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martes, 23 de febrero de 2010

LUDWIG WITTGENSTEIN -Parte 1. 91 a 140.

91.    Pero ahora puede llegar a parecer como si hubiera algo como un análisis último de nuestras formas de lenguaje, y así una única forma completamente descompuesta de la expresión. Es decir: como si nuestras formas de expresión usuales estuviesen, esencialmente, aún inanalizadas; como si hubiera algo oculto en ellas que debiera sacarse a la luz. Sise hace esto, la expresión se aclara con ello completamente y nuestro problema se resuelve.
También puede decirse así: Apañamos malentendidos haciendo más exactas nuestras expresiones: pero ahora puede parecer como si aspirásemos a un determinado estado, la exactitud completa; y como si esto fuera el objetivo real de nuestra investigación.
92.    Esto se expresa en la pregunta por la esencia del lenguaje, de la proposición, del pensamiento.— Pues si también nosotros en nuestras investigaciones tratamos de entender la esencia del lenguaje —  su función, su estructura— ,no es sin embargo esto lo que esta pregunta tiene a la vista. Pues ella ve en la esencia no algo que esté ya abiertamente de manifiesto y que se vuelva visible sinópticamente mediante una ordenación, sino algo que yace bajo la superficie. Algo que yace en el interior, que vemos cuando penetramos la cosa y que un análisis debe desenterrar.
'La esencia nos es oculta': ésta es la forma que toma ahora nuestro problema. Preguntamos: '¿Qué es el lenguaje?», «¿Qué es la proposición?» Y la respuesta a estas preguntas ha de darse de una vez por todas; e independientemente de cualquier experiencia futura...
93.    Uno podría decir: «Una proposición es lo más cotidiano del mundo», y otro: «¡Una proposición —  eso es algo muy extraño!»  —  Y éste no puede: simplemente mirar y ver cómo funcionan las proposiciones. Porque las formas de nuestro modo de expresión concernientes a las proposiciones y al pensamiento se lo estorban.
¿Por qué decimos que la proposición es algo extraño? Por un lado, a causa del enorme significado que le corresponde. (Y esto es correcto). Por otro lado, este significado y un mal entendimiento de la lógica del lenguaje nos seducen haciéndonos pensar que la proposición debe efectuar algo extraordinario, singular.— Por un malentendido nos parece como si la proposición hiciese algo raro.
94. 'La proposición, ¡qué cosa extraña!': ahí reside ya la sublimación de toda la representación. La tendencia a suponer un intermediario puro entre los signos preposicionales y los hechos. O también, a querer purificar, sublimar, el signo proposicional mismo.— Pues nuestras formas de expresión nos impiden de múltiples maneras ver que se trata de cosas ordinarias, enviándonos a la caza de quimeras.
95. «El pensamiento tiene que ser algo singular.» Cuando decimos, y significamos, que las cosas son así y asá, no nos mantenemos con lo que significamos en algún sitio ante el hecho: sino que significamos que esto y aquello-es-así y asá.— Pero esta paradoja (que tiene la forma de una trivialidad) puede también expresarse así: Se puede pensar lo que no es el caso.
96. La peculiar ilusión que aquí se menciona está conectada con otras procedentes de diversos lugares. El pensamiento, el lenguaje, nos aparece ahora como el peculiar correlato, o figura, del mundo. Los conceptos: proposición, lenguaje, pensamiento, mundo, están en serie uno tras otro, cada uno equivalente a los demás. (¿Pero para qué han de usarse ahora estas palabras? Falta el juego de lenguaje en el que han de aplicarse).
97. El pensamiento está rodeado de una aureola.— Su esencia, la lógica, presenta un orden, y precisamente el orden a priori del mundo, esto es, el orden de las posibilidades que tienen que ser comunes a mundo y pensamiento. Pero este orden, al parecer, tiene que ser sumamente simple. Es anterior a toda experiencia; tiene que atravesar toda la experiencia; no puede adherírsele ninguna opacidad o inseguridad empírica.  —  Tiene que ser más bien de cristal purísimo. Pero este cristal no aparece como una abstracción; sino como algo concreto, incluso como lo más concreto y en cierto modo lo más duro. (Tract. log. phil. N.° 5.5563).
Estamos bajo la ilusión de que lo peculiar, lo profundo, lo que es esencial en nuestra investigación reside en que trata de captar la incomparable esencia del lenguaje. Esto es, el orden existente entre los conceptos de proposición, palabra, deducción, de verdad, de experiencia, etc. Este orden es un super-orden entre —  por así decirlo —  super-conceptos. Mientras que por cierto las palabras «lenguaje», «experiencia», «mundo», si es que tienen un empleo, han de tenerlo tan bajo como las palabras «mesa», «lámpara», «puerta».
98.    Por un lado es claro que toda oración de nuestro lenguaje 'está en orden tal como está'. Es decir, que no aspiramos a un ideal: Como si nuestras oraciones ordinarias, vagas, aún no tuviesen un sentido totalmente irreprochable y hubiera primero que construir un lenguaje perfecto.— Por otro lado parece claro: Donde hay sentido tiene que haber orden perfecto.  —  Así es que tiene que hallarse el orden perfecto incluso en la oración más vaga.
99.    El sentido de la oración —  pudiera decirse —  puede ciertamente dejar abierto esto o aquello, pero la oración hade tener, sin embargo, un sentido definido. Un sentido indefinido —  eso no sería en realidad absolutamente ningún sentido.— Eso es como: Un límite borroso no es en realidad absolutamente ningún límite. Quizá aquí se piense así:  en la habitación— sólo ha quedado abierta una puerta» —  entonces sencillamente no lo he encerrado en absoluto. Está sólo aparentemente encerrado. Estaríamos aquí inclinados a decir: «así es que no has hecho nada en absoluto». Una cerca que tiene una abertura es tan buena como ninguna.— ¿Pero es verdad eso?
100. «Pero no es un juego si hay una vaguedad en las reglas».— ¿Pero no es un juego?— «Sí, quizá quieras llamarlo juego, pero en cualquier caso no es un juego perfecto.» Es decir: está contaminado y yo me intereso por lo que está limpio.— Pero quiero decir: Malentendemos el papel que juega el ideal en nuestro modo de expresión. Es decir: lo llamaríamos también un juego, sólo que estamos cegados por el ideal y no vemos por ello claramente la aplicación real de la palabra «juego».
101. Vaguedad en lógica —  queremos decir —  no puede existir. Vivimos ahora en la idea: el ideal 'tendría' que encontrarse en la realidad. Mientras que no se ve cómo se encuentra allí y no se entiende la naturaleza de este 'tiene'. Creemos: tiene que hallarse en ella; pues creemos verlo ya en ella.
102. Las reglas estrictas y claras de la estructura lógica de la proposición nos aparecen como algo en el trasfondo— oculto en el medio del entendimiento. Ya las veo ahora(aunque a través de un medio), pues ciertamente entiendo el signo, significo algo con él.
103. El ideal, tal como lo pensamos, está inamoviblemente fijo. No puedes salir fuera de él: Siempre tienes que volver. No hay ningún afuera; afuera falta el aire.— ¿De dónde proviene esto? La idea se asienta en cierto modo como unas gafas ante nuestras narices y lo que miramos lo vemos a través de ellas. Nunca se nos ocurre quitárnoslas.
104. Se predica de la cosa lo que reside en el modo de representación. Tomamos la posibilidad de comparación que nos impresiona por la percepción de un estado de cosas de suma generalidad.
105.     Cuando creemos que hemos de encontrar en el lenguaje real ese orden, el ideal, quedamos descontentos con lo que en la vida ordinaria se llama «proposición», «palabra», «signo».
La proposición, la palabra de la que trata la lógica ha de ser algo puro y nítidamente recortado. Y ahora nos rompemos la cabeza sobre la naturaleza del signo real.— ¿Es quizá la imagen del signo?, ¿o la imagen en el instante actual?
106. Aquí es difícil mantener, por así decirlo, la cabeza despejada —  ver que tenemos que permanecer en las cosas del pensamiento cotidiano y no caer en el extravío de que nos parezca que tendríamos que describir sutilezas extremas que, sin embargo, en absoluto podríamos describir con nuestros medios. Nos parece como si debiéramos reparar con nuestros dedos una tela de araña.
107. Cuanto más de cerca examinamos el lenguaje efectivo, más grande se vuelve el conflicto entre él y nuestra exigencia. (La pureza cristalina de la lógica no me era dada como resultado, sino que era una exigencia). El conflicto se vuelve insoportable; la exigencia amenaza ahora convertirse en algo vacío.— Vamos a parar a terreno helado en donde falta la fricción y así las condiciones son en cierto sentido ideales, pero también por eso mismo no podemos avanzar. Queremos avanzar; por ello necesitamos la fricción. ¡Vuelta a terreno áspero!
108. Reconocemos que lo que llamamos «proposición»y «lenguaje» no es la unidad formal que imaginé, sino que es la familia de estructuras más o menos emparentadas entre sí. —  ¿Pero en qué se convierte ahora la lógica? Su rigor parece deshacerse.— ¿Pero no desaparece enteramente por eso?— ¿Pues cómo puede la lógica perder su vigor? Naturalmente, no porque se le rebaje algo de su vigor.— El prejuicio  de la pureza cristalina sólo puede apartarse dándole la vuelta a todo nuestro examen. (Podría decirse: Ha de dársele la vuelta al examen, pero sobre nuestra necesidad real como gozne).
La filosofía de la lógica no habla de oraciones y palabras en ningún sentido distinto de aquel en que lo hacemos en la vida ordinaria cuando decimos, por ejemplo, «aquí hay escrita una oración china» o «no, esto sólo tiene el aspecto de escritura, pero es un ornamento», etc.
Hablamos del fenómeno espacial y temporal del lenguaje; no de una aberración inespacial e intemporal. [Nota al margen: Sólo es posible interesarse por un fenómeno en una variedad de maneras. ] Pero hablamos de él como de las piezas de ajedrez al dar reglas para ellas, no al describir sus propiedades físicas.
La pregunta «¿Qué es realmente una palabra?» es análoga a «¿Qué es una pieza de ajedrez?».e
109• Era cierto que nuestras consideraciones no podían ser consideraciones científicas. La experiencia 'de que se puede pensar esto o aquello, en contra de nuestros prejuicios' —  sea lo que fuere lo que esto pueda querer decir —  no podría interesarnos. (La concepción neumática del pensamiento). Y no podemos proponer teoría ninguna. No puede haber nada hipotético en nuestras consideraciones. Toda explicación tiene que desaparecer y sólo la descripción ha de ocupar su lugar. Y esta descripción recibe su luz, esto es, su finalidad, de los problemas filosóficos. Éstos no son ciertamente empíricos, sino que se resuelven mediante una cala en el funcionamiento de nuestro lenguaje, y justamente de manera que éste se reconozca: a pesar de una inclinación a malentenderlo. Los problemas se resuelven no aduciendo nueva experiencia, sino compilando lo ya conocido. La filosofía es una lucha contra el embrujo de nuestro entendimiento por medio de nuestro lenguaje.
110. «El lenguaje (o el pensamiento) es algo singular» —  esto se revela como una superstición (¡no error!) producida ella misma por ilusiones gramaticales.
Y el énfasis recae ahora sobre esas ilusiones, sobre los problemas.
111.    Los problemas que surgen de una malinterpretación de nuestras formas lingüísticas tienen el carácter de lo profundo. Son profundas inquietudes; se enraizan tan profundamente en nosotros como las formas de nuestro lenguaje y su significado es tan grande como la importancia de nuestro lenguaje.   
— Preguntémonos: ¿Por qué sentimos como profundo un chiste gramatical? (Y ésa es por cierto la profundidad filosófica).
112. Un símil absorbido en las formas de nuestro lenguaje produce una falsa apariencia; nos inquieta: «¡Pues no es así!» —  decimos. «¡Pero tiene que ser así!»
113. «Pues es así    » me digo una y otra vez. Siento como si hubiera de captar la esencia de la cosa con sólo fijar mi mirada con absoluta nitidez en ese hecho, con sólo poder enfocarlo bien.
114. Tract, log. phil. (4.5): «La forma general de la proposición es: Las cosas están así y asá».  —  Ésta es una proposición del tipo de las que uno se repite innumerables veces. Se cree seguir una y otra vez la naturaleza y se va sólo a lo largo de la forma por medio de la cual la examinamos.
115. Una figura nos tuvo cautivos. Y no podíamos salir, pues reside en nuestro lenguaje y éste parece repetírnosla inexorablemente.
116. Cuando los filósofos usan una palabra —  «conocimiento», «ser», «objeto», «yo», «proposición», «nombre»— y tratan de captar la esencia de la cosa, siempre se ha de preguntar: ¿Se usa efectivamente esta palabra de este modo en el lenguaje que tiene su tierra natal?—
Nosotros reconducimos las palabras de su empleo metafísico a su empleo cotidiano.
117.    Se me dice: «¿Entiendes, pues, esta expresión? Pues bien —  la uso con el significado que tú sabes.»— Como si el significado fuera una atmósfera que la palabra conllevara y asumiera en todo tipo de empleo.
Si, por ejemplo, alguien dice que la oración «Esto está aquí» (a la vez que apunta a un objeto que hay delante de sí) tiene sentido para él, entonces podría él preguntarse bajo qué especiales circunstancias se emplea efectivamente esta oración. Es en éstas en las que tiene sentido.
118. ¿De dónde saca nuestro examen su importancia puesto que sólo parece destruir todo lo interesante, es decir, todo lo grande e importante? (Todo edificio en cierto modo; dejando sólo pedazos de piedra y escombros). Pero son sólo castillos en el aire los que destruimos y dejamos libre la base del lenguaje sobre la que se asientan.
119. Los resultados de la filosofía son el descubrimiento de algún que otro simple sinsentido y de los chichones que el entendimiento se ha hecho al chocar con los límites del lenguaje. Éstos, los chichones, nos hacen reconocer el valor de ese descubrimiento.
120.     Cuando hablo de lenguaje (palabra, oración, etc.),tengo que hablar el lenguaje de cada día. ¿Es este lenguaje acaso demasiado basto, material, para lo que deseamos decir? ¿Y cómo ha de construirse entonces otro?— ¡Y qué extraño que podamos efectuar con el nuestro algo en absoluto!
El que en mis explicaciones que conciernen al lenguaje ya tenga que aplicar el lenguaje entero (no uno más o menos preparatorio, provisional) muestra ya que sólo puedo aducir exterioridades acerca del lenguaje.
Sí, ¿pero cómo pueden entonces satisfacernos estos argumentos?— Bueno, tus preguntas ya estaban también formuladas en este lenguaje; ¡tuvieron que ser expresadas en este lenguaje si había algo que preguntar!
Y tus escrúpulos son malentendidos.
Tus preguntas se refieren a palabras; así que he de hablar de palabras.
Se dice: no importa la palabra, sino su significado; y se piensa con ello en el significado como en una cosa de la índole de la palabra, aunque diferente de la palabra. Aquí la palabra, ahí el significado. La moneda y la vaca que se puede comprar con ella. (Pero por otra parte: la moneda y su utilidad).
121. Pudiera pensarse: si la filosofía habla del uso de la palabra «filosofía», entonces tiene que haber una filosofía de segundo orden. Pero no es así; sino que el caso se corresponde con el de la ortografía, que también tiene que ver con la palabra «ortografía» sin ser entonces de segundo orden.
122.Una fuente principal de nuestra falta de comprensión es que no vemos sinópticamente el uso de nuestras palabras.— A nuestra gramática le falta visión sinóptica.— La representación sinóptica produce la comprensión que consiste en 'ver conexiones'. De ahí la importancia de encontrar y de inventar casos intermedios.
El concepto de representación sinóptica es de fundamental significación para nosotros. Designa nuestra forma de representación, el modo en que vemos las cosas. (¿Es esto una 'Weltanschauung’ ?)
123. Un problema filosófico tiene la forma: «No sé salir del atolladero».
124. La filosofía no puede en modo alguno interferir con el uso efectivo del lenguaje; puede a la postre solamente describirlo.
Pues no puede tampoco fundamentarlo.
Deja todo como está.
Deja también la matemática como está y ningún descubrimiento matemático puede hacerla avanzar. Un «problema eminente de lógica matemática» es para nosotros un problema de matemáticas como cualquier otro.
125.    No es cosa de la filosofía resolver una contradicción por medio de un descubrimiento matemático, lógico-matemático. Sino hacer visible sinópticamente el estado de la matemática que nos inquieta, el estado anterior a la solución de la contradicción. (Y no se trata con ello de quitar del camino una dificultad).
El hecho fundamental es aquí: que establecemos reglas, una técnica, para un juego, y que entonces, cuando seguimos las reglas, no marchan las cosas como habíamos supuesto. Que por tanto nos enredamos, por así decirlo, en nuestras propias reglas.
Este enredarse en nuestras reglas es lo que queremos entender, es decir, ver sinópticamente.
Ello arroja luz sobre nuestro concepto de significar. Pues "en estos casos las cosas resultan de modo distinto de lo que habíamos significado, previsto. Decimos justamente, cuando, por ejemplo, se presenta la contradicción: «Yo no significaba esto.»
El estado civil de la contradicción, o su estado en el mundo civil: ése es el problema filosófico.
126.    La filosofía expone meramente todo y no explica ni deduce nada.— Puesto que todo yace abiertamente, no hay nada que explicar. Pues lo que acaso esté Oculto, no nos interesa.
Se podría llamar también «filosofía» a lo que es posible antes de todos los nuevos descubrimientos e invenciones.
127. El trabajo del filósofo es compilar recuerdos para una finalidad determinada.
128. Si se quisiera proponer tesis en filosofía, nunca se podría llegar a discutirlas porque todos estarían de acuerdo con ellas.
129. Los aspectos de las cosas más importantes para nosotros están ocultos por su simplicidad y cotidianeidad. (Se puede no reparar en algo —  porque siempre se tiene ante los ojos). Los fundamentos reales de su indagación no le llaman en absoluto la atención a un hombre. A no ser que eso le haya llamado la atención alguna vez.— Y esto quiere decir: lo que una vez visto es más llamativo y poderoso, no nos llama la atención.
130. Nuestros claros y simples juegos de lenguaje no son estudios preparatorios para una futura reglamentación del lenguaje —  como si fueran primeras aproximaciones, sin consideración de la fricción y de la resistencia del aire. Los juegos del lenguaje están más bien ahí como objetos de comparación que deben arrojar luz sobre las condiciones de nuestro lenguaje por vía de semejanza y desemejanza.
131. Sólo podemos, pues, salir al paso de la injusticia o vaciedad de nuestras aserciones exponiendo el modelo como lo que es, como objeto de comparación —  como, por así decirlo, una regla de medir; y no como prejuicio al que la realidad tiene que corresponder. (El dogmatismo en el que tan fácilmente caemos al filosofar).
132. Queremos establecer un orden en nuestro conocimiento del uso del lenguaje: un orden para una finalidad determinada; uno de los muchos órdenes posibles; no el orden. Con esta finalidad siempre estaremos resaltando constantemente distinciones que nuestras formas lingüísticas ordinarias fácilmente dejan pasar por alto. De ahí, pudiera sacarse la impresión de que consideramos que nuestra tarea es la reforma del lenguaje.
Una reforma semejante para determinadas finalidades prácticas, el mejoramiento de nuestra terminología para evitar malentendidos en el uso práctico, es perfectamente posible. Pero éstos no son los casos con los que hemos de habérnoslas. Las confusiones que nos ocupan surgen, por así decirlo, cuando el lenguaje marcha en el vacío, no cuando trabaja.
133.    No queremos refinar o complementar de maneras inauditas el sistema de reglas para el empleo de nuestras palabras.
Pues la claridad a la que aspiramos es en verdad completa. Pero esto sólo quiere decir que los problemas filosóficos deben desaparecer completamente.
El descubrimiento real es el que me hace capaz de dejar de filosofar cuando quiero.— Aquel que lleva la filosofía al descanso, de modo que ya no se fustigue más con preguntas que la ponen a ella misma en cuestión.— En cambio, se muestra ahora un método con ejemplos y la serie de estos ejemplos puede romperse.— Se resuelven problemas (se apartan dificultades), no un único problema.
No hay un único método en filosofía, si bien hay realmente métodos, como diferentes terapias.
134.    Examinemos la oración: «Las cosas están así y asá»— ¿cómo puedo decir que ésta es la forma general de la proposición?— Es ante todo una oración ella misma, una oración castellana, pues tiene sujeto y predicado. ¿Pero cómo se aplica esta oración —  esto es, en nuestro lenguaje cotidiano? Pues sólo de ahí la he tomado.
Decimos, por ejemplo: «Él me explicó su posición, dijo que las cosas están así y asá y que por ello necesitaba un adelanto». Hasta aquí puede decirse, pues, que esta oración está por cualquier enunciado. Se emplea como esquema preposicional; pero sólo porque tiene la estructura de una oración castellana. En vez de ella podría decirse sin más ni más: «esto y esto es el caso» o «así y asá son las cosas», etc. También podría usarse, como en lógica simbólica, simplemente una letra, una variable. Pero nadie iba a llamar a la letra «p» la forma general de la proposición. Como ya se ha dicho: «Las cosas están así y asá» era eso sólo porque es ella misma lo que se llama una oración castellana. Pero aunque es una oración, sólo tiene todavía empleo como variable preposicional. Decir que esta oración concuerda (o no concuerda) con la realidad sería patente sinsentido e ilustra así que una de las marcas características de nuestro concepto de proposición es sonar a proposición.
135. ¿Pero es que no tenemos un concepto de lo que es una proposición, de lo que entendemos por «proposición»?— Sí; al igual que tenemos un concepto de lo que entendemos por «juego». Si se nos pregunta lo que es una proposición —  ya debamos responder a otro o a nosotros mismos —  daremos ejemplos y con ellos también lo que puede llamarse la serie inductiva de las proposiciones; pues bien, es de este modo como tenemos un concepto de proposición. (Compara el concepto de proposición con el concepto de número).
136. En el fondo dar «Las cosas están así y asá» como forma general de la proposición es lo mismo que explicar: una proposición es todo lo que puede ser verdadero o falso. Pues, en vez de «Las cosas están...» podría también haber dicho: «Esto y aquello es verdadero». (Pero también: «Esto y aquello  es falso»). Pero ahora tenemos
            'p' es verdadera = p
            'p' es falsa = no-p.

Y decir que una proposición es todo lo que puede ser verdadero o falso equivale a decir: Llamamos una proposición a aquello a lo que aplicamos en nuestro lenguaje el cálculo de las funciones de verdad.
Parece ahora como si la explicación —  proposición es cualquier cosa que pueda ser verdadera o falsa —  determinase lo que es una proposición diciendo: Lo que se ajusta al concepto de  'verdadero', o a lo que el concepto de 'verdadero' se ajusta, eso es una proposición. Es así como si tuviésemos un concepto de verdadero y falso con cuya ayuda pudiésemos entonces determinar lo que es una proposición y lo que no lo es. Lo que engrana en el concepto de verdad (como en una rueda dentada), eso es una proposición.
Pero ésta es sólo una mala figura. Es como si se dijera «El rey es la pieza a la que se puede anunciar jaque». Pero esto sólo puede querer decir que en nuestro juego de ajedrez sólo se da jaque al rey. Asimismo la proposición de que sólo una proposición puede ser verdadera solamente puede querer decir que predicamos «verdadero» y «falso» sólo de lo que llamamos una proposición. Y lo que es una proposición está en un sentido determinado por las reglas de formación oracional (de la lengua castellana, por ejemplo) y en otro sentido por el uso del signo en el juego de lenguaje. Y el uso de las palabras «verdadero» y «falso» puede ser también una parte constitutiva de ese juego; y entonces pertenece para nosotros a la proposición, pero no ‘se ajusta’ a ella. Asimismo podríamos también decir que dar jaque pertenece a nuestro concepto del rey del ajedrez (como, por así decirlo, una parte constitutiva del mismo). Decir que dar jaque no se ajusta a nuestro concepto de los peones significaría que un juego en el que se diese jaque a los peones, en el que, digamos, perdiese aquel que perdiera sus peones —  que un juego así sería poco interesante, o tonto, o complicado, o algo por el estilo.
137. ¿Qué pasa cuando aprendemos a determinar el sujeto de la oración por medio de la pregunta «¿Quién o qué...?»?— Aquí hay ciertamente un 'ajustarse' del sujeto a esta pregunta; ¿pues cómo averiguaríamos si no cuál es el sujeto mediante la pregunta? Lo averiguamos de modo semejante a como averiguamos qué letra del alfabeto viene tras la 'K' recitándonos el alfabeto hasta la 'K'. ¿Hasta qué punto se ajusta entonces la 'L' a esta serie de letras?— Y en esa medida podría también decirse que «verdadero» y «falso» se ajustan a la proposición; y se podría enseñar a un niño a distinguir proposiciones de otras expresiones diciéndole: «Pregúntate si puedes decir 'es verdadero' después de ello. Si estas palabras ajustan, entonces es una proposición». (Y del mismo modo se hubiera podido decir: Pregúntate si puedes colocarlas palabras «Las cosas están así:» delante de ello).
138. ¿Pero no puedo ajustar el significado de una palabra que entiendo con el sentido de una proposición que entiendo? ¿O el significado de una palabra con el significado de otra?     Ciertamente, si el significado es el uso que hacemos de la palabra, no tiene sentido ninguno hablar de tal ajuste. Ahora bien, entendemos el significado de una palabra cuando la oímos o pronunciamos; lo captamos de golpe; ¡y lo que captamos así seguramente que es algo distinto del 'uso',que es dilatado en el tiempo!
139. Cuando alguien me dice la palabra «cubo», por ejemplo, yo sé lo que significa. ¿Pero puede venirme a las mientes el empleo completo de la palabra, cuando la entiendo así?
Sí, pero por otro lado, ¿no está el significado de la palabra determinado también por este empleo? ¿Y no pueden entonces contradecirse estos modos de determinación? ¿Puede lo que captamos de golpe concordar con un empleo, ajustarse a él o no ajustarse a él? ¿Y cómo puede lo que se nos presenta en un instante, lo que nos viene a las mientes en un instante, ajustarse a un empleo?
¿Qué es lo que realmente nos viene a las mientes cuando entendemos una palabra?— ¿No es algo como una figura? ¿No puede ser una figura?
Bueno, supón que al oír la palabra «cubo» te viene a las mientes una figura. El dibujo de un cubo, pongamos por caso. ¿Hasta qué punto esta figura puede ajustarse a un empleo de la palabra «cubo» o no ajustarse a él?— Quizá digas: «eso es sencillo; —  si me viene a las mientes esa figura y señalo, por ejemplo, un prisma triangular y digo que es un cubo, entonces este empleo no se ajusta a la figura.»— ¿Pero no se ajusta? He elegido el ejemplo intencionadamente de manera que sea muy fácil imaginarse un método de proyección según el cual la figura ajusta después de todo.
La figura del cubo nos insinuó ciertamente un determinado empleo, pero yo también podía emplearla de manera diferente.e
140. ¿Pero entonces de qué tipo era mi error?; ¿del que podría expresarse así: yo creía que la figura me forzaba a un empleo determinado? ¿Cómo pude, pues, creer eso? ¿Qué es lo que he creído? ¿Acaso hay una figura, o algo semejante a una figura, que nos fuerce a una aplicación determinada, y mi error era por tanto una confusión?— Pues podríamos sentirnos inclinados a expresarnos también así: estamos a lo sumo bajo una compulsión psicológica, no lógica. Y entonces parece enteramente como si conociéramos dos tipos de casos.
¿Qué efectuó, pues, mi argumento? Nos hizo advertir (nos recordó) que bajo ciertas circunstancias estaríamos dispuestos a llamar también «aplicación de la figura cúbica» a otro proceso, además de aquel en el que habíamos pensado originalmente. Nuestra 'creencia en que la figura nos fuerza a una determinada aplicación' consistía, pues, en que sólo se nos ocurrió el primer caso y no otro. «Hay también otra solución», quiero decir: hay también algo distinto que estoy dispuesto a llamar «solución»; a lo que estoy dispuesto a aplicar esta y aquella figura, tal y cual analogía, etc.
Y ahora lo esencial es que veamos que al oír la palabra puede que nos venga a las mientes lo mismo y a pesar de todo ser distinta su aplicación. ¿Y tiene entonces el mismo significado las dos veces? Creo que lo negaríamos.f

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