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martes, 23 de febrero de 2010

LUDWIG WITTGENSTEIN -Parte 1. 61 a 90.

61. «Pero con todo no negarás que una determinada orden en (a) dice lo mismo que una en (b); ¿y cómo quieres llamar a la segunda sino una forma analizada de la primera?»— Ciertamente, yo también diría que una orden en (a)tiene el mismo sentido que una en (b); o, como lo he expresado anteriormente: efectúan lo mismo. Y esto quiere decir: Si se me muestra una orden en (a) y se formula la pregunta«¿Qué orden en (b) es idéntica en sentido a ésta?», o también «¿Qué orden en (b) contradice a ésta?», yo daría la respuesta tal y cual. Pero con ello no se ha dicho que nos hemos puesto de acuerdo en general sobre el empleo de la expresión «tener el mismo sentido» o «efectuar lo mismo».Pues se puede preguntar: ¿En qué caso decimos «Estas son sólo dos formas distintas del mismo juego»?
62. Supón quizá que aquel al que le dan las órdenes en(a) y (b) tiene que consultar una tabla, que coordina entre sí nombres y figuras, antes de traer lo demandado. ¿Hace él lo mismo cuando ejecuta una orden en (a) y la correspondiente en (b)?— Sí y no. Puedes decir: «El quid de ambas órdenes es el mismo». Yo diría aquí lo mismo.— Pero no está claro en todos los casos qué debe llamarse el 'quid' de la orden. (Del mismo modo se puede decir de ciertas cosas: su finalidad es ésta o aquélla. Lo esencial es que esto es una lámpara, que sirve para iluminar —  el que adorne la habitación, llene un espacio vacío, etc., no es esencial. Pero no siempre se separan claramente lo esencial y lo inesencial).
63. Pero la expresión según la cual una oración en (b) es una forma 'analizada' de una en (a) nos seduce fácilmente haciéndonos pensar que esa forma es la más fundamental; que sólo ella muestra lo que se significa con la primera, etc. Pensamos quizá: A quien sólo posee la forma inanalizada le falta el análisis; pero quien conoce la forma analizada lo posee todo con ella.— ¿Pero no puedo decir que éste se pierde tanto como aquél un aspecto de la cosa?
64. Imaginémonos que el juego (48) se altera de modo que en él los nombres no designen cuadrados monocromos, sino rectángulos que constan de dos de esos cuadrados. A un tal rectángulo, mitad rojo, mitad verde, llamémoslo «U»; a un rectángulo mitad verde, mitad blanco, llamémoslo «V», etc. ¿No podríamos imaginarnos seres humanos que tuviesen nombres para esas combinaciones de colores, pero no para los colores individuales? Piensa en los casos en los que decimos: «Esta composición de colores (la tricolor francesa, digamos) tiene un carácter enteramente especial.»
¿Hasta qué punto están los signos de este juego de lenguaje necesitados de un análisis? Sí, ¿hasta dónde puede sustituirse este juego por (48)?— Es simplemente otro juego de lenguaje; aunque relacionado con (48).
65.    Aquí topamos con la gran cuestión que yace tras todas estas consideraciones.— Pues podría objetarse ahora:«¡Tú cortas por lo fácil! Hablas de todos los juegos de lenguaje posibles, pero no has dicho en ninguna parte qué es lo esencial de un juego de lenguaje y, por tanto, del lenguaje. Qué es común a todos esos procesos y los convierte en lenguaje, o en partes del lenguaje. Te ahorras, pues, justamente la parte de la investigación que te ha dado en su tiempo los mayores quebraderos de cabeza, a saber, la tocante a la forma general de la proposición y del lenguaje.»
Y eso es verdad.— En vez de indicar algo que sea común a todo lo que llamamos lenguaje, digo que no hay nada en absoluto común a estos fenómenos por lo cual empleamos la misma palabra para todos —  sino que están emparentados entre sí de muchas maneras diferentes. Y a causa de este parentesco, o de estos parentescos, los llamamos a todos «lenguaje». Intentaré aclarar esto.
66.    Considera, por ejemplo, los procesos que llamamos«juegos». Me refiero a juegos de tablero, juegos de cartas, juegos de pelota, juegos de lucha, etc. ¿Qué hay común a todos ellos?— No digas: 'Tiene que haber algo común a ellos o no los llamaríamos 'juegos'» —  sino mira si hay algo común a todos ellos.— Pues si los miras no verás por cierto algo que sea común a todos, sino que verás semejanzas, parentescos y por cierto toda una serie de ellos. Como se ha dicho: ¡no pienses, sino mira! Mira, por ejemplo, los juegos de tablero con sus variados parentescos. Pasa ahora a los juegos de cartas: aquí encuentras muchas correspondencias con la primera clase, pero desaparecen muchos rasgos comunes y se presentan otros. Si ahora pasamos a los juegos de pelota, continúan manteniéndose varias cosas comunes pero muchas se pierden.— ¿Son todos ellos 'entretenidos"! Compara el ajedrez con el tres en raya. ¿O hay siempre un ganar y perder, o una competición entre los jugadores? Piensa en los solitarios. En los juegos de pelota hay ganar y perder; pero cuando un niño lanza la pelota a la pared y la recoge de nuevo, ese rasgo ha desaparecido. Mira qué papel juegan la habilidad y la suerte. Y cuan distinta es la habilidad en el ajedrez y la habilidad en el tenis. Piensa ahora en los juegos de corro: Aquí hay el elemento del entretenimiento, ¡pero cuántos de los otros rasgos característicos han desaparecido! Y podemos recorrer así los muchos otros grupos de juegos. Podemos ver cómo los parecidos surgen y desaparecen.
Y el resultado de este examen reza así: Vemos una complicada red de parecidos que se superponen y entrecruzan. Parecidos a gran escala y de detalle.
67.    No puedo caracterizar mejor esos parecidos que con la expresión «parecidos de familia»; pues es así como se superponen y entrecruzan los diversos parecidos que se dan entre los miembros de una familia: estatura, facciones, color de los ojos, andares, temperamento, etc., etc. —  Y diré: los 'juegos' componen una familia.
Y del mismo modo componen una familia, por ejemplo, los tipos de números. ¿Por qué llamamos a algo «número»? Bueno, quizá porque tiene un parentesco —  directo —  con varias cosas que se han llamado números hasta ahora; y por ello, puede decirse, obtiene un parentesco indirecto con otras que también llamamos así. Y extendemos nuestro concepto de número como cuando al hilar trenzamos una madeja hilo a hilo. Y la robustez de la madeja no reside en que una fibra cualquiera recorra toda su longitud, sino en que se superpongan muchas fibras.
Pero si alguien quisiera decir: «Así pues, hay algo común a todas estas construcciones —  a saber, la disyunción de todas estas propiedades comunes» —  yo le respondería: aquí sólo juegas con las palabras. Del mismo modo se podría decir: hay algo que recorre la madeja entera —  a saber, la superposición continua de estas fibras.
68. «Perfecto; así pues, el concepto de número se explica para ti como la suma lógica de estos conceptos individuales emparentados entre sí: número cardinal, número racional, número real, etc., y del mismo modo el concepto de juego sería la suma lógica de los correspondientes conceptos parciales.»
— No tiene por qué ser así. Pues puedo darle límites rígidos al concepto de 'número' así, esto es, usando la palabra «número» como designación de un concepto rígidamente delimitado, pero también puedo usarla de modo que la extensión del concepto no esté cerrada por un límite. Y así es como empleamos de hecho la palabra «juego». ¿Pues de qué modo está cerrado el concepto de juego? ¿Qué es aún un juego y qué no lo es ya? ¿Puedes indicar el límite? No. Puedes trazar uno: pues no hay aún ninguno trazado. (Pero eso nunca te ha incomodado cuando has aplicado la palabra «juego»).
«Pero entonces no está regulada la aplicación de la palabra; no está regulado el 'juego' que jugamos con ella.»  —  No está en absoluto delimitado por reglas; pero tampoco hay ninguna regla para, por ejemplo, cuan alto se puede lanzar la pelota en el tenis, o cuan fuerte, y no obstante el tenis es un juego y tiene reglas también.
69. ¿Cómo le explicaríamos a alguien qué es un juego? Creo que le describiríamos juegos y podríamos añadir la descripción: «esto, y cosas similares, se llaman 'juegos!». ¿Y acaso sabemos nosotros mismos más? ¿Es 'acaso sólo a los demás a quienes no podemos decir exactamente qué es un juego?— Pero esto no es ignorancia. No conocemos los límites porque no hay ninguno trazado. Como hemos dicho, podemos —  para una finalidad especial —  trazar un límite.¿Hacemos con ello utilizable ahora el concepto? ¡De ningún modo! Excepto para esta finalidad especial. Tan poco como haría utilizable la medida de longitud ´1 paso' quien diese la definición: 1 paso = 75 cm. Y si quieres decir «Pero anteriormente no era una medida de longitud exacta», entonces respondo: perfecto, era una inexacta.— Aunque todavía me debes la definición de exactitud.
70. «Pero si el concepto de 'juego' está de tal modo falto de delimitación, entonces no sabes en realidad lo que quieres decir con 'juego'».  —  Si doy la descripción: «El suelo estaba totalmente cubierto de plantas» —  ¿querrás decir que no sé de qué hablo mientras no pueda dar una definición de planta?
Una explicación de lo que quiero decir sería, digamos, un dibujo y las palabras: «Este aspecto más o menos tenía el suelo». Quizá también yo diga: «tenía exactamente este aspecto».— Así pues, ¿estaban ahí exactamente estas hierbas y hojas, en esas posiciones? No, no se quiere decir eso. Y no admitiría ninguna figura, en este sentido, como la exacta.
71. Puede decirse que el concepto de 'juego' es un concepto de bordes borrosos.— «¿Pero es un concepto borroso en absoluto un concepto?»— ¿Es una fotografía difusa en absoluto una figura de una persona? Sí; ¿puede siempre reemplazarse con ventaja una figura difusa por una nítida? ¿No es a menudo la difusa lo que justamente necesitamos?d
Frege compara el concepto con un área y dice: un área delimitada sin claridad no podría en absoluto llamarse un área. Esto probablemente quiere decir que no podríamos hacer nada con ella.— Pero, ¿carece de sentido decir: «¡Detente aquí aproximadamente!»? Imagínate que yo estuviera con otro en una plaza y dijese eso. Mientras lo hago ni siquiera trazo un límite, sino que quizás hago con la mano un movimiento ostensivo —  como si le mostrase un determinado punto. Y justamente así es como se explica qué es un juego. Se dan ejemplos y se quiere que sean entendidos en un cierto sentido.— Pero con esta expresión no quiero decir: él debe ahora ver en estos ejemplos la cosa común que yo —  por alguna razón —  no pude expresar. Sino: él debe ahora emplear estos ejemplos de determinada manera. La ejemplificación no es aquí un medio indirecto de explicación —  a falta de uno mejor. Pues también cualquier explicación general puede ser malentendida. Así jugamos precisamente el juego. (Me refiero al juego de lenguaje con la palabra «juego»).
72.    Ver lo común. Supón que le enseñase a alguien diferentes figuras multicolores y dijese: «El color que ves en todas ellas se llama Ocre'».— Ésta es una explicación que el otro entenderá cuando busque y vea lo que es común a esas figuras. Él puede entonces fijar la vista en lo común, señalarlo.
Compara con: Le enseño imágenes de diferentes formas, todas pintadas del mismo color, y digo: «Lo que éstas tienen en común entre sí se llama Ocre'».
Y compara con: Le enseño muestras de diferentes tonalidades de azul y digo: «El color que es común a todas lo llamo 'azul'».
73.    Si alguien me explica los nombres de los colores señalando muestras y diciendo «Este color se llama 'azul',este 'verde'...», este caso puede compararse en muchos respectos con ponerme en las manos una tabla en la que estuviesen las palabras bajo las muestras de colores.— Aunque esta comparación puede desorientar de muchas maneras.— Se siente inclinación ahora a extender la comparación: Haber entendido la explicación quiere decir tener en mente un concepto de lo explicado, y éste es una muestra o figura. Si se me enseñan ahora diferentes hojas y se dice «Esto se llama 'hoja'» obtengo un concepto de la forma de una hoja, una figura de ella en la mente.— ¿Pero qué aspecto tiene la figura de una hoja que no muestra ninguna forma determinada sino ?? que es común a todas las formas de hoja'? ¿Qué tonalidad tiene la 'muestra en mi mente' del color verde —  de lo que es común a todas las tonalidades del verde?
«¿Pero no podrían existir esas muestras 'generales'? ¿Una hoja esquemática, pongamos por caso, o una muestra de verde puro?»— ¡Cierto! Pero que ese esquema se entienda como esquema y no como la forma de una hoja determinada, y que una tablilla de verde puro se entienda como muestra de todo lo que es verdoso y no como muestra de verde puro —  eso reside a su vez en el modo de aplicación de las muestras.
Pregúntate: ¿Qué configuración ha de tener la muestra del color verde? ¿Debe ser rectangular?, ¿o sería entonces la muestra de un rectángulo verde?— ¿Debe, pues, ser de forma 'irregular'? ¿Y qué nos impide entonces mirarla —  o sea, emplearla —  sólo como muestra de la forma irregular?
74. Viene a cuento también la idea de que quien mira esta hoja como muestra 'de la forma de hoja en general', ve algo distinto que quien la considera, pongamos, como muestra de esta forma determinada. Ahora bien, pudiera ser así— aunque no es así— , pues sería sólo decir que, como enseña la experiencia, quien ve la hoja de determinada manera la emplea entonces así y asá o conforme a estas y aquellas reglas. Hay naturalmente un ver así y de otro modo; y hay también casos en los que quien ve una muestra así, la empleará en general de esta manera, y quien la ve de otro modo, la empleará de otra manera. Por ejemplo, quien ve el dibujo esquemático de un cubo como forma plana que consta de un cuadrado y dos rombos quizá ejecute la orden«¡Tráeme algo así!» de otro modo que quien ve la figura espacialmente.
75. ¿Qué significa saber qué es un juego? ¿Qué significa saberlo y no poder decirlo? ¿Es este saber equivalente de algún modo a una definición no formulada? ¿De modo que, si se formulara, yo podría reconocerla como la expresión de mi saber? ¿No está mi saber, mi concepto de juego, enteramente expresado en la explicación que pude dar? Esto es, en que yo describo ejemplos de juegos de diversas clases; muestro cómo pueden construirse por analogía con éstos todas las clases posibles de juegos distintos; digo que casi ya no llamaría un juego a esto y aquello; y más cosas por el estilo.
76. Si alguien trazase un límite nítido yo podría no reconocerlo como el que siempre quise trazar también o el que he trazado mentalmente. Pues yo no quise trazar ninguno en absoluto. Se puede, pues, decir: su concepto no es el mismo que el mío, sino uno emparentado con él. Y el parentesco es el de dos figuras, una de las cuales consta de manchas de color difusamente delimitadas y la otra de manchas similarmente conformadas y repartidas, pero nítidamente delimitadas. El parentesco es, pues, tan innegable como la diferencia.
77. Y si llevamos aún más lejos esta comparación, está claro que el grado en el que la figura nítida puede asemejarse a la borrosa depende del grado de borrosidad de la segunda. Pues imagínate que debes bosquejar una figura nítida 'correspondiente' a una borrosa. En ésta hay un rectángulo rojo difuso; tú pones en su lugar uno nítido. Ciertamente se pueden trazar muchos de esos rectángulos nítidos que correspondan a los difusos.— Pero si en el original los colores se entremezclan sin indicio de un límite —  ¿no se convertirá en tarea desesperada trazar una figura nítida que corresponda a la confusa? ¿No tendrás entonces que decir: «Aquí yo podría igualmente bien trazar un círculo como un rectángulo, o una forma de corazón; pues todos los colores se entremezclan. Vale todo y nada.»-— -Y en esta posición se encuentra, por ejemplo, quien, en estética o ética, busca definiciones que correspondan a nuestros conceptos.
Pregúntate siempre en esta dificultad: ¿Cómo hemos aprendido el significado de esta palabra («bueno», por ejemplo)? ¿A partir de qué ejemplos; en qué juegos de lenguaje? Verás entonces fácilmente que la palabra ha de tener una familia de significados.
78.    Compara: saber y decir:
cuántos metros de altura tiene el Mont-Blanc—
cómo se usa la palabra «juego»—
cómo suena el clarinete.
Quien se sorprende de que pueda saberse algo sin poder decirlo quizá esté pensando en un caso como el primero. Ciertamente no en uno como el tercero.
79.    Considera este ejemplo: Si se dice «Moisés no existió», eso puede significar las cosas más diversas. Puede querer decir: los israelitas no tuvieron sólo un caudillo cuando salieron de Egipto  —  o: su caudillo no se llamaba Moisés  —  o: no existió ninguna persona que haya realizado todo lo que la Biblia relata de Moisés  —  o etc., etc. —  Según Russell podríamos decir: el nombre «Moisés» puede ser definido mediante diversas descripciones. Por ejemplo, como: «el hombre que condujo a los israelitas a través del desierto», «el hombre que vivió en ese tiempo y en ese lugar y que fue llamado entonces 'Moisés'», «el hombre que de niño fue sacado del Nilo por la hija del Faraón», etc. Y según asumamos una u otra definición la proposición «Moisés existió» recibe un sentido distinto y lo mismo toda otra proposición que trate de Moisés.— Y si se nos dice «N no existió», preguntamos también: «¿Qué quieres decir? ¿Quieres decir que..., o que..., etc.?»
Pero cuando hago un enunciado sobre Moisés —  ¿estoy siempre dispuesto a poner por «Moisés» cualquiera de esas descripciones? Diré quizás: Por «Moisés» entiendo el hombre que hizo lo que la Biblia relata de Moisés, o mucho de ello. ¿Pero cuánto? ¿He decidido cuánto tiene que resultar falso para que yo abandone mi proposición por falsa? ¿Tiene entonces el nombre «Moisés» un uso fijo y unívocamente determinado para mí en todos los casos posibles?— ¿No se trata de que tengo a mi disposición, por así decirlo, toda una serie de apoyos y estoy dispuesto a apoyarme en uno si se me llegara a retirar el otro, y a la inversa?  —  Considera todavía otro caso. Cuando digo «N ha muerto», puede valer para el significado del nombre algo como esto: Creo que ha muerto un ser humano a quien (1) he visto aquí y allá, que (2) tenía tal y cual aspecto (figuras), (3) hizo esto y aquello y (4) en la vida civil llevó ese nombre «N».
 —  Si se me pregunta por lo que entiendo por «N», yo enumeraría todo eso o parte de ello, y diferentes cosas en diferentes ocasiones. Mi definición de «N» sería tal vez: «el hombre para el que vale todo esto».— ¡Y si ahora algo de ello resulta falso!— ¿Estaré dispuesto a dar por falsa la proposición «N ha muerto» —  aunque resultase falso sólo algo que me parece no sustancial?— Si hubiese dado una explicación del nombre en un caso así, ahora estaría dispuesto a alterarla.
Y esto puede expresarse así: Uso el nombre «N» sin significado fijo. (Pero eso perjudica tan poco a su uso como al de una mesa el que descanse sobre cuatro patas, en vez de tres, y por ello se tambalee en ciertas circunstancias).
¿Debe decirse que uso una palabra cuyo significado no conozco y que por tanto hablo sin sentido?— Di lo que quieras con tal de que no te impida ver cómo son las cosas. (Y cuando lo veas no dirás muchas cosas).
(La fluctuación de las definiciones científicas: Lo que hoy vale como un concomitante empíricamente establecido del fenómeno A, se utilizará mañana como definición de «A»).
80.    Yo digo: «Ahí hay una silla». ¿Qué pasa si me acerco, intento ir a acogerla y desaparece súbitamente de mi vista?  —  «Así pues, no era una silla sino alguna suerte de ilusión.»  —  Pero en un par de segundos la vemos de nuevo y podemos agarrarla, etc.  —  «Así pues, la silla estaba allí, sin embargo, y su desaparición fue alguna suerte de ilusión.»  —  Pero supón que después de un tiempo desaparece de nuevo —  o parece desaparecer. ¿Qué debemos decir ahora? ¿Dispones de reglas para tales casos —  que digan si aún entonces se puede llamar a algo «silla»? ¿Pero nos abandonan al usar la palabra «silla»?; ¿y debemos decir que realmente no asociamos ningún significado a esta palabra porque no estamos equipados con reglas para todas sus posibles aplicaciones?
81.    F. P. Ramsey insistió una vez conversando conmigo en que la lógica es una 'ciencia normativa'. No sé exactamente qué idea se le ocurrió; pero estaba sin duda íntimamente relacionada con la que sólo más tarde me vino: a saber, que en filosofía comparamos frecuentemente el uso de una palabra con juegos y cálculos de reglas fijas, pero no podemos decir que quien usa el lenguaje tenga que jugar tal juego.  —  Pero si se dice entonces que nuestra expresión verbal se aproxima sólo a esos cálculos, se está con ello de inmediato al borde de un malentendido. Pues entonces puede parecer como si hablásemos en lógica de un lenguaje ideal. Como si nuestra lógica fuera una lógica, por así decirlo, para el vacío.— Mientras que la lógica no trata del lenguaje —  o del pensamiento —  en el sentido en que una ciencia natural trata de un fenómeno natural, y lo más que puede decirse es que construimos lenguajes ideales. Pero aquí la palabra «ideal» sería desorientadora, pues suena como siesos lenguajes fuesen mejores, más perfectos, que nuestro lenguaje corriente; y como si le tocase al lógico mostrarles finalmente a los hombres qué aspecto tiene una proposición correcta.
Todo esto, sin embargo, sólo puede aparecer bajo la luz correcta cuando se haya alcanzado mayor claridad sobre los conceptos de comprender, .significar y pensar. Pues también entonces se volverá claro lo que puede inducirnos (y me ha inducido) a pensar que quien pronuncia una oración y la significa, o entiende, ejercita por ello un cálculo según reglas definidas.
82. ¿A qué llamo 'la regla por la que él procede'?— ¿A la hipótesis que describe satisfactoriamente su uso de la palabra, que nosotros observamos; o a la regla que consulta al usar el signo; o a la que nos da por respuesta si le preguntamos por su regla?— ¿Y qué pasa si la observación no permite reconocer claramente ninguna regla y la pregunta no revela ninguna?— Pues él me dio por cierto una explicación cuando le pregunté qué es lo que entiende por «N», pero está dispuesto a retirar y alterar esa explicación.— ¿Cómo debo, pues, determinar la regla de acuerdo con la cual él juega? Él mismo no lo sabe.— O más correctamente: ¿Qué debe aún querer decir aquí la expresión «regla por la que él procede»?
83.    ¿No nos aporta luz aquí la analogía del lenguaje con el juego? Podemos imaginarnos perfectamente que unas personas se entretienen en un prado con una pelota jugando de tal manera que empiezan diversos juegos existentes sin acabar de jugar algunos de ellos, y arrojan a lo alto la pelota sin plan ninguno, se persiguen mutuamente en broma con la pelota y se la arrojan, etc. Y ahora alguien dice: Durante todo el tiempo esas personas juegan a un juego de pelota y se guían por ello en cada pelotazo por reglas definidas.
¿Y no hay también el caso en que jugamos y— 'make up the rules as we go along'?.N.T. 1 Y también incluso aquel en el que las alteramos— as we go along.N.T. 2
84.    Dije de la aplicación de una palabra: no está absolutamente delimitada por reglas. ¿Pero qué apariencia tiene un juego que está absolutamente delimitado por reglas?, ¿cuyas reglas no dejan que se introduzca duda alguna, que le tapan todos los huecos?— ¿No podemos imaginarnos una regla que regule la aplicación de la regla? ¿Y una duda que esa regla remueve —  y así sucesivamente?
Pero eso no es decir que dudemos porque nos es posible imaginar una duda. Puedo imaginarme perfectamente que alguien dude siempre, antes de abrir su portal, de si no se ha abierto un abismo detrás de él y que se cerciore de ello antes de entrar por la puerta (y puede resultar alguna vez que él tenga razón) —  pero no por eso dudo yo en el mismo caso.
85.    Una regla está ahí como un indicador de caminos.— ¿No deja éste ninguna duda abierta sobre el camino que debo tomar? ¿Muestra en qué dirección debo ir cuando paso junto a él: si a lo largo de la carretera, o de la senda o acampo traviesa? ¿Pero dónde se encuentra en qué sentido tengo que seguirlo: si en la dirección de la mano o (por ejemplo) en la opuesta?— Y si en vez de un solo indicador de caminos hubiese una cadena cerrada de indicadores de caminos o recorriesen el suelo rayas de tiza —  ¿habría para ellos sólo una interpretación?— Así es que puedo decir que el indicador de caminos no deja después de todo ninguna duda abierta. O mejor: deja a veces una duda abierta y otras veces no. Y ésta ya no es una proposición filosófica, sino una proposición empírica.
86. Un juego de lenguaje como (2) jugado con ayuda de una tabla. Los signos que A le da a ? son ahora signos escritos. ? tiene una tabla; en la primera columna están los signos escritos que se usan en el juego, en la segunda hay figuras de formas de piedras de construcción. A le enseña a ? uno de esos signos escritos; ? lo consulta en la tabla, mira la figura situada enfrente, etc. La tabla es así una regla a la que él se ajusta al ejecutar las órdenes.— La consulta de la figura en la tabla se aprende por adiestramiento y una parte de este adiestramiento consiste quizá en que el alumno aprenda a pasar el dedo horizontalmente sobre la tabla de izquierda a derecha; aprende pues, por así decirlo, a trazar una serie de rayas horizontales.
Imagínate que se introdujeran ahora diferentes modos de leer una tabla; a saber, una vez, como arriba, según el esquema:


otra vez según este esquema:


u otro diferente.— Un esquema semejante se adjunta a la tabla como regla para su uso.
¿No podemos imaginarnos ahora ulteriores reglas para explicar ésta?, ¿y era por otro lado incompleta aquella primera tabla sin el esquema de flechas? ¿Y lo son las demás tablas sin su esquema?
87. Supón que explico: «Por 'Moisés' entiendo el hombre, si hubo tal, que sacó a los israelitas de Egipto, comoquiera que se llamara y sea lo que fuere lo que pudo haber hecho o no hecho además.»— Pero sobre las palabras de esta explicación son posibles dudas similares a las que hay sobre el nombre «Moisés» (¿a qué llamamos «Egipto», a quiénes «los israelitas», etc.?) Y no alcanzan un término estas preguntas cuando llegamos a palabras como «rojo», «oscuro», «dulce».— «¿Pero entonces cómo me ayuda una explicación a entender, si después de todo no es ella la última? ¡La explicación entonces nunca termina; así que después de todo no entiendo, y nunca entenderé, lo que él quiere decir!»— Como si una explicación colgara, por así decirlo, en el aire si no se apoyara en otra. Mientras que una explicación puede ciertamente descansar en otra que se ha dado, pero ninguna necesita de otra —  a no ser que nosotros la necesitemos para evitar un malentendido. Podría decirse: Una explicación sirve para apartar o prevenir un malentendido —  esto es, uno que sobrevendría sin la explicación; pero no cualquiera que pueda imaginarse.
Puede fácilmente parecer como si toda duda mostrase sólo un hueco existente en los fundamentos; de modo que una comprensión segura sólo es entonces posible si primero dudamos de todo aquello de lo que pueda dudarse y luego removemos todas esas dudas.
El indicador de caminos está en orden —  si, en circunstancias normales, cumple su finalidad.
88. Si le digo a alguien «¡Detente aproximadamente aquí!» —  ¿no puede funcionar perfectamente esta explicación? ¿Y no puede también fallar cualquier otra?
«¿Pero no es sin embargo inexacta la explicación?»— Sí, ¿por qué no habría de llamarse «inexacta»? ¡Pero entendamos qué significa «inexacta»! Pues no significa «inusable». ¡Y consideremos lo que llamamos una explicación «exacta», en contraposición con esta explicación! ¿Quizá el delimitar un área mediante una raya de tiza? Aquí se nos ocurre al punto que la raya tiene una anchura. Sería, pues, más exacto un límite coloreado. ¿Pero tiene aún esta exactitud una función aquí?; ¿no marcha en el vacío? Y tampoco hemos determinado aún lo que debe contar como atravesar ese límite nítido; cómo, con qué instrumento, se lo ha de constatar. Etc.
Entendemos lo que quiere decir: poner un reloj de bolsillo en la hora exacta, o ajustado para que vaya exacto. ¿Pero qué pasa si se preguntara: Es esta precisión una precisión ideal, o cuánto se le aproxima? —  podríamos ciertamente hablar de mediciones del tiempo en las que hay una precisión distinta y, como diríamos, mayor que en la medición del tiempo con el reloj de bolsillo; en que las palabras «poner el reloj en la hora exacta» tienen un significado distinto, aunque emparentado, y «mirar la hora» es un proceso distinto, etc. —  Si ahora le digo a alguien: «Debes venir a comer más puntualmente; sabes que se empieza exactamente a la una» —  ¿no se trata aquí realmente de precisión?, porque puede decirse: «Piensa en la determinación del tiempo en el laboratorio o en el observatorio astronómico; ahí ves qué significa 'precisión'.»
«Inexacto» es realmente un reproche, y «exacto» un elogio. Pero esto quiere decir: lo inexacto no alcanza su meta tan perfectamente como lo exacto. Ahí depende, pues, de lo que llamemos «la meta». ¿Soy inexacto si no doy nuestra distancia del Sol con 1 metro de precisión; y si no le doy al carpintero la anchura de la mesa al milímetro?
No se ha previsto un único ideal de precisión; no sabemos lo que debemos imaginarnos bajo este apartado —  a no ser que tú mismo estipules lo que debe llamarse así. Pero te sería difícil acertar con una estipulación; con una que te satisfaga.
89. Estas consideraciones nos colocan en el lugar donde se plantea el problema: ¿Hasta qué punto es la lógica algo sublime?
Pues parecía que le correspondía una especial profundidad —  un significado universal. Ella está, según parecía, en el fundamento de todas las ciencias.— Pues la consideración lógica indaga la esencia de todas las cosas. Intenta ver las cosas en su fundamento y no debe ocuparse de si lo que  sucede efectivamente es así o asá.  —  Nace no de un interés por los hechos del acontecer natural, ni de la necesidad de captar conexiones causales. Sino de una aspiración a entender el fundamento, o esencia, de todo lo que la experiencia enseña. Pero no como si debiéramos para ello rastrear nuevos hechos: es más bien esencial a nuestra investigación el que no queramos aprender nada nuevo con ella. Queremos entender algo que ya está patente ante nuestros ojos. Pues es esto lo que, en algún sentido, parecemos no entender.
Agustín (Conf., ??/14): «quid est ergo tempus? si nemo ex me quaerat scio; si quaerenti explicare velim, nescio.»— Esto no podría decirse de una pregunta de la ciencia natural (por ejemplo, la pregunta por el peso específico del hidrógeno). Lo que se sabe cuando nadie nos pregunta, pero ya no se sabe cuando debemos explicarlo, es algo de lo que debemos acordamos. (Y es obviamente algo de lo que por alguna razón uno se acuerda con dificultad).
90.    Nos parece como si tuviéramos que penetrar los fenómenos: nuestra investigación, sin embargo, no se dirige a los fenómenos, sino, como pudiera decirse, a las 'posibilidades' de los fenómenos. Nos acordamos, quiere esto decir, del tipo de enunciado que hacemos sobre los fenómenos. De ahí que Agustín se acuerde también de los diversos enunciados que se hacen sobre la duración de los sucesos, sobre su pasado, presente o futuro. (Éstos no son, naturalmente, enunciados filosóficos sobre el tiempo, el pasado, el presente y el futuro).
Nuestro examen es por ello de índole gramatical. Y éste arroja luz sobre nuestro problema quitando de en medio malentendidos. Malentendidos que conciernen al uso de las palabras; provocados, entre otras cosas, por ciertas analogías entre las formas de expresión en determinados dominios de nuestro lenguaje.— Algunos de ellos pueden apartarse sustituyendo una forma de expresión por otra; esto puede llamarse un «análisis» de nuestras formas de expresión, pues el proceso tiene a veces semejanza con una descomposición.

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