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lunes, 7 de febrero de 2011

Desarrollo psicomotor, el recién nacido, secuencias de desarrollo.

LAS FASES DEL DESARROLLO

En las páginas precedentes hemos intentado describir con la máxima precisión posible varias secuencias del desarrollo. Pasamos a considerar ahora cómo se conduce realmente el niño en diversas edades.
A. Gesell (1940, 1947) ha intentado individualizar unas tablas seleccionadas basándose únicamente en el dato cronológico. Describe, sucesivamente, al niño de cuatro, dieciséis, veintiocho, cuarenta semanas, de un a"no, de dieciocho meses y de dos años. Dicho en otros términos, resalta los petíodos artificialmente, aunque no sin reconocer que esas fechas no constituyen momentos cruciales, decisivos.

En la obra de H. Wallon (1925, 1947) encontramos una concepción totalmente distinta.

Dice, por ejemplo (1947):

Existe, según 'diversos autores, una continuidad en el desarrollo ps'quico a partir de ciertos antecedentes elementales: sensaciones o esquemas motores, por ejemplo... Existe, pues, una coincidencia exacta entre el nivel de evolución y la edad del sujeto. Cada momento de la infancia es un momento de la adición que día tras día va prosiguiendo.

Por el contrario:

Para otros autores, los sistemas de la vida psíquica no son fundamentos que se sobrepongan sencillamente entre sí. Existen momentos de la evolución psíquica en que las condiciones son tales que se hace posible un nuevo orden de hechos... Desde luego son indispensables las incitaciones del medio para que (estas revoluciones de edad en edad) se manifiesten, y cuanto más se eleva el nivel de la función, mejor soporta las determinaciones... No obstante, la variabilidad del contenido, según el ambiente, es la mejor demostración de la identidad de la función, que no existiría sin un conjunto de condiciones de las que el organismo es el sostén. Así, pues, el momento de las grandes mutaciones psíquicas está señalado en el niño por el desarrollo de las etapas biológicas.

H. Wallon distingue una primera fase dominada bioló¬gicamente por la alternancia del sueño y la necesidad alimenticia. Debido al carácter incontrastable de la motilidad, la ha denominado en otro lugar (1925) «la fase impulsiva». A este particular ha de observarse que el esquema de Wallon está más o menos fundado en una explicación de lo normal por lo patológico. Las diversas variedades de oli-gofrénicos representan, en el pensamiento del autor, una detención en la evolución normal. Así, los oligofrénicos impulsivos, capaces de ua actividad puramente motriz, se detuvieron en la fase más baja.

La fase siguiente es la emotiva:

El aparato de que el niño dispone'a los seis meses para traducir sus emociones es lo suficientemente variado para formar una amplia superficie de osmosis con el ambiente humano. Se adhiere áerta eficacia a sus gestos a través de los demás, y prevé los de los demás. Pero, momentáneamente, esta reciprocidad es una amalgama completa; una participación total en la que más tarde deberá delimitar su persona, profundamente fecundada por esta primera absorción en los demás.

La tercera fase es la sensoriomotriz (último tercio del primer año):

Las impresiones propioceptivas y sensoriales aprenden a corresponderse en todos sus matices. La voz afina el oído y el oído flexibiliza la voz. La mano que el niño desplaza, para seguirla con la vista en la fantasía de sus arabescos, distribuye los primeros jalones del campo visual.

Y he aquí, por último, la gran metamorfosis:

Pero la marcha y más tarde el lenguaje, que se desarrollan durante el segundo año derriban, una vez más, el equilibrio del comportamiento. En otro plano la independencia que concede al niño poder ir y venir por sí mismo, la mayor diversidad de relaciones con los que le rodean, que le asegura la palabra, hace posible una afirmación más tajante de su personalidad. La crisis de oposición se inicia a los ir es años...

Sea cual fuere la importancia que Wallon concede al ambiente, afirma, por último, la primacía de lo biológico, y reconocer esta primacía es admitir, hasta cierto punto, una dicotomía. En cambio, en la obra de Stern (citada por M. Bergeron, 1952) se puede encontrar una concepción más global y, por ende, más viviente. Stern la limita al espacio físico. El niño, según él, pasa del espacio bucal al espacio contiguo (espacio que puede ser aprehendido por el niño que aún no camina), y de éste, al espacio locomotor. En lo que se refiere a lo que podíamos llamar «espacio socioafectivo», cabe describir en términos analíticos una evolución análoga.

No seguiremos aquí la distinción clásica en fases oral, anal y fálica, sino la propuesta por M. Klein de las fases pregenitales y de la fase genital o edipiana. En realidad, de la obra de este autor, eminentemente criticable desde otros puntos de vista, emerge otro concepto: el de un verdadero espacio maternal. Al principio la madre está indisolublemente unida al niño y, al propio tiempo, representa el Universo para él. Es igualmente lo que R. A. Spitz llama la fase diádica. En el seno de esta fase diádica prosigue un incesante trabajo de investigación y delimitación que I. Hendrick llamó identificación parcial. La fase siguiente es, según la terminología de Spitz, una jase triádica, en realidad la de la familia ampliada. En este período las re'.aciones cesan de hacerse por contacto, pues existe la aportación de la marcha. Al sistema de señales sensoriomotor se suma, al final del segundo año, el del lenguaje.

He aquí cómo, teniendo en consideración estos dos modos de pensar, nos proponemos esquematizar la historia natural del niño.

Primera fase o fase neonatal:
Es la fase del espacio visceral y del espacio externo al contacto. Hemos visto cómo en el recién nacido la sensibilidad visceroceptiva se hallaba muy desarrollada, encontrándose sin duda en la base de una primera organización afectiva (sensaciones agradables y desagradables). En cuanto al mundo exterior, todas las relaciones se hacen por contacto, sea mediante la boca (precesión de la fase oral), sea por la piel, sea mediante la sensibilidad profunda propioceptiva. Aquí encontramos la noción de espacio materno; el seno materno (o el biberón sostenido por la madre), el cuerpo materno contra el que se apoya el pequeñito, representan los acontecimientos más definidos del mundo exterior. Debe añadirse una primera representación, en verdad muy elemental, del tiempo, unida a la repetición de las rutinas (comidas, pañales, aseo); aquí también la madre, dispensadora del bienestar, es quien preside el establecimiento de estos jalones.

Desde el punto de vista neurológico, esta fase se encuentra regida por los reflejos arcaicos y por una distribución neonatal, o mejor dicho, fetal del tono.

Este período se extiende de las cuatro a las seis primeras semanas, luego los reflejos arcaicos empiezan a apagarse y se esbozan nuevas aptitudes, ya definitivas. De ahí la segunda fase.

Segunda fase: el espacio visual:
Conviene limitar esta fase por el fin del período neonatal y los inicios de la prensión voluntaria, es decir, entre las edades de dos y cuatro o cinco meses.

Recordemos los principales acontecimientos de este período. Al finalizar esta fase, el niño domina su cabeza, pero a partir del tercer mes el niño puede ya, cuando se halla en posición vertical, mantenerla derecha, lo que es de capital importancia para la utilización de los ojos. Se interrumpe la tiranía de los automatismos propioceptivos del cuello y se halla en libertad de girar la cabeza a su antojo, brindándosele la posibilidad de observar el mundo que le circunda. Además, a los tres meses, los músculos motores oculares se han desarrollado, por lo que puede abarcar todo el espacio.

Se produce un fenómeno capital en el ámbito de la vida afectiva: el niño sonríe ante un rostro humano. Ya hemos analizado antes la sutil y profunda monografía que R. A. Spitz (1946, b) le consagró. Por tanto, no necesitatomos repetirnos. Recordemos solamente que existe una gran diferencia entre la sonrisa no motivada por el mundo exterior, la sonrisa propioceptiva y visceroceptiva y la sonrisa «provocada». La primera puede aparecer incluso muy pronto en los niños oligofrénicos. No tiene el significado de la segunda. Lógicamente debe admitirse que el significado de la sonrisa en respuesta a la voz humana tiene un sentido intermedio. Recordemos, además, que la sonrisa de un niño de dos meses conserva las características de una actividad mecánica, refleja, y que no debe considerarse nunca como señal de una organización intelectual superior. Finalmente, a propósito de la sonrisa, mereee señalarse un hecho evidente: el niño que sonríe, el niño «gracioso» recibe más atenciones, más afecto de los que le rodean. Hemos comprobado repetidamente que de esta manera se favorecen los progresos ulteriores.

El juego con las manos es una de las actividades que marcan esta fase. Ya dejamos dicho que en esta actividad, por el hecho de su repetición, coexisten, como en germen, el elemento cognoscitivo y el elemento libidinal del juego ulterior. Sirve igualmente de transición entre la fase visual y la fase siguiente.

Los hitos principales de esta fase serían:
— la desaparición progresiva de los reflejos primarios;
— el dominio de la cabeza;
— la actitud centrada de la cabeza y simétrica de los miem-
bros (fase especular);
— la abertura progresiva de la mano;
— la persecución ocular y la convergencia (M. B. McGraw);
— la sonrisa;
— el gorjeo.

Tercera fase: el espacio manual estático
Las dos fases precedentes son esencialmente pasivas. Este hecho es indiscutible en la primera, pero hasta durante la segunda, el niño no puede captar con la vista más que lo que se le presenta, lo que se halla en su campo visual; no puede actuar sobre este medio exterior, en nada puede influir en él. A partir del momento en que es capaz de utilizar las manos para coger objetos, empieza a imponer su dominio a ese mundo exterior.

Apreciando la situación desde esta perspectiva, el resultado de esta fase, que, siempre aproximadamente, se extiende del quinto mes al final del primer año, son tres grandes victorias:
a) Victoria contra la gravedad, que, a decir verdad, no hace más que desarrollar la primera adquisición, que es el dominio de la cabeza, hasta el de la posición sentada. Su conquista significa:
— integración de un espacio en tres dimensiones que comporta una profundidad; es un espacio aún estático, pues el niño permanece en el sitio, pero puede ser activamente explorado y vivido con ayuda de los movimientos de las manos;
— mayor facilidad de prensión: ya hemos visto que la posición del tronco era importante en la prensión;

— mayor participación en la vida familiar. El niño sentado deja de ser prisionero de la cuna y puede ocupar su sitio en el «círculo de familia».
b) Inicio de posesión del mundo exterior merced a la mano. No volveremos sobre las diversas fases del desarrollo de la prensión. Recordemos solamente que, al principio, la mano es un gancho al extremo de una grúa, que no hace más que permitir el análisis visual o bucal. Al final del primer año, la mano se convierte en instrumento de análisis, para llegar a ser, al próximo año, un portaherramientas perfeccionado.
c) Victoria sobre las cuerdas vocales. Hemos visto que en la mitad de esta fase el niño es capaz, según toda verosimilitud, de emitir a voluntad ciertos sonidos silábicos.

Recordemos ahora los principales jalones de esta fase.
En el terreno de la postura: la rectitud de espalda hacia los 8 ó 9 meses; la instalación de una lordosis lumbar a los 10-11 meses, preliminar a la posición de pie.

En la mano:
— el creciente uso del pulgar;
— el aflojamiento voluntario
En la manipulación y el juego:
— el «sequential play»;
— la combinación de dos objetos.
En «el ámbito sensorial: volver la cabeza hacia el origen del sonido.
En el ámbito fonético: la producción de sonidos silábicos.
En el de la comprensión: el adiestramiento a las órdenes rítmicas: aplaude, da las gracias, hace la marioneta (final del primer año).
Por último, en el terreno socioafectivo, el niño distingue entre extraños y familiares, sabe nombrar a su padre y a se madre, conoce su nombre, la línea de separación entre el Yo y el No-Yo.

Cuarta fase:
a) Aspecto motor: el espacio cinético
El andar produce en el niño una verdadera revolución a partir del primer año. Aquí sólo consideraremos los aspectos motor y cognoscitivo, reservándonos aludir al final del capítulo a la repercusión afectiva y social.

Desde el punto de vista motor, la instalación de la marcha significa que el niño se ha desembarazado definitivamente de la influencia de los reflejos arcaicos y que, de ahora en adelante, elaborará, perfeccionará y pondrá a punto automatismos secundarios o corticales que le servirán toda la vida. La marcha es un movimiento alternativo complejo, que pone en juego la motilidad de los miembros inferiores y superiores del tronco y de la cabeza y utiliza las informaciones propioceptivas, vestibulares y visuales que afluyen sin cesar. La marcha es el prototipo de estos automatisos secundarios. Evidentemente, requiere un aprendizaje; no hay más que ver con qué aplicación el pequeñito de 14 meses da los primeros pasos y con qué intrepidez se levanta después del inevitable porrazo, listo para reanudar en seguida el duro entrenamiento. Hemos señalado antes que esta momentáneamente sus progresos en otros terrenos.

Y desde el punto de vista cognitivo, aprende literalmente ese mundo exterior que, de ahora en adelante, puede invadir. Ya no está confinado en la cuna, en la silla o el parque. Almacena la estructura del espacio que le rodea, mediante continuos engramas propioceptivos, lo descubre actitud le absorbía completamente, al extremo de detener bajo su aspecto real de marco de la vida. Y he aquí por qué el pequeñín que vive en una guardería y el inválido motor están tan tremendamente desfavorecidos en comparación con el niño criado en una familia, por modesta que sea.

b) Aspecto intelectual: la fase del lenguaje.
Puede afirmarse que el lenguaje se convierte en un factor importante al principio del segundo año. El niño dispone en ese momento de un promedio de tres palabras, una de las cuales es una palabra clave con múltiples significados. Al mismo tiempo acostumbra a empezar a charlotear en su jerigonza. La creciente comprensión hará del lenguaje la fuente más importante de información ¡A partir del segundo año y podrá apreciarse la neta influencia de los factores socioeconómicos y culturales en el ritmo del desarrollo. El hecho de que el niño comprenda y aprenda el nombre de los objetos significa que acepta un modo simbólico de representación. Puede concederse idéntico significado a su interés por las imágenes. Más tarde, alrededor del segundo cumpleaños, el lenguaje le dará la posibilidad, naturalmente todavía rudimentaria, de expresarse.

c) Aspecto social: la crisis.
Hemos visto, analizando los trabajos de M. Klein y de I. Hendrick y siguiendo paso a paso los avatares del niño de pecho en la escala de Gesell, que durante el segundo año se dibujaba claramente la separación entre el Yo y el No-Yo. Abundan pruebas de ello: el niño se llama por su nombre, se reconoce en el espejo y se pavonea, se reconoce   y reconoce a los suyos en fotografía. Este Yo es fuerte, poderoso. A imagen de los adultos-dioses, el niño de finales del segunda año camina, es hábil con las manos, sabe hacer algunas cosas, frecuentemente pretende hacerlo todo solo. Pero al propio tiempo es infantil, débil y está desarmado: todavía depende estrechamente de los adultos para su bienestar, todavía está gobernado por el «Lust Prinzip» y se le imponen reglas de conducta. Esto es cierto en particular en lo referente al sueño, la alimentación y la limpieza esfinteriana, pero en realidad las cóleras del niño pueden estallar con motivo de cualquier contrariedad. Puede ser un juguete que se resiste a sus propósitos, y es bien sabido que hay niños que cuando se enfadan se quedan sin aliento y a veces se desmayan. La violencia es la fuerza de los débiles. El niño tiene otra debilidad, el miedo al mundo imaginario que se crea en su mente; desde ese momento, tendrá en particular terrores nocturnos y es probable que empiece a tener sueños agitados.

Entre esos temores, el de la pérdida de la madre, verdadero derrumbamiento del universo en que vTve, es uno de los más frecuentes, uno de los más torturadores, que encierra en potencia a todos los demás.

Se opone a los deseos del niño el formidable poderío de los adultos. Éstos saben demasiado hasta qué punto el niño es todavía débil, olvidan los progresos que ha realizado. O, por el contrario, se inclinan a darle un trato de persona mayor, no se acuerdan que hace un año todavía se alimentaba con biberón. Se encuentra entre estos dos mundos: el de la cuna, del primer año, y el del jardín de infancia del tercero. Pertenecerá ya a uno, ya a otro. Entre los padres, a los que cuesta seguir este complejo desarrollo y que quieren a toda costa que coincida con el que se describe en los manuales, y el niño, que «come con los ojos», estalla la crisis, Al principio se trata de una crisis de negativisrr.o (es sabido que la palabra «no» es la más utilizada durante el segundo año), luego se convierte en una franca crisis de oposición, que concluye a la edad de oro de los cinco años (en los casos normales). Más tarde, al pasar del estado de niño escolar impúber al de joven adulto, el adolescente conocerá a su vez una rebelión absurda, magnífica y fecunda.

La crisis de los dos años presenta un aspecto propio y que, lo que es más, la alimenta: la extraordinaria, la obsesionante tendencia a la repetición, ya señalada por I. Hen-drick. El niño es a esta edad un maniático en exceso, como suele decirse. Empezará de nuevo diez, veinte veces el mismo gesto. Hendrick ha demostrado el valor del aprendizaje de esta tendencia. La determinación, desde luego ciega, de imponer su voluntad a un universo humano y panteísta, con el cual las relaciones son mágicas y no lógicas, no es menos importante. Finalmente, algunos de sus comportamientos son residuos de automatismos caducos (como el balanceo), otros poseen, probablemente, "Tin valor conjuratorio.

Así es cómo aparece el niño, en su complejidad, en su riqueza, al final del segundo año. Ya no es la estructura subcortical que vio la luz dos años antes; todavía no es el homo sapiens. Su corteza es un continente nuevo, aún por colonizar; tribus primitivas se rebelan aquí y allá. Que no se le exija la sabiduría, el equilibrio y la mesura de una vieja nación, pero que no se le trate tampoco como a un salvaje. En él todo es porvenir.

¿POR QUE?

Quizá el lector se pregunte: «¿Por qué tal lujo de detalles, por qué estas incursiones en terrenos tan diversos?»

La respuesta puede parecer ambiciosa. Procede de cierta concepción de la medicina y de su función en el mundo moderno. Uno de los problemas esenciales que plantea este mundo es el creciente número de individuos mal adaptados, abrumados por los imperativos sociales, dicho en otros términos: el extraordinario aumento de los neuróticos. Si se admite que estas neurosis son traducción de un estado constitucional, no hay más que cruzarse de brazos. Si, por el contrario, se piensa, con nosotros, que son resultado de una mala preparación para la vida, entonces nace la esperanza de poder limitar su número y gravedad. Pero es ilusorio pensar que un día podrán tratarse psicoterapéuticamente todos los casos que lo necesiten. Lo mismo que en los demás terrenos médicos, el esfuerzo que da resultado es la prevención, y ésta debe empezar lo antes posible, probablemente desde el embarazo. Por una parte, esa prevención se dedicará a eliminar los factores patológicos, tanto físicos como psicológicos; por otra, adaptando a cada edad el aprendizaje a las posibilidades que brinda la maduración, permitirá ayudar al niño a salvar en las mejores condiciones las pruebas que le esperan. Cada una de estas victorias refuerza el Yo del niño y le arman para luchas futuras.

Por último, el conocimiento del niño en etapas sucesivas de su desarrollo debe permitir limitar el esfuerzo de prevención a los casos que puedan salir beneficiados. Un tumor cerebral puede ir acompañado de trastornos psíquicos; a nadie se le ocurrirá tratarlos por psicoterapia. Los niños que sufren alguna lesión cerebral o una anomalía de desarrollo que compromete definitivamente su inteligencia, no deben ser tratados como los normales y los que tienen posibilidad de mejora, pues con ellos ha de seguirse una conducta totalmente distinta. En los encefalópatas, dipléjicos y mogólicos, la partida está perdida de antemano y hay que tomar la decisión de internarlos, tarde o temprano; su presencia en el hogar vicia la atmósfera familiar, crea un clima de vergüenza y de culpabilidad, que no por infundado es menos malsano.

Otros encefalópatas motores, hemipléjicos o atetósicos, son normales desde el punto de vista intelectual o, por lo menos, educables, y saldrían beneficiados con una temprana educación sensoriomotriz. Asimismo se ha de beneficiar a los sordos en edad temprana, consagrándoles un adecuado esfuerzo pedagógico y proveyéndoles, si es necesario, de aparatos acústicos apropiados.

Hay otros que pueden ser atendidos precozmente; nos referimos en particular a las mixedemas congénitas.
Queda una categoría de niños subnormales. Pueden ser simplemente lentos en su desarrollo; en ocasiones la vida en colectividad los ha helado en toda la extensión de la pa¬labra. Algunos reaccionan a su manera a la tensión psico¬lógica del ambiente; de ahí que puedan considerarse equi¬vocadamente anormales e insomníacos, coléricos, ansiosos anorécticos. Un examen cuidadoso y objetivo que levante la injustificada hipoteca de la tara, llevará el problema a su verdadero terreno: el de las relaciones intrafamiliares, lo que permitirá una acción eficaz, precoz, más rápida y menos costosa que la interminable psicoterapia curativa de los años futuros.

La higiene mental empieza en la cuna.


Fuente G. HEUYER - P. JOULIA


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