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sábado, 4 de septiembre de 2010

La expresión infantil del tiempo

GENERALIDADES. ADVERBIOS

A raíz de mi discurso de ingreso en la Real Academia Española, el maestro Azorín me dirigió una carta alentadora, en la cual me invitaba a continuar mis estudios sobre el habla infantil y me plan¬teaba nuevos problemas: «Los niños —decía— nos dan lecciones de lenguaje directo. ¿Cuántos escritores habrá que usen el lenguaje directo? En el siglo xiv, D. Juan Manuel en su Conde Lucanor. Gracián, tan indirecto, se sentía atraído, embelesado, por ese libro. ¿Y la Gramática de los niños? ¿Y el tiempo de los niños, ese tiempo que los gramáticos no logran captar?»
Desde aquella incitación tan honrosa para mí, la idea de tratar del sentido del tiempo y su expresión en los niños siguió escarbando en mi mente. Y ninguna ocasión mejor que este libro para ofrecer en forma ordenada algunas reflexiones sobre este capítulo vivo de la gramática infantil, que siempre he querido escribir, y el espíritu lúcido de Azorín me invitaba a desarrollar: «Los niños ven el mundo nuevo—me decía—; parece que la Naturaleza habla por ellos.»
Bühler aplicó al lenguaje el sistema de referencias, bien conocido desde atrás, con que el espíritu humano capta el mundo circundante: es el sistema triangular yo -aquí -ahora. Ortega y Gasset había for¬mulado uno de los ejes de su pensamiento al decir: «Yo soy yo y mi circunstancia.» Las circunstancias inmediatas que se integran en el yo son: aquí, desde donde situamos las cosas en el espacio; y este ahora de que partimos en la intuición del tiempo. Las circunstancias en que mi yo se realiza y define, vienen siempre referidas a mi aquí y a mi ahora.

Importa para nuestro objeto analizar lo que significamos con la palabra ahora. Según el contexto y la situación, ahora es un lapso de tiempo que puede ser prolongado desde este momento hasta nuestra era geológica, de límites indeterminados antes y después de nosotros; o desde el descubrimiento de América, punto preciso del pasado; o bien, mientras dure mi vida, o la del género humano, hacia un porvenir desconocido.
Ahora puede tener asimismo una representación más o menos puntiforme y aludir sólo al instante en que pronunció esta palabra. Nuestro idioma ha creado un gracioso diminutivo, ahorita (horíta), usual sobre todo en Canarias y en América, que en su origen se proponía puntualizar o achicar más este momento fugitivo de mi vivir. Pero tanto e/ ahora como el ahorita se han ensanchado hasta significar «pronto». No significa otra cosa la fórmula de despedida ¡Hasta ahora! Cuando nos dicen ahorita lo hago, entendemos la frase como expresión amable del deseo de complacernos con prontitud.
Antonio Machado, poeta de la percepción temporal, dijo más de una vez: «Hoy es siempre todavía»; pero ese Todavía, tan frecuente en sus poemas, no contiene sólo lo que sobrevive de nuestro pasado, sino también lo que se adivina como inminente:
«¡Oh Tiempo, oh Todavía, preñado de inminencias!, tú me acompañas en la senda fría, tejedor de esperanzas e impaciencias.»

Nuestro ahora es, pues, dilatable en cualquier sentido; y así se explica que, en la conjugación de todos los idiomas, las gramáticas registren un presente actual, un presente habitual, un presente histórico y un presente futuro. El presente es el Tiempo por antonomasia, el tiempo que se basta así mismo; es decir, la Eternidad, que es omnipresencia.
En los primeros capítulos de nuestro primer libro de caballerías, leemos que un caballero bretón llamado Gandales navegaba en su galera por un mar ignoto; y encontró flotando sobre las olas una caja con un niño de pocos días; entre las ricas ropitas que lo envolvían llevaba una inscripción: «Este es Amadís Sin-Tiempo, hijo de Rey». El autor explica que fue llamado Sin-Tiempo porque nada podía preverse sobre su vida. Desde que leí esta primera y azarosa aventura de Amadís de Gaula, cada vez que veo un recién nacido, pienso: he aquí otro Niño Sin Tiempo, sumergido por entero en su Presente intemporal. E imagino con pena que este niño radioso de Eternidad, tendrá que aprender a cronometrar su vida, sujetarse al reloj y al calendario; y para colmo, los maestros nos empeñaremos en enseñarle a conjugar.

Los adultos sabemos conjugar, aunque no hayamos estudiado Gramática. Y el problema que me propongo presentar aquí es cómo se pasa, o cómo hemos pasado, del vivir atemporal de Niños Sin-Tiempo, al vivir conjugado de recuerdos y esperanzas en que nos debatimos. La psicogénesis individual de nuestra lengua materna puede decirnos algo de este proceso interior.
Cuando ya de mayores volvemos a los lugares de nuestra infancia, notamos que las cosas que nos fueron familiares se han vuelto pequeñas, en relación con la magnitud que para nosotros tuvieron. El espacio se nos ha achicado, tal vez por el aumento de nuestro ta: maño corporal. Descubrimos que hemos afinado, o por lo menos cambiado, el sentido de las dimensiones y las distancias. Un achicamiento parecido se produce en nuestras representaciones del tiempo. Bastará que cada uno de nosotros recuerde cuan alejado estaba un domingo del domingo siguiente; ¡ qué inmensidad separaba la vuelta anual de los Reyes! Tanta, que siempre era nueva; tanta, que en su intervalo descubríamos un día que no había Reyes, y ya no volverían más. El niño en su presente ilimitado y total, aprende poco a poco a fragmentar el tiempo, a desmenuzarlo y a distinguir el hoy del ayer y del mañana; el siempre, el nunca, el todavía, el pronto; el ahora, el antes y el después. Cada uno de estos hallazgos nos descompone el presente infantil. Uso la palabra descomponer en su acepción más popular de desbaratar, de deshacer y triturar el tiempo, en granos y granitos cuya pequenez creciente nos muestra la cara transitoria, efímera y provisional de aquel Tiempo que nos envolvía de niños en su inmensidad indiferenciada. «Tiempo en profundidad» le llama Jorge Guillen cuando logra evocarlo: «Tiempo en profundidad: está en jardines. Mira como se posa. Ya se ahonda. Ya es tuyo su interior. ¡Qué transparencia de muchas tardes, para siempre juntas! Sí, tu niñez, ya fábula de fuentes.» (Los jardines. Cántico, 1928). Tiempo en profundidad es tiempo parado, quieto, que no transcurre. Los magos, en los libros de caballerías y en los cuentos, practican el encantamiento, que es una detención de todo movimiento vital propio. Estamos encantados cuando no sentimos el paso de las horas y los días. No es una casualidad que el desencanto, en la vida y en el idioma, haya venido a ser sinónimo de decepción. El hombre civilizado de todas las épocas aspira a encantarse, a detenerse en un remanso de su vivir anheloso de recuerdos y proyectos. Busca el encantamiento en el ensueño, o en el ritmo pausado de la Naturaleza. Es el tema de todos los «menosprecios de corte y alabanzas de aldea» que se escribieron en el Renacimiento. El Príncipe de Esquiladle, por ejemplo, glosa el Beatus Ule en un soneto que termina:
«No hay más fortuna que vivir de espacio.»
Vivir despacio era para el poeta, y es para nosotros, frenar en la quietud campesina el tráfago presuroso de la corte, hasta parar el movimiento, que es eternizar el instante.

Cuando el Dr. Fausto va a cerrar el pacto con el gran encantador Mefistófeles, le impone esta condición para entregarle su alma:
«Si algún día, embelesado, al momento fugitivo digo: "Ten el vuelo raudo", échame al cuello la soga, abre el abismo a mi paso, doble a muerte la campana, párese el vital horario, todo para mí concluya y comience tu reinado.»
(Traducción de Teodoro Llórente)
Pero ese momento nunca había de llegar; y ésta fue a la vez la tragedia y la salvación de Fausto. Maragall, tan goethiano, dice de sí mismo en el Cant espiritual:
«... jo que voldria aturar tants instants de cada dia, per fe'ls eterns a dintre del meu cor.»

Nuestros niños Sin-Tiempo, como Amadís, viven encantados en su Presente redondo e inmóvil, sin divisiones interiores. Por esto confunden tan a menudo el significado de los adverbios de tiempo. Una nieta mía de casi cuatro años a quien prometí un juguete para mañana, me preguntó: «¿Mañana es hoy?» Todos tenemos experiencias semejantes en el propio recuerdo y entre nuestros familiares, del lento surgir de las expresiones temporales en el habla infantil. Entre ellas, vamos a dedicar principalmente nuestra atención al proceso genético de las formas del verbo.

PROCESO GENÉTICO DE LAS FORMAS DEL VERBO

Imperativo
Con lo dicho hasta aquí, no es necesario insistir en que el presente sirve para expresar todas las representaciones temporales del niño. Cualquiera que sea su forma gramatical, las primeras expresiones verbales tienen marcado carácter imperativo. Los niños llaman, piden, prohiben y mandan desde sus primeros balbuceos, por medio de gestos y gritos expresivos de deseo, repugnancia, volición. Cuando su habla va tomando carácter articulado, la función imperativa ocupa el primer plano. Consiste primero en nombrar las cosas deseadas con acento volitivo: ¡agua! ¡pan! Los vocativos (¡mamá! ¡chacha!) unen a su significado de llamada un claro sentido de volición, del mismo modo que cualquier expresión de mandato cumple a la vez una función apelativa. La apelación y el mandato van inseparablemente unidos. Cuando los mayores nos dirigimos a los niños usamos preferentemente formas apelativas, que son las primeras que oyen y aprenden.
Es bien sabido que el imperativo indoeuropeo es una forma abreviada y condensada que tiende a presentar la raíz verbal con la mayor desnudez; por ejemplo, en latín dic, duc, fac, fer, o con la vocal temática de cada conjugación, sin desinencia alguna, como en aína, lege, dele, dormí. Los imperativos castellanos monosilábicos di, ve, ven, sal, etc., responden a la misma tendencia condensadora. Por esto son las primeras formas que aparecen en la conjugación infantil. Pertenecen además al lenguaje directo, del cual nos dan lecciones los niños, según decía Azorín. No cabe el imperativo en el estilo indirecto.

Todas estas etapas de la expresión imperativa han sido alcanzadas y consolidadas por nuestros niños antes de los cuatro años, y todas sobreviven más o menos en el habla adulta. Por su forma gra¬matical pueden ser interjecciones, sustantivos, verbos en presente de imperativo e indicativo (presente de mandato); no tardará en aparecer entre niños españoles el infinitivo de mandato: ¡Correrl ¡A dormir!, etc.
Anotemos como primer paso de nuestra investigación, que el carácter directo de la expresión infantil excluye de ella todas las formas del verbo usuales en la construcción indirecta, como son las condicionales o potenciales en -ría (cantaría, diría) y las del modo subjuntivo, con excepción del presente. Todas ellas son muy tardías y quedan fuera de la fase primaria que vamos analizando.

Presente de indicativo
Cuando un niño de cuatro años construye frases breves con intención simplemente enunciativa, narrativa o descriptiva, emplea con preferencia el presente de indicativo. Y como se puede narrar o describir lo ya hecho o lo que se proyecta, el presente de las gramáticas es, en este momento, la forma casi única del pasado y del futuro. Seguirá siendo también la forma preferida por el adulto sin instrucción, en proporciones que varían en razón inversa de su mayor o menor adiestramiento en el idioma de su comunidad lingüística.
Prescindiendo de su significado temporal, las formas del presente de indicativo son, con mucho, las más frecuentes en el uso general de la lengua hablada y escrita, en comparación con las demás de la conjugación española. En lo que se refiere al habla infantil, mis transcripciones de diálogos entre escolares de 7 a 12 años señalan que la proporción de frecuencia del presente es aproximadamente el doble de la suma de todos los pretéritos de indicativo juntos; en rela¬ción con el infinitivo la proporción media es de 4: 3. El futuro es muy poco frecuente a esa edad, como veremos luego.

Pretérito perfecto
La transición desde el inmenso ahora infantil que es el tiempo indiferenciado, hasta el tiempo medio del adulto, se produce antes hacia el pasado que hacia el futuro, por lo menos en lo que se refiere al uso de la conjugación. Las formas del futuro aparecen muy tarde, y se consolidan con extremada lentitud, en contraste con la relativa rapidez con que los niños empiezan a escalonar sus experiencias y a distinguirlas del ahora. El primer no-presente es el participio pasivo, cuyos morfemas en -ado, -ido, son fácilmente audibles para el niño, aun en sus formas populares o vulgares -ao, -ío, e inconfundibles con cualquiera otra desinencia verbal. El aspecto del participio es perfectivo, es decir, denota acción acabada antes de ahora en la representación o recuerdo infantil. Así al significado aspectivo originario se une la expresión temporal pretérita.
Entre los niños españoles, la primera expresión del pasado es el participio sin verbo auxiliar: nena comido; visto un caballo; papá entrado. El participio surge, pues, con todo su aspecto perfectivo de acción acabada; y, por contraste, pretérita. He aquí un indicio, por no decir todavía una prueba, de que nuestra primera salida del presente es aspectiva, y no temporal. Importa al niño, sobre todo, distinguir la acción terminada o perfecta, de la que transcurre en el presente inacabado. La historia de la conjugación indoeuropea confirma que la acción aparece primero a la mente como perfecta o imperfecta, reiterada o continua, vista en su comienzo o en su duración, y sólo después se van perfilando los valores temporales estrictos que la enuncian como presente, pretérita o futura. Situar las acciones en el tiempo es, pues, una especificación del aspecto con que se ofrecen a nuestra mente. ¡ Buena lección que dan los niños a los filólogos! Ya dijo Ortega que toda filosofía precipita en filología, y la filología se dilata en filosofía.

En el habla adulta, he cantado es un pretérito próximo que se opone al pretérito remoto canté. Pero entre los tres y los cuatro años he cantado, con verbo auxiliar o sin él, suele bastar como forma única del pasado. Canté se abrirá paso después como pretérito lejano. Empleo adrede los conceptos vagos de lejanía y proximidad, porque traducen bien el sentimiento de los hablantes espontáneos —y más si son niños—, que no pueden tener la precisión conceptual que los gramáticos queremos darles a posteriori. Me he referido sólo a los niños españoles, porque en Hispanoamérica el habla general tiende a limitar el uso de he cantado y a fundirlo con canté en todos los casos, como ocurre también en Galicia y Asturias. La evolución se halla en diferentes fases según los países. Donde se haya consumado la unificación de los dos pasados en favor de canté, es natural que los niños, que no oyen otra cosa que vi, dije, salí, pasé, no pueden emplear otra forma desde que empiezan a distinguir entre ahora y antes. Pero es curioso que en los lugares donde pervive, más o menos en declive, el pretérito próximo, los niños lo usan con frecuencia mucho mayor que los adultos. En mi discurso de ingreso por no decir todavía una prueba, de que nuestra primera salida del presente es aspectiva, y no temporal. Importa al niño, sobre todo, distinguir la acción terminada o perfecta, de la que transcurre en el presente inacabado. La historia de la conjugación indoeuropea confirma que la acción aparece primero a la mente como perfecta o imperfecta, reiterada o continua, vista en su comienzo o en su duración, y sólo después se van perfilando los valores temporales estrictos que la enuncian como presente, pretérita o futura. Situar las acciones en el tiempo es, pues, una especificación del aspecto con que se ofrecen a nuestra mente. ¡ Buena lección que dan los niños a los filólogos! Ya dijo Ortega que toda filosofía precipita en filología, y la filología se dilata en filosofía.
En el habla adulta, he cantado es un pretérito próximo que se opone al pretérito remoto canté. Pero entre los tres y los cuatro años he cantado, con verbo auxiliar o sin él, suele bastar como forma única del pasado. Canté se abrirá paso después como pretérito lejano. Empleo adrede los conceptos vagos de lejanía y proximidad, porque traducen bien el sentimiento de los hablantes espontáneos —y más si son niños—, que no pueden tener la precisión conceptual que los gramáticos queremos darles a posteriori. Me he referido sólo a los niños españoles, porque en Hispanoamérica el habla general tiende a limitar el uso de he cantado y a fundirlo con canté en todos los casos, como ocurre también en Galicia y Asturias. La evolución se halla en diferentes fases según los países. Donde se haya consuma¬do la unificación de los dos pasados en favor de canté, es natural que los niños, que no oyen otra cosa que vi, dije, salí, pasé, no pueden emplear otra forma desde que empiezan a distinguir entre ahora y antes. Pero es curioso que en los lugares donde pervive, más o menos en declive, el pretérito próximo, los niños lo usan con frecuencia mucho mayor que los adultos. En mi discurso de ingreso en la Academia traté con pormenores de estos hechos, y procuré explicarlos en parte por el carácter egocéntrico del lenguaje infantil. No lo hago ahora, por no repetirme y por no prolongar con exceso esta exposición. Añadiré, sin embargo, que los niños hispanoamericanos, según los datos que he podido recoger personalmente, y los que me envían los maestros de países que no he visitado, usan también el participio, sin auxiliar, como forma primera del pasado, a pesar del empleo restringido que el pretérito perfecto tiene en la mayor parte de América entre las personas mayores.

El imperfecto (cantaba), según los datos que he podido reunir, está consolidado normalmente hacia los cuatro años. Su formación y empleo deben de ser simultáneos con los de los dos pretéritos hasta aquí esbozados, o por lo menos de uno de ellos, según el uso local. En el sentido espontáneo del idioma es un pasado de larga duración, o de duración indeterminada, dentro de la cual pueden situarse otras acciones. Su carácter más saliente es la coexistencia (cuando entramos llovía). En su forma interior, implica la percepción más o menos clara del mientras, de la simultaneidad. Es una complicación del sistema verbal que no debe de ser difícil de adquirir, puesto que nuestros niños la aprenden pronto y con seguridad. En mi prác¬tica de la enseñanza de extranjeros he podido observar que las personas de lengua inglesa, donde / was puede traducirse al español por fui o por era, se hacen pronto a distinguir con facilidad los dos sentidos, en contraste con el grave escollo que para ellas representa el uso de otras formas verbales.
No olvidemos que cantaba es un imperfecto, es decir, anuncia una acción durativa en su transcurso, sin atender a su comienzo ni a su fin. En cuanto al tiempo, puede ser pasada, como ocurre de ordinario en la lengua culta y literaria; y puede enunciar también una acción desrealizada, ficticia, en presente o en futuro ejemplos: quería pedirle a Vd. un favor; si tenia dinero me compraba un coche; en los juegos de niños, yo era el ladrón y tú eras el guardia). En las hablas infantil y popular, el imperfecto desrealizador es extraordina¬riamente activo, lo cual demuestra otra vez que el valor aspectivo es anterior al significado temporal.

Para la imaginación del niño, el tiempo no tiene la representación lineal objetivada, donde las cosas se mueven ante los ojos desde el pasado hacia el porvenir. Para eso necesitarían contemplar el tiem¬po quedándose fuera de él, como los adultos intentamos hacer. Y los niños no lo contemplan, sino que lo viven desde dentro en profundidad táctil, y no en extensión visual. Por esto los griegos imaginaron que las Parcas hilan, devanan y cortan el destino en el seno del viejo Cronos. Los niños viven en el seno de Cronos y no necesitan representárselo. Nosotros, en cambio, estamos pendientes de las Parcas hilanderas, y con la fantasía recorremos el hilo, atrás y adelante, hasta el tijeretazo final, la más perfecta, o acabada, acción de nuestro vivir.
El pluscuamperfecto (había cantado) es esporádico hasta los siete años, y raro hasta los diez. No llega a consolidarse hasta los 10-11 años, con diferencias individuales según el grado de instrucción escolar y el medio familiar en que viven los niños. Supone un escalonamiento relativo de las acciones pasadas, que la mente infantil no necesita en su comunicación espontánea, aunque lo entienda cuando lo oye a los mayores. No hay que decir que el pretérito anterior (hube cantado) no existe para el niño, ni para el adulto que no haya recibido instrucción literaria de nivel elevado; y aun así no se usa más que en la lengua escrita.
Con el margen de error de toda generalización, sobre todo cuando tratamos de interpretar un fenómeno tan movedizo, podríamos reducir la expresión del pasado infantil a las siguientes líneas esquemáticas.

Entre los tres y los cuatro años, el no-presente cuaja en el participio cantado con verbo auxiliar o sin él. En torno a los cuatro años el pretérito perfecto se halla en competencia con el pretérito absoluto canté; y esta pugna se resuelve entre los cuatro y los siete años en favor de una u otra forma, o con una distinción de sus funciones, según el uso de las personas mayores en cada región, país o plano social en que los niños viven. También a los cuatro años aparece con firmeza el imperfecto (cantaba). Entre los cinco y los diez años asistimos a una consolidación de lo adquirido antes, sin que aparezcan medios formales nuevos que indiquen mayores precisiones en el escalonamiento del pasado. Entiéndase bien que no se trata de las formas que los niños son capaces de entender, sino de las que emplean en su conversación espontánea con otros niños.

Futuro
En contraste con la adquisición relativamente rápida de unos cuantos pretéritos, el futuro (cantaré) suelta con mucha dificultad las amarras que lo mantienen englobado en el significado del presente durante la primera infancia. Anticipándome a las observaciones que luego expondré, puedo afirmar que en el conjunto de los países hispánicos el empleo del futuro de las gramáticas es raro antes de los siete años; poco frecuente entre siete y diez, y no alcanza el nivel de frecuencia normal en el idioma hasta los doce o trece años. Me refiero al habla de niños criados en un medio doméstico culto, de lenguaje esmerado, y que reciben instrucción esco¬lar más o menos intensa. Cuando no se dan tales condiciones, habría que retrasar esta cronología; y no son pocas las personas adultas que prácticamente no usan el futuro, como luego veremos.

Las representaciones del futuro son inciertas, inseguras, de contornos borrosos por naturaleza. Son además eventuales, hipotéticas, y por ello están teñidas de un matiz modal que las acerca a las formas del subjuntivo y las confunde con ellas. De aquí resulta que el futuro absoluto —que es tiempo imperfecto— tiene mucho de abstracto; es como una flecha lanzada hacia el porvenir sin saber donde ha de parar; y por ello exige en el hablante cierta capacidad de abstracción que no pueden tener los niños ni las personas incultas. Esto no quiere decir que unos y otros carezcan de previsiones o anticipa¬ciones del porvenir, de lo que viene después de su ahora.
El presente contiene el porvenir. No es extraño que el futuro se exprese por el presente, tanto entre los niños como entre los mayores, cualquiera que sea nuestro grado de experiencia y de cultura literaria. Voy significa iré; Mi padre llega hoy = llegará. El motivo de esta traslación, que es general en todas las lenguas, es que las formas del futuro absoluto carecen de puntos de referencia, y la acción que con él expresamos anda más o menos náufraga y a la deriva, y necesita para orientarse ver la costa de donde ha partido. Entre los niños, el porvenir se enuncia por el presente, y no tienen otra forma de expresión. Antes de los siete años es excepcional que un niño diga saldré, jugaremos, por salgo y jugamos (voy a tu casa y jugamos). Los gramáticos catalogan con el nombre de traslación el empleo del presente por el futuro, porque las gramáticas se escriben para ser espejo de la lengua literaria. Pero desde el punto de vista genético las cosas ocurren justamente al revés. La verdadera traslación mental nace cuando empleamos un futuro desconectado de toda relación formal con el ahora.

Sin embargo, los niños sienten pronto la necesidad de distinguir una acción venidera que no sea precisamente ahora. Para ello se apoderan de dos recursos que el habla de los mayores les ofrecen:
uno de ellos es el uso de algún adverbio de tiempo entre los más frecuentes. Entre los niños madrileños de nuestro ambiente social aparece a menudo el adverbio mañana como signo indeterminado de porvenir. A los tres o cuatro años, mañana no significa «el día siguiente», sino «dentro de un rato», o bien «otra vez», es decir, no ahora. Por supuesto, el adverbio preferido puede ser después o luego, según el habla doméstica en que se miran. Pero es curioso que un niño de tres años, todavía en la etapa fonética que se resiste a pronunciar diptongos (quero — quiero, lego — luego, apo = guapo, beno = bueno, etc.) nos sorprenda con un mañana me das tarta. Es su primera transacción con el tiempo que no ha llegado. A los cuatro años aparece usada con bastante seguridad la perífrasis verbal vamos a cantar, te voy a dar merienda, vas a venir, que mantiene la acción futura como un propósito presente.

SINCRONÍA Y DIACRONÍA DEL FUTURO.1

Repetidamente han aludido los filólogos a la resistencia que ofrece el habla popular al empleo del futuro simple de indicativo, y a la tendencia creciente a sustituirlo, en todo el dominio hispánico, bien por el presente (mañana salimos = saldremos; María se casa — se casará), o bien por perífrasis o locuciones verbales del tipo voy a salir, han de llegar, etc., etc. Los sustitutivos del futuro se reparten de modo desigual en los diferentes países y regiones de lengua española y en las varias zonas sociales de cada habla local. El más general es el uso del presente con valor de futuro, que no sólo se halla en latín y en las lenguas romances, sino que es una traslación habitual en todos los idiomas. Algunos de ellos no tienen, o no han tenido, formas especiales del futuro, y expresan la acción venidera por medio del presente. Con respecto a las perífrasis verbales, haber de + infinitivo ha sido ampliamente documentada en la República Argentina; ir a + infinitivo es de uso general en los países hispánicos.2
Por otra parte, se trata de un fenómeno cambiante, huidizo, y por consiguiente difícil o imposible de tabular. En ciertas regiones tiene carácter marcadamente rústico; en otras es un vulgarismo que vive también entre la población urbana; en otras podría calificarse de popular, con toda la vaguedad que este adjetivo supone, y que puede llegar a invadir el habla familiar entre personas más o menos instruidas. Sin embargo, en ningún caso se llega a la pérdida total del futuro morfológico, que el habla culta y la lengua escrita mantienen sin mermas apreciables. La posible sustitución se practica en proporciones variables según el grupo social y geográfico.
Las locuciones verbales formadas por ir a y haber de seguidos de infinitivos, se usan normalmente en la lengua general con significado progresivo y orientado relativamente hacia el futuro. A este significado añade ir a un valor incoativo; haber de, valor obligativo. En mi Curso Superior de Sintaxis Española, 92 y 96, expliqué los pormenores y restricciones de ambas perífrasis. No es sorprendente, por lo tanto, que cuando el verbo auxiliar está en presente, las locuciones verbales en cuestión tiendan a oscurecer su sentido incoactivo y obligativo respectivamente, y pasen a significar sin connotaciones la simple acción venidera mirada desde el presente, en equivalencia total con el futuro simple morfológico (voy a cantar — he de cantar = cantaré). El predominio de ir a o de haber de dependerá de preferencias locales, pero el proceso es el mismo.
Nuestras representaciones del pasado y del presente son claras, de contorno definido; el porvenir, en cambio, es borroso, eventual, problemático, como ya dijimos. En consecuencia, la forma interior de la acción futura está predispuesta a impregnarse de un matiz modal de incertidumbre subjetiva, que hace inseguras y fluctuantes las fronteras entre los tiempos futuros y el modo subjuntivo. Por ejemplo, en las oraciones temporales, el Cantar de Mío Cid decía cuando los gallos cantarán, mientras que en la lengua moderna sería violento decir cuando el tren llegará (en vez de llegue), salvo en alguna construcción dialectal o arcaica.3 El futuro simple de indicativo tiene significado absoluto, objetivo, en cierta manera abstracto; y el hablan¬te con poco poder de abstracción propende a ligar la representación del porvenir a un verbo auxiliar en presente, que connote la subjetividad modal de incertidumbre, deseo, temor, posibilidad, necesidad, obligación. Y así puede llegar el momento en que voy a cantar haga olvidar con mayor o menor frecuencia a cantaré, y tienda a sustituirlo. La etapa intermedia antes de llegar a la sustitución sin residuo, consiste en que voy a cantar se siente más o menos vagamente como un futuro próximo, y cantaré como un futuro remoto o de realización indeterminada. Compárense las frases: Aquí van a construir un fuente, y Aquí construirán un puente.
Estos hechos se han relacionado con la extinción progresiva del futuro latino (amabo) y su recomposición románica con el giro amare ¡tabeo. Vossler la explicaba fijándose en que el pueblo poco instruido rehuía el futuro del latín clásico, por su carácter abstracto y exclusivamente temporal, y prefería la perífrasis amare habeo con su valor modal obligativo, que indica el propósito u obligación presente de realizar la acción. Viene a decir, pues, que en las épocas de escasa cultura, como ocurría en la descomposición del Imperio romano, en las cuales la presión de la lengua literaria es nula, se impone la manera popular de concebir la acción venidera, y se olvida el futuro clásico. Wartburg4 piensa, contra la opinión de Vossler, que el fenó¬meno se explica mejor por motivos fonéticos que por causas ideológicas. En primer lugar, el latín no tenía regularizadas las desinencias del futuro en las diferentes conjugaciones (delebo junto a faciam), y a menudo se producía confusión con las desinencias de otros tiempos. Cuando en época prerrománica se produjo la igualación fonética b = v, amabit (futuro) vino a confundirse con amavit (pretérito). Estas interferencias y otras parecidas, originaron la preferencia por el futuro perifrástico, que no daba lugar a equívocos. Para el naci¬miento y consolidación del futuro románico cabe pensar que los motivos ideológicos, que Vossler pone en primer lugar, y los fonéticos alegados por Wartburg, pudieron ser concomitantes y ayudarse recíprocamente.
En el caso del español moderno que venimos examinando en este artículo, no hay motivo fonético alguno, puesto que el futuro simple de indicativo tiene formas regularizadas y siempre claras, que no pueden producir en ningún caso confusión ni ambigüedad. La inclinación de las hablas populares hispánicas a rehuir el futuro simple debe interpretarse, por lo tanto, como una actitud del hablante, según el orden de ideas que Vossler propuso para explicar el desarrollo del futuro románico.
Veamos ahora en qué medida puede ayudarnos el habla de los niños de lengua española a plantear con exactitud los términos del problema. A poca experiencia que tengamos del habla infantil espontánea, se nota en seguida que el futuro morfológico es la menos frecuente de las formas simples del indicativo, y desde luego la de desarrollo más tardío. Sólo el potencial o condicional (si lo consideramos como perteneciente al modo indicativo) es menos frecuente que el futuro simple, y más tardío y lento en su aparición y consolidación.
En una investigación sistemática que practiqué en la Universidad de Puerto Rico en colaboración con un grupo de maestros,8 obtuve resultados que importa resumir aquí: En la conversación espontánea de 50 niños y niñas de cuatro a siete años, no apareció más que una sola vez. En cambio, se presentó con frecuencia en las mismas conversaciones el presente que designa acción venidera: no te lo doy; los Reyes me traen una muñeca. También menudearon los casos de ir a + infinitivo: Esta nena se va a caer; No se la voy a dar. Estos datos permiten afirmar que, entre los 50 niños estudiados, la expresión normal de la acción venidera es el presente de indicativo o la locución ir a + infinitivo. El futuro simple de las gramáticas puede calificarse de esporádico. Notemos que no se trata de los medios idiomáticos que los niños son capaces de reconocer y entender, sino de los que efectivamente usan.
Entre los siete y los diez años, las proporciones varían ligeramente en favor del futuro simple; pero sigue siendo raro en la conversación espontánea, a pesar de que la influencia de la lectura y la escuela harían suponer una frecuencia mucho mayor. De diez a catorce años ya no puede llamarse raro al futuro simple, pero sí poco frecuente en general. Sin embargo, las diferencias individuales son muy grandes, y lo son asimismo las que se obtienen comparando unas escuelas con otras. Sin pretender generalizar demasiado unos datos fragmentarios y que en gran parte escapan a toda estadística, no estaríamos lejos de la verdad si afirmáramos, con las salvedades necesarias, que en el conjunto del país el futuro es esporádico antes de los siete años; raro entre siete y diez, y poco frecuente hasta los catorce.

En un Recuento de léxico y formas gramaticales practicado e impreso en aquella isla6 estudiamos la frecuencia del futuro simple en 50 verbos de mucho uso. Los datos del Recuento están basados en cerca de diez millones de palabras, procedentes de muy diversas fuentes; obtuvimos la cifra de 3.536 futuros simples, en el conjunto de los 50 verbos escogidos, circunscribiéndonos al lenguaje de los alumnos de 7 a 14 años que asisten a las escuelas públicas, rurales y urbanas, de todo el país. Pues bien: de estos 3.536 casos, sólo 884 pertenecen a la conversación espontánea de los escolares entre sí, exactamente la cuarta parte; las tres cuartas partes restantes proceden de las conversaciones con los maestros y de los ejercicios escritos de composición. Este desnivel tan considerable entre el uso efectivo espontáneo y el uso culto reflexivo, tratándose de escolares que llegan hasta 14 años de edad, indica a las claras que la frecuencia del futuro crece con el grado de instrucción. Fácilmente se nota que el habla vulgar de los adultos rehuye el futuro simple en toda la isla, en tanto que las personas instruidas lo emplean en proporción semejante a la del habla culta en todos los países de nuestro idioma. Es presumible que si hubiéramos practicado la misma investigación en las escuelas privadas, frecuentadas en general por niños de familias que hablan con mayor esmero, las proporciones nunca serían altas, puesto que el futuro es tardío siempre en el lenguaje infantil, pero su rareza hubiera sido visiblemente menor.
Con respecto al valor modal que envuelve las representaciones de la acción venidera y facilita el desarrollo de las perífrasis, como sustitutivas del futuro morfológico, los niños puertorriqueños me dieron una sorpresa, que he podido comprobar después en otras partes, y que va a prestarnos una ayuda considerable para comprender el fenómeno de que tratamos. Me refiero al uso continuado del futuro de probabilidad, desde edad muy temprana, en contraste con la rareza, y a menudo ausencia, del futuro normal como expresión de la acción venidera con respecto al acto de la palabra.
El carácter eventual o inseguro de la acción venidera desarrolló en el futuro español el significado de probabilidad, posibilidad o hipótesis. Con el futuro de probabilidad expresamos suposición, conjetura, vacilación, referidas al presente. Estará enfermo quiere decir «supongo que está enfermo»; Serán las siete equivale a «probable¬mente son las siete». En oraciones interrogativas y exclamativas se presenta a menudo como futuro de sorpresa: ¡Qué desvergonzado será ese sujeto!, expresa no sólo la conjetura, sino también la sorpresa o asombro que me produce lo que me acaban de contar. No es necesario insistir en este uso, que todas las gramáticas registran. Keniston7 trae algunos ejemplos clásicos que demuestran su antigüedad; pero todo parece indicar que su gran desarrollo actual, en el habla común y en la lengua literaria de América y de España, es relativamente moderno.
Contra lo que hemos dicho hasta aquí, sorprende que el futuro de probabilidad aparezca con relativa frecuencia, desde los 4 años, en el habla de los niños puertorriqueños. Ejemplos: ¿Por qué será que lleva zapatos el nene? (4 años); Habrá como seis (7 años). Desde los 7 años en adelante abundan sobremanera los ejemplos, como abun¬dan también en el habla coloquial de los adultos, en Puerto Rico y en otras partes. Ante tan visible contraste en el empleo infantil de los dos significados del futuro simple, comprobé uno por uno todos los ejemplos recogidos en mi investigación, hasta asegurarme de que no hubo error en el número ni en la interpretación de cada caso. En el folleto a que me refiero en la nota 4 de este trabajo, me limité a señalar el predominio del futuro de probabilidad sobre el futuro que consideramos de significado normal, y declaré que no entreveía explicación satisfactoria alguna.
En su estudio sobre el habla rural de San Luis (Argentina), B. E. Vidal de Battini observa (loe. cit. en nuestra nota 1) que, tanto en el significado usual como en el de probabilidad, los campesinos emplean la forma perifrástica haber de en sustitución de la forma simple, prácticamente desusada. Se ha producido, pues, una suma de los dos significados en la forma perifrástica casi única. No es este el caso de Puerto Rico, donde la forma simple sigue viva, pero con creciente sentido de probabilidad y decreciente valor para expresar la acción posterior al acto de la palabra. No es, por consiguiente, que los niños de Puerto Rico no usen apenas la forma del futuro simple, sino uno de sus significados, precisamente el tradicional. Y algo parecido ocurre en el habla de los adultos no instruidos. Después de publicado este trabajo por primera vez, he realizado numerosos tanteos sobre el lenguaje infantil en España; además en la conversación con campesinos, que evitan cuanto pueden el futuro normal, se ve que lo emplean profusamente en sentido de probabilidad. La exclamación tan frecuente en muchas aldeas de Castilla; ¡qué quedrá! (por ¡qué quiere!), o ¡qué contento estará! (por está) con futuro de probabilidad a la vez que de vacilación o sorpresa, junto a expresiones como no sé que hora será, estará en su casa, etc., etc., muestran con claridad que no retrocede la forma del futuro simple, sino una de sus acepciones.
El futuro de probabilidad tiene un claro sentido modal, y no temporal, puesto que los actos que con él se expresan no son venideros, sino presentes. Si hubiésemos de admitir un modo potencial, como hace la Academia, el futuro de probabilidad encajaría en su definición mejor que las formas en -ría, que sólo en ciertos usos son verdaderamente potenciales. Este valor modal coincide con el que el hablante poco capaz, por su grado inferior de cultura, de la abstracción u objetividad del futuro tradicional, percibe en las perífrasis ir a, haber de, con infinitivo. Si mi interpretación es exacta, todos estos fenómenos tendrían como base común la modalidad subjetiva inherente a todas nuestras representaciones y vivencias del futuro, y explicarían por qué el retroceso de su significado estrictamente temporal ocurre en las hablas infantil y popular. Por último, la acepción tradicional o primitiva sufre desde la infancia la competencia del sentido modal de probabilidad, mucho más frecuente según hemos visto, y tiende a quedar arrinconada o retrasada en su desarrollo.

1. El texto que sigue fue impreso con el título de El futuro en el lenguaje infantil, en Strenae, Universidad de Salamanca, 1962, como «Homenaje al profesor García Blanco».

2. Sería fácil multiplicar las citas bibliográficas para hacer ver que el fenómeno ha llamado la atención de numerosos gramáticos en zonas muy extensas del mundo hispano. Me limitaré a mencionar unas cuantas: A. ROSENBLAT, Bibl. de Dialectología Hispanoamericana, t. II, Buenos Aires, 1946, pág. 236. En lo que se refiere a España, véase la nota que puso Dámaso Alonso a su traducción de WARTBURG, Problemas y métodos de la Lingüística, Madrid, 1951, pág. 165. Con respecto al uso argentino de haber de + infinitivo con valor de futuro, E. F. TISCORNIA, La lengua de Martín Fierro, Buenos Aires, 1930, párrafo 121, dice lo siguiente: «Al lado de las formas simples de futuro, el poema emplea con marcada liberalidad las perifrásticas he de morir, has de saber, ha de pasar, hemos de perder, han de enterrar. Es notable el gusto del paisano por estas formas: contra 119 casos de simple, el texto trae 90 de las otras. El fenómeno se observa en parecidas proporciones en los textos gauchescos y también en la conversación familiar de Buenos Aires. Ambas formas de futuro, en cuanto al cumplimiento de la acción, son sinónimas para el paisano, pero éste expresa mejor con las perifrásticas que con las aglutinadas la idea de obligación, lo cual explica su preferencia por ellas.» A. ALONSO y P. HENRÍ-QUEZ UREÑA, Gramática castellana, 2.° curso, 4.a ed.; Buenos Aires, 1944, pá¬gina 153: «Es cosa repetida por los preceptistas que, en el hablar familiar del Río de la Plata, está a punto de perderse este importante tiempo de nuestra conjugación, desplazando por el presente y por haber de + infinitivo: La Costanera ha de llegar con el tiempo hasta El Tigre; Han de ser las diez. Estos giros alternan con el futuro en todas las regiones de lengua española, pero si se desaloja al futuro, no sólo se empobrece la lengua con la supresión de tal recurso, sino que también se empobrece en las formas que quedan como sustitutos, puesto que se esfuman los matices diferenciales. Si se usa haber de + in¬finitivo con nuevo valor de futuro, es claro que ese giro pierde su especial matiz de íntima obligatoriedad o de regulación a la cual se somete el sujeto.» B. E. VIDAL DE BATTINI, El habla rural de San Luis (Bibl. Dial Hisp. Am., t. VII), Buenos Aires, 1949, pág. 388, dice que el futuro «casi no se oye en su forma simple; en todas las clases sociales se lo reemplaza por formas pe rifrásticas con ir y haber». Copio sin extractar los párrafos que anteceden porque dan idea exacta de la situación actual en la República Argentina, que al parecer es el país donde el proceso de sustitución del futuro simple ha llegado más lejos.

3. Curso superior de Sintaxis española, § 127.

4. Sobre esta discusión, véase WARTBURG, Problemas y métodos de la Lingüística, trad. de Dámaso Alonso y E. Lorenzo; Madrid, 1951, pág. 163, y bibliografía allí citada.

5. Forma la parte II de este libro. Allí encontrará el lector todos los pormenores acerca de los materiales utilizados y los métodos de investigación. En este artículo interesan sólo las conclusiones generales que se refieren al empleo del futuro y sus sustitutos en la conversación espontánea de los niños entre sí, sin intervención de personas mayores. Los maestros no participaban en las conversaciones de los niños; se limitaban a transcribirlas con fidelidad.

6. Recuento de vocabulario español, bajo la dirección de Ismael Rodríguez Bou, secretario del Consejo Superior de Enseñanza de Puerto Rico; 1952, 2 vols. El volumen II se divide en dos tomos o partes, y contiene, además del vocabulario, todas las formas de las palabras variables que fueron regis¬tradas en la totalidad de las fuentes orales y escritas utilizadas en la elaboración del Recuento. Por su gran amplitud y el esmero con que fue confeccionado, sus inventarios de frecuencia pueden aplicarse con gran aproximación a todos los países hispánicos, salvo variantes locales. En lo que se refiere a las formas del verbo, la más importante de tales variantes es la ausencia casi total de la persona vosotros en el habla usual de América, y su sustitución por la 3.a persona de plural (ustedes). La 2.a persona de plural, corno es sabido, sólo tiene en América uso literario enfático. Los recuentos análogos que se hicieran en España darían cifras mucho mayores para la 2.a persona del plural, y menos para la 3.a persona. El Recuento de Puerto Rico no tiene más que las formas verbales simples, y no las compuestas con verbo auxiliar. Por esto no pudimos utilizarlo para comparar las frecuencias del futuro simple con sus sustantivos perifrásticos.

7. The Syntax of Castilian Prose. The sixteeníh century, Chicago, 1937, pág. 347 ss.


Fuente: Samuel Gili Gaya
Estudios de lenguaje infantil.

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