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miércoles, 10 de noviembre de 2010

El niño aprende a leer: Tener cinco años e ingresar a primer grado

Tener cinco años e ingresar a primer grado.
 
Lo que ahora es posible.

En nuestro días, el criterio que regula el ingreso a la escuela primaria se maneja con flexibilidad cada vez mayor.

Países que solo permitían la iniciación de la escolaridad primaria a los niños que tuvieran seis años o estuvieran a pocos meses de cumplirlos se atienen, actualmente, con menos rigor al límite de la edad cronológica y procuran contemplar las diferencias individuales. Ese es, por ejemplo, el caso de Francia.
 
En 1968 se admitió oficialmente el ingreso de niños de cinco años a primer grado. El documento que autorizó tales inscripciones expresaba:
"El criterio... para acordar esta dispensa debe ser determinado... por el examen benévolo del caso del niño, teniendo en cuenta sus aptitudes. En esas condiciones ... las reglas de admisión en el ciclo elemental deben ser flexibilizadas a fin de que los niños con edad de cinco años o menos puedan ser acogidos en primer grado a la iniciación del año lectivo."
 
Esa innovación tuvo amplia repercusión ... y resultados desparejos.
Por esa brecha se precipitaron cantidad de padres que, en su mayoría, movidos por excelentes intenciones, solicitaron y pronto exigieron que su hijo o su hija se beneficiara con esta disposición reglamentaria.
 
Algunos se rodearon de todas las garantías y, previamente, tomaron consejo de personas autorizadas: la maestra y la directora del jardín de infantes, un psicólogo o a veces su pediatra.
Otros, en cambio, vieron allí la ocasión inesperada de "hacer adelantar un poco" a su hijo; todo el mundo sabe que proseguir estudios lleva años, de modo que nunca es demasiado pronto para empezar.

Por fin, otros más, cediendo a móviles personales de los que no siempre tenían conciencia, creyeron que su niño, al iniciar la escolaridad a los cinco años, seguramente iba a revelar al mundo el genio que debía tener, siendo hijo de sus padres.

Los riesgos de error y de conflicto eran grandes. No faltaron las querellas mal intencionadas; las tentativas de abuso de poder fueron numerosas tanto por parte de los padres como de los docentes. Un médico quería, a toda costa y a pesar de los consejos muy reservados que recogía, que se concediera su pedido; un director de escuela era sistemáticamente hostil a esta medida y rechazaba todas las solicitudes. Etcétera.

En cuanto al niño, olvidado, no era más que un peón de ajedrez que cada uno utilizaba sin preocuparse por él verdaderamente.
 
Una decisión que no debe ser tomada a la ligera.

La experiencia francesa resultaren algunos aspectos, muy ilustrativa.
 
Ante la extensión y la gravedad de los perjuicios causados y previsibles, otra circular, en 1970, completó la precedente. Citamos los pasajes esenciales:
 
"Las familias, mal informadas de las intenciones de ese texto, han dado a esas disposiciones una interpretación excesiva tendiente a hacer una regla de lo que no es más que una excepción ... No se trata de facilitar la admisión de los niños de cinco años en el primer grado. En realidad, solo se trata de no demorar a algunos niños precoces al oponerles la reglamentación estricta. Es decir que corresponde a ustedes no acordar tales derogaciones sino en razón de aptitudes excepcionales presentadas por el niño.

Por consiguiente, importa determinar a este respecto los criterios de apreciación y las modalidades administrativas que deben tenerse en cuenta.
 
"El elemento principal de apreciación es, por supuesto, la observación prolongada del niño por parte de las maestras del jardín de infantes.
"Esta opinión, que se mantiene confidencial, figura en un archivo que comprenderá:
"—tina carta de solicitud de los padres;
"—un acta de nacimiento;
"—la opinión de la maestra jardinera y de la directora, formulada como conclusión de un informe que resuma las observaciones hechas desde el comienzo del año;
"—eventualmente los resultados de un examen psicológico;
"—un dictamen médico.

"Los informes, confirmados por una opinión favorable de la inspectora departamental de los jardines de infantes, serán transmitidos a los padres para que tomen una decisión. Los directores y directoras de escuela elemental, a los que se notificara de esa autorización por la vía jerárquica, podrán inscribir en su escuela a los niños con edad inferior a cinco años y ocho meses que hayan sido objeto del trámite."

Las precisiones aportadas por ese texto son innegablemente útiles. En efecto, es deseable que la admisión "adelantada" de un niño en primer grado resulte de una convergencia de opinión y de evaluación y no de decisiones arbitrarias o sin fundamentación suficiente.

Sin embargo, es de lamentar que el examen psicológico encarado solo dependa de la eventualidad, de la hipótesis, y quede librado a la buena voluntad de cada uno ó —más verosímilmente— a los recursos locales. Ese tipo de estudios es esencial, necesario. Solo sobre esa base la decisión tomada estará verdaderamente fundada en una medida objetiva de las aptitudes del niño y se completará científicamente la apreciación de la maestra jardinera y de los padres.

Este examen, llevado a cabo por un especialista, psicólogo escolar o clínico, contemplará tanto la eficiencia intelectual y motriz del sujeto como los aspectos afectivos, relaciónales, de su personalidad. Las informaciones recogidas, cornpletadas después con entrevistas a los padres y los docentes, se traducen en un balance donde aparecen nítidamente las características principales del niño, y que otorga validez a una predicción racional de su comportamiento probable, Existen tests especiales que permiten hasta evaluar, por adelantado, la duración probable del aprendizaje .Un cambio que reclama otros. Por complejo que pueda parecer este método, la certeza de que así podrán evitarse muchos errores habrá de conducir a su rápida adopción, y con más razón, puesto que la proporción de los niños de cinco años que se inscriben actualmente en primer grado irá aumentando, sin duda, en los próximos años.
Esto no impedirá —muy al contrario— llegar aún más lejos en el camino de los cambios, ya que, por importante que sea la generalización de ese procedimiento de análisis psicológico, este no es más que un aspecto del nuevo papel que podría representar la escuela en la iniciación de la lectura.
Habría que encarar, como lo hemos visto, desde el refuerzo de las estructuras de prevención hasta la organización de clases, concebidas según otros principios que los tradicionalmente admitidos, y otras reformas.

Sin llegar a desear    por ejemplo— la adopción de un régimen como el sueco, en el que la escolaridad obli-toria solo comienza a los siete años y a razón de dos horas por día durante las primeras semanas para que no sea demasiado violento el pasaje de la familia a la institución escolar, sería no obstante posible inspirarse en algunas de esas realizaciones.

Así se podrían concebir "clases de recuperación" o hasta "clínicas de lectura" que, destinadas a niños con dificultades, permitirían remediar ciertas carencias.
Igualmente sería aconsejable la extensión y el mejoramiento de la medicina escolar, cuyo papel en la prevención y el tratamiento de las inadaptaciones debería acrecentarse, a condición, una vez más, de que se lleven a cabo ciertas modificaciones. '
Hay que reconocer, por otra parte, que la educación primaria en general está actualmente en proceso de cambio.
 
En muchos países—Francia entre ellos— la finalidad del nivel primario no es ya la de constituir un ciclo completo de enseñanza, sino asegurar los fundamentos necesarios para desarrollar una educación integral que deberá continuarse permanentemente.
 
A propósito, resulta interesante observar cómo en la escuela elemental francesa, por ejemplo, las veintisiete horas der clase semanales están distribuidas en tres tiempos:
—15 horas para las actividades intelectuales llamadas fundamentales (10 horas de lengua, 5 horas de matemática),  .
—6 horas para las "actividades de iniciación", intelectuales y artísticas;
—6 horas consagradas a la educación física y deportiva.
De hecho, se trata de ayudar a cada niño a adquirir el mayor dominio posible de lenguajes mediante activi¬dades de observación, de expresión, de descubrimiento, de creación.
Como nuestro mundo se desenvuelve bajo el signo de la comunicación (y de sus dificultades), todo debería ser preparado para hacerla más fácil y más eficaz.
Desde ese punto dé vista, el ingreso a primer grado reviste una importancia considerable, ya que el niño. Señalemos, por ejemplo, que en Francia, existe actualmente un medico escolar para cada 9000 niños cuando, según opinión de los especialistas, sería necesario uno cada 3000. deberá entonces, entre otras conquistas, perfeccionar su expresión oral y, simultáneamente, aprender a escribir y a leer.
Para facilitar esos progresos esenciales se necesita que el paso del jardín de infantes al nivel primario se desarrolle sin inconvenientes.
 
El ingreso a primer grado.
 
De todos los grados escolares, 0 primer grado es no solo el menos conocido, sino el más ignorado. Se olvida, frecuentemente, que este primer año de la escuela primaria tiene una extraordinaria gravitación, puesto que, como hemos visto, suele condicionar todo el porvenir de los alumnos.
El ingreso a primer grado constituye, pues, en la historia de toda persona, un acontecimiento fundamental. Introduce en la vida de los niños súbitos cambios, que a veces los trastornan hasta tal punto que algunos ya no vuelven a encontrar su equilibrio vital hasta el final de una fase de adaptación más o menos larga.

Entre la existencia que los pequeños conocen antes de su iniciación escolar y la que de allí en adelante se les impondrá como alumnos, la ruptura suele ser brutal.

Dorita, que iba al jardín de infantes solamente por la tarde, deberá levantarse todos los días bien temprano para "llegar a tiempo". Jaime, que alborota sin cesar, deberá quedarse quieto durante horas, esperando con impaciencia los pocos minutos de recreo que le serán permitidos; Roberto, que pasaba largos ratos en el jardín absorbido en sus dibujos, deberá al menos en parte renunciar a lo que tanto le gusta hacer.
Todo es diferente: a la dulce maestra jardinera, segunda mamá, le sucede una maestra más autoritaria; numerosas actividades, variadas y placenteras, se verán reemplazadas por lecciones que lo son menos. Hay que estar calladito, moverse poco, escuchar, estudiar. Comienza la época del trabajo "en serio".

Alguna vez la alegría del descubrimiento, el gusto de aprender "cosas" nuevas, hacen de la clase un mundo maravilloso que, con el correr de los días, tiene su encanto. Sin embargo, aunque hay primeros grados admirables donde los niños, como sus maestros, sé sienten felices de vivir, no todos son así y muchos alumnos declaran que la escuela no les atrae, o lo demuestran sin decirlo.
 
El comportamiento de los padres resulta, a este respecto, de una importancia considerable. Desde el momento en que pasa del nivel preescolar al primario, el niño sabe que va a ir a "la escuela", y suele sentir ese cambio como una promoción, como el acceso a un estado superior que atestigua su crecimiento.
 
Lá mayoría de los padres acentúan ese sentimiento de progreso con su propia conducta. Proclamen su satisfacción o la traduzcan por la compra de una valija nueva o una cartuchera que contiene un maravilloso sacapuntas y una goma enorme... siempre confieren al primer grado que se aproxima un atractivo particular. El ingreso a la escuela será esperado con placer.
 
Por el contrario, otros lo presentan bajo una luz poco risueña, afirmando a su hijo que el tiempo de la diversión se ha terminado, que "esto va a cambiar" y que "habrá que trabajar". Todas estas palabras suelen estar inspiradas en loables intenciones pero, proferidas a veces con un tono amenazador, solo pueden conducir a resultados inversos a los que se esperan. El niño se sentirá condenado a tareas penosas y desagradables de las que teme dificultades; y empezará además a temer, anticipadamente, las consecuencias de su eventual fracaso ante esas tareas .

El primer día es, pues, crucial. Marca la iniciación oficial  de la escolaridad primaria. Con más razón, entonces, cada niño lo vive, psicológicamente, de manera distinta. Algunos están alegres y esperan con impaciencia que se realice lo que se les ha prometido. Otros, en cambio, atormentados y ya opositores, adoptan una conducta de repliegue o de agresividad. Todos, en general, se preguntan qué será lo que van a vivir o a sufrir...
 
Dentro de algunos minutos la clase comenzará, y con ella el aprendizaje metódico de la lectura. 
 
¿Cómo se efectúa? ¿Se prolonga después del primer grado?


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