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sábado, 28 de mayo de 2011

La idea terrible de ser individuo

La Idea Terrible de ser Individuo.

Indudablemente, sólo a mi terquedad hay que achacar el que desdeñe el enfoque corriente del tema que va a ocuparnos. Es la naturaleza, responsabilidades y horizontes del individuo. Corrientemente, el estudio de este tema empieza anunciando que el individuo está en grave apuro. Ha sido desarraigado por - la sociedad moderna y corrompido por la moderna cultura; lo ha ablandado el estado moderno, y la moderna industria lo ha convertido en autómata; la democracia moderna le ha '* cargado de responsabilidades' que no puede soportar; y, como si esto fuera poco, va a ser víctima de una conspiración internacional.

Después de animar así a todo el mundo, el enfoque corriente del tema pasa a señalar quién tiene la culpa de este estado de cosas. Sin miedo ni adulación, levanta el dedo contra el culpable. Es el individuo. Conformista, pero al mismo tiempo centrado en sí mismo, desarraigado pero al mismo tiempo absorto y embebido en sus propósitos materialistas, el individuo, según dicen, se cruza de brazos, negándose a aceptar su responsabilidad por la condición en que está el mundo. Luego, indicada la enfermedad y descubierta la causa, el enfoque corriente pasa con toda serenidad a las conclusiones. ¿Cuál es el objeto de nuestra sangre, sudor y lágrimas? ¿Cuál es la razón de ser de nuestro sistema económico, de nuestra política exterior, de nuestras bombas de hidrógeno? Es la defensa del individuo, esta criatura cuya eficiencia e inteligencia, cuya vida feliz, simpatía y valor ha venido celebrando tan persuasivamente el enfoque ordinario.

Espero que se interprete bondadosamente mi decisión de no seguir este enfoque al hablar del individuo y de sus horizontes. No es que se me escapen sus aspectos atractivos. El enfoque corriente del tema me permitiría demostrar que no soy un contentadizo, que busco curas radicales para trastornos radicales, y que, una vez echada la suerte, jamás me detendré por respeto a la lógica de definirme y expresar mi opinión. Y sin embargo, estoy decidido a dejar de lado estas ventajas para discutir al asenderado problema del individuo en el mundo moderno, de forma más constructiva, según creo. No enterremos al individuo, ni lo alabemos tampoco. Vamos a preguntar quién es y por qué, unas veces, se le compadece como víctima de la vida moderna, otras se le condena por ser la fuente de nuestros males, y otras se le glorifica como la cumbre de la creación.

Estimo que nos ayudará a enfocar desde un ángulo nuevo el tema, comenzar por advertir algunas de las amaneras en.que utilizamos el concepto de individualidad.

Quizás la forma primera y más sencilla sea la de interpretar al "individuó" en el sentido estrictamente numérico de la palabra. Esta cerilla, y esta otra son cerillas cada una y esta otra de ellas, individualmente, porque pueden contarse por separado y cada una aporta a la suma total el número 1. Y, sencillamente, una de las características de nuestra experiencia ordinaria es que hay cosas distintas de las otras, y que por tanto pueden contarse separadamente; pero, en cambio, hay otras que no son así.

Por eso, si se le dice a uno que cuente las estrellas del cielo, sabrá qué significa eso, aunque comprenda que son demasiadas las estrellas que hay por contar. Pero si se le indica que cuente el cielo, se quedará uno extrañado. Pueden contarse las gotas de agua que caen de una jeringa en un vaso, pero no el agua que hay en el vaso. Pueden contarse los granos de arena del desierto pero no el calor que se siente, aunque es palpable y mensurable. Y, de la misma manera, pueden contarse los seres humanos, lo cual hace más a nuestro caso. Ocupan cuerpos físicos distintos. Ya supongo que ésta es noticia fresca para ustedes. Pero, si nuestro mundo no concibiese individuos humanos en este sentido elemental de la palabra, seguramente no nos preocuparía tanto el ideal moral y político de la individualidad.

Pero, claro está, éste no es sino el origen escueto de lo que significamos con la palabra "individuo". No es de la individualidad numérica de la que hablamos cuando alabamos o condenamos "al individuo" o nos inquieta el futuro del individualismo. Los negreros contaban indudablemente sus esclavos uno por uno; pero esto no quiere decir que los reconociesen como individuos. Además, significamos otra cosa con el vocablo "individuo". Lo llamaré significado comparativo del término.

Tomemos dos individuos cualesquiera; uno será rubio y el otro pelirrojo, uno flaco y el otro gordo. Esto es corriente: es un hecho común de la vida que los individuos diferentes numéricamente, lo son también cualitativamente. Comparados, cada uno de ellos es singular, no porque sea uno aparte, sino porque es distinto. Ésta es la segunda acepción ordinaria de la palabra "individuo". La empleamos para indicar que un hombre tiene características especiales, comparado con otro, o con otros miembros del grupo, o con el que se considera tipo promedio.

Pero pasemos a los aspectos de la idea del individuo, en que se contiene mucho más de lo que ve el ojo a primera vista. Porque, cuando comparamos a un ser con otro y decidimos, en consecuencia, que tenemos delante a un individuo, establecemos la comparación entre cosas que nos parecen tener además semejanzas de alguna importancia entre sí. Si comparamos a un hombre con un perro, y llamamos al hombre individuo porque no ladró al ver un hueso, esto llamará la atención a nuestra singularidad, no a la suya. Por el contrario, cuando comparamos dos hombres y uno de ellos ladra al ver los huesos, ha mostrado una característica notablemente individual. En una palabra, la idea de individuo está, en general, relacionada implícitamente con la idea de un tipo o de una clase.

Más aún, nuestro reconocimiento de los individuos se relaciona además con nuestras nociones de los valores, de las diferencias desde el punto de vista de nuestras ideas prácticas, morales o intelectuales.

Después de todo, tomando dos cosas, las que fueren, siempre puede demostrarse que hay algo en que se parecen y algo en que se distinguen. Las coles y los reyes tienen sistema circulatorio; este nene rubio de ojos azules es quince minutos más joven que su gemelo idéntico de ojos azules y rubio también. El problema está en lo que consideramos diferencia de importancia. Este muchacho corriente, que repite a la perfección las opiniones de todos los muchachos corrientes, y copia a la perfección, su manera de vestir y su estilo, es sin duda alguna, al mismo tiempo, un eco más pequeño, una copia fotográfica más perfecta.

Por tanto, es indiscutiblemente un individuo en el sentido numérico y, como en nuestros días, el individuo tiene alto prestigio en los círculos mejores, puede pretender también ser un individuo en términos comparativos, basándose en el hecho de que tiene una mujer llamada Isolda, peculiaridad que no comparte con ningún otro fulano corriente. Sin embargo dudo mucho que ninguno de nosotros respetásemos su aspiración a ser considerado como individuo por este motivo únicamente.

En suma, al hablar de individuos, mucho suele depender del sistema particular de clasificación y del esquema de valores que se empleen. Lo cual nos lleva al empleo verdadero de la palabra "individuo", a lo que se expresa con la palabra "el indidividuo" y el individualismo. Quizás éste sea el uso sistemático del vocablo. Si queremos saber qué significa "individuo" en algo más que su sentido numérico y comparativo, debemos atender no sólo a los hechos físicos sencillos y observables, sino a algo menos simple y un poco más complejo. Tenemos que atender a un sistema de definiciones y principios indicadores. Porque, lógicamente, lo que es individual se opone a lo que es general o universal. La especificación de individualidad, si es algo más que individualidad numérica, siempre se relaciona con algún sistema particular de ideas generales.

No insisto en esto sólo por su interés intrínseco. Hay también en ello una moraleja. Hablase mucho en estos días, y discútese mucho sobre la "creatividad" y "conformidad", sobre los méritos de la "autoexpresión" y de la "disciplina", sobre el conflicto entre las exigencias de la igualdad y los derechos de la individualidad. Mucho de estas polémicas, lo mismo de un lado que de otro, me sale por una friolera. Porque hablar del "individuo" invacuo no conduce a nada, no aporta dato alguno, como no sea un sentimiento de conmiseración. Decir de un hombre que es un individuo equivale, en algunos aspectos, a afirmar que no se ajusta a las normas corrientes. Pero esto nos dice muy poco de él, si ignoramos a qué normas no se acomoda; y con eso, no sabemos nada de su individualidad, ni si debemos aplaudirlo o condenarlo, a menos que tengamos una idea de tales normas.

Por eso, prescindiendo de buena parte del sen¬timentalismo que inspira el tema, "disentir" no constituye una virtud sin tacha. El disentimiento es una fase útil y necesaria de la investigación, de la reforma social y del descubrimiento de la propia individualidad. Indudablemente, cuando de una creencia no puede decirse sino que es creída en general, y de la costumbre de hacer algo sólo puede decirse que así lo hace la gente, hay motivos fundados, a juzgar por la experiencia de nuestra especie humana, para sospechar que dicha creencia es falsa y dicha práctica reprobable. Y, sin embargo, no debe recomendarse el disentimiento sistemático. Lo deseable es asentir, no disentir, cuando las ideas propuestas a la mente son verdaderas, o los principios morales estudiados son buenos. Todo depende, en una palabra de qué es de lo que se disiente.

Así pueSt llegamos al centro de la cuestión. Suponiendo que no seamos capaces de entender lo que quiere decir "individuo" en el sentido sistemático de la palabra a menos que conozcamos las normas y valores a que se refiere la idea, ¿cuáles son las normas y valores que dan significado al concepto especial del "individuo", que ha caracterizado a la sociedad y moralidad occidental —o que dicen haberlas caracterizado— en el mundo moderno? Porque, cuando hablamos hoy del individuo, no nos referimos a un individuo antiguo, sino a un tipo especial de hombre y a un ideal peculiar de vida; y no todos los individuos pertenecen a este tipo, y son menos todavía los que responden al ideal.

El concepto de individuo, como lo conocemos y utilizamos actualmente, es producto de un gigantesco proceso histórico de desmembración social. En este proceso, que ha durado muchos siglos y todavía dura —en realidad, sólo ha empezado en muchas partes del mundo— llegó a negarse que pudiera determinarse la identidad de hombre alguno, ni adjudicársele sus derechos y responsabilidades, simplemente en función de su afiliación a un grupo social o a un conjunto de grupos sociales. La familia, llegó a creerse, la aldea, el oficio, la clase, la iglesia y el sexo dijo a los hombres algo sobre quiénes eran las personas y cuáles debían ser sus derechos y oportunidades; pero estas clasificaciones no eran todo. Ya no se concebía que los seres humanos encontrasen completamente su razón de ser como partes de la gama social, ni simplemente como eslabones de la gran cadena de servicios y compromisos mutuos. La doctrina del individualismo insistió, por el contrario, en que podía determinarse mejor su identidad por una tarjeta que por un sistema de clasificación. Y el objeto del individualismo como movimiento social era liberar a los hombres de la servidumbre inevitable a grupo alguno, y darles un poco de opción en sus asociaciones y obligaciones.

El concepto del individuo, tal como ha surgido en el mundo moderno, negaba por tanto los principios del gobierno de los hombres, aceptados desde hacía mucho tiempo. Expresaba una serie de renunciaciones radicales. Se rechazaron para las cuestiones intelectuales, las pruebas de la aprobación pastoral y de la autoridad antigua; se declaró sin valor el convencionalismo establecido para las artes; ya el privilegio del nacimiento o de la herencia no debía ser refrendado inmediatamente en la sociedad; los imperativos impuestos desde fuera, los mandamientos exteriores, llegaron a ser considerados como fundamentos muy débiles de la moralidad. Y, claro está, dentro de estos repudios y negativas, había una idea positiva y un ideal. Era el concepto del individuo libre y socialmente móvil, que podía trasladarse de un lugar a otro subir y bajar en la sociedad según las oportunidades que se le diesen, y conservar como único hilo continuo de identidad personal a través de todos estos cambios y opciones, su mente juzgadora, su corazón sensible, su conciencia personal, es decir, la mente juzgadora de Descartes, el corazón sensible de Rousseau y la conciencia personal de Kant.

Es el ideal del individuo para quien la experiencia fundamental y continuada de la vida es la de la elección, la responsabilidad personal de las propias decisiones. El individualismo, como ideal, en realidad no promete nada particularmente halagüeño como el placer o la felicidad, cuando se le entiende a fondo. No garantiza ni el placer ni la aventura como premio a ser un individuo. Sólo promete para bien, y frecuentemente para mal, una conciencia elevada de la propia existencia y del propio carácter, una intensificación de la experiencia, cualquiera que sea.

Así pues, el concepto del individuo no se refiere únicamente a los individuos numéricos, sino a los liberados de un lugar o categoría previamente ordenada, que llevan consigo garantías fundamentales de libertad y seguridad estén donde estén y traten con quien traten. Y la jerarquía de valores en torno a la cual gira este concepto, es radicalmente nueva a medida que se desarrolla la historia de la humanidad. Porque las palabras que acompañan a la idea del individuo son por el estilo de "duda", "decisión", y "elección". Y, sobre todo, elección. Los hombres descubren sus individualidades cuando rompen con lo que se les ha dicho, cuando deciden marchar por su cuenta, a pesar del grupo. Y, si las palabras "duda", "decisión" y "elección" nos traen ecos de una condición miserable de la vida, tanto peor para nosotros. Porque no tiene vuelta de hoja que la idea de ser individuo es verdaderamente estremecedora y terrible, cuando se comprende en toda su fuerza.

¿Qué horizontes tiene este ideal del individuo? ¿Qué perspectivas hay para conservar y producir gente a quien más bien guste la idea terrible de ser individuos? No tengo ninguna bola de cristal. El porvenir del individuo depende de muchos factores distintos. Pero yo diría que, entre ellos, hay tres que me parecen particularmente decisivos. El primero es la debida valoración del significado de las tendencias contemporáneas a introducir cambios en la industria, el gobierno, la ciencia y la administración. El segundo, es el desarrollo de una moralidad ajustada a los medios especiales que se han creado en nuestra sociedad para la conducta individual. Y la tercera, es el grado en que seamos capaces de reconciliarnos con la idea de la individualidad y calibrar bien las responsabilidades que la acompañan.

En cuanto a la importancia de los cambios contemporáneos, se cree muy comúnmente que el crecimiento de nuestra sociedad, la organización del trabajo según líneas de ensamblaje y con una burocracia interior, la aparición de los grandes medios informativos, y los efectos niveladores, como se les llama, de las instituciones democráticas y del Estado del Bienestar, han condenado al individuo a una muerte relativamente rápida, aunque no del todo sin dolor. Respecto a estas tendencias, yo no diría, como el insecto pequeñito de Pogo que se presentó a las elecciones de Presidente, que todo está perfecto. Pero no están justificados los puntos de vista apocalípticos sobre las consecuencias inevitables de estas tendencias. La especialización, los centros urbanos, la multiplicación de talentos, los más altos niveles de educación que se necesitan en las sociedades modernas, la ampliación de oportunidades y, no se olvide, la sustitución del trabajo de rutina por máquinas brindan condiciones para la mayor realización de la individualidad, si queremos usarlas a este fin. No hay garantía de ello, pero quienes se lamentan de la muerte inevitable del individuo, se quejan muchas veces únicamente, según creo, de que son muy pesadas las cargas que supone ser individuo, es decir, las dudas, las opciones, el trabajo, la necesidad de imaginación. Esto es verdad, pero jamás se han hecho los individuos sino asumiendo estas cargas.

Debe tenerse presente, sin embargo, que la disposición a asumirlas depende naturalmente del concepto que se tenga de ellas. Y la verdad es que el campo de acción para los individuos ha cambiado grandemente en nuestros días. Cada vez es mayor el número de hombres que pueden hacer algo en el mundo, pero a través de grandes organizaciones burocráticamente estructuradas. En estas organizaciones, cuesta trabajo a veces reconocer cuál es la contribución de uno; y es enormemente difícil cambiarlas, alterarlas contra la corriente tremenda de su inercia. Y, lo que es más difícil y molesto, cuando un hombre trabaja en alguna gran organización, está obligado a seguir dos directrices. Tiene que acatar la disciplina burocrática, respetar las normas de la organización o las razones de la sociedad para tenerlo en la posición que ocupa; pero debe también mirar más allá de su puesto, sopesar lo que está haciendo, y pensar y juzgar por sí mismo. El equilibrio de esta doble responsabilidad que pesa sobre el individuo es el problema moral que se repite todos los días, y quizás el más característico de nuestros tiempos.

Pero, al enfrentarse con este problema, bueno es reconocer que, casi con toda seguridad, no hay fórmula para resolverlo en su totalidad. Caer en la cuenta de que existe, comprender el individuo que forma parte de una gran organización, que hay dos aspectos en sus obligaciones, contribuirá notablemente a su solución. Además, el problema es esencialmente, según creo, parte de un proceso difícil de educación, a que vienen dedicándose los occidentales desde hace algunos siglos. Está en relación con el problema de transformar el carácter de la reflexión e imaginación moral, que hemos tenido desde que surgió el ideal del individuo libre y sócialmente móvil.

El individualismo registra el hecho de que las relaciones entre las personas se han hecho más variables y sujetas a cambio. Registra el hecho de que las lealtades y obligaciones de los seres humanos, por ser hoy más laxos sus vínculos de parentesco, vecindad y asociación personal, tienden a hacerse más impersonales, más abstractos. Y, en consecuencia, en lugar de las afinidades y compromisos personales que constituyen la moralidad de las sociedades antiguas, implanta otra moralidad crítica y reflexiva, que apela a principios abstractos, como la conciencia, a normas generales como la utilidad pública, a sentimientos desinteresados y universales como el de humanidad. Parte y producto de estos hechos, es el problema de la moralidad burocrática, que debe resolverse en función de ello. Y, como, en general, los problemas morales de orden social individualista son de este tipo abstracto, imponen responsabilidades tan pesadas a nuestras capacidades educativas y de comunicación. Los hombres no tienden a hacerse cargo inmediata o intuitivamente de sus responsabilidades en un mundo como el nuestro. Hace falta exponérselas gráfica y. sensiblemente a la mayor parte de los hombres de conciencia, y tienen que ser analizadas y ponderadas para poder tocar las fibras de la conciencia.

¿Pero cuáles son estas responsabilidades, las responsabilidades inherentes a la individualidad? Como se comprenderá, no se ha hecho una lista oficial y fija de ellas. Pro hay algunas que parecen fundamentales y sirven de base a las demás. Una de ellas, prerrequisito de todas, es la de respetar los derechos de la individualidad, de los demás. Otra, es reconocer, como hemos venido reconociendo cada día más durante la última generación, que hay una gran diferencia entre el derecho abstracto a ser libre e individual y el poder efectivo de ejercer ese derecho. Una cosa es tener derecho legal a trabajar, pensar y vivir como uno quiera, y otra poseer los recursos, la información, las asociaciones y la instrucción necesaria para hacerlo.

Un respeto activo a los derechos de los demás, el interés porque se usen y disfruten esos derechos, supone un deseo de crear condiciones en que los demás tengan la oportunidad de ser como son y de elegir su modo de vida. En una palabra, el individualismo necesita una organización y una ayuda social consciente, es decir, educación, creación de oportunidades heterogéneas y provisión de seguridades económicas elementales para que el individuo logre la realización de sus fines en la vida. De hecho, es una equi¬vocación creer que el individualismo clásico negaba la dependencia del hombre libre de los grupos so¬ciales; simplemente se oponía a su incorporación irrevocable a un grupo. Dependemos unos de otros, siempre ha sido así, seamos individuos o no.

No cabe duda que el individualismo siempre ha ido asociado con el ideal de la igualdad de oportunidades. ¿Oportunidades para qué? En fin de cuentas, sólo hay una oportunidad fundamental que interese, a mi entender; las demás no son sino condiciones para ella. Es la oportunidad de vivir el tipo de vida que uno quiera. Pero esta oportunidad no es algo que se conceda a gran parte de los hombres. Tiene que ser creada para ello. Después, pueden aprovecharla mal o desdeñarla. Allá ellos. Pero las dudas sobre el valor del individualismo como ideal moral, las dudas de que la mayor parte de los hombres no van a saber qué hacer con ella, ni si realmente la quieren, son prematuras, por no decir otra cosa. La mayor parte de los hombres no han tenido todavía oportunidad de probar el individualismo en circunstancias que constituyan un verdadero experimento.


Fuente, Charles Frankel

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