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martes, 23 de febrero de 2010

LUDWIG WITTGENSTEIN -Parte 1. 171 a 200.

171.     Hubiera podido expresar con palabras, de diversas maneras acertadas, mi vivencia al leer una palabra. Así podría decir que lo escrito me inspira el sonido.  —  Pero también que letra y sonido forman una unidad  —  una especie de aleación. (Hay una fusión semejante, por ejemplo, entre los rostros de hombres famosos y el sonido de sus nombres. Nos parece que ese nombre es la única expresión correcta para ese rostro). Cuando siento esa unidad, podría decir: veo, u oigo, el sonido en la palabra escrita.  — 
Pero prueba ahora a leer un par de oraciones impresas como lo haces ordinariamente cuando no piensas en el concepto de leer; y pregúntate si has tenido al leer esas vivencias de unidad, de influjo, etc.  —  ¡No digas que las has tenido inconscientemente! ¡No nos dejemos tampoco seducir por la figura que sugiere que esos fenómenos se revelan 'inspeccionando más de cerca'! Si debo describir el aspecto que un objeto tiene de lejos, no hago la descripción más exacta diciendo lo que se advierte inspeccionándolo más de cerca.
172.     ¡Pensemos en la vivencia de ser guiado! Preguntémonos: ¿En qué consiste esta vivencia cuando, por ejemplo, es guiado nuestro camino?  —  Imagínate estos casos:

Estás en un estadio con los ojos vendados y eres conducido de la mano por alguien, ya a la izquierda, ya a la derecha; tienes que estar siempre a la espera del tirón de su mano y que prestar también atención a no tropezar por un tirón inesperado.
O también: alguien te guía de la mano a la fuerza adonde no quieres ir.
O: eres guiado en el baile por tu pareja; te haces tan receptivo como es posible a fin de adivinar su intención y seguir la más ligera presión.
O: alguien te guía para dar un paseo; vais conversando; dondequiera que va él, vas también tú.
O: caminas a lo largo de un sendero, te dejas llevar por él.
Todas estas situaciones son semejantes entre sí: ¿pero qué es lo común a todas las vivencias?
173.    «¡Pero ser guiado es seguramente una vivencia particular!»  —  La respuesta a esto es: Piensas ahora en una vivencia particular de ser guiado.
Si quiero figurarme la vivencia del que en uno de los ejemplos anteriores es guiado al escribir por el texto impreso y la tabla, me imagino el consultar 'a conciencia', etc. Asumo al hacerlo una particular expresión facial (por ejemplo, la de un contable concienzudo). En esta figura es muy esencial el cuidado; en otra lo sería la exclusión de toda volición propia. (Pero imagínate que alguna cosa que el hombre corriente hace con signos de falta de atención va acompañada de la expresión —  ¿y por qué no de los sentimientos?  —   de cuidado.  —  ¿Es él ahora cuidadoso? Imagínate quizás al criado dejando caer al suelo la bandeja del té con todo lo que hay en ella con los signos externos de cuidado). Si me figuro esa vivencia particular, me parece como la vivencia de ser guiado (o de leer). Pero ahora me pregunto: ¿Qué haces?  —  Miras cada signo, pones esta cara, escribes las letras con deliberación (etc.).  —  ¿Es ésta, pues, la vivencia de ser guiado?  —  Ahí querría decir: «No, no es ésa; es algo más interior, más esencial.»  —  Es como si primeramente todos estos procesos más o menos inesenciales estuvieran revestidos de una atmósfera particular que se disipa cuando los miro de cerca.
174.     Pregúntate cómo trazas 'con deliberación' una línea paralela a una línea dada —  y otra vez, con deliberación, una oblicua a ella. ¿Cuál es la vivencia de deliberación? Aquí se te ocurre al instante una mirada, un gesto particular —  y entonces quisieras decir: «y es justamente una particular vivencia interior. (Con lo que, naturalmente, no has dicho nada más).
(Hay ahí una conexión con la pregunta por la esencia de la intención, de la voluntad).
175. Haz un garabato arbitrario sobre el papel. Y ahora cópialo al lado, déjate guiar por él. Quisiera decir: «¡Seguro! Ahora me he dejado guiar. ¿Pero qué cosa característica ha sucedido al hacerlo?. Si digo lo que ha sucedido, ya no lo encuentro característico.»
Pero ahora advierte esto: Mientras me dejo guiar, todo es muy simple, no advierto nada especial; pero después, cuando me pregunto qué ha sucedido entonces, parece que ha sido algo indescriptible. Después ninguna descripción me satisface. No puedo, por así decirlo, creer que haya meramente mirado, puesto esa cara y trazado la raya.  —  ¿Pero es que me acuerdo de algo más? No; y, sin embargo, me parece que tendría que haber habido algo más; y en particular cuando me digo las palabras «guiar», "influjo» y similares. «Pues seguro que he sido guiado», me digo.  —  Sólo entonces surge la idea de ese influjo etéreo, intangible.
176.     Tengo, cuando pienso ulteriormente en la vivencia, el sentimiento de que lo esencial en ella es una Vivencia de un influjo', de una conexión —  en contraposición a cualquier mera simultaneidad de fenómenos: Pero al mismo tiempo no quisiera llamar «vivencia del influjo» a ningún fenómeno experimentado. (Aquí se contiene la idea: la voluntad no es un fenómeno). Quisiera decir que he experimentado el 'por que'; y sin embargo no quiero llamar «vivencia del porque» a ningún fenómeno.
177. Quisiera decir: «Experimento el porque». Pero no porque me acuerde de esa vivencia, sino porque, al reflexionar sobre lo que experimento en un caso así, lo contemplo a través del medio del concepto 'porque' (o 'influjo', o 'causa' o 'conexión').  —  Pues ciertamente es correcto decir que he trazado esta línea bajo el influjo de la original; pero esto no consiste simplemente en lo que siento al trazar la línea —  sino, bajo ciertas circunstancias, en trazarla, por ejemplo, paralela a la otra; aunque tampoco esto a su vez es en general esencial del ser guiado.  — 
178. Decimos también: «Ves por cierto que me dejo guiar por él» —  ¿y qué es lo que ve quien ve esto?
Cuando me digo a mí mismo: «pero yo soy guiado» —  hago quizá un movimiento con la mano que expresa el guiar. —  Haz un movimiento así con la mano, como si estuvieras encaminando a alguien, y pregúntate entonces en qué consistía el carácter de guía de este movimiento. Pues no habías por cierto guiado a nadie aquí. Y sin embargo quisieras llamar al movimiento un movimiento de 'guiar'. Así pues, en este movimiento, y sensación, no se contenía la esencia del guiar y sin embargo te impelía a usar ese nombre. Es sólo una forma fenoménica del guiar la que nos impone esa expresión.
179. Regresemos a nuestro caso (151). Está claro: no diríamos que ? tiene derecho a decir las palabras «Ahora sé seguir» porque se le ha ocurrido la fórmula —  a no ser que la experiencia enseñase que existe una conexión entre la ocurrencia —  emisión, inscripción  —   de la fórmula y la continuación efectiva de la serie. Y es patente que existe una tal conexión.  —  Y ahora pudiera pensarse que la oración «Puedo continuar» dice tanto como: «Tengo una vivencia que la experiencia enseña que lleva a continuar la serie.» ¿Pero quiere decir esto ? cuando dice que puede continuar? ¿Le viene a las mientes esa oración al hacerlo, o está dispuesto a darla como explicación de lo que quiso decir?
No. Las palabras «Ahora sé seguir» fueron aplicadas correctamente cuando se le ocurrió la fórmula: esto es, bajo ciertas circunstancias. Por ejemplo, cuando aprendió álgebra, ya había utilizado antes tales fórmulas.  —  Pero no quiere esto decir que ese enunciado sea sólo una abreviatura de la descripción de las circunstancias completas que forman el escenario de nuestro juego de lenguaje.  —  Piensa en cómo aprendemos a usar las expresiones «ahora sé seguir», «ahora puedo continuar», etc.; en qué familia de juegos de lenguaje aprendemos su uso.
Podemos imaginarnos también el caso en el que nada sucediese en la mente de ? excepto el que dijera de repente «Ahora sé seguir» —  acaso con un sentimiento de alivio; y que ahora continuase la serie efectivamente sin utilizar la fórmula. Y también en este caso diríamos —  bajo ciertas circunstancias  —   que él sabía seguir.
180. Así se usan estas palabras. Sería en este último caso, por ejemplo, enteramente descaminado llamar a las palabras una «descripción de un estado mental».  —  Más bien se las podría llamar una «señal»; y juzgar si fue correctamente aplicada por lo que él hizo a continuación.
181. Para entender esto, tenemos también que considerar lo siguiente: Supongamos que ? dice que sabe seguir  —  pero cuando quiere continuar se atasca y no puede: ¿Debemos entonces decir que él había dicho injustamente que podía continuar, o por el contrario: que él había podido continuar entonces, sólo que no puede ahora?  —  Es claro que diríamos diferentes cosas en diferentes casos. (Considera ambos tipos de casos).
182. La gramática de «ajustar», «poder» y «entender».Ejercicios: 1) ¿Cuándo se dice que un cilindro C ajusta en un cilindro hueco H? ¿Sólo mientras C está metido en H? 2) Se dice a veces: C ha dejado de ajustar en H en tal y cual momento. En un caso así, ¿qué criterios se emplean para decir qué ha sucedido en ese momento? 3) ¿Cuáles se considera que son los criterios para decir que un cuerpo ha alterado su peso en un momento determinado, si en ese momento no estaba sobre la balanza? 4) Ayer sabía el poema de memoria; hoy ya no lo sé. ¿En qué caso tiene sentido la pregunta:
«Cuándo he dejado de saberlo de memoria»? 5) Alguien me pregunta: «¿Puedes levantar este peso?» Respondo «Sí». Ahora dice él «¡Hazlo!» —  y no puedo. ¿Bajo qué tipo de circunstancias se admitiría la justificación: «Cuando respondí 'Sí' podía, sólo que ahora no puedo»?
Los criterios que admitimos para 'ajustar', 'poder', 'entender' son más complicados de lo que pudiera parecer a primera vista. Es decir, el juego con estas palabras, su empleo en el tráfico lingüístico cuyo medio son, es más intrincado —  el papel de estas palabras en nuestro lenguaje es mis diferente  —   de lo que estamos tentados a creer.
(Este papel es el que tenemos que entender para resolver paradojas filosóficas. Y por eso usualmente no basta para ello una definición; y mucho menos basta hacer constar que una palabra es 'indefinible').
 183. ¿Y qué —  la oración «Ahora puedo continuar» quería decir en el caso (151) lo mismo que «Ahora se me ha ocurrido la fórmula», o algo diferente? Podemos decir que esta oración, bajo estas circunstancias, tiene el mismo sentido (rinde lo mismo) que aquélla. Pero también que, en general, estas dos oraciones no tienen el mismo sentido. Decimos también: «Ahora puedo continuar, quiero decir, conozco la fórmula»; como decimos: «Puedo andar, o sea, tengo tiempo»; pero también: «Puedo nadar, o sea, ya estoy bastante fuerte»; o: «Puedo andar, por lo que hace al estado de mis piernas», a saber, cuando contrastamos esta condición del andar con otras condiciones. Pero hemos aquí de guardarnos de creer que hay, correspondiente a la naturaleza del caso, una totalidad de condiciones (por ejemplo, para que alguien ande) de modo que, por así decirlo, no podría sino andar si todas se cumpliesen.
184. Quiero acordarme de una melodía y no me viene; de repente digo «¡Ahora la sé!» y la canto. ¿Cómo fue que la supe repentinamente? ¡Seguro que no pudo ocurrírseme entera en ese momento!  —  Quizá digas: «Es un sentimiento particular, como si estuviera ahí» —  ¿pero está ahí? ¿Qué pasa si ahora comienzo a cantarla y quedo atascado?     —  ¿Y no podía sin embargo estar seguro en aquel momento de que la sabía? Así que después de todo estaba ahí en algún sentido  —  ¿Pero en qué sentido? Dices bien que la melodía está ahí si, pongamos, la canta entera o la escucha interiormente desde el principio hasta el fin. Naturalmente, no niego que pueda dársele un sentido enteramente distinto al enunciado de que la melodía está ahí —  por ejemplo, que yo tenga un papel en el que esté escrita.  —  ¿Y en qué consiste el que él esté 'seguro' de que la sabe? Puede, naturalmente, decirse: Si alguien dice con convicción que ahora sabe la melodía, entonces está entera (de algún modo) en su mente en ese instante  —  y ésta es una explicación de las palabras: «la melodía está entera en su mente».
185. Volvamos ahora a nuestro ejemplo (143). El alumno domina ahora —  juzgado por los criterios ordinarios  —   la serie de los números naturales. Le enseñamos ahora también a anotar otras series de números cardinales y hacemos que él, por ejemplo, a una orden de la forma «+n» anote series de la forma

O, n, 2n, 3n,

etc.; así a la orden « + 1» anota la serie de los números cardinales.  —  Supongamos que hemos hecho nuestros ejercicios y pruebas al azar de su comprensión en el terreno numérico hasta 1000.
Hacemos ahora que el alumno continúe una serie (pongamos « + 2») por encima de 1000 —  y él escribe: 1000, 1004, 1008, 1012.
Le decimos: «¡Mira lo que has hecho!»  —  Él no nos entiende. Decimos: «Debías sumar dos; ¡mira cómo has empezado la serie!»  —  Él responde: «¡Sí! ¿No es correcta? Pensé que debía hacerlo así.»  —  O supón que dijese, señalando la serie: «¡Pero si he proseguido del mismo modo!»  —  De nada nos serviría decir «¿Pero es que no ves...?» —  y repetirle las viejas explicaciones y ejemplos.  —  Pudiéramos decir quizá en tal caso: Esta persona entiende por naturaleza esa orden, con nuestras explicaciones, como nosotros entenderíamos la orden: «Suma siempre 2 hasta 1000, 4 hasta 2000, 6 hasta 3000, etc.».
Este caso sería semejante al de una persona que por naturaleza reaccionase a un gesto demostrativo de la mano mirando en la dirección que va de la punta del dedo a la muñeca en vez de en dirección a la punta del dedo.
186.     «Lo que dices viene a ser, pues, que se necesita una nueva intelección —  intuición  —   para acatar correctamente la orden « + n» en cada nivel.»  —  ¡Para acatar correctamente!¿Cómo se decide cuál es el paso correcto en un punto determinado?  —  «El paso correcto es el que concuerda con la orden —  tal como fue significada.»  —  Así en el momento en que diste la orden '+2' significabas que él tenía que escribir 1.002 después de 1.000 —  ¿y significabas también entonces que él tenía que escribir 1.868 después de 1.866 y 100.036 después de 100.034, etc. —  un número infinito de tales proposiciones?  —  «No; yo significaba que él tenía que escribir el sucesor del sucesor tras cada número que escribiera; y de esto se sigue el lugar de todas esas proposiciones.»  —  Pero ésa es precisamente la cuestión, qué se sigue, en cualquier lugar, de esa proposición. O también —  qué debemos llamar, en cualquier lugar, «concordancia» con esa proposición (y también con la intención significativa que has dado entonces a la proposición —  sea lo que fuere en lo que haya podido consistir). Más correcto que decir que se necesita una intuición en cada punto, sería casi decir: se necesita una nueva decisión en cada punto.
187. «¡Pero yo ya sabía entonces, cuando di la orden, que él debía escribir 1.002 después de 1.000!»  —  Ciertamente; y hasta puedes decir que lo significabas entonces; sólo que no debes dejarte desorientar por la gramática delias palabras «saber» y «significar». Pues no pretendes haber pensado entonces en el paso de 1.000 a 1.002 —  y aunque pensases en ese paso, no pensaste sin embargo en otros. Tu«Yo ya sabía entonces...» quiere acaso decir: «Si se me hubiese preguntado entonces qué número debe él escribir después de 1.000, habría respondido '1.002'». Y eso no lo dudo. Es éste un supuesto más bien del tipo de este otro: «Si él hubiese caído entonces en el agua, yo habría saltado tras él».  —  ¿En dónde reside lo erróneo de tu idea?
   188. Aquí quisiera decir ante todo: Tu idea era que este significar la orden ya ha dado a su modo todos esos pasos: tu mente echó, en cierta manera, a volar al significar y dio todos los pasos antes de que llegaras corporalmente a éste o aquél.
Estabas, pues, inclinado a expresiones como: «Los pasos ya han sido realmente dados; incluso antes de que los diese por escrito, oralmente o en el pensamiento.» Y parecía como si estuviesen de una manera singular predeterminados, anticipados —  como sólo el significar puede anticipar la realidad.
189. «¿Pero no están los pasos determinados, pues, por la fórmula algebraica?»  —  La pregunta contiene un error.
Empleamos la expresión: «los pasos están determinados por la fórmula...». ¿Cómo se emplea?  —  Podemos quizás decir que los seres humanos son llevados por su educación (adiestramiento) a emplear la fórmula y = x2 de manera que todos calculen siempre el mismo número para y cuando sustituyen el mismo número por x. ? podemos decir: «Estos seres humanos están adiestrados de manera que todos den siempre el mismo paso a la orden '+3' en el mismo nivel.» Podríamos expresar esto así: «La orden '+3' determina completamente para estos seres humanos cada paso de un número al siguiente.» (En contraste con otros seres humanos que no saben qué tienen que hacer al recibir esa orden; o que ciertamente reaccionan a ella con completa seguridad, pero cada uno de modo diferente).
Podemos por otro lado contrastar entre sí diferentes géneros de fórmulas y sus diferentes géneros de empleo apropiados (diferentes géneros de adiestramiento). Llamamos entonces a fórmulas de un determinado género (y con el apropiado modo de empleo) «fórmulas que determinan un número y para uno dado x», y a fórmulas de otro género «las que no determinan el número y para uno dado x». (y = x2 Sería del primer género, y ? x2 del segundo). La proposición «La fórmula... determina un número y» es entonces un enunciado sobre la forma de la fórmula —  y ahora hay que distinguir una proposición como ésta: «La fórmula que he anotado determina y» o «Aquí hay una fórmula que determina y» —  de una proposición del género: «La fórmula y = x2 determina el número y para un x dado». La pregunta «¿Hay ahí una fórmula que determina y?» quiere decir entonces lo mismo que: «¿Hay ahí una fórmula de este género o de aquel género?» —  pero lo que debemos hacer con la pregunta «¿Es y = x2 una fórmula que determina y para un x dado?» no está claro sin más. Podría dirigirse acaso esta pregunta a un alumno para comprobar si entiende el empleo de la palabra «determinar»; o podría ser un problema de matemáticas demostrar en un sistema determinado que x sólo tiene un cuadrado.
190.  Puede ahora decirse: «El modo en que se significa la fórmula determina qué pasos hay que dar.» ¿Cuál es el criterio del modo en que se significa la fórmula? Tal vez el modo y manera en que la usamos continuamente, en que senos enseñó a usarla.
Le decimos, por ejemplo, a alguien que usa un signo que nos es desconocido: «Si con 'x!2' significas x2, entonces obtienes este valor para y, si con ello significas 2x, aquél». Pregúntate ahora: ¿Cómo se significa con «x!2» lo uno o lo otro?
Así es como el significar puede determinar de antemano los pasos.
191. «Es como si pudiéramos captar de golpe el empleo total de la palabra».  —  ¿Como qué por ejemplo?  —  ¿Es que no se puede —  en cierto sentido  —   captar de golpe? ¿Y en qué sentido no puedes hacerlo?  —  Es precisamente como si pudiéramos 'captarlo de golpe' en un sentido aún más directo.  —  ¿Pero tienes un modelo para esto? No. Es sólo que senos brinda esta forma de expresión como el resultado de diferentes figuras que se cruzan.
192. No tienes modelo ninguno de este hecho superlativo, pero eres seducido a usar una super-expresión. (Podría llamársela un superlativo filosófico).
193. La máquina como símbolo de su modo de operar: La máquina —  pudiera yo decir primeramente  —   parece tener ya en sí su modo de operar. ¿Qué quiere decir esto?  —  Al conocer la máquina, todo lo restante, es decir, los movimientos, parece estar ya totalmente determinado.
Hablamos como si estas partes sólo pudieran moverse así, como si no pudieran hacer otra cosa. ¿Cómo es esto —  olvidamos, pues, la posibilidad de que se tuerzan, rompan, fundan, etc.? Sí; no pensamos en absoluto en esto en muchos casos. Usamos una máquina, o la figura de una máquina, como símbolo de un determinado modo de operar. Le transmitimos a alguien, por ejemplo, esta figura y suponemos que él derivará de ella los fenómenos del movimiento de las partes. (Igual que podemos transmitirle a alguien un número diciéndole que es el vigésimo quinto de la serie 1, 4, 9, 16,..).
«La máquina parece tener ya en sí su modo de operar»quiere decir: nos sentimos inclinados a comparar los futuros movimientos de la máquina en su determinación con objetos que están ya en un cajón y son entonces sacados por nosotros. Pero no hablamos así cuando se trata de predecir el comportamiento efectivo de una máquina. Ahí no olvidamos, generalmente, la posibilidad de deformación de las partes, etc.— Pero lo hacemos cuando nos asombramos de cómo podemos emplear la máquina como símbolo de una forma de movimiento —  puesto que también puede moverse de modo totalmente distinto.
Podríamos decir que la máquina, o su figura, es el comienzo de una serie de figuras que hemos aprendido a derivar de esa figura.
Pero cuando reflexionamos sobre el hecho de que la máquina también habría podido moverse de modo distinto, puede entonces parecer como si su modo de moverse debiera, en la máquina como símbolo, estar contenido de manera aún más determinada que en la máquina efectiva. Como si no fuera suficiente que éstos fueran los movimientos empíricamente predeterminados, sino que debieran en realidad —  en un sentido misterioso  —   estar ya presentes. Y es bien cieno: el movimiento de la máquina en cuanto símbolo está predeterminado en un sentido diferente que el de cualquier máquina efectiva dada.
194. ¿Cuándo se piensa, pues: la máquina tiene ya en sí Sus movimientos posibles de algún modo misterioso?  —  Bien, cuando se filosofa. ¿Y qué nos induce a pensar eso? El modo en que hablamos de máquinas. Decimos, por ejemplo, que la máquina tiene (posee) estas posibilidades de movimiento; hablamos de la máquina idealmente rígida que sólo podría moverse de tal y cual manera.  —  ¿Qué es esa posibilidad de movimiento? No es el movimiento, pero no parece ser tampoco la mera condición física del movimiento —  el que, pongamos, entre cojinete y clavija haya margen de espacio, que la clavija no ajuste muy estrechamente en el cojinete. Pues ésta es por cierto la condición empírica del movimiento, pero podría imaginarse también la cosa de otro modo. La posibilidad de movimiento debe ser más bien como una sombra del movimiento mismo. ¿Pero conoces una sombra tal? Y por sombra entiendo no alguna figura del movimiento  —  pues esa figura no tendría que ser la figura de ese movimiento precisamente. (¡Mira qué altas van aquí las olas del lenguaje!)
Las olas se calman tan pronto como nos preguntamos: ¿Cómo usamos la frase «posibilidad de movimiento» cuando hablamos de una máquina?. ¿Pero de dónde vienen entonces las ideas extrañas? Bueno, te mostré la posibilidad de movimiento tal vez mediante una figura del movimiento: 'así que la posibilidad es algo semejante a la realidad'. Decimos:«no se mueve aún, pero tiene ya la posibilidad de moverse»
— 'así que la posibilidad es algo muy próximo a la realidad'.
Podemos por cierto dudar si tal o cual condición física hace posible este movimiento, pero nunca discutimos si ésta es la posibilidad de este o de aquel movimiento: 'así que la posibilidad de movimiento está con el movimiento mismo en una relación singular; más estrecha que la de la figura con su objeto'; pues puede dudarse si ésta es la figura de este o aquel objeto. Decimos «La experiencia enseñará si esto da a la clavija esta posibilidad de movimiento», pero no decimos «La experiencia enseñará si eso es la posibilidad de movimiento»; 'así que no es un hecho empírico el que esta posibilidad sea la posibilidad de este movimiento precisamente'.
Prestamos atención a nuestros propios modos de expresión concernientes a estas cosas, pero no los entendemos, sino que los malinterpretamos. Somos, cuando filosofamos, como salvajes, hombres primitivos, que oyen los modos de expresión de hombres civilizados, los mal interpretan y luego extraen las más extrañas conclusiones de su interpretación.
195. «Pero no quiero decir que lo que hago ahora (al captar un sentido) determine causal y empíricamente el empleo futuro, sino que, de una extraña manera, este mismo empleo está, en algún sentido, presente.»  —  ¡Pero lo está 'en algún sentido'! Realmente en lo que dices sólo es incorrecta la expresión «de una extraña manera». Lo restante es correcto; y la oración sólo parece extraña cuando nos imaginamos para ella un juego de lenguaje distinto de aquel en que la empleamos efectivamente. (Alguien me dijo que de niño se había asombrado de que el sastre pudiese coser un vestido' —  pensaba él que eso quería decir que un vestido era producido por mero cosido, cosiendo hilo a hilo).
196. El empleo incomprendido de la palabra se interpreta como expresión de un proceso extraño. (Como se piensa en el tiempo como un medio extraño, en el alma como una sustancia extraña).
197. «Es como si pudiéramos captar de golpe el empleo total de la palabra.»  —  Decimos, por cierto, que lo hacemos. Es decir, describimos a veces lo que hacemos con estas palabras. Pero no hay nada asombroso, nada extraño, en lo que sucede. Se vuelve extraño cuando somos llevados a pensar que el desarrollo futuro tiene que estar ya presente de alguna manera en el acto de captar y sin embargo no está presente.  —  Pues decimos que no hay duda de que entendemos esa palabra y que, por otro lado, su significado reside en su empleo. No hay duda de que ahora quiero jugar al ajedrez; pero el ajedrez es el juego que es en virtud de todas sus reglas (etc.). ¿No sé, pues, a qué quiero jugar hasta que he jugado?, o por el contrario, ¿están contenidas todas las reglasen mi acto de intención? ¿Es la experiencia la que me enseña que de este acto de intención se sigue ordinariamente este, tipo de juego?, ¿no puedo, pues, estar seguro de lo que intento hacer? Y si esto es un sin sentido —  ¿qué clase de conexión super-rígida existe entre el acto de intención y lo intentado? —  ¿Dónde se efectúa la conexión entre el sentido de las palabras «Juguemos una partida de ajedrez!» y, todas las reglas del juego?  —  Bueno, en el catálogo de reglas del juego, en la instrucción ajedrecística, en la práctica cotidiana del juego.
198. «¿Pero cómo puede una regla enseñarme lo que tengo que hacer en este lugar? Cualquier cosa que haga es, según alguna interpretación, compatible con la regla.»  —  No, no es eso lo que debe decirse. Sino esto: Toda interpretación pende, juntamente con lo interpretado, en el aire; no puede servirle de apoyo. Las interpretaciones solas no determinan el significado.
«Así pues, ¿cualquier cosa que yo haga es compatible con la regla?»  —  Permítaseme preguntar esto: ¿Qué tiene que ver la expresión de la regla —  el indicador de caminos, por ejemplo  —   con mis acciones? ¿Qué clase de conexión existe ahí?  —  Bueno, quizás ésta: he sido adiestrado para una determinada reacción a ese signo y ahora reacciono así.
Pero con ello sólo has indicado una conexión causal, sólo has explicado cómo se produjo el que ahora nos guiemos por el indicador de caminos; no en qué consiste realmente ese seguir-el-signo. No; he indicado también que alguien se guía por un indicador de caminos solamente en la medida en que haya un uso estable, una costumbre.
199.     ¿Es lo que llamamos «seguir una regla» algo que pudiera hacer sólo un hombre sólo una vez en la vida?  —  Y ésta es naturalmente una anotación sobre la gramática de la expresión «seguir una regla».
No puede haber sólo una única vez en que un hombre siga una regla. No puede haber sólo una única vez en que se haga un informe, se dé una orden, o se la entienda, etc.  —  Seguir una regla, hacer un informe, dar una orden, jugar una partida de ajedrez son costumbres (usos, instituciones).
Entender una oración significa entender un lenguaje. Entender un lenguaje significa dominar una técnica.
200.     Es, naturalmente, imaginable que en una tribu que no conoce el juego dos personas se sienten ante un tablero de ajedrez y ejecuten los movimientos de una partida de ajedrez; e incluso con todos los fenómenos mentales concomitantes. Y si nosotros lo viésemos, diríamos que juegan al ajedrez. Pero imagínate ahora una partida de ajedrez traducida mediante ciertas reglas en una serie de acciones que no estamos habituados a asociar con un juego —  digamos una preferencia de gritos y patadas con los pies. Y ellos dos deben ahora, en vez de jugar a la forma de ajedrez que nos es familiar, gritar y dar patadas; y justamente de modo que ese proceso pueda traducirse mediante reglas apropiadas en una partida de ajedrez. ¿Estaríamos aún entonces inclinados a decir que juegan un juego; y con qué derecho podría decirse?

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