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lunes, 16 de agosto de 2010

Hablemos de lestado hipomaníaco

Por: PÍO BAROJA
La hipomanía es una manía suave. En la hipomanía no aparecen síntomas psicóticos, y aunque la mayor parte de los que hemos explicado para la manía es válido para la hipomanía, debe ser en un grado que no represente una alteración evidente del comportamiento que pueda implicar, por ejemplo, la hospitalización. La frontera entre hipomanía y manía es, por lo tanto, un poco difusa. ¿Y la frontera entre hipomanía y alegría normal? En general, la alegría tiene una justificación muy clara y dura muy poco. La alegría es una emoción que puede darse en la hipomanía, pero ésta se acompaña de muchos otros síntomas: insomnio o disminución del sueño, discurso acelerado, irritabilidad, etc.
La hipomanía puede ser un estado extremadamente agradable.
Si es moderada, puede hacer que el individuo aumente su actividad sin perder su sentido  puede implicar mayor creatividad y capacidad de liderazgo. El problema es que constituye  un estado extremo inestable. Muchos pacientes querrían  estar permanentemente un poco hipomaníacos. Lamentablemente, la hipomanía tiende de manera acusada a empeorar y a convertirse en manía (en los bipolares de tipo I), o a transformarse de improviso en una fase depresiva (sobre todo en los bipolares de tipo II). Y, de pronto, hay un momento en que me doy cuenta de ello:  tengo la cabeza como “en ebullición” y sé que todo irá bien. 
Me dejo llevar por el instinto y todo adquiere un valor extraordinario. Mi calle de siempre me parece una obra de arte.»
«Poco a poco, me sentía mucho mejor; me ponía un vestido corto y los walkman y paseaba por la ciudad, hablando con todo el mundo. Notaba que no necesitaba dormir demasiado, con cuatro o cinco horas tenía suficiente. No me parecía nada extraño. He leído que hay gente que no duerme en toda su vida. Todo el mundo era muy simpático conmigo y me sentía capaz de cualquier cosa.»
La enfermedad de las emociones: el trastorno bipolar  .Y aquí estoy yo, brotado entre las ruinas, mordiendo sólo   todas las tristezas, como si el llanto fuera una semilla y yo el único surco de la tierra.

PABLO NERUDA

La depresión consiste en la pérdida de interés por las actividades habituales, la falta de ilusiones y la gran dificultad para hacer cosas que, en otro momento, habrían sido fáciles o rutinarias. En la depresión bipolar hay una gran pérdida de fuerza de voluntad y una gran apatía. A menudo los pensamientos y los actos son más lentos. Es como la cara inversa de la manía: inactividad, tristeza, lentitud, ideas de minusvalía y un gran sufrimiento. El afectado se siente como si hubiera perdido toda su energía, como un motor sin gasolina. Para los que conviven con el paciente, la fase depresiva puede ser muy frustrante, pero a menudo la prefieren a la fase maníaca, en que las alteraciones del comportamiento son más aparatosas.
En la fase depresiva el paciente acostumbra a recluirse en la cama o en su habitación, duerme mucho y se abandona físicamente, pero no es tan difícil de controlar como en la fase maníaca. El problema es que detrás de este comportamiento menos conflictivo hay un gran sufrimiento personal, difícil de entender para quien no lo ha vivido directamente. El paciente se siente indolente, inútil, frustrado. Antes de empezar algo ya se le han ocurrido cien razones para no hacerlo. Las pequeñas obligaciones del día a día se convierten en un cúmulo de dificultades. Sólo se le ocurren ideas negativas. A veces parece que la muerte es la única solución… Afortunadamente, hay soluciones mucho mejores, pero la persona deprimida es incapaz de verlas y es necesario insistir mucho para que confíe en el tratamiento médico. La depresión se acompaña de una distorsión del tiempo muy peculiar: el pasado y el futuro se contaminan de la vivencia depresiva. Un paciente que se hallaba en fase depresiva desde hacía una semana afirmaba convencido: «Esta depresión no sanará nunca, hace años que la arrastro». Curiosamente, cuando se recuperó, decía: «Ahora ya estoy bien. No volverá a ocurrirme nunca más, es imposible». Al cabo de dos años, en una recaída, volvía a defender que siempre había estado deprimido, cuando sabíamos perfectamente que había estado bien durante dos años. Esta sensación de fatalidad lleva a la desesperación y puede facilitar una de las complicaciones más graves de la depresión: el suicidio. Más adelante hablaremos de este tema tan delicado.
Otros síntomas de la fase depresiva pueden ser la pérdida del apetito (aunque en algunos pacientes es más frecuente su aumento y la correspondiente ganancia de peso), la fatiga, las somatizaciones (dolor en las piernas, cosquilleo en los dedos, mala digestión, dolor de cabeza), las crisis de ansiedad, la pérdida de impulso sexual, el aislamiento social, el malhumor y muchos otros.
En la fase depresiva también pueden observarse síntomas psicóticos.
En este caso suelen ser de contenido depresivo: ideas delirantes de culpa, ruina, inutilidad…; convencimiento de padecer cáncer, sensación de ser señalado y rechazado por parte de la gente en la calle, etc. Las alucinaciones son menos frecuentes, pero pueden adoptar la forma de voces que insultan o de visiones del demonio, por ejemplo. Algunos pacientes presentan depresiones catatónicas en las que lo más llamativo es su permanecence en la inmovilidad y desconexiónde la realidad. Sin embargo, estos síntomas sólo aparecen en las depresiones más graves. Son más habituales las fases depresivas leves y moderadas, en especial cuando acompañan  la remisión de una fase maníaca.

Un aspecto de la fase depresiva que debe tenerse en cuenta es que a menudo los síntomas son más intensos por la mañana que por la tarde. Esto no es siempre así, pero hay un porcentaje importante de pacientes que se levantan muy mal, sin fuerzas, y que abrtir de las seis o las siete de la tarde empiezan a sentirse más activos y animados. Algunos pacientes tienden a alargar las noches, que es cuando se encuentran mejor, y a levantarse cada día más tarde, evitando el peor momento del día. Esto hace que acaben por dormir de día y vivir de noche, que alteren completamente el funcionamiento familiar y hagan más difícil su reintegración social. Además, al levantarse más tarde también retrasan la hora en que empiezan a encontrarse mejor, de modo que ello no supone ninguna solución. La mejora vespertina se explica por razones neurohormonales, que describiremos mejor cuando hablemos de las causas y los mecanismos de la enfermedad.
«Cuando estoy deprimido lo veo todo negro, no tengo ganas de hacer nada. Siento un vacío inexplicable, como si estuviera muerto. Se trata de una tristeza sin motivo, muy superior a lo que crees que la ha provocado. Es una tristeza física, que me duele dentro.»
«La depresión es peor que un cáncer; me añade cincuenta años. Es como si perdiera la mitad de la sangre del cuerpo; no tengo energía para hacer nada y no paro de hacerme preguntas, de cuestionármelo todo, de pensar cosas que, cuando estoy bien, me parecen completamente absurdas.»
«Perdí la ilusión por todo; creía que mi mujer se merecía algo mejor que yo y quería pedirle el divorcio. No quería ser una carga para ella. También creía que no sería capaz de hacer bien mi trabajo, aunque hace doce años que lo hago; quería despedirme voluntariamente; tenía la impresión de que si no me habían echado era por lástima. El médico me dijo que no tomara ninguna decisión importante hasta que estuviera bien, que quizás entonces lo vería diferente. Tenía razón.
Suerte que no deje a mi esposa, ni el trabajo… habría sido un gran error! No debe tomarse nunca una decisión cuando se está deprimido. A veces te parece que es en aquel momento cuando lo ves todo más claro, pero es un error. Cuando estás deprimido, las decisiones las toma la enfermedad.»
«He estado deprimida los últimos cuatro meses; sólo tenía  ánimos para sentarme frente al televisor y “hacer como si mirara”, porque en realidad no me enteraba de nada de lo que decían. Pasaba las tardes enteras sentada en el sofá, adormilada, mirando programas estúpidos y sintiéndome la persona más desgraciada del mundo porque no tenía fuerzas para hacer nada más. Sólo quería sentarme, sentarme delante de la tele como si fuera un zombi y comer chocolate. Además, me preocupaba muchísimo porque me estaba poniendo como una foca, de tanto comer chocolate. Pero no podía evitarlo.
Creía que estaría así el resto de mi vida, que la medicaciónno podría ayudarme, y empezaba a creer que no valía la pena vivir de aquel modo. Al cabo de veinte días de tomar la medicación, empecé a encontrarme un poco mejor. Además del médico, también iba a una psicóloga y entre las dos diseñamos una estrategia para vencer la apatía que tanto me dominaba.
Me di cuenta de que lo más difícil era comenzar, que cuando empezaba a hacer alguna de las tareas que me había pautado la terapeuta todo iba mejor. El ejercicio físico también me ayudaba. Lo que más me costaba era levantarme por la mañana, pero tenía que hacerlo: la psicóloga decía que es básico no dormir más de nueve horas. Ahora ya me he recuperado bastante, pero sigo yendo a la psicóloga y, aunque me cuesta, hago todo lo que me dice. Ahora noto realmente que estoy mejor, que la medicación me ha ayudado mucho y me ha permitido empezar a poner algo de mi parte.»


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