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martes, 18 de enero de 2011

Desarrollo psicomotor, el recién nacido, tono muscular

El niño recién  nacido.

7. Tono muscular.

La fórmula tónica del recién nacido está señalada por un predominio de los músculos flexores o escorzadores. Es lo que se llama el tono fetal, apropiado a las condiciones de vida intrauterina. Otra observación: es éste un tono subcortical, es decir, que a la hipotonía de ciertos músculos (explorándose el tono por el método de la extensibilidad descrito por A. Thomas) corresponde la hipertonía de sus antagonistas. Es una fórmula de matizarían tónica que no permite una motiKdad adaptada a un objeto.

a) Tono de la cabeza. — La cabeza se balancea y sigue las inclinaciones del cuerpo, con mayor amplitud en el sentido anteroposterior que lateralmente. A. Thomas ha demostrado que si se imprime un movimiento de balanceo al tronco del recién nacido, la cabeza se mueve libremente y los miembros siguen el movimiento del tronco (contrariamente a lo que sucede en el adulto).



Al coger al niño por las manos y llevarlo de la posición de decúbito dorsal a la posición sentada, la cabeza se cae completamente hacia atrás (head-lag de Gesell) .



Finalmente, no dejará de explorarse la amplitud de la rotación pasiva de la cabeza, rotación que — según A. Thomas—ha de ser rigurosamente igual de un lado a otro.
b) Tono de los miembros superiores. — Señalemos la resistencia ofrecida a las tentativas de extensión del antebrazo sobre el brazo y la movilización de todo el tronco cuando se practica la, maniobra del pañuelo.
Tono de los miembros inferiores. — La fórmula tónica de los miembros inferiores es particularmente característica.


— el ángulo poplíteo es inferior a los 90°.



— el ángulo de los aductores se halla comprendido entre los 30 y los 50º.




Por el contrario, la maniobra del talón sobre la nalga se ejecuta fácilmente; lo mismo sucede con la flexión dorsal del pie.



8. Mímica facial.

En el recién nacido no existe una mímica facial voluntaria, si bien hay una motilidad. El recién nacido puede incluso dar la impresión de sonreír; algunos autores dicen haber visto sonreír a niños de diez días. En realidad, es probable que a esa edad sólo exista la aptitud motriz, y que este movimiento facial no sea más que una respuesta a incitaciones viscerales a veces dolorosas (distensión). Toda la motilidad facial está inadaptada, participa en la actividad de masa. Sólo existe un grupo muscular que escapa a esta «regla de la anarquía» y es el de la boca, tal como veremos más adelante.



9. Aparato de la visión.

En el nacimiento se hallan presentes varios reflejos: el reflejo fotomotor, el reflejo ciliar y el reflejo córneo. A. Thomas (1952) insiste sobre la resistencia a la abertura pasiva de los párpados, sobre la asinergia entre movimientos de los párpados y de los globos oculares.

Los ojos del recién nacido tienen un color grisáceo, ya estén inmóviles o animados de pequeños movimientos, que se han asimilado, equivocadamente, al nistagmo. Se ha podido hablar, así, de un «nistagmo fototrópico»: el globo ocular se dirige irregularmente hacia una fuente luminosa viva, luego regresa con otra sacudida a su posición primera. Pero este hecho parece demostrar que hay en el recién nacido cierta sensibilidad visual; de todas maneras, no existen movimientos de persecución ocular en el recién nacido. McGraw opina que al final del período neonatal (hacia la sexta semana) empiezan a instalarse los reflejos de acomodación a la distancia y de convergencia, señalando el verdadero inicio de una percepción visual.

Señalaremos, por último, el curioso fenómeno de «movimientos de muñeca japonesa» descrito por A. Thomas (1952).



10. Audición.

Es sumamente difícil forjarse una opinión sobre las aptitudes auditivas del recién nacido. Parece como si durante los primeros días no existiese tranmisión aérea y es bastante verosímil que las reacciones observadas, reflejo de Moro o reflejo cócleopalpebral, sean la respuesta a una sensación vibratoria transmitida por vía ósea o quizá por desplazamiento de aire. En el artículo de K. Pratt (en L. Carmichael, 1946, 1949) puede leerse un penetrante análisis de las principales publicaciones sobre este tema.

II. Musculatura labioglosofaríngea.

El conjunto de los movimientos conducentes a la deglución ha sido admirablemente estudiado por A. Gesell y F. llg (1937), y de su estudio extraemos algunos puntos de interés práctico.

Los labios del recién nacido pueden apretar el pezón o la tetina con fuerza suficiente para hacer hermética la oclusión. La parte media de los labios es la que contribuye en particular a ese resultado. Se forma así un verdadero diafragma y, por otra parte, la campanilla y el velo obturan el orificio de la faringe. La caída de la mandíbula inferior y la lengua crean una presión negativa en la cavidad bucal, impidiendo las bolas adiposas de Bichat que las mejillas sean atraídas a la línea media. Los movimientos rítmicos de los labios impulsan el líquido alimenticio en esta cavidad de presión negativa. Gesell e llg insisten sobre el hecho de que el recién nacido es incapaz de aspirar (cosa que hacemos nosotros al beber en una taza o con ayuda de una paja). Por el contrario, entre los niños que maman mal la comprensión labial es insuficiente y demasiado débil la succión, requeriéndose una intervención exterior (recién nacidos alimentados con cuentagotas o a cucharadas).

Es importante asimismo precisar la posición de la lengua. En posición de recepción, está acanalada longitudinalmente, cóncava de derecha a izquierda; por el contrario, en posición de rechazo es convexa de delante atrás, y la cavidad bucal se llena prácticamente, rechazándose el líquido fuera de la boca. Señalaremos aquí, simplemente, el valor neurológico de una lengua mal colocada, pegada al paladar y terminada en cúpula anterior en la ictericia nu¬clear, protrusa en el mogolismo y el mixedema.

Por último, será necesario prestar la máxima atención a un trastorno del segundo tiempo, faríngeo, de la deglución.


12. Las funciones vegetativas.

Algunas afecciones neurológicas graves del recién nacido suelen traducirse en trastornos generales.
Puede tratarse de una caída de peso que persista más allá del quinto día. También puede hallarse perturbada la curva térmica. Dunham (1947) esquematiza la termorregu-lación de los primeros días de la forma siguiente: la temperatura del recién nacido es ligeramente superior al principio a la de la madre; luego baja de l° % a 2°, alcanzando 36°, e incluso desciende más. Un desorden central puede traducirse por una hipotermia o una hipertermia, o una alternancia de ambas.

El recién nacido duerme, normalmente, diecinueve horas sobre veinticuatro (Gesell). En realidad, junto al sueño indiscutible y el estado de vigilia señalado por el grito o la succión vigorosa, existen una serie de estados intermedios. Pero sobre todo, un recién nacido que duerme todo el tiempo, a quien debe despertarse para que consienta en mamar o, por el contrario, que no duerme en absoluto y cuyo llanto traduce sufrimiento es, con suma frecuencia, portador de una lesión cerebral.

Estas mismas comprobaciones pueden aplicarse al grito. El grito normal es vigoroso, impaciente, sobre todo si traduce el hambre y cesa en cuanto ha sido saciado. Hemos visto que, frecuentemente, acompaña la actividad de masa. Un niño que grita todo el tiempo es sospechoso, y más sospechoso aún el que no grita en absoluto; ya veremos cómo a lo largo del primer año el bebé demasiado tranquilo ha de inspirar cuidado. Esta noción del comportamiento general de un pequeñín es, a nuestro entender, capital. Pueden distinguirse esquemáticamente dos tipos patológicos extremos: el niño hipertónico irritable y el niño hipotónico apático.

El hipo y el estornudo constituyen dos manifestaciones bastante corrientes en el recién nacido. La tos y el bostezo son más raros (McGraw).

El ritmo respiratorio ha de ser estudiado con todo detalle. Cl. Smith (1951) ha demostrado que existían dos posibles mecanismos de iniciación a la respiración. El mecanismo normal lo constituye un estímulo sensorial y en este caso las maniobras vulgares de reanimación son lógicas, pero si existe una lesión cerebral, es necesario que la asfixia alcance cierto grado para afectar a la respiración. Esta respiración «antiasfíctica» no es coordinada: es lo que Cl. Smith llama «gasp», que impone la oxigenación.

Si se toleran como normales las irregularidades en los primeros días (Bauer, 1940, ha demostrado, mediante un registro neumográfico, que el ritmo podía variar de 24 a 120 por minuto), más tarde se calibrarán en todo su valor las apneas prolongadas, sobre todo si van acompañadas de cianosis.


13. Los exámenes complementarios.

Hemos de limitarnos a citarlos. El examen del fondo del ojo puede ser difícilmente interpretado en el recién nacido. La punción lumbar puede ser blanca, aunque muchas veces se complica con la punción accidental de un vaso; no debe practicarse sistemáticamente. La encefalografía gaseosa sólo ha de practicarse en casos excepcionales. Por último, el electroencefalograma estudiado por J. Roy Smith (1938), Hughes, y sus colaboradores (1948-1949) y, más recientemente, por Fischgold y sus colaboradores (1950, 1953), varía considerablemente según el estado de vigilia o sueño del niño. Hughes admite que en los niños dormidos se pueden distinguir dos bandas de frecuencia: una de 1 a 2 ciclos por segundo, la otra de 5 a 10. El trazado ofrece en conjunto una impresión de falta de organización. El reciente trabajo de Fischgold y Berthault (1953) tiende a admitir que los accidentes paroxismales deben ser tenidos muy en cuenta. Hemos terminado con este sucinto estudio del estado neurológico del recién nacido y, por última vez, insistiremos sobre los puntos esenciales:

1. Funcionamiento de los reflejos arcaicos.
2. Estado del tono.
3. Comportamiento general del niño.


Fuente: Dr. G. Heuyer y Pierre Joulia.

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