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viernes, 11 de febrero de 2011

Chejov, sobre su narrativa y teatro, 4- temas y personajes.

2) TEMAS Y PERSONAJES

Para comprender por que los personajes de Chejov son seres abúlicos, desvalidos, que no hacen más que lamentarse en lugar de actuar;, debemos tener presente la influencia decisiva que la sociedad ejerce en la configuración de la conciencia individual. No se les puede exigir entusiasmo energía, fuerza de voluntad, a quienes han crecido y se han formado en un ambiente como este:

“¡Todo se reducía a un loco jugar a los naipes, a gula, borracheras, a charlas incesantes sobre las mismas cosas!” ("La dama del perrito"). El negocio innecesario, la conversación sobre repetidos temas absorbía la mayor parte del tiempo y las mejores energías, resultando al fin de todo ello una vida absurda, disforme y sin alas, de la que no era posible huir, escapar, como si se estuviera preso en una casa de locos o en un correccional”.

Como vemos, una existencia sin metas, sin desafíos que despierten las energías dormidas del hombre, exigiéndole una entrega total en la que pueda hallar un sentido para su vida. Allí la única aventura es jugar a las cartas. El juego es una compensación, un sustituto de la vida. En él 18 se encuentra lo que en la vida falta: emoción, riesgo, interés, con la deferencia de que en la vida se apuestan sentimientos, ilusiones fe, y en el juego sólo dinero.

Una partida de naipes se realiza a nivel de jugadores, no de personas. La relación que se entabla entre ellos no es espiritual, sino por medio de cosas (naipes, dinero). Hay contacto pero no comunicación, y mucho menos comunión. No es necesario siquiera saber algo acería de los ocasionales compañeros. Es el entretenimiento ideal para una sociedad reacia a toda relación auténtica.

Pero, en Chéjov, la gente no sólo juega, come también, ¡y de qué forma! Las comidas ocupan un lugar preponderante en su existencia. Hay, incluso, un cuento ("Sirena) basado puramente en los ensueños gastronómicos de un funcionario. El placer de comer es equiparado al deleite estético al a voluptuosidad del amor. Por las páginas de Chéjov pululan las figuras obesas, de labios "grasosos y colgante, que apenas pueden respirar por la gordura. El deseo de vivir ha degenerado en grosera voracidad estomacal.' Las copiosas comidas son un sustituto del alimento espiritual que el ambiente no brinda. Se vive para comer y se come para sepultar bajo gruesas capas de grasa los ideales que no se puede siquiera intentar realizar. El cuerpo, tal como lo muestra Chejov en “Ionich”, crece a expensas del alma, el tejido adiposo se nutre de ilusiones frustradas.

Cuando no tienen la boca llena, los personajes de Chejov se dedican a hablar sin descanso, y uno tiene la impresión de que, en definitiva, no dicen nada. En efecto, las conversaciones giran siempre en el entorno a los mismos temas, y no porque no haya otros, sino porque un tema discutido hasta el cansancio resulta tranquilizador; no hay obligación de decir nada nuevo, basta con repetir lo mismo de siempre. De ésta manera, se cumple con las convenciones sociales sin necesidad de ponerse a pensar ni de comprometer una opinión personal. Los diálogos, en las narraciones de Chéjov, son a menudo un punto muerto; un palabrerío inútil til, pues los personajes no tienen nada que decirse (y los pocos que podrían decir mucho callan, en general sabiendo que no serían comprendidos). Ninguno de ellos está dispuesto a la apertura que implica un diálogo. Todos temen revelar lo que realmente son, pero más temen todavía que el otro los involucre en sus propios problemas. Justamente, las charlas triviales, los objetos corrientes las jerarquías burocráticas, sirven de barrera protectora, tras la que cada uno se escuda para mantener a los demás a una prudente distancia afectiva. Todo lo que sea humano y vital los intimida. Así, cuando Verochka le confiesa su amor a Ognev, este siente "tras la turbación, una impresión de susto. Del mismo modo, el dolor de Anna por ceder al adulterio irrita a Gurov: "Le molestaba aquel tono ingenuo, aquel arrepentimiento tan inesperado e impropio" ("La dama del perrito"). Le parece impropio porque no es eso lo convenido porque lo está haciendo partícipe de un problema personal con el cual no quiere tener nada que ver. Es significativo, además, que tanto a Ognev como a Gurov, la espontánea manifestación de sus sentimientos por parte de ambas mujeres, les parezca ''fingido y poco serio". En ese medio, donde la sinceridad es una inconveniencia, las personas "serias” son aquellas que saben disimular lo que sienten. Acostumbrados a la hipocresía, cuando se encuentran con la verdad les resulta difícil creer en ella. Como dice Balzac a propósito de Mme. Vauquer: “Una de las costumbres más detestables de los espíritus liliputienses estriba en suponer sus pequeñeces en los demás".

Espíritus pequeños son la mayoría de los seres que Chéjcv nos presenta en sus cuentos, lo cual no puede sorprendernos después de lo que sabemos acerca de la sociedad de su época. Espíritus pequeños, pero no malvados. Aun en aquellos que resultan más desagradables. Chéjov se preocupa por señalarnos los atenuantes de su conducta. Así, por ejemplo, en "El marido", luego de habernos relatado como el protagonista, un personaje innegablemente antipático, se lleva a su esposa de una fiesta porque no puede soportar verla, tan feliz. Chéjov nos acota que ese hombre deseaba volver al club para hacerles saber a todos "cuan nula es la vida cuando se camina en la oscuridad por la calle, oyendo sollozar al barro bajo los pies y sabiendo que al despertar otra vez a la mañana siguiente no ha de haber ante sí más que vodka y naipes". Pero habitualmente, estos casos límites (en al sentido que bordea la maldad) no apa¬recen en Chejov. Se siente más atraído por los "espíritus pequeños" y por los ''espíritus apocares, denominaciones arbitrarias que utilizamos pera designar las dos categorías más nítidas y numerosas da personajes chejovianos.

Llamamos "espíritus pequeños" a toda esa galería de seres totalmente sometidos a los convencionalismos del grupo, verdaderos autómatas, sin iniciativa propia, que piensan y actúan en base a un patrón de valores, palabras y gestos establecido por la comunidad, sin que, en ningún momento les pase por la mente siquiera la idea de cuestionario. Este tipo de personajes protagoniza sobre todo las narraciones de Chéjov anteriores a 1886. Es la etapa del humorismo fresco, juguetón; exento de la melancolía reflexiva que lo acompañara y lo nublará después sin llegar a hacerlo desaparecer nunca. Chéjov v desnuda los tics, las torpezas, los temores ridículos, las paupérrimas ambiciones de esta gente pero su risa es pudorosa, no llega nunca al sarcasmo. No olvida» ni nos deja olvidar,, que a pesar de su absurdo comportamiento son seres humanos, víctimas de un ambiente que le ha castrado la personalidad.

Pertenecen a éste período como “El gordo y el flaco” donde vemos como la espontánea alegría de dos amigos que se reencuentran después de muchos años es aniquilada cuando uno de ellos descubre que el otro, es su superior jerárquico y comienza a tratarlo como tal, con un servilismo que asquea y ahuyenta al amigo. Otro ejemplar típico es Cherviakov ("La muerte de un funcionario") oscuro funcionario de un ministerio que muere de angustia angustia pensando que un general, al que involuntariamente salpicó con un estornudo, lo haya considerado intencional. No son simples casos particulares, aislados, sino ejemplos individuales de un fenómeno social. Quien no se conforme solamente con reír podrá meditar acerca de un medio ambiente que origina especímenes tan penosos. De todas maneras, la risa se mantiene en primer- plano. Y se comprende; no puede haber drama donde no hay conciencia.

A partir de 1886, el tono de Chéjov se ensombrece progresivamente, la risa se retrae, se vuelve sonrisa, piadosa sonrisa. Mucho se ha especulado sobre este cambio. Numerosas fueron las explicaciones propuestas. Algunos hasta se acaloraron y levantaron la voz, para afirmar o para refutar. A Chéjov le hubiera divertido. Tenía la virtud de no tomar en serio las discusiones superfluas. Hagamos como él. Todavía conocemos demasiado mal su personalidad como para que echemos más leña a un fuego que, de todos modos, no da calor. Lo importante es saber que Chéjov cambió y descubrir de que manera se reflejó ese cambio en su obra.

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