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lunes, 16 de agosto de 2010

Lo que se denomina fase mixta en los trastornos bipolares

Por: RALPH EMERSON

Las fases mixtas consisten en una mezcla de síntomas de manía y depresión. Son difíciles de diagnosticar y causan un gran sufrimiento tanto al paciente como a su familia. El tipo más frecuente se manifiesta con hiperactividad, aceleración del pensamiento y, al mismo tiempo, ideas negativas y pensamientos depresivos. A menudo se acompañan de una gran ansiedad. Algunos pacientes presentan fases mixtas aisladas,
pero es más frecuente que las fases mixtas sean la continuación de una fase maníaca o la transición entre una fase maníaca y una depresiva, en especial en los pacientes denominados cicladores rápidos, que a menudo pasan de manía a depresión y a la inversa.
«Cuando realmente lo paso peor, peor incluso que durante una depresión, es en las fases mixtas. Estoy muy nervioso, activado, inquieto, como si estuviera maníaco, pero no sé que hacer, dónde ponerme, dónde esconderme. No dejo de  pensar tonterías, tengo miedo, miedo de todo, un miedo inespecífico. Se me ocurren ideas negativas, de manera
automática, intensamente, a gran  velocidad, y aún me angustio más. Me es imposible dormir, pero tampoco soy capaz de llevar a cabo ninguna actividad. Además, sé que estoy insoportable con los de casa; me exalto por nada, grito, discuto por todo… Es una fase muy dura, espero no pasar otra parecida.»

Como decíamos al inicio, cada individuo es un ser único e irrepetible. No hay nadie que sea exactamente igual, física o mentalmente, a otro. Ni tan siquiera los gemelos idénticos son exactamente iguales. Cada ser humano tiene su personalidad y su modo de conducir su vida. Afortunadamente,  las enfermedades son mucho menos numerosas que las formas de ser. Enfermedades, y ahora hablamos específicamente de trastornos mentales (desde los más leves como la ansiedad hasta los más graves como la demencia), hay muy pocas. Pero enfermos hay muchos. Esto quiere decir que muchas personas, aunque sean distintas entre sí, comparten los rasgos comunes de la enfermedad. Ésta es la base del diagnóstico en psiquiatría: el diagnóstico clínico. Es decir, el diagnóstico basado en la identificación de una serie de síntomas que, agrupados, constituyen el núcleo central de una enfermedad.
Antiguamente, todas las enfermedades, incluso las físicas, se diagnosticaban de esta manera. Actualmente sigue habiendo muchas, como el sarampión, las paperas, etc., que pueden diagnosticarse sin necesidad de hacer pruebas. Pero el progreso nos ha permitido confirmar el diagnóstico clínico mediante una serie de exploraciones, como los análisis, las radiografías, las endoscopias, etc., que nos dan seguridad a la hora de establecer un pronóstico y un tratamiento, lo cual en el fondo constituye el único objetivo que tiene establecer un diagnóstico.
El diagnóstico no debe ser una etiqueta o una tara. El diagnóstico es la garantía que nos da la ciencia médica de que aquello que nos hace sufrir es muy conocido y, por la experiencia acumulada con los miles de hombres y mujeres que lo han padecido y en quienes se ha estudiado, puede tratarse de un modo concreto. En psiquiatría, por ahora, no hay pruebas o exploraciones que permitan comprobar el diagnóstico clínico. Esto es así porque muchas enfermedades psíquicas se deben a sustancias internas del cerebro, el cual ni puede pincharse ni ser sometido a una biopsia por razones obvias.
Por lo tanto, en psiquiatría el diagnóstico depende de los síntomas que el paciente y sus familiares explican al médico y de lo que éste observa con sus conocimientos y habilidades específicas.
Para diagnosticar un trastorno bipolar es necesario identificar períodos de tiempo en los que el paciente se haya mostrado claramente eufórico, acelerado o irritable. Los psiquiatras utilizamos listados de «criterios diagnósticos», que tal como se ha dicho se denominan DSM (ahora vamos por el DSM-IV) o CIE (ahora vamos por la CIE-10), que sirven para saber si los síntomas de un paciente corresponden a uno u otro trastorno. Si la euforia ha sido lo bastante intensa y ha durado lo suficiente como para considerarla
una fase de manía, ya podemos establecer el diagnóstico de trastorno bipolar, incluso sin fases depresivas, ya que se da por sentado que un día u otro se producirá dicha fase.
Por el contrario, ante una depresión (tristeza, apatía, falta de ilusión, etc.) no hablaremos de trastorno bipolar hasta que comprobemos que se ha producido una fase maníaca en el
pasado o que se producirá en el futuro. Así pues, si no hay fases de euforia, no hay trastorno bipolar (se habla de depresión unipolar).
Si diagnosticamos un trastorno bipolar, es necesario conocer la intensidad de los síntomas para saber de qué subtipo se trata. El subtipo I se caracteriza por manía y depresión, o bien  por manía sola. La manía es una euforia tan intensa que casi siempre implica ingreso hospitalario y/o aparición de delirios y alucinaciones. El tipo II se caracteriza por hipomanía (manía suave) y depresión. La hipomanía, como ya sabe el lector, es una alegría exagerada que se acompaña de indiscreciones, exceso de generosidad, exceso de confianza en uno mismo e implicación inadecuada en nuevos planes y proyectos, sin llegar a los extremos de la manía. El tercer subtipo de trastorno bipolar es la ciclotimia, que consiste en cambios de humor frecuentes e inexplicables, emotividad e inestabilidad, sin llegar al extremo de la manía o la depresión. La mayoría de los ciclotímicos no tienen ni idea de que lo son, no van al médico, pero su vida se halla enormemente condicionada por los cambios en su estado de ánimo.
Cuando diagnosticamos a un paciente con síntomas de trastorno bipolar, los psiquiatras nos planteamos diferenciar el cuadro de dos enfermedades que pueden confundirse: una es la depresión «a secas» (unipolar); muchos pacientes se quejan de las depresiones, pero no de las euforias, y esto puede contribuir a no advertir su presencia y que el paciente es bipolar. La otra enfermedad con la que puede confundirse es la esquizofrenia; de hecho, hay pacientes a los que es tan difícil distinguir que se denominan esquizo-afectivos, porque se hallan a medio camino entre la esquizofrenia y el trastorno bipolar. En ambas enfermedades pueden aparecer delirios (ideas irreales, sensación de ser espiado o seguido, coincidencias sospechosas o mensajes indirectos) y alucinaciones (voces, olores extraños, visiones), de modo que es extraordinariamente difícil saber si se trata de una o de la otra cuando el paciente está más enfermo. Por lo general se requiere tiempo, observación y seguimiento para esclarecer el diagnóstico.
Antiguamente se tendía a diagnosticar preferentemente esquizofrenia, razón por la que algunos pacientes bipolares han recibido inicialmente este diagnóstico. No se trata forzosamente de un error, sino de un cambio en el modo de diagnosticar de la psiquiatría, a partir de estudios que han demostrado que los bipolares también pueden presentar síntomas psicóticos.
Para finalizar, sólo mencionaremos una forma especial de la enfermedad que puede aplicarse a los tres tipos (I, II y ciclotimia) mencionados con anterioridad y que se denomina ciclación rápida (pacientes que alternan en cuestión de días, u horas, varias fases de manía y depresión). Estos casos son muy difíciles, pero se ha demostrado que a la larga mejoran y se estabilizan. Para ser ciclador rápido, un paciente debe presentar por lo menos cuatro episodios en un año (p. ej., dos fases maníacas y dos depresivas). Otra forma especial es el «patrón estacional» (pacientes que siempre recaen en la misma época del año).
Sólo queremos recordaros que todas las personas somos falibles, también los médicos. La única vía de la que disponemos para hacer un buen diagnóstico es la información que nos proporcionan los pacientes y sus familiares. Entre todos debemos procurar mejorar siempre nuestra capacidad de diagnóstico para poder establecer el pronóstico y encontrar el tratamiento más apropiado para cada caso.
«El problema era que, en realidad, yo no aceptaba la enfermedad.
No podía soportar la idea de que mi carácter no era sólo original, sino que tenía una enfermedad con mayúsculas. Me asediaba la palabra locura, con todas sus connotaciones. Me lo repetía constantemente y esta idea me torturaba. Supongo que me enganché enseguida al tratamiento alternativo porque me dijeron precisamente lo que quería oír: que no padecía ninguna enfermedad, que sólo pasaba por un mal momento en mi proceso de expansión personal. “No sabes centrar la energía”, me dijo un señor con barba que afirmaba haber estudiado en Asia. Así que empecé a seguir su tratamiento de reorganización de mi fuerza interior; llevaba siempre colgada al cuello una bolsita de tela con hierbas, y cada semana visitaba a aquel señor de la barba que me ponía las manos en la espalda y repetía frases ininteligibles. Todo ello me costaba una fortuna y seguía encontrándome mal. Si hubiera empezado antes el tratamiento médico me hubiera ahorrado mucho sufrimiento y dinero. Ahora lo veo claro: yo sólo tengo una pequeña anomalía en una parte del cerebro, del mismo modo que hay personas que tienen problemas de  corazón o de hígado, o con el azúcar, que de vez en cuando me causa depresiones y euforias, pero en los restantes aspectos, una vez estabilizado por la medicación, soy una persona normal, no estoy loco. No sé si puedo decir lo mismo de aquel señor de la barba.»

No hay un solo hombre tan dulcemente sencillo que su naturaleza pueda explicarse como la suma de sólo dos o tres elementos principales.

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