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martes, 23 de febrero de 2010

LUDWIG WITTGENSTEIN -Parte 1. 401 a 450.

401. Interpretas la nueva concepción como el ver un nuevo objeto. Interpretas un movimiento gramatical que has hecho como un fenómeno cuasi-físico que has observado.(Piensa, por ejemplo, en la pregunta: «¿Son los datos sensoriales la materia prima del universo?»)
Pero mi expresión no es inobjetable: La de que has hecho un movimiento 'gramatical'. Ante todo has encontrado una nueva concepción. Es como si hubieras inventado una nueva forma de pintar; o también un nuevo metro, o un nuevo tipo de canto.  — 
402.    «Es cierto que digo 'Ahora tengo tal o cual imagen',pero la palabra 'tengo' es sólo un signo para el otro; la descripción de la imagen representa completamente el mundo de la imaginación.»  —  Quieres decir: el «Tengo» es como un «¡Atención ahora!». Te inclinas a decir que en realidad habría que expresarlo de otra forma. Sencillamente haciendo una señal con la mano y dando entonces la descripción.  —  Cuando uno no está de acuerdo, como es aquí el caso, con las expresiones de nuestro lenguaje corriente (que, por otro lado, cumplen su tarea adecuadamente), es porque tenemos una figura en la cabeza que está en conflicto con la del modo de expresión corriente. Mientras que estamos tentados a decir que nuestro modo de expresión no describe los hechos como son realmente. Como si (por ejemplo) la proposición «Él siente dolor» pudiera ser falsa por otras razones aparte de que esa persona no siente dolor. Como si la forma de expresión dijera algo falso, aun cuando la proposición, a falta de algo mejor, afirmara algo correcto.
Pues así es como aparecen las polémicas entre idealistas, solipsistas y realistas. Los unos atacan la forma normal de expresión, como si atacaran una aserción; los otros la defienden, como si constataran hechos que cualquier persona razonable admite.
403.    Si yo reservara la palabra «dolor» exclusivamente para lo que hasta ahora he llamado «mi dolor» y para lo que los demás han llamado «el dolor de L. W.», no se haría ninguna injusticia a los demás, siempre y cuando se proveyera una notación por la que se pudiera sustituir de alguna forma la eliminación de la palabra «dolor» en otras conexiones. En tal caso, los demás seguirían siendo compadecidos, tratados por el médico, etc. Naturalmente, tampoco sería una objeción a esta forma de expresión decir: «Pero los demás tienen de hecho lo mismo que tú tienes».
¿Pero qué ganaría yo con esta nueva forma de representación? Nada. ¡Pero el solipsista tampoco quiere obtener ninguna ventaja práctica al defender su concepción!
404.    «Cuando digo 'siento dolor', no señalo alguna persona que siente ese dolor, puesto que en cierto sentido no sé en absoluto quién lo siente.» Y esto se puede justificar. Pues sobre todo: De hecho, yo no dije que tal o cual persona siente dolor, sino «siento...». Bien, con ello no nombro a ninguna persona. Como tampoco lo hago cuando me quejo de dolor. Aunque el otro infiere por los quejidos quién siente dolor.
¿Qué significa saber quién siente dolor? Significa, por ejemplo, saber qué persona dentro de esta habitación es la que siente dolor: o sea, ese que está sentado ahí, o aquel que está de pie en el rincón, el alto de cabellos rubios, etc. —  ¿Qué pretendo decir con eso? Pues que hay criterios muy diversos de 'identidad' de las personas.
Ahora bien, ¿cuál es el que me lleva a decir que 'yo' siento dolor? Ninguno.
405. «Pero, en cualquier caso, cuando dices 'siento dolor', quieres dirigir la atención del otro a una persona determinada.»  —  La respuesta podría ser: no; sólo la quiero dirigir hacia mí.  — 
406. «No obstante, con la frase 'Siento...' quieres distinguir entre tú y el otro.»  —  ¿No se puede decir esto en todos los casos? ¿Incluso si me limito a emitir quejidos? E incluso si 'quiero distinguir' entre yo y el otro —  ¿quiero con ello distinguir entre las personas L. W. y ?. ?.?
407.  Uno podría imaginarse que alguien se quejara: «Alguien siente dolor —  ¡no sé quién!»  —  por lo que acudiríamos en auxilio del que se está quejando.
408. «¡Pero no dudas de si eres tú o el otro quien siente dolor!»  —  La proposición «No sé si soy yo o el otro quien siente dolor» sería un producto lógico, y uno de sus factores sería: «No sé si siento dolor o no» —  y ésta no es una proposición con sentido.
409. Imagínate que varias personas están reunidas en círculo, entre ellas yo también. A uno cualquiera de nosotros, a veces a éste, a veces a aquél, se le conecta con los polos de una máquina eléctrica, sin que lo podamos ver. Observo los rostros de los demás y trato de reconocer cuál de nosotros es el que está siendo electrizado en este momento.  —  De repente digo: «Ahora sé quién lo está siendo; a saber, yo mismo». En este sentido, también podría decir:«Ahora sé quién siente las descargas; a saber, yo». Éste sería un modo de expresión algo extraño.  —  Pero si supongo aquí que también puedo sentir las descargas cuando se electriza a los demás, entonces el modo de expresión «Ahora sé quién...» resulta totalmente inadecuado. No pertenece a este juego.
410. «Yo» no nombra a ninguna persona, «aquí» ningún lugar, «esto» no es ningún nombre. Pero están conectados con nombres. Los nombres se explican a través de ellos. También es cierto que la física se caracteriza por no emplear estas palabras.
411. Reflexiona: Cómo se pueden aplicar estas preguntas, y cómo se deciden:

«¿Son estos libros mis libros?»
«¿Es este pie mi pie?»
«¿Es este cuerpo mi cuerpo?»
«¿Es esta sensación mi sensación?»

Cada una de estas preguntas tiene aplicaciones prácticas (no-filosóficas).
Con respecto a 2): Piensa en casos en que mi pie esté anestesiado o paralizado. Bajo ciertas circunstancias, la cuestión podría decidirse constatando si siento dolor en ese pie.
Con respecto a 3): Se podría señalar una figura en un espejo. Bajo ciertas circunstancias, uno podría tocar un cuerpo y plantear ¡a pregunta. En otras circunstancias, significa lo mismo que: «¿Es así como se ve mi cuerpo?»
Con respecto a 4): ¿Cuál es esta sensación? Es decir: ¿cómo se usa aquí el pronombre demostrativo? ¡Ciertamente de otro modo que en el primer ejemplo! Los extravíos surgen aquí nuevamente del hecho de que uno se imagina que está señalando una sensación al dirigir su atención hacia ella.
412. El sentimiento de la insuperabilidad del abismo entre la conciencia y los procesos en el cerebro: ¿cómo es que esto no juega ningún papel en las consideraciones de la vida corriente? La idea de esta diferencia de categoría va acompañada de un ligero mareo —  que aparece cuando llevamos acabo prestidigitaciones lógicas. (El mismo mareo nos sobreviene ante ciertos teoremas de la teoría de conjuntos.)¿Cuándo aparece, en nuestro caso, este sentimiento? Pues cuando, por ejemplo, dirijo mi atención de determinado modo a mi conciencia y me digo asombrado: ¡Se supone que ESTO ha de ser producido por un proceso cerebral! —  como si yo me agarrara la frente.  —  ¿Pero qué puede significar «dirigir mi atención a la conciencia»? ¡No hay nada más peculiar
que el hecho de que exista algo así! Lo que he denominado así (pues esta frase de hecho no se usa en la vida corriente) es un acto de mirar. Miré rígidamente ante mí —  pero no a algún punto u objeto determinado. Mis ojos estaban muy abiertos, mis cejas no fruncidas (como suelen estar cuando me interesa un objeto determinado). Ningún interés de este tipo precedió al mirar. Mi mirada era 'vacant'N.T. 4 o parecida a la de una persona que admira la iluminación del cielo y sorbe la luz.
Piensa ahora que en la proposición que expresé como paradoja (¡se supone que ESTO ha de ser producido por un proceso cerebral!) no había nada paradójico. Yo la podría haber expresado en el curso de un experimento, cuyo propósito era mostrar que el efecto luminoso que veo se produce al estimular cierta parte del cerebro.  —  Pero no expresé la proposición en un contexto en el que hubiera tenido un sentido cotidiano y no-paradójico. Y mi atención no era del tipo que hubiera sido apropiado al experimento. (Mi mirada habría sido 'intent'N.T. 5 y no 'vacant'.)
413. Aquí tenemos un caso de introspección; no es disímil al que indujo a William James a la idea de que el 'yo' consiste principalmente en 'peculiar motions in the head and between the head and throat'.N.T. 6 Y lo que mostró la introspección de James no fue el significado de la palabra «yo» (en la medida en que ella significa algo parecido a «persona»,«ser humano», «él mismo», «yo mismo»), ni tampoco un análisis de un ser tal, sino el estado de atención de un filósofo que se dice a sí mismo la palabra «yo» y quiere analizar su significado. (Y de ahí podrían aprenderse muchas cosas.)
414. Tú piensas que estás tejiendo una tela: porque estás sentado frente a un telar —  aunque vacío  —   y haces los movimientos de tejer.
415. Lo que proporcionamos son en realidad observaciones sobre la historia natural del hombre; pero no curiosidades, sino constataciones de las que nadie ha dudado, y que sólo se escapan a nuestra noticia porque están constantemente ante nuestros ojos.
416. «Los seres humanos concuerdan en decir que: ven, oyen, sienten, etc. (aunque algunos sean ciegos y otros sordos). O sea que atestiguan de sí mismos que tienen conciencia.»  —  ¡Pero qué curioso! ¿Con quién me comunico yo realmente cuando digo «Tengo conciencia»? ¿Cuál es el propósito de decirme esto a mí mismo y cómo puede entenderme el otro?  —  Ahora bien, oraciones como «Veo», «Oigo», «Estoy consciente» tienen realmente su uso. Al médico le digo: «Ahora vuelvo a oír con este oído»; a quien me cree desmayado le digo: «Recobré la conciencia», etc.
417. Entonces, ¿me observo a mí mismo y percibo que veo o que estoy consciente? ¡Y para qué hablar siquiera de observación! ¿Por qué no decir simplemente «Percibo que estoy consciente»?  —  ¿Pero para qué la palabra «Percibo»?  —  ¿Por qué no decir «Estoy consciente»?  —  ¿Pero acá sonó muestra la palabra «Percibo» que estoy atento a mi conciencia? —  lo cual normalmente no es el caso.  —  Si es así, entonces la oración «Percibo que...» no dice que estoy consciente, sino que mi atención está dispuesta de tal o cual manera.
¿Pero acaso no es una experiencia determinada la que me induce a decir «Recobré la conciencia»?  —  ¿Qué experiencia? ¿En qué situación lo decimos?
418.    ¿Es el hecho de que tengo conciencia un hecho de experiencia?  — 
¿Pero no se dice del hombre que tiene conciencia; y en cambio, del árbol o de la piedra que no tienen?  —  ¿Cómo sería si fuera de otro modo?  —  ¿Estarían los seres humanos inconscientes?  —  No; no en el sentido corriente de la palabra.
Pero yo, por ejemplo, no tendría conciencia —  tal como ahora de hecho tengo.
419. ¿Bajo qué circunstancias diré que una tribu tiene un cacique? Y el cacique debe tener ciertamente conciencia. ¡Nova a estar sin conciencia!
420. ¿Pero acaso no puedo imaginarme que los hombres a mi alrededor son autómatas, no tienen ninguna conciencia, aun cuando su modo de actuar sea el mismo de siempre?  —  Cuando me lo imagino ahora —  solo en mi habitación  —  , veo que la gente hace sus cosas con una mirada fija(como en un trance) —  la idea es quizás un poco siniestra. Pero ahora trata de mantener esta idea en el contacto corriente con la gente, por ejemplo, en la calle. Dite por ejemplo: «Esos niños ahí son meros autómatas; toda su vitalidad es meramente automática». Y o bien estas palabras no te dirán nada, o bien producirán en ti una especie de sentimiento siniestro, o algo parecido.
Ver a una persona viva como autómata es análogo a ver una forma cualquiera como caso límite o variación de otra, por ejemplo, la cruz de una ventana como esvástica.
421. Nos parece paradójico que, en un mismo informe, mezclemos en una especie de revoltijo los estados del cuerpo y los de la conciencia: «Sufría grandes tormentos y se agitaba constantemente». Esto es muy corriente; ¿por qué nos parece paradójico? Porque queremos decir que la proposición trata de lo aprehensible y de lo inaprehensible.  —  ¿Pero tienes algo que objetar cuando digo: «Estos tres soportes le dan firmeza a la construcción»? ¿Son tres y construcción algo aprehensible? —  ¡Mira la proposición como un instrumento, y su sentido como su empleo!  — 
422. ¿En qué creo cuando creo que el hombre tiene un alma? ¿En qué creo cuando creo que esta sustancia contiene dos anillos de átomos de carbono? En ambos casos hay una figura en el primer plano, pero el sentido se halla muy atrás en el trasfondo; es decir, no es fácil ver sinópticamente la aplicación de la figura.
423. Ciertamente, en ti ocurren todas estas cosas.  —  Y ahora deja que yo entienda la expresión que usamos.  —  La figura está ahí. Y no niego su validez en el caso particular.  —  Pero ahora quiero entender además la aplicación de la figura.
424. La figura está ahí; y no niego su corrección. ¿Pero cuál es su aplicación? Piensa en la figura de la ceguera como una oscuridad en el alma o en la cabeza del ciego.
425. Mientras que en innumerables casos nos esforzamos por encontrar una figura, y una vez encontrada, su aplicación resulta por así decir inmediata, en este caso tenemos ya una figura que se nos impone a cada paso —  pero que no nos saca de la dificultad, que más bien empieza en este punto.
Si pregunto, por ejemplo: «¿Cómo debo imaginarme que funciona este mecanismo en esta caja?» —  puede servir como respuesta, por ejemplo, un dibujo a escala reducida. Me pueden decir entonces: «¿Ves? Así está metido»; o quizá también: «¿De qué te asombras? Así como lo ves aquí, así también funciona allí».  —  Esto último, naturalmente, ya no explica nada, sino que me invita a hacer la aplicación de la figura que se me ha proporcionado.
426.     Evocamos una figura que parece determinar el sentido unívocamente. El uso real parece algo impuro por comparación al que nos indica la figura. Nuevamente ocurre aquí lo mismo que en la teoría de conjuntos: el modo de expresión parece haber sido tallado para un dios que sabe lo que nosotros no podemos saber; él ve todas las series infinitas y penetra en la conciencia del hombre. Para nosotros, naturalmente, estas formas de expresión son como un adorno, que ciertamente colocamos, pero con el que no podemos hacer gran cosa, dado que carecemos del poder real que le daría sentido y propósito a esa vestimenta.
En cierto modo, en el empleo real de las expresiones damos rodeos, pasamos por callejones laterales; mientras que vemos ante nosotros la avenida recta, pero sin que la podamos utilizar, porque está permanentemente cerrada.
427. «Mientras le hablaba, yo no sabía qué ocurría dentro de su cabeza.» En tal caso no se piensa en procesos cerebrales, sino en procesos del pensamiento. Hay que tomar en serio esta figura. Quisiéramos realmente mirar dentro de esa cabeza. Y, sin embargo, sólo queremos decir lo que también podemos decir con las palabras: quisiéramos saber lo que piensa. Quiero decir: tenemos la figura vivida  —  y aquel uso que parece contradecir la figura y que expresa lo psíquico.
428. «El pensamiento, ese ser extraño» —  pero no nos parece extraño cuando pensamos. El pensamiento no nos parece misterioso mientras pensamos, sino sólo cuando decimos retrospectivamente: «¿Cómo fue posible eso?» ¿Cómo fue posible que el pensamiento mismo tratara de este objeto? Nos parece como si con él hubiéramos apresado la realidad.
429. La concordancia, la armonía entre pensamiento y realidad consiste en que cuando digo falsamente que algo es rojo, a pesar de ello no es rojo. Y que cuando le quiero explicar a alguien la palabra «rojo» en la proposición «Esto no es rojo», señalo a este fin algo rojo.
430. «Coloca un metro junto a ese cuerpo; él no dice que el cuerpo tiene tal o cual longitud. Más bien está en sí mismo —  quisiera yo decir  —   muerto, y no logra nada de lo que logra el pensamiento.»  —  Es como si nos hubiéramos imaginado que lo esencial en una persona viva es la forma externa, y luego hubiésemos producido un bloque de madera con esa forma y viéramos con vergüenza el bloque muerto, que ciertamente no se parece en nada a un ser vivo.
431. «Entre la orden y la ejecución hay un abismo. Éste tiene que ser superado mediante la comprensión.»
«Sólo ante la comprensión se dice que tenemos que hacer ESO. La orden  —  eso no son sino sonidos, manchas de tinta.  —  »
432. Todo signo parece por sí solo muerto. ¿Qué es lo que le da vida?  —  Vive en el uso. ¿Contiene ahí el hálito vital?  —  ¿O es el uso su hálito?
433. Cuando damos una orden, puede parecer que lo que la orden desea en último término, tiene que permanecer inexpresado, pues siempre queda un abismo entre la orden y su ejecución. Deseo, por ejemplo, que alguien haga un determinado movimiento, que levante el brazo. Para que quede perfectamente claro, le muestro el movimiento requerido. Esta figura parece unívoca; pero ya no ante la pregunta:¿cómo sabe él que tiene que hacer ese movimiento?  —  ¿Cómo sabe él cuál es la manera en que debe usar los signos, cualesquiera que sean los que yo le haga?  —  Entonces puedo intentar completar la orden mediante otros signos, haciéndole señales al otro, gestos para animarlo, etc. Aquí parece como si la orden empezara a balbucear.
Como si el signo tratara de producir en nosotros una comprensión con medios inseguros.  —  Pero cuando lo comprendemos por fin, ¿con qué signo lo hacemos?
434. El gesto intenta retratar —  nos gustaría decir  —  ,pero no lo puede hacer.
435. Si preguntamos «¿Cómo consigue la oración representar?» —  la respuesta podría ser: «¿Acaso no lo sabes?
Sin duda lo ves cuando la usas.» Pues no hay nada oculto.
¿Cómo lo consigue la oración?  —  ¿Acaso no lo sabes? Pues no hay nada escondido.
Pero a la respuesta «Sin duda sabes cómo lo consigue la oración, no hay nada oculto», uno quisiera replicar: «Sí, pero todo fluye tan rápido, y quisiera verlo expuesto con más detalle».
436.     Aquí es fácil entrar en uno de esos callejones sin salida del filosofar, en los que uno cree que la dificultad dela tarea radica en que debemos describir fenómenos difícilmente aprehensibles, la experiencia presente que se escurre rápidamente o algo parecido. En los que el lenguaje corriente nos parece demasiado crudo, y parece como si nos enfrentáramos, no a los fenómenos de los que habla la vida cotidiana, sino «con los que se desvanecen fácilmente, los que, con su aparecer y desaparecer, producen aproximadamente a los primeros».
(Agustín: Manifestissima et usitatissima sunt, et eadem rusus nimis latent, et nova est inventio eorum.)
437.    El deseo parece saber ya lo que lo satisfará o satisfaría; la proposición, el pensamiento, lo que lo hace verdadero, ¡aunque no esté ahí en absoluto! ¿De dónde proviene este determinar lo que aún no está ahí? ¿Esta exigencia despótica?(«La dureza del deber ser lógico.»)
438.    «El plan es, en cuanto plan, algo insatisfecho.»(Como el deseo, la expectativa, la suposición, etc.)
Y con ello quiero decir: la expectativa está insatisfecha, porque es expectativa de algo; la creencia, la opinión está insatisfecha, porque es la opinión de que algo es el caso, algo real, algo fuera del proceso del opinar.
439. ¿En qué medida se puede calificar al deseo, la expectativa, la creencia, etc., de «insatisfechos»? ¿Cuál es nuestro prototipo de insatisfacción? ¿Es un espacio vacío? ¿Y se diría de uno tal que está insatisfecho? ¿Acaso no sería esto también una metáfora?  —  ¿Acaso no es un sentimiento lo que llamamos insatisfacción —  por ejemplo, el hambre?
En un determinado sistema de expresión podemos describir un objeto mediante las palabras «satisfecho» e «insatisfecho». Si convenimos, por ejemplo, en llamar a un cilindro hueco «cilindro insatisfecho» y al cilindro macizo que lo completa «su satisfacción».
440. Decir «Tengo ganas de comer una manzana» no significa: Creo que una manzana acallará mi sentimiento de insatisfacción. Esta proposición no es una manifestación del deseo, sino de la insatisfacción.
441. Por la naturaleza y por un determinado adiestramiento, o educación, estamos predispuestos a proferir manifestaciones de deseo bajo ciertas circunstancias. (Una 'circunstancia' de éstas naturalmente no es el deseo.) La pregunta de si sé lo que deseo antes de que haya satisfecho mi deseo, no puede surgir en este juego. Y que un suceso acalle mi deseo no significa que satisfaga el deseo. Quizás yo no estaría satisfecho si se satisficiera mi deseo.
Por otro lado, la palabra «desear» también se usa así: «Yo mismo no sé lo que deseo». («Pues los deseos nos encubren a nosotros mismos lo deseado.»)
¿Qué tal si se preguntara: «¿Sé lo que ansío antes de obtenerlo?»? Si he aprendido a hablar, lo sé.
442. Veo que alguien apunta con un arma de fuego y digo: «Espero una detonación». Se oye el disparo.  —  ¿Cómo? ¿Eso es lo que te esperabas? ¿La detonación estaba por tanto ya en tu expectativa de algún modo? ¿O bien es que tu expectativa coincide con lo ocurrido sólo en otro respecto?¿Ese ruido no estaba contenido en tu expectativa y sólo se le añadió como accidente al cumplirse la expectativa?  —  Pero no; si no hubiera ocurrido el ruido, mi expectativa no se habría cumplido; el ruido la cumplió; no se le añadió al cumplimiento como si fuera un segundo huésped que se añade al que yo esperaba.  —  ¿Fue la parte del suceso que no estaba también en la expectativa un accidente, una añadidura del destino?  —  Pero, entonces, ¿qué es lo que no fue añadidura? ¿Se dio acaso algo de ese disparo ya en mi expectativa?  —  ¿Y qué fue añadidura?  —  ¿Acaso no me había esperado el disparo completo?
«La detonación no fue tan fuerte como me la había esperado.»  —  «Así, pues, ¿fue más fuerte en tu expectativa?»
443. «El rojo que te imaginas ciertamente no es lo mismo (la misma cosa) que el que ves ante ti; ¿cómo puedes decir entonces que es lo que te habías imaginado?»  —  Pero,¿acaso no ocurre algo parecido con las proposiciones «Aquí hay una mancha roja» y «Aquí no hay ninguna mancha roja»?En ambas aparece la palabra «roja»; por tanto, esta palabra no puede indicar la presencia de algo rojo.
444. Quizás se tenga la sensación de que en la proposición «Espero que él llegue» nos servimos de las palabras «él llegue» con otro significado que en la aserción «Él llega».N.T. 7 Pero, si esto fuera así, ¿cómo podría yo decir que mi expectativa se ha cumplido? Si yo quisiera explicar ambas palabras,«él» y «llega», por ejemplo, mediante explicaciones ostensivas, entonces las mismas definiciones de estas palabras valdrían para ambas proposiciones.
Ahora bien, uno podría preguntar: ¿Cómo es cuando él llega?  —  Se abre la puerta, alguien entra, etc.  —  ¿Cómo es cuando yo espero que él llegue?  —  Camino de un lado a otro de mi habitación, de vez en cuando miro el reloj, etc.  —  ¡Pero un proceso no tiene la menor semejanza con el otro! ¿Cómo es entonces que se usan las mismas palabras para describir ambos?  —  Pero ahora quizás digo mientras ando de un lado a otro: «Espero que entre».  —  Ahora existe una semejanza. ¡¿Pero de qué clase es?!
445. En el lenguaje se tocan expectativa y cumplimiento.
446. Sería cómico decir:  «Un proceso tiene distinto aspecto cuando ocurre que cuando no ocurre». O bien:«Una mancha roja tiene distinto aspecto cuando está que cuando no está —  pero el lenguaje hace abstracción de esta diferencia, pues habla de una mancha roja, tanto si está como si no está».
447. Tenemos la sensación de que la negación de una proposición, para ser efectivamente tal, en cierto sentido tiene que hacerla primero verdadera.
(La aserción de la proposición negativa contiene la proposición negada, pero no su aserción.)
448. «Si digo que esta noche no he soñado, tengo que saber por dónde debería buscar el sueño; es decir, la proposición 'He soñado', aplicada a la situación efectiva, debe ser falsa, pero no un sin sentido.»  —  ¿Significa esto que has notado algo a pesar de todo, por así decir la insinuación de un sueño, que te hace consciente del lugar en el que habría estado el sueño?
O bien: si digo «No siento ningún dolor en el brazo», ¿significa esto que tengo una sombra de la sensación de dolor, que por así decir indica el lugar en el que podría aparecer el dolor?
¿Hasta qué punto el estado actual de ausencia de dolor contiene la posibilidad de dolor?
Si alguien dice: «Para que la palabra 'dolor' tenga significado, es necesario que se reconozca el dolor como tal cuando aparece» —  a ello se puede responder: «No es más necesario que reconocer la ausencia de dolor».
449.     «¿Pero acaso no debo saber cómo sería si yo sintiera dolor?»  —  No podemos dejar de pensar que la utilización de una oración consiste en que uno se imagine algo con cada palabra.
No nos damos cuenta de que calculamos, operamos con las palabras, las transferimos con el tiempo a esta o aquella figura.  —  Es como si se creyera que, por ejemplo, una petición escrita de una vaca, que alguien me entregara, debiera ir siempre acompañada de la imagen de una vaca para que esa petición no perdiera su sentido.
450. Saber qué apariencia tiene alguien: podérsela imaginar —  pero también: poder imitarla. ¿Hay que imaginársela para poder imitarla? ¿Y no es el imitarla igual de fuerte que el imaginársela?

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