría contar esa historia de manera que contuviera solamente los rasgos distintivos que la sitúan en esta categoría. Pero en el dominio narrativo jurídico se narra tanto menos de esa manera cuanto "más importante" sea el caso. Por lo común queda un resto narrativo que asume una función pragmática distinta: reconstruya los índices de verosimilitud volviendo a los pequeños detalles que garantizan su realidad.

Se puede suponer que será justamente el dominio limítrofe entre textos sistemáticos y textos narrativos el que puede elucidar la constitución de las "historias" como textos. Las reflexiones más explícitas sobre esa zona de transición se notan sin duda en las Reflexiones sobre la fábula de Lessing. La fábula y el ejemplo son formas narrativas mínimas que derivan de textos sistemáticos mínimos, sentencias, máximas, "principios morales". Paso a paso, Lessing muestra cómo, a partir de un texto sistemático, se puede producir un texto [3] narrativo que tenga a aquel por objeto.

“El más débil es la presa escogida por el más fuerte. He aquí un principio general que evoca en mí una serie de cosas de las que una es siempre más fuerte que la otra, y. que, por consiguiente, pueden destruirse unas a otras siguiendo la jerarquía de sus fuerzas respectivas. ¡Una serie de cosas! ¿A quién le gustarla manejar, durante mucho tiempo la árida noción de cosa sin pensar en tal o cual cosa particular cuyas cualidades se le presenten en una imagen precisa? Por eso voy a reemplazar esa serie de cosas indeterminadas por una serie de cosas determinadas, reales. Podría buscar en la historia una serie de Estados o de reyes; pero ¿cuántas personas están tan versadas en historia para poder recordar las relaciones de fuerza y potencia que existieron entre los Estados o reyes que yo nombraría? Habría vuelto comprensible mi principio sólo a unos pocos; y lo que quisiera es volverlo lo más accesible posible. Pienso entonces en los animales; y ¿no tengo acaso derecho a elegir una serie de animales, sobre todo si son animales muy conocidos? Un urogallo, una marta, un zorro, un lobo. Conocemos esos animales; basta nombrarlos para saber de inmediato cuál es el más fuerte y el más débil. Mi principio se ha vuelto éste: la marta devora al urogallo, el zorro devora a la marta, el lobo devora al zorro. ¿Devora? Quizás no. Aún no me resulta lo suficientemente seguro. Entonces digo: devoró. Y observad: ¡mi principio se ha convertido en fábula!"

Lo que determina esta transformación de lo general en particular es el factor efecto. Este debe producir un principio moral tangible, es decir, concreto. La totalidad de un principio moral es así transformado globalmente en totalidad de una acción. Lessing: "llamo acción una serie de cambios que, tomados en conjunto, forman un todo. Esta unidad del conjunto se basa en el acuerdo de todas las partes con relación a un fin. El fin de la fábula, el motivo de su invención, es el principio moral”. El fin, es decir, la conexión pragmática, determina la constitución del texto narrativo, es decir, la manera en que se toma y se actualiza el esquema narrativo.

El concepto de "unidad del conjunto" definido por Lessing tiene consecuencias en el tiempo gramatical que utiliza en su descripción. El todo de la "acción" que se organiza en la sucesión temporal no puede [4] devenir un todo más que en la perspectiva de una visión de conjunto. Pero esto significa que la historia debe pertenecer al pasado: solo si la historia aparece como historia pasada puede aparecer formando un todo. El pretérito es aquí, como en todos los textos narrativos, el tiempo de la finalización de la acción, es decir, de su pasado. El pretérito como tiempo gramatical remite siempre a ese conjunto acabado que lo encierra. En eso se distingue del presente, y en que posee, como “signo textual" (metafórico) una cualidad particular: la de señalar la condición, de posibilidad de un "todo" que se desarrolla a través del tiempo.

Ejemplo (el exemplum retórico) y fábula se parecen en cuanto a que constituyen una totalidad narrativa que remite a una totalidad sistemática. A decir verdad, se distinguen por la manera de hacerlo, que sitúa la fábula en la linde del texto sistemático. Para Lessing, quien toma distancia crítica de Aristóteles, la “verosimilitud, interna”, que no se ve influida por la facticidad del caso real, da ventaja a las fábulas sobre los ejemplos históricos en cuanto a la fuerza de convicción. El concepto de "verosimilitud -interna" lessingniano no es particularmente feliz. Enmascara la falta de verosimilitud programática de la fábula y, por ende, lo que la separa realmente del ejemplo. En efecto, esta falta de verosimilitud de la fábula tiene una función particular: es el signo de la intención alegórica constitutiva del género. En la fábula, lo general aparece bajo la forma de lo particular; en el ejemplo, aparece en el seno de lo particular. En un caso, lo general es representado; en el otro, es implicado. Sí distinguimos entre implicaciones "ciegas" e implicaciones “tematizadas”, las implicaciones tematizadas en el ejemplo son precisamente aquellas a partir de las cuales se constituye el todo del principio moral que las funda. Lo que el ejemplo implica es el principio moral. Donde se explicita, su medio, es la historia. El ejemplo es, al mismo tiempo, una forma de expansión y una de reducción: expansión con relación a la sentencia que 1o funda; reducción con relación a una historia de lasque se corta y se aísla aquella que le hace falta a la acción verbal del ejemplo para concretarse. Sin embargo, no podrían caber dudas acerca de la dirección según la cual el texto se constituye. La regla de unidad del todo, que se desgaja del todo más vasto de una historia, volviéndose autónomo, debe buscarse en el "fin" del ejemplo, [5] es decir, en el principio moral.

Por su estatuto principal, el ejemplo, de todas maneras, designa, no tanto tipos morales como relaciones morales. En el desarrollo narrativo del ejemplo aparecen más bien las relaciones entre el bien y el mal, entre la inteligencia y la ingenuidad, entre la potencia y la impotencia, o las de la ilusión y desilusión. El ejemplo se constituye a partir de tres factores: situación, decisión, desenlace de la situación. Esta tripartición se define a partir de la conexión pragmática en la que se debe ubicar el ejemplo. Conforme a su verdadero destino retórico, el ejemplo entra en juego en una situación pragmática aún abierta y que exige una decisión. La situación pragmática y la situación final del ejemplo son isomorfas. En la medida en que la situación dada y el ejemplo están ligadas por un isomorfismo, se puede concebir el desenlace del ejemplo anticipando el desenlace de la situación correspondiente. El ejemplo muestra las consecuencias inevitables de tal o cual decisión tomada en una situación dada. En ese isomorfismo reside la fuerza de convicción del ejemplo, que nos compromete a cumplir una acción o a renunciar a ella. Sin embargo, decir que el ejemplo puede concebirse como anticipación del desenlace de una situación que le es isomorfa pero que permanece abierta, implica postulados más profundos, anclados en la comprensión misma de la historia de la cual proviene el ejemplo. Las ideas que Aristóteles desarrolló en la retórica acerca de la diferencia entre fábula y ejemplo son un precioso ejemplo:

“Las fábulas convienen a la arenga y tienen la ventaja de que si resulta difícil encontrar hechos realmente ocurridas que sean todos similares, resulta en cambio más fácil imaginar fábulas; no hay que inventarlas, como las parábolas más que si se tiene la facultad de ver las analogías, tarea que la filosofía facilita. Argumentar por fábulas es más accesible, pero argumentar por hechos históricos es más útil para la deliberación; pues casi siempre el futuro se parece al pasado.

Los acontecimientos históricos, por su naturaleza misma, no son únicos; se repiten. Se podría decir también, a la inversa: en el sentido aristotélico del término es histórico no lo que es único, sino lo que se repite. Así, el ejemplo nombra un conjunto formado por la situación y al desenlace de la situación que, por su retorno constante, posee una significación general. Quintiliano piensa ante todo en el [6] en el caso jurídico y en el valor demostrativo que puede tener para aquél un ejemplo juiciosamente elegido, por lo cual, igual que Aristóteles, recomienda que el orador tenga preparado el mayor número posible de ejemplos. El ejemplo posee -al menos en apariencia- la autoridad superior que da una imparcialidad libre de todo prejuicio. Esta autoridad ya no es la de la historia repetida sin cesar, sino la de la historia pasada. Lo pasado, al estar presente, puede pretender imponerse con la fuerza de un ejemplo. Pero en ambos casos, tanto en Quintiliano como en Aristóteles, la historia aparece en una perspectiva peculiar, para la cual Cicerón opone una fórmula cuyo alcance llega a nuestros días: historia magistra vitae. Esta fórmula remite a una relación entre la historia y la filosofía moral que más allá de cada doctrina particular, constituye el marco en el interior del cual el ejemplo encuentra su lugar, en tanto que "forma simple" (A. Jolless). Incluso, la historia se constituye desde un punto de vista filosófico-moral. Aparece como separada del continuum histórico y contiene su sentido en sí misma. Es un macro-ejemplo.

Los criterios que presiden la traducción del acontecimiento en historia son los de la filosofía moral, los cuales se imprimen en el conjunto memorable de una historia. Lo que se cumple cuando se traduce un acontecimiento en historia se repite cuando se traduce la historia en ejemplos salvo el hecho de que aquí el sustrato filosófico-moral es inducido a concentrarse de nuevo. El ejemple, en su carácter de unidad narrativa mínima, se relaciona con la unidad sistemática mínima del principio filosófico-moral entrando en cierta manera en un vínculo lo más estrecho posible con éste. Solum quod facit ad rem est narrandum: esta es una de las reglas dadas por Humbert de Romance para los ejemplos. La "res" es aquí el principio moral.

Podríamos llamar "paradigmática", en el sentido, de la lingüística moderna, la manera en que la antigüedad practicó la historia tal como la encontramos en la base de la “forma simple” del ejemplo. Cuando la historia como tal se vuelve objetiva, lo hace subsumida a determinadas clases del sistema moral...Las historias pueden adquirir significación ejemplar sólo en la medida en que se ubiquen en el sistema moral y representen uno de sus elementos, y solo bajo esa condición pueden pretender sustraerse al continuum del simple decurso [7] histórico o de la historia como macro-ejemplo, e integrarse a un nuevo contexto: al de la convergencia paradigmática de historias con relación a su ubicación en el interior del sistema moral. El carácter prioritario de esa orientación implica necesariamente el borrado de la diferencia “entre mitología, leyenda y poesía, por usa parte, e historia verdadera, por el otro” (Friedrich). Lo que es transmitido por una tradición constante y múltiple se asimila al desarrollo histórico. El deseo de dominar sistemáticamente el exceso siempre creciente de hechos memorables, la recolección jamás saturada de elementos transmitidos por la tradición y su clasificación paradigmática bajo la forma de un sistema filosófico-moral no cesan de crecer durante la Edad Media y el Renacimiento, hasta convertirse en una suerte de obsesión… “Todo ocurre como si la historia, diseminada y deshilachada en una infinidad de tipos, se reintrodujera en la fuerza original de su materialidad sin límites, lo cual se manifiesta también, por ejemplo, en las enciclopedias de los siglos XII y XIII, donde las normas y los tipos ya no logran dominar el material de la historia y la experiencia” (Friedrich).

De todas maneras, el ejemplo cambia de carácter al pasar a la Edad Media cristiana. En la medida en que ahora se lo concibe como figura y entre en una tipología de las figuras que fija el marco de todas las figuras, adquiere una legitimidad doble, a la vez paradigmática y sintagmática. Así como la historia es a la vez magistra vitae en la historia de la Redención, el ejemplo se refiere al mismo tiempo a su clasificación paradigmática en el contexto del sistema filosófico-moral y, en tanto que figura, a la Redención que se anuncia y se va cumpliendo.

R. Koselleck relacionó la desaparición del ejemplo a partir de fines del siglo XVIII con una modificación de la concepción de la historia, la cual ya no podía fundarse en la experiencia de la historia como magistra vitae. Podríamos llamar “sintagmático” este recurrir al contínunm del desarrollo histórico; operado por esa nueva concepción de la historia. Al suprimir su relación con el sistema filosófico-moral, la historia abandona el horizonte paradigmático por el sintagmático, el de una ligazón infinita cuyos enmarañamientos sin fin pueden ser indefinidamente develados pero jamás se pueden conocer [8] definitivamente. Tan sólo ahora la historia aparece como la quintaesencia de todas las "historias” posibles cuyos elementos conciernan al dominio de los hechos. En Voltaire, estas dos orientaciones posibles todavía coexisten en el hecho histórico. La historia se cuenta, por una parte, en el marco sintagmático de la historia universal; por la otra, en el marco paradigmático de una colección de ejemplos que ilustran aquello que la bajeza humana tiene siempre de idéntico.

Mientras la historia como ejemplo es puesta en relación con un sistema filosófico-moral, el esquema narrativo aparece en cierta medida como "determinado desde fuera”. Pero esa determinación externa no es un caso particular de los textos narrativos. Las relaciones que existen entre un “caso” y un parágrafo del código penal, entre un ejemplo y un principio moral, no constituyen una excepción. Solo atestiguan particular nitidez aquello que se encuentra más o menos en primer plano en la determinación de cualquier historia. Toda historia se caracteriza por un desequilibrio específico en la expansión narrativa, que proviene a su vez de la conexión, pragmática, siempre diferente, que compete a la historia. Así como es en el ejemplo donde la captación paradigmática de la historia más se acerca al dominio de los textos sistemáticos, la historia busca en el horizonte sintagmático, un medio para volver mínima la “determinación externa”. Se esfuerza por describir las cosas como “ocurrieron realmente”. Pero en definitiva, lejos de superar la “determinación externa”, jamás logra sino producir la ilusión de tal superación. Es exactamente lo que Roland Barthes llama la pretensión del discurso histórico a la realidad, pretensión por la cual se encubre una ideología confesable. Todo discurso histórico supone un interés que se debe teorizar.


Extr. de Stierle, Karlheins: “L’Histoire comme Exemple, l’Exemple comme Histoire”, en Poétique, 10, 1972.

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