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sábado, 3 de julio de 2010

El otro lado de la realidad -5-

EL CONTACTADO MAHOMA.
Si entre el caso de contacto de Maya, la madre de Buda, y de María, la madre de Jesús, han pasado algo más de quinientos años, vuelven a transcurrir otros tantos entre el contacto vivido por María y el siguiente en importancia. El contactado es en esta ocasión un hombre realmente extraordinario, Muhammad Ibn Abdallah, analfabeto como la inmensa mayoría de los habitantes de La Meca. Próximo a cumplir los 40 años, este hombre es contactado para ser convertido en el profeta Mahoma. El contacto se produjo una serena noche del 17 de Ramadán del año 609 de la era cristiana, mientras Muhammad estaba entregado a la meditación, aislado en una gruta del Hira, cerca de La Meca, momento en que se le apareció un emisario descendido del cielo que le dijo: "Yo soy Gabriel, el emisario enviado por Dios para comunicarte que has sido elegido para que le anuncies a la Humanidad su mensaje revelado." Salpicado está el mensaje revelado del Corán de ejemplos de mensajeros que descienden de las alturas. Demasiado recadero volante aparece pues también aquí, en el origen de la fe islámica, que en el curso de quince siglos se ha afianzado en el tercer lugar del ranking mundial de las grandes religiones, detrás de los budistas y de la Iglesia católica. 700 millones de personas creen hoy que Al'lah —del que sólo tienen noción a través de lo que predicó un humano, Muhammad Ibn Abdallah, en base a lo que le dictó un mensajero volante, Gabriel— se identifica con la esencia de Dios. Realmente, los Poderosos del Cielo son hábiles psicólogos.

EL CONTACTADO JONATHAN SWIFT.

Otro tipo de contacto es el que nos ofrecen de forma indirecta escritores como por ejemplo Jonathan Swift o Julio Verne.
En sus Viajes de Gulliver, en el capítulo 'Viaje a Laput', Jonathan Swift, el singular "cura loco", deán de San Patricio, en Dublín, da a conocer singulares datos astronómicos correctos, que en su siglo nadie conocía aún. Gulliver —el personaje por cuya boca habla Swift— afirma que dichos datos los obtuvo de unos individuos que tripulaban una isla volante, redonda y resplandeciente, gobernada a voluntad por sus tripulantes recurriendo al magnetismo. Dichos tripulantes le comunican a Gulliver la existencia —en órbita alrededor de Marte— de dos satelites minúsculos, imposibles de ver a simple vista. Insisto: nadie conocía la existencia de los satélites de Marte en el momento en que se publicaron los Viajes de Gulliver, en el año 1727. Los satélites de Marte —exactamente dos y además pequeños— fueron descubiertos para la ciencia oficial por el astrónomo Asaph Hall en el año 1877, desde el observatorio de Washington. Ciento cincuenta años después de ser descritos por Jonathan Swift.

EL CONTACTADO JULIO VERNE.

Otro caso comparable al de Jonathan Swift es el del también novelista Julio Verne. En su obra De la Tierra a la Luna avanza notables coincidencias con los vuelos tripulados que el hombre realizaría cien años más tarde. Veamos algunas: En la novela de Verne, los viajeros a la Luna —tres, al igual que los tripulantes de las futuras cápsulas Apolo— son lanzados desde la península de Florida, en los Estados Unidos, desde un lugar que dista solamente 200 km de Cabo Cañaveral, en la misma Florida. En la novela de Verne, los protagonistas dudan inicialmente si efectuar el lanzamiento desde Florida o desde el litoral meridional de Texas. Y si la NASA lanza las cápsulas Apolo desde Florida, instaló su mundialmente famosa central de operaciones precisamente en Houston, en el litoral meridional de Texas. La duración del viaje de la Tierra a la Luna es, en la novela, de tres días, exactamente la duración del viaje real efectuado por los astronautas americanos cien años más tarde. De regreso a la Tierra, la cápsula de los tres intrépidos viajeros de la novela cae en el océano Pacífico, en donde un navío estadounidense los rescató. Y la cápsula que efectuó el primer vuelo humano a la Luna —Apolo 8—, rescatada igualmente por un navío estadounidense, cayó también en el Pacífico, apenas a dos millas y media de distancia del lugar indicado en la novela de Julio Verne. Una diana sin discusión, si consideramos que la superficie del océano Pacífico es de 166 millones de km cuadrados. Más: el comandante de la cápsula Apolo 8, en una carta enviada al nieto de Julio Verne, en la que califica a éste de "uno de los grandes adelantados de la era del espacio", escribe: "Nuestra nave espacial fue lanzada desde Florida, al igual que la de Barbicane, y tenía el mismo peso y la misma longitud que aquélla." El primer vuelo humano a la Luna imaginado (?) por Julio Verne partió en diciembre de un año indeterminado de la década de los 60 del siglo pasado. El primer vuelo humano tripulado a la Luna se realizó cien años más tarde, y efectivamente en el mes de diciembre de un año de la década de los 60: fue el 21 de diciembre de 1968 cuando el el Apolo 8 los primeros tres hombres llegaron a la Luna, la orbitaron y regresaron a la Tierra, amerizando en el Pacífico... Tal vez Julio Verne se acercó excesivamente a la realidad para que todo no fuera más que una coincidencia casual.
Los ejemplos de Jonathan Swift, de Julio Verne y de muchos otros no mostrados aquí nos colocan sobre una pista. ¿De dónde obtuvieron sus datos? Entre las varias posibilidades, no cabe perder de vista ésta: que alguien no perteneciente a nuestra especie humana terrestre nos pudiera inocular determinadas ideas. Sería una forma de contacto, de manipulación y de encauzamiento tan inadvertida, como grave y posible.

CAUDILLOS CONTACTADOS.

Otro estilo de contacto lo brindan las biografías de distintos líderes de la antigüedad, de los que si bien no se tiene noticia de contactos directos con seres extrahumanos, sí quedan patentes intervenciones inteligentes procedentes de las alturas, por lo general en favor de los respectivos líderes. Recordemos como ejemplos los casos de Aulio Postumio, que vió apoyada en el año 498 antes de JC su batalla contra Tarquino y Octavio Manilio, junto al lago Regilo, por la repentina presencia de dos extraños jinetes de estatura superior a la humana, que se pusieron a la cabeza de las tropas de Aulio Postumio y dieron la vuelta a la batalla, en favor de Postumio; de Alejandro Magno, al que varios escudos volantes en formación triangular propiciaron con su decidida intervención el asalto y toma de Tiro, en el año 322 antes de JC; de César, cuya vida se ve salpicada de apariciones sobrehumanas, entre las que destaca el objeto ígneo que cayó del cielo para precipitarse sobre el campamento de su adversario Pompeyo, en el año 48 antes de JC, para decidir la victoria finalmente a favor de César; de Constantino el Grande, que obtuvo la victoria sobre Majencio y se convirtió al cristianismo, en el año 312, después de hacer acto de presencia sobre sus tropas un enorme objeto volante no identificado en forma de cruz o de espada; de Carlomagno, finalmente, cuyas tropas superaron el asedio a su castillo de Sigisburg, al que les estaban sometiendo los sajones, gracias a la aparición inesperada de dos escudos volantes a baja altura sobre el castillo, que hicieron huir despavoridos a los sajones que, además, se convirtieron al cristianismo por esta aparición celeste.
Cabría hablar aún del contenido de las epopeyas del Mahabharata y del Ramayana, de los conocimientos imposibles de los dogones, en Mali, del éxodo de los Aztecas, calcado del de los israelitas, y de tantos otros ejemplos de contactos con fenómenos extrahumanos inteligentes en la antigüedad. Pero una vez más, la casuística es muchísimo más amplia que el espacio disponible para reflejarla.

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