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viernes, 10 de junio de 2011

Soledad y Sinceridad en la Filosofía


Soledad y Sinceridad en la Filosofía.

Jorge Santayana.

Jorge Santayana es el escritor más completo de filosofía que han tenido los Estados Unidos. Pero nunca poseyeron del todo a Santayana, y los filósofos norteamericanos todavía no saben qué hacer con él. Consideró a Boston, donde se crió y educó, "un plantel moral e intelectual, siempre afanoso por aplicar los principios primeros a bagatelas". Calificó a Harvard donde enseñó filosofía durante más de veinte años, de lugar de "generosa sinceridad intelectual", pero de "tal penuria espiritual y confusión moral, que sólo ofrecía un billete de lotería o una tómbola al azar para la mente huérfana". Y, todavía hace sesenta años pensaba que los Estados Unidos eran casi exclusivamente la tierra de "esa 'economía de producción'. .. que primero crea los artículos y después trata de crear su demanda; una economía que ha inundado el país de alimentos para el desayuno, jabones de afeitar, poetas y profesores de filosofía".

En cuanto pudo hacerlo prudentemente, Santayana dejó su cátedra de filosofía y abandonó los Estados Unidos. Pasó la segunda mitad de su vida en Europa; pero, aunque llevaba pasaporte español, siguió escribiendo en inglés. Y, aunque se movió entre los europeos, era en los Estados Unidos donde se le leía principalmente, y casi sólo se le recuerda hoy activamente allí. Y, a pesar de que su novela, The Last Puntan, y el primer volumen de su autobiografía se vendieron profusamente en los Estados Unidos cuando vieron la luz, es recordado principalmente por profesores de filosofía, cada vez en menor número.

Sin embargo, el que lea cualquiera de sus libros, recuerda sus extraordinarias cualidades: su brillante prosa, su suave y seductora dialéctica, la fría majestad de sus juicios y su alcance emocional e imaginativo, la inflexible y dura espina dorsal de su gusto personal y la predilección sin pelos en la lengua que se advierte siempre en sus juicios y que los salva de una imparcialidad inane. Y sus libros nos recuerdan además el enigma fascinador que Santayana constituye como hombre, y que representan sus ideas en la historia del pensamiento norteamericano y en la de la filosofía.

Es difícil situarlo como pensador de un determinado país, y más difícil todavía fijar el lugar que ocupa en el movimiento de las ideas filosóficas o de los debates entre las escuelas de filosofía. Se escapa a las categorías magisteriales. ¿Cómo se puede clasificar y localizar a un hombre que declaró que no había Dios, pero que María era su madre? Santayana fue un materialista, pero también un platónico; un escéptico, pero vocero de lo que llamaba "fe animal"; un descreído sin preocupaciones, cuyas más vigorosas simpatías morales estaban inspiradas por la religión, y entre todas las religiones, por el catolicismo romano. Más aún, los profesores no toman muy en serio a un hombre que no los tomó tampoco en serio a ellos, que se apartó de todas las controversias y se burló de los pequeños esfuerzos de sus colegas por ser originales.

Bertrand Russell (a quien nadie ha acusado jamás de pedantería excesiva) no dice nada de Santayana en su historia de la filosofía, aunque lo conoció personalmente y habló muchas veces de filosofía con él. Cuando se le preguntó por qué omitió a uno de sus amigos, contestó que no había nada original en la filosofía de Santayana, que todo procedía de Platón y Leibniz. Pero, como observó Santayana, este juicio mostraba que Russell sólo lo consideraba como lógico, e ignoraba sus aspectos más importantes. Lo que menos quisiera ser como filósofo, era original, advirtió una vez; prefería defender la "cordura humana", la "ortodoxia humana". "Aquí tenemos un sistema más de filosofía", son las palabras con que comienza el prefacio de su tratado mayor de filosofía sistemática, Realms of Being. "Si el lector siente ganas de sonreír, puedo asegurarle que yo también me sonrío y que [en] mi sistema... no trato más que de expresar al lector los principios en que se basa para sonreír".

Si Russell creía que Santayana no aportó nada a la historia de la filosofía, Santayana pensaba a su vez que Russell estaba excesivamente preocupado por aportar algo a la historia de la filosofía, a la relación de los puntos de vista cambiantes del hombre, y demasiado despreocupado por los aspectos de la filosofía y de la experiencia humana que trascienden a las controversias sectarias o a las modas en el pensar. En el fondo, consideraba a Russell como un genio que había derrochado sus talentos persiguiendo aquí y allá un rastro intelectual o una causa social. Es altamente significativa la observación que hace de Inquiry into Meaning and Truth de Russell: "No es una obra filosófica de primera clase, sino que sólo interesa a la controversia corriente... Ya es lo bastante viejo para ajustar sus cuentas y dejarnos su testamento".

El veredicto de Russell —o más bien, el enfoque filosófico que ese veredicto simboliza— ha engolfado a Santayana en grado considerable. Los filósofos de Inglaterra y Estados Unidos se han preocupado más que en los tiempos mismos de Santayana por el análisis del lenguaje y por los problemas de la teoría del conocimiento. Además, están gastando el tiempo (también más que en los días de Santayana) sacando a relucir los trapillos sucios dé los intelectuales, criticando sus puntos de vista y convirtiendo a la filosofía en un diálogo entre filósofos, donde no hay una sola referencia a nada extrínseco a la filosofía. Esto tiene forzosamente que hundir en la sombra la idea de un hombre que consideraba a la filosofía como un esfuerzo por valorar la experiencia vital de la humanidad a la luz de ideales racionales. Santayana fue un hombre aparte, por herencia, por temperamento y por gusto. Le encantaba lo inútil que era para el mundo atareado. Sin embargo, creía que la filosofía suelta sus amarras cuando cesa de ser un comentario sobre la carrera activa de la humanidad en el mundo natural y en los mundos de la imaginación humana.

De hecho, Santayana tenía un concepto de la filosofía que era simple, clásico y nuevo. Concebía la filosofía como el intento del hombre por averiguar qué lugar ocupaba en el mundo. "Lo que usted necesita", escribía a un joven que había insistido en que se dedicase a la crítica literaria, dejando la metafísica, "no es más crítica de los autores corrientes, sino más filosofía: más valor y sinceridad para hacer frente directamente a la naturaleza, y para criticar los libros y las instituciones sólo con el propósito de entresacar de ellos lo que se compagina mejor con la vida que quiere usted seguir. . . Por el mismo motivo, yo me propongo dedicar los años que me queden, exclusivamente a la filosofía; aunque espero que la forma en que voy a expresarla no le incline a usted a llamarla metafísica".

Como Santayana creía que la filosofía era algo más que la búsqueda de la verdad absoluta, y como estaba ten completamente convencido de que, en fin de cuentas, la filosofía no es cuestión de pruebas, sino una actividad de la imaginación disciplinada, siempre ha habido algunas dudas sobre si debería considerársele como un filósofo. El mismo William James se preguntaba si Santayana tomaba muy en serio la filosofía. Pero Santayana no consideraba la filosofía como inferior a la ciencia ni como apología racional de la fe. 

Lo que le competía era apartarse de los fines de la vida, clasificar y organizar la experiencia a la luz de un concepto del bien, libre y deliberadamente adoptado. Y, pese a la fría cortesía y elegancia con que se expresaba, Santayana se consagró totalmente a este concepto de la filosofía. Jorge Santayana es, en realidad, uno de los pocos filósofos que se dedicó abierta y sinceramente a lo que la mayor parte de los filósofos han hecho a hurtadillas, con ánimo decaído y sin caer completamente en la cuenta de lo que estaban haciendo. Él se propuso buscar lo que en la naturaleza y en la humanidad más directamente interesaba a lo más íntimo de su corazón.

El tema que se repite en la filosofía de Santayana, es el de Aristóteles: todo lo ideal tiene una base natural, y todo lo natural tiene una realización ideal. El tema no era nuevo, y Santayana no creía ni esperaba que lo que iba a decir sobre él fuese original. Era, según le gustaba repetir, "un hombre ignorante, casi un poeta", y esperaba hablar más bien a base de la sabiduría arraigada de la raza. Pero, cuando este tema se anunció a principios de siglo en The Life of Beason, cayó sobre un mundo aquejado todavía por las dudas victorianas, preocupado todavía porque la evolución, la geología y la física habían demostrado que los ideales humanos carecían de significado y eran mera espuma decorativa al azar sobre la ola de la materia. The Life of Reason sostenía que los ideales del hombre eran tan legítimos como siempre, cualesquiera que pudieran ser sus orígenes naturales; más aún, en su estudio ponderado de la religión, política, ciencia y arte humana, mostraba que las aspiraciones del hombre estaban mejor fundamentadas, eran más responsables y se podían realizar más fácilmente cuando se tomaban en cuenta las condiciones de que dependían.

Pero no es el "mensaje" abstracto de Santayana el que explica su magia. Ni siquiera la prosa diáfana y epigramática en que se expresaba. Fue la mezcla de ironía y ternura que ponía en su gran tema, las normas inflexibles combinadas con la aceptación sin ilusiones por los hombres tal como son; era el ingenio epigramático y la imaginación literaria que evocaba la experiencia de hombres que vivían en los climas morales más divergentes. Y sobre todo, fue la expresión de una perspectiva moral relativista, que, sin embargo, era dantesca en su declaración tajante de preferencias, en su comprensión y en su lógica. Se trataba de un hombre que tenía la sobriedad de Aristóteles y escribía con la poesía y entusiasmo de Platón sobre los únicos valores que dan significado a todo lo demás, los ideales humanos.

Porque Santayana estaba interesado en el hombre y en el mundo únicamente en cuanto sugerían ideales para dar pábulo a la imaginación. La perfección, decía en The Sense of Beauty, es "la justificación última de ser", y sólo amaba las cosas por las perfecciones que preludiaban débilmente. A lo que se consagró en fin de cuentas, no fue al mundo tal como es, ni siquiera como podría ser. Era el ideal por sí mismo y en sí mismo, "esa visión de la perfección", como escribiera a William James, "que captamos sencillamente o incorporamos por un momento a alguna obra de arte o a alguna realidad idealizada. . . la aspiración concomitante de la vida, siempre distinta, siempre hermosa, que apenas puede expresarse en su plenitud". 

Pero el hombre que dijera en The Life of Eeason que los ideales no pueden realizarse "cuando no tienen profundas raíces en el mundo", llegó a creer que ningún ideal digno tenía raíces muy profundas en el escenario contemporáneo. Las presiones de la vida norteamericana, su trajín, su sentido puritano de que la vida era una batalla que había que ganar, su concentración en los medios y en las técnicas, lo sacaron de quicio; la Primera Guerra Mundial le convenció de que la vida de la razón, el intento de forjar un mundo en que los ideales pudieran nacionalizarse, ya no era posible en ninguna parte. Fanático, según la famosa idea de Santayana, es el hombre que redobla sus esfuerzos después de haber olvidado sus metas. El mundo contemporáneo, lo mismo en sus alarmas e histerismos que en su in¬mersión obcecada en la actividad febril, llegó a parecer a Santayana un. verdadero estudio de fanatismo.

Así pues, el sentimentalismo y la tragedia de la razón y aspiración humana se desvaneció en el Santayana de los últimos años, y la comedia de la razón ocupó el primer lugar de sus preferencias. El paisaje era más frío, y quien lo describía, lo hacía sin deseo ni esperanza. Inclusive, hay en él una indiferencia deliberada, una positiva decisión de no hablar de lo que todos creían que era lo importante. Desde los tiempos en que era un muchacho de Boston que hablaba español, siempre ha palpitado en Santayana el sentimiento de que era un extraño en el mundo, y ese sentimiento llegó a dominar todos sus impulsos. Fue siempre un materialista a fondo en cuanto a creencias sobre el orden ejecutivo de la naturaleza, pero se sentía moralmente libre para ser un platónico. El mundo era su anfitrión, y él espectador del mundo sin compromisos, aparte de todo, mirando a las cosas desde fuera, sin el menor apremio ni veneno de existencia, dejando en ellas únicamente las normas intemporales y acabadas que representan. El Santayana de los últimos tiempos es el Proust de los modernos filósofos. En sus libros primeros lo que le entusiasma es la maravilla de que surjan ideales humanos del flujo irracional de la materia. En sus últimos libros, lo que ocupa principalmente su atención es la disipación de los ideales humanos, su carencia de significado, salvo el de imágenes observadas por la mente. No podían incorporarse los ideales a la estructura del mundo. 

Sólo podía cazárselos al vuelo, dándoles el único valor que tenían, y dejarlos marchar.

Santayana se situaba fuera del mundo; y es muy posible que la consecuencia sea que el mundo no lo lea. 

Su ética siempre había tenido una calidad intemporal; pues también llegó a parecer envejecida. Su política no era sólo hostil a la tecnología, al comercio y a la democracia, sino que se hizo cada vez más indiferente a la mayor parte de las soluciones que constituyen opciones vivas para el mundo moderno. Hay mucho de desgraciado en su producción última; adviértese en ella abundancia de dialéctica discutible, impresionismo que linda con la veleidad, y algo que sólo puede llamarse espectacularidad. Todo se convierte en mito, y nada nos dice verdaderamente qué es verdadero y qué es falso. La religión, la ciencia, todas las convicciones humanas son igualmente metáforas, saludos a lo incognoscible, "por lo cual el camino se desbroza para la fer al decidir en qué conjunto de símbolos puede el hombre confiar". Al final, hasta los prejuicios de Santayana, siempre tremendos, perdieron su solidez.

Así pues, no es sólo el cambio de modas del «pensar el que explica por qué ocupa hoy Santayana un lugar equívoco en nuestras mentes y en nuestros acuerdos. Prescindiendo completamente de las cuestiones de filosofía técnica, es difícil hacerse una idea firme de él, como hombre ni como comentarista del mundo. 

Las simpatías de Santayana por sus semejantes eran imaginativas y literarias, más bien que directas. "Si tomo parte práctica [en el mundo]", decía, "es sólo, poniéndome una máscara para el carnaval. Soy susceptible de ese impulso, capaz de sentir su diversión y desvarío; pero, cuanto más alborotador sea el jolgorio, mayor será la frivolidad, y más completo el alivio de despojarse del disfraz abigarrado, de lavarse la pintura, para volver a la soledad, al silencio y a la sinceridad.

Pocos filósofos han sido más capaces que él de penetrar en puntos de vista y géneros de vida distintos de los propios, de volverlos a crear y representarlos como cosas vivientes y palpables. ¿Sería precisamente la indiferencia moral de Santayana, su desarraigo cuidadosamente guardado, el que le confirió esta capacidad? Entonces, el sentido que expresa de su separación y distancia de nosotros —la impresión de que no podemos captarlo a él ni a sus ideas para ninguna causa mundana ni para convicción alguna personal nuestra— es el precio, el precio muy conveniente, que pagamos por su genio. Pero hay otro más desagradable que pagamos también. "En la soledad, es posible amar a la humanidad". Escribió Santayana. 

"En el mundo, para el que conozca al mundo, no puede haber más que guerra secreta o declarada". Sus limitaciones, todo su hastío artificial de fin de siglo y toda su indiferencia quedan expresadas en este juicio.

Ningún hombre de este siglo ha expuesto más cantagiosa y exactamente el ideal helénico de la razón y de la civilización, que Santayana en The Life of Reason. Sin embargo, aunque fustigó el egoísmo romántico, vivió en Italia muchos años, y no se advierte, ni en su autobiografía, ni en sus cartas, que Mussolini le pareciese desagradable, ni siquiera cómico. Vivió durante la guerra entre España y los Estados Unidos y fue testigo de la conquista nazi de Europa; y, sin embargo, no se expresó con tristeza sobre la poca fortuna que tuvieron los Estados Unidos al meterse en el imperialismo, ni sobre la gran aventura de Alemania, al meterse en los campos de la locura. En cambio, exteriorizó su desprecio hacia William James, quien se indignó ante el proceder de los Estados Unidos, y se guarda su desdén para su gran béte noire, la filosofía del liberalismo. En realidad, a medida que fue haciéndose viejo, la indiferencia de Santayana llegó a parecer mera chaladura, y su actitud olím¬pica, sólo un caso no muy afortunado de sensacionalismo. 

Cada vez era mayor el número de sus expresiones en que figuraban con intención palabras como "anglosajón", "norteamericano", "clase media inferior" y "judío".

Y, sin embargo, la suerte de la fama de Santayana será una piedra de toque para la calidad de nuestra cultura y de nuestro desarrollo en madurez y sabiduría. "No sé", escribió William James a propósito de The Life of Reason, "si alguien ha notado en este libro algo que estoy seguro hay en él: me refiero a las lágrimas... Gran parte de la irritación que pueda yo exteriorizar mal de mi grado, y que, estoy seguro, es mucho mayor que lo que dejo traslucir, proviene de mi afecto. Proviene de mi exasperación al ver tratadas como si no tuviesen valor alguno, las únicas cosas bellas y dignas". Hay lágrimas en Santayana, en los primeros y en los últimos tiempos, para quienes quieran buscarlas. Ellas explican por qué un hombre que escribió de filosofía como si se tratase de un soliloquio personal, supo hablar tan contagiosa e inolvidablemente a los demás. Explican cómo es que un hombre tan irónico y desengañado (según las palabras que él aplicara una vez a Leopardi) "nos arrebata, nos refuta y nos libera".

La filosofía de Santayana presenta el retrato de un hombre que —en una época considerada por él precipitada y atolondrada— conservó un sentido clásico de las proporciones y valores constantes de la vida humana. A través de la mente de Santayana, los Estados Unidos y la cultura de este siglo son sometidos a la prueba de los antiguos ideales del orden y de la civilización humana. No ha habido moralista que haya escrito para lectores norteamericanos con su libertad de pensamiento y al mismo tiempo con su idiosincrasia, que haya sido tan católico, tan profundamente ortodoxo y tan conservador. Cultivó su soledad porque tenía en mucho su sinceridad, es decir, su independencia de criterio y su claridad para decir lo que pensaba. Al leer sus obras, podemos descubrir todavía los valores de nuestra propia soledad y avanzar hacia la recuperación de nuestra sinceridad.



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