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domingo, 7 de noviembre de 2010

Acerca de los valores, moralidad y ciencia

Valores, Moralidad y Ciencia.

Primera parte.

A veces asumimos que cuando se habla de moralidad, se hace referencia a la experiencia o ideología personal.

Durante siglos, filósofos y teólogos se han ocupado de las cuestiones relativas a los valores morales. En los últimos tiempos, disciplinas científicas como la cosmología, la biología evolutiva o la neurociencia están afrontando las preguntas más profundas acerca de nuestra existencia. Incluso el alma, la conciencia, el sentido de la moralidad y el libre albedrío se encuentran bajo escrutinio científico. En este marco de profunda indagación, el escritor y filósofo Sam Harris propone que los valores morales no deberían estar sujetos a perspectivas subjetivas y culturales, sino a hechos científicos reconocidos de los que se sabe que propician el bienestar de los bienes humanos. De acuerdo con esto, los valores podrían ser evaluados de manera objetiva desde la ciencia para favorecer a aquéllos que garanticen el bienestar humano, y no a aquéllos que propicien el sufrimiento. Y cabe aclarar lo que entendemos por “objetivo” y “subjetivo”. Cuando decimos que razonamos objetivamente, queremos decir que estamos libres de sesgos de todo tipo (ideológico, de sentido común, etc.), que estamos abiertos a refutación y argumentos en contra, y que conocemos aspectos relevantes del tema en cuestión basados en hechos evidentes. Una de las características esenciales del conocimiento y del método de la ciencia, es la objetividad. Por el contrario, el razonamiento --si puede llamarse así-- subjetivo está regido por la experiencia e ideología personal y, en muchas ocasiones, no admite contradicciones por estar gobernado por intereses particulares.

Por otra parte, a veces asumimos que cuando se habla de moralidad, se hace referencia a la experiencia o ideología personal, por lo que la moralidad es de suyo subjetiva. Me parece que esta es una apreciación incorrecta, pues siempre llevará a un relativismo generador de conflictos. Puesto sobre la mesa el concepto de que el valor es aquello que garantice el bienestar humano, y la moralidad (cualquier idea o concepto que pueda cada persona asociar con el término) se relaciona, realmente, con las intenciones y comportamientos que afectan el bienestar del ser humano, llegamos al siguiente punto: ¿qué entendemos por bienestar? Parece ser que la generación de una sociedad global en la que el bienestar es primordial, estaría sustentada en equidad, justicia, compasión y un conocimiento general objetivo de las realidades terrenales. Además, en el bienestar está implícita, de manera particular, los temas de la salud y la felicidad. Sin embargo, podría alguien argumentar que esta postura es subjetiva, pues alguien más podría no relacionar valores con bienestar. Cierto. Pero nuestro punto de vista es que, definitivamente, el bienestar es valioso en sí mismo, tal como lo es, por ejemplo, la vida.

El bienestar, ya sea personal o colectivo, se ve afectado profundamente por muchas situaciones que, desafortunadamente, en nuestro medio y en nuestra época representan fuertes problemas sociales y de salud. De acuerdo con expertos en la materia, estos problemas se pueden agrupar dentro de cuatro categorías: 1. Adicciones y sus consecuencias fatales; 2. suicidios; 3. desórdenes alimenticios; 4. violencia de género. Y nuevamente, como se mencionó antes, el subjetivismo traerá opiniones encontradas, ya que, por ejemplo, para alguien la violencia de género puede ser buena o, al menos, justificada. Sin embargo, es también evidente que una gran parte de la población en nuestra cultura está en contra de ello, por lo que me referiré exclusivamente al caso que ocuparía un 80 % --como mínimo-- de la población. El 20% restante estará integrado por quienes piensen del bienestar, en otros términos, por psicópatas y sociópatas, y por practicantes de otras posturas culturales, como musulmanes, talibán, nazis, etc.

El punto de partida es que nosotros somos personas, lo cual quiere decir que no somos cosas o animales y que estamos dotados de una dignidad, la cual se entiende, generalmente como la cualidad de valioso. Esto significa que el ser humano es valioso en sí mismo y, en consecuencia, merece su bienestar. Así, podemos partir del hecho de que los problemas sociales e individuales mencionados son el fruto del atropello de la dignidad y moral objetivos. La ciencia, con su método, es la que nos proporciona los criterios adecuados para tal reconocimiento y, como veremos en los siguientes artículos, existe una coincidencia cardinal entre los hallazgos científicos relacionados con los problemas anteriores y la forma de vida evangélica. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Segunda parte.

En siglo XIX, las regiones protestantes presentaban tasas de suicidio superiores a las de las religiones católicas

Habíamos planteado las cuatro categorías en las que pueden clasificarse los principales problemas que impiden el bienestar del ser humano. Sobre la primera, las adicciones y sus consecuencias fatales, he abundado en un artículo publicado el 29 de Agosto (primera parte), de manera que esta vez trataremos el caso del suicidio.

Hacia finales del siglo XIX, el sociólogo Émile Durkheim, uno de los fundadores de la sociología moderna junto con Max Weber y Karl Marx, hizo un importante descubrimiento en Europa: las regiones protestantes presentaban tasas de suicidio superiores a las de las religiones católicas. Como una primera explicación, Durkheim propuso que la diferencia radicaba en que el cristianismo propiciaba el desarrollo de sociedades más integradas que el protestantismo. Desde entonces, diversos estudios han reforzado y ampliado tal hipótesis, por lo que ahora se tiene la seguridad de que la religión tiene un efecto preventivo contra el suicidio. En 2005, el Dr. Matthias Egger y sus colaboradores de la Universidad de Berna llevaron a cabo un nuevo estudio en el que analizaron los datos censales de 1,700,000 católicos, 1,500,000 protestantes y poco más de 400,000 individuos sin afiliación religiosa, y los compararon con las tasas de mortalidad. Ajustando la comparación con factores sociológicos tales como la edad, el estado civil, la educación, el idioma y el grado de urbanización de los individuos analizados, los investigadores constataron que, entre las personas religiosas, los católicos presentaban la tasa más baja de suicidios y los protestantes la más alta. Asimismo, el estudio demostró que entre las personas no religiosas, la tasa de suicidios es todavía más alta que la más alta de entre las personas religiosas.

Un segundo estudio, auspiciado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue realizado por Merike Sisak y colaboradores del Instituto de Salud Mental y Suicidología Estonio-Suizo. La OMS se ha preocupado por suicidio desde hace muchos años, especialmente porque en los últimos 45 años, la tasa ha aumentado, en promedio, en un 60%. En este segundo proyecto, los científicos estudiaron a personas que habían cometido algún intento de suicidio por medio de un cuestionario que también aplicaron a otros individuos no suicidas seleccionados al azar. Los resultados obtenidos produjeron una imagen sumamente compleja, pero en el aspecto de la religiosidad, se encontró que en países como Irán, Brasil, Estonia y Sri Lanka, las tasas de suicidio son menores en las personas religiosas --no necesariamente católicas-- que en las no religiosas. Por consiguiente, los resultados obtenidos de manera científica objetiva muestran que la religiosidad es un factor fundamental que disminuye el riesgo de suicidio y, de entre las diferentes religiones, la católica es la mejor en este rubro. Durkheim tenía razón.

Lo que la estadística revela sobre la religiosidad y el suicidio son hechos evidentes. La cuestión sería: ¿cómo ayuda la religión a paliar el flagelo del suicidio? El Magisterio de la Iglesia nos enseña que el suicidio “contradice la inclinación natural del ser humano a conservar y perpetuar la vida. Es gravemente contrario al justo amor de sí mismo. Ofende también al amor del prójimo porque rompe injustamente los lazos de solidaridad con las sociedades familiar, nacional y humana con las cuales estamos obligados”

(Catecismo 2281). Por su parte, sabemos que es pecado grave que se contrapone al quinto mandamiento y se podría pesar que, automáticamente, el suicida muere en pecado mortal. Sin embargo, la doctrina católica también nos hace ver que no podemos juzgar con certeza la condición mental del suicida, por lo que “no se debe desesperar de la salvación eterna de aquellas personas que se han dado muerte. Dios puede haberles facilitado por caminos que Él sólo conoce la ocasión de un arrepentimiento salvador. La Iglesia ora por las personas que han atentado contra su vida” (Catecismo 2283). Por un lado, vemos la reprobación de un acto inmoral, pero también la esperaza de que no todo está perdido. La fe en Cristo y la vivencia del evangelio ayudan definitivamente a superar los rasgos psicológicos que pueden conducir al suicidio: ansiedad, insatisfacción de necesidades no resueltas, depresión, sentimientos de culpa, inestabilidad emocional y preocupaciones extremas.

El catolicismo, la religión del amor, nos muestra el camino a seguir para realizarnos como personas, para recuperar la dignidad perdida y para facilitar la autoestima; todo es cuestión de fe y de voluntad. Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

Por Antonio Lara Barragán OFS

Escuela de Ingeniería Industrial
Universidad Panamericana
Campus Guadalajara
alara@up.edu.mx

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